¡No le Creas! – Capítulo Final

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—¡¿Qué está pasando?! —clamó Victoria a los cielos mientras socorría a Estefany, que se apretaba el brazo con fuerza.

—Estoy bien, tranquila, estoy bien —le insistió Estefany mientras enfocaba su mirada en el ascensor de la derecha, intentando distinguir si alguien o algo se escondía en la penumbra.

Cada vez se sentían más arrinconados y aunque el edificio ya no temblaba, susurros agresivos, voces provenientes de la oscuridad les causaban un gran agobio, aunado a la maquinaria chirriante que no cesaba de trabajar y las patadas de las bestias que caminaban libremente por las paredes de FACES.

Gabriel no sabía qué hacer más que mantenerse en guardia aunque fuese en vano. Las manos y las piernas le temblaban, en ese momento era incapaz de lanzar un solo golpe aunque le fuera la vida en ello.

—¡Los sonidos no paran! —exclamó ya en su limite, sintiendo que en cualquier momento un enemigo invisible se le echarían encima a él o a sus compañeros.

—¡Y no van a parar! ¡No somos los únicos aquí! —respondió Naira a su lado—. Debemos seguir subiendo pisos, no podemos pararnos aquí. Creo que la reja de atrás puede forzarse, vamos.

La chica estaba poniéndose en marcha y Victoria iba a seguirla sin miramientos, pero Estefany las detuvo, sujetando a la primera de la muñeca antes de que pudieran dar un paso más.

—Naira, no sabemos a dónde nos llevarán al subir esas escaleras, entiende. Solo subimos un piso y mira donde estamos, no creo que la respuesta sea seguir subiendo. Lo mejor será volver a bajar, como dijo Edgar.

—¿Y como vamos a encontrar a Diego si no subimos? El juego de la escalera es claro, tenemos que llegar al último piso antes que él —fue la respuesta inmediata de Naira—. Yo sé que tú lo entiendes Victoria. Es tu novio, decide que deberíamos hacer. Yo solo quiero que salgamos de aquí.

—Yo pienso… —iba a intervenir Gabriel, más lo interrumpieron casi de inmediato.

—¡No! ¡Victoria decide! Ella es la que más está sufriendo por esto ¿cierto? —volvió a preguntarle Naira con firmeza, buscando su apoyo por todos los medios.

Victoria sintió de pronto el peso de todas las miradas sobre ella, incapaz de dar una respuesta rápida. Miró a Edgar, este a su vez observaba a Naira y Gabriel, de espaldas a ella, solo analizó a Naira unos segundos antes de seguir vigilando los pasillos oscuros. Estefany estaba boquiabierta, patidifusa ante lo que sucedía y entonces.

—Bajemos. Estamos cayendo en una trampa, tenemos que volver a bajar —expresó Victoria tras algunos segundos.

El descontento de Naira era evidente, su ceño se frunció y de mala gana siguió al resto del grupo mientras andaban hacia la tercera puerta del pasillo izquierdo, intentando por cualquier medio no separarse ni un centímetro del otro. La suciedad de aquel lugar impuro había pasado a ser el menor de los problemas, pues aunque las linternas de los teléfonos iluminaban el camino, era imposible vislumbrar algo a más de dos metros.

Ahí, desde las sombras, donde sus ojos no alcanzaban a distinguir ni la más mínima silueta, risas burlonas se escapaban de la boca de niños diabólicos. Gabriel iba de primero en aquella marcha lamentable, pisando con cuidado y con los puños bien apretados, esperando el momento justo para responder un ataque que no terminaba de llegar. Desde el lobby de los ascensores hasta la tercera puerta no había más de treinta metros, pero a todos les pareció que avanzaron kilómetros.

Finalmente la mano de Gabriel se aventuró en el vacío hasta tocar el pomo de la puerta, girándola sin mayores miramientos, aun a sabiendas de las criaturas asquerosas que aguardaban en el interior. Estaba claro que, entre el alboroto de risas, susurros, amenazas, pisadas, maquinaria y más, no puso atención a los chillidos provenientes del interior ni a los rasguños sobre la madera.

Ni bien se abrió un pequeño espacio, del salón abandonado se asomaron muchas escolopendras reptando a toda velocidad y las cabezas de tres ratas grandes como perros, sin pelo, enloquecidas. Sus ojos rojos y la espuma sanguinolenta en sus bocas acompañaban a la perfección los chillidos frenéticos que emitían; como el grito agónico de personas pidiendo auxilio. Edgar y Estefany de inmediato se unieron a Gabriel e intentaron cerrar la puerta para evitar el escape de las criaturas, mientras Victoria las pateaba para echarlas para atrás. Una nube de miasma los mareó a todos y cuando al fin la puerta estuvo cerrada las carcajadas misteriosas continuaron. Naira volvió a insistir.

—¡Se los dije! ¡Tenemos que subir, no bajar! Ven Vicky, confía en mí.

Edgar se estremeció al escucharla y la miró fijo mientras tomaba la otra muñeca de Victoria, intentando jalarla hacia él y que Naira la soltara. Victoria permanecía firme, incómoda por la presión de ambos, hasta que finalmente retrocedió algunos pasos, y él se interpuso entre ambas.

—¿Cuánto llevas aquí atrapada, Naira? —le preguntó con la voz quebrada.

—Como una semana ¿Qué pasa?

—¿Por qué no querías que bajáramos?

—¿Qué? Todos estábamos de acuerdo.

—¿Recuerdas cuánto tiempo llevabamos sin entrenar?

—¿Estás loco? ¿Por qué me haces preguntas?

—¿Cómo te hicieron ese corte en la costilla si tu blusa está perfecta?

—Yo no sé cómo…

—¿Cómo se llama nuestro maestro de Kung Fu?

Con una sonrisa temblorosa, Naira se encogió de hombros, incapaz de articular una sola palabra. Edgar no retrocedía en su interrogatorio aunque todos tenían miradas confusas puestas sobre él.

—No entiendo por qué desconfías de mí, si yo estoy tratando de que todos salgamos de aquí, incluso Diego y Alison.

—¿Por qué no me contestas? ¿Cómo se llama nuestro maestro?

—También pensé que podrían ayudarme. Todos estamos juntos en esto ¿Por qué me miras con esos ojos? Todos nos hemos portado raro. Sé que estoy un poco impaciente ¡pero no es razón para desconfiar de mí! —explicó Naira, haciendo que todos de inmediato la miraran.

A Estefany se le enterneció el corazón ante aquellas palabras e incluso Edgar titubeo un poco al ver los ojos llorosos de su compañera, más algo en su interior lo hizo insistir. Con voz firme y afianzando cada palabra volvió a preguntar.

—¿Cómo se llama nuestro maestro?

Naira, con lágrimas en los ojos, levantó el dedo y señaló a Gabriel sin titubear.

—Ya basta, Edgar. Es obvio que es ella —dijo Estefany—. Todo este mundo es raro y hay cosas que no tienen explicación. No la atosigues.

Por un segundo Edgar pensó como Estefany, incluso iba a disculparse con Naira. Había señalado a Gabriel, pero entonces ¿por qué sus dudas no se iban? ¿Por qué ese temor entre pecho y espalda no desaparecía? Gabriel puso una mano sobre su hombro e hicieron contacto visual por algunos segundos.

—Lo siento, Naira… pero si no eres tú, entonces es alguien más. Lo presiento.

—¿Lo presientes? ¡Por favor, Edgar! ¡¿Acaso estás escuchándote?! —Le recriminó Estefany con impaciencia.

—¡Sí, Estefany! ¡Me estoy escuchando! Al menos ya sé que sigues siendo tú; con esas ganas de pelear que tienes ¡Nadie es tan buen actor!

—¡No quiero pelear, pero estás dividiendo al grupo! Siempre hemos estado juntos ¿en qué momento pudimos ser reemplazados?

—En los baños, cuando las luces se apagaron.

—¡Bajo esa lógica pudieron haber reemplazado a cualquiera, incluso a ti, Edgar!

—¡Todos estábamos en silencio, no tiene sentido pensar en eso, Edgar! ¡Tenemos que seguir o nos quedaremos atrapados para siempre! —Gritó Victoria.

—¡Justo ese es mi problema, todos estábamos en silencio! ¿Quién sabe si…?

—Dejen de gritar muchachos —intentó apaciguarlos Gabriel, haciendo gestos con las manos para que bajaran el tono. Funcionó.

Hubo un segundo de silencio, de absoluto silencio. Los cinco se miraron fijamente y una brisa gélida, cargada de un olor pútrido, los envolvió lentamente.

—Cuanta paz —susurró Gabriel.

—Ni risas… ni las maquinas, nada —aseveró Naira.

—Esta maldita cosa se está divirtiendo con nosotros —dijo Edgar con impotencia, sintiendo a un ojo invisible sobre ellos—. Victoria… ¿Cómo sabes que nos quedamos en silencio en el baño de hombres?

Ante aquella pregunta todos se quedaron quietos como estatuas, mirando a Victoria de reojo. Ella, que se mostraba preocupada, acelerada, llena de rabia y frustración, de pronto se dio una palmada fuerte en la frente y se mostró tranquila y sonriente; incluso se notaba algo burlona mientras negaba con la cabeza.

—Tengo que admitirlo, me atrapaste, y me sorprende mucho que lo hicieras; se me da bien interpretar estos papeles… además, los jugadores suelen estar tan nerviosos que no se dan cuenta de los pequeños detalles. Tú, en cambio…

Victoria… la falsa Victoria estiró su mano y acarició al petrificado Edgar, que no podía mover un músculo, ya fuese por el miedo o porque cadenas invisibles lo sostenían. La palma de aquella mujer se sentía demasiado caliente, como si colocaran una plancha de metal al rojo vivo sobre su mejilla. De su boca a penas pudo salir un quejido mientras intentaba concentrarse en otra cosa que no fuera el dolor. Victoria habló.

—Tienes una vista muy fina, Edgar. Es una lástima, pensé que podría jugar más con ustedes, pero creo que ya nos estamos acercando al final. Naira no les ha mentido, las condiciones son las mismas. El juego acabará cuando lleguen al último piso… pero ¿cuál es el último piso? —Soltó una fuerte carcajada—, si lo descubren los dejaré ir a ustedes, a Diego, incluso a esas dos niñas, Victoria y Alison. Vamos, los reto… pero, eso sí, se les acaba el tieeeeempo.

Lentamente, su risa fue en aumento, volviéndose más histriónica y ronca hasta que llego a su cúspide con una retorsión violenta de su cuello y brazos. Un crujido de huesos y cartílagos rompiéndose dominaron el ambiente mientras ella se iba reptando por el pasillo como si fuera un camaleon ante sus miradas atónitas. Gabriel intentó seguirla, pero un rasguño hórrido en el pecho lo frenó en seco. Su camisa estaba intacta, mas su pecho estaba lacerado, como si una garra con cuatro uñas hórridas se hubiesen clavado en su piel.

—¡Victoria detente! —suplico Estefany, pero era más que evidente, por la risa ronca y profunda que le contestó, que lo que fuese que los había estado acompañando no era Victoria.

Tal vez fuese una trampa maliciosa, una pista confusa, o lo más probable, una coincidencia, pero mientras intentaban divisar en la oscuridad a la atacante, al fondo, a través de las pequeñas ventanas de la puerta, pudieron ver a Diego. Los ojos de todos se iluminaron de inmediato.

El joven parecía absorto y resultaba extraño, pues lo vieron caminar escaleras abajo antes de que algo cubriera la ventana de la puerta a toda velocidad. La primera reacción de todos fue correr hacia él, pero el rasguño que había recibido Gabriel sirvió como presagio de lo que pasaría si pretendían cruzar aquel pasillo diabólico. Estaban atrapados entre la espada y la pared, lo que se hizo más evidente cuando unas uñas filosas se clavaron en la pantorrilla de Edgar.

Este respondió de inmediato con una patada hacia la oscuridad, pero era un despropósito. Lo que fuese que lo había lastimado era más rápido que cualquiera de ellos.

—¡Rápido, forcemos la reja! —indicó Gabriel mientras corría hacia las escaleras que iban hacia arriba.

Entre los cuatro intentaron doblarla y resultó más sencillo de lo esperado… pero mientras lo hacían, Estefany notó que algo no iba bien. Una calma extraña que no se correspondía al caos vivido cuando quisieron abrir la puerta del salón.

—Estamos yendo a donde quiere que vayamos; que subamos, que bajemos, todo da lo mismo, tenemos que hacer algo diferente. Además, Diego iba de bajada.

—Sí, pero no sabemos si ese era Diego ¿y si quiere confundirnos? Además, no tenemos a donde más ir —replicó Gabriel.

Al parecer las conversaciones habían aburrido al maestro de aquel sádico juego, pues al trote y sin darles oportunidad de hablar, una bestia salvaje semejante a un oso gris, sin ojos ni orejas, rodó escaleras abajo y se abalanzó sobre la reja babeando sangre. De inmediato intentó pasar por el hueco que ellos habían logrado abrir, pero era demasiado grande. Los jóvenes estaban en shock, mas basto que la bestia arremetiera una vez contra la reja, haciendo temblar las bisagras, para que Edgar y Gabriel con todas sus fuerzas intentaran sostenerla a riesgo de que la criatura les arrancara las manos de un mordisco. Cualquier cosa con tal de detenerla al otro lado.

Con los pasillos bloqueados por garras invisibles, las escaleras de bajada por una reja tosca y el salón lleno de ratas rabiosas, Estefany y Naira corrieron a la única vía lógica de escape.

El lobby de los ascensores estaba libre e incluso se filtraba una leve luz rojiza por los huecos del muro del fondo. El ascensor de la izquierda permanecía ahí, con las puertas abiertas de par en par esperando que ellos subieran. La última salida, la única escapatoria, Naira estaba por gritarles a los muchachos que corrieran hacia ellas a toda prisa, pero Estefany no estaba dispuesta a morder ese anzuelo.

Teniendo frente a ella la puerta del ascensor abierta de par en par, se dio la vuelta y con toda su energía forzó la puerta de la derecha, abriendo con dificultad el ducto del ascensor y luego procedió a llamarlo con insistencia.

—¡¿Qué haces?! —La increpó Naira creyendo que iba a saltar al vacío. La sujetó por la herida y Estefany se sacudió con violencia.

—¡Confía! —le gritó, y entre ambas mantuvieron abierta la puerta.

Un sonido delicado; un timbre leve sonó al mismo tiempo que el hueco del ascensor parecía agitarse, como si un amasijo de metal chocara contra las paredes. Todo ese ruido se unió a la orquesta de rugidos y los gritos de los muchachos que, espantados, veían como la bestia sedienta de sangre les ganaba la batalla. El ascensor a sus espaldas que los estuvo acosando desde que entraron al edificio comenzó a temblar y sacudirse, la luz blanca que iluminaba su interior se tornó negra ante la mirada aterrorizada de Naira, en tanto una silueta oscura se proyectaba tenuemente, una persona de más de metro ochenta de altura las veía a ambas con ojos amarillos y brillantes. Estefany sentía esa mirada en la nuca y fue justo eso lo que le dio el último empujón. Estefany, dando el salto de fe más grande de su vida, dio un paso hacia la oscuridad del ducto.

Naira estiró la mano, tomándola por el brazo para evitar que cayera al vacío, pero no hizo falta, pues una luz carmesí se encendió iluminando el ascensor de la derecha, mientras el ascensor a sus espaldas se estremecía con violencia y comenzaba a subir dando tumbos violentos.

—¡Vengan, rápido! —exigió Estefany mientras Naira se montaba con ella y el edificio se sacudía.

Una sinfonía de rugidos y rasguños, golpes y alaridos mientras Gabriel y Edgar corrían. No habían terminado de cruzar la esquina cuando la reja se reventó ante la fuerza desmesurada de la bestia salvaje, que si no se les echó encima de inmediato fue porque la sangre y el vómito en el suelo lo hizo resbalar. Gabriel no había terminado de montarse, sintiendo la respiración húmeda y pesada del oso detrás de él, cuando Estefany ya estaba comenzando a presionar repetidas veces el botón de cerrado para que la criatura mal formada no se subiera con ellos.

Quedaron justo los cuatro apretados en el ascensor, y aunque la puerta se había cerrado eso no impedía que la bestia intentar forzarla con sus golpes titánicos. Aquello no era más que una jaula metálica oxidada con un bombillo rojo sobre sus cabezas que iluminaba parte del ducto, paredes toscas cubiertas por baba marrón, ventiladores potentes sonaban al fondo y una sierra de carnicería que parecía estar rebanando huesos. El tiempo se agotaba, pues la puerta poco a poco parecía abollarse ante el envite de la criatura.

El panel de controles, donde debían estar los pisos del uno al siete, era en realidad un juego confuso con cien botones distintos, algunos pocos reconocibles y otros, pictogramas indistinguibles de un garabato hecho por un niño.

—¡¿Y ahora?! —Naira temblaba ante la idea de que la puerta cediera.

Miraron el botón que marcaba el piso doce, pero cuando Estefany iba a presionarlo Edgar la detuvo.

—¡No!… la maldita cosa que nos trajo aquí está jugando con nosotros. El último piso, tenemos que ir al último piso. Recuerda lo que había en la pizarra, no le hagamos caso, ni once ni doce… pero ¿Cuál es el último piso?

Edgar meditaba la situación intentando interpretar de alguna forma los botones, su ceja se arqueaba y se llevaba la mano a la barbilla mientras los demás veían fijamente a la puerta ceder un poco más tras cada golpe.

—Edgar, no sé qué estás pensando, pero apúrate por favor —insistió Gabriel mientras se interponía entre la puerta y los demás.

«Pasamos del piso uno al piso menos siete… ¿Cuándo subimos del lobby a qué piso subimos? ¡¿Por qué no me fije?! Algo me falta, no entiendo este lugar ¿estamos de cabeza? Si, ese dibujo en la pizarra… Si estamos de cabeza… ¿A dónde debemos ir?», se preguntaba acelerado mientras veían uno por uno los botones, reconociendo entre ellos una rueda, un siete, un catorce, un ocho, cuatro figuras de cabeza y mucho más.

—¡Edgar! —le gritó Estefany.

—¡¿A dónde iba Diego?! —preguntó al ver la primera uña sanguinolenta del oso atravesar el metal.

—¡Abajo, bajaba las escaleras! —chilló Naira.

Un instante después Edgar intento girar la figura de los cuatro de cabeza en un intento extraño por resolver el rompecabezas, pero no podía hacerlo, el botón estaba fijo. Por lo que simplemente lo presiono y luego de eso presiono el piso siete. El piso más alto que se suponía, tenía el edificio de FACES.

De pronto el mecanismo se puso en marcha, sacudiéndose y chirriando mientras el ascensor poco a poco comenzaba a descender, temblando con fuerza mientras los cuatro jóvenes se abrazaban con fuerza. Todos cerraron los ojos esperando lo peor, todos menos Edgar que temblando miraba el tablero con los botones.

—Maldita sea —exclamó afincando cada sílaba al ver, escondido al fondo a la derecha, el símbolo que estaba buscando. Los cuatro jóvenes de pie—. Por favor, Dios, que no me haya equivocado.

Con la misma facilidad con la que se puso en marcha el elevador se detuvo, dejando que la puerta se abriera ante ellos. Parecían haber llegado a un sitio normal, limpio e iluminado, incluso podían escucharse algunas voces en el fondo. Edgar se atrevió a apretar otro botón, pero la luz se había apagado y el panel ya no le daba respuesta.

Salieron con cautela de la jaula, permitiendo que la puerta se cerrara con discreción tras ellos. Avanzaron con pies de plomo hasta poder ver hacia un lado y hacia el otro los pasillos del séptimo piso de FACES. Estefany no dejaba de estar a la defensiva, pero reconocía sin problemas ese lugar ¿habían vuelto a la realidad? Edgar no estaba tan convencido, inseguro por lo que había hecho en el panel del ascensor.

Aunque incluso si lo hubiese hecho de la forma que él creía correcta, solo era una corazonada. Nada le daba seguridad de que fuera a salir bien. Consciente de eso, cuando miró a dos maestros de mediana edad cerca de ellos, a la derecha, su corazón se estremeció con fuerza al igual que el del resto.

Los maestros por su parte hablaban mientras uno le pasaba llave a la puerta de lo que parecía una oficina. El primer instinto fue pedirles ayuda, pero explicar todo aquello hubiese sido imposible. Los jóvenes se escurrieron hacia uno de los salones y ahí se ocultaron hasta que las voces desaparecieron tras el sonido de un ascensor. Respiraron profundo, esperando que todo hubiese acabado, hasta que sintieron leve quejido en la habitación.

La reacción inmediata fue salir corriendo, pero Naira se controló y encendió la luz. En el suelo estaban Victoria y Alison, una joven blanca de cabello negro y ondulado; ambas dormidas profundamente. Estefany no tardaría en socorrerlas.

Las dos se incorporaron de golpe, asustadas y revisando sus cuerpos con palmadas fuertes, al borde del llanto, como si hubiesen despertado de una pesadilla ¿qué recordaban? Alison corroboró la historia de Naira, y Victoria explicó que en medio del apagón en farmacia sintió un fuerte tirón que la sumergió en una piscina profunda de aguas negras. No podía respirar y aunque tenía el cuerpo ligero, se hallaba atrapada en un vacío temible donde era arrastrada de un lado a otro como una marioneta.

Un repentino golpe interrumpió lo que Victoria y Alison narraban. Gabriel se asomó al pasillo se sorprendió de ver a Diego de pie tras la puerta de la escalera exterior.

Todos corrieron en su ayuda y fuese vandalismo o no, como pudieron forzaron la cerradura de la puerta para que Diego pudiera pasar. Temblaba y sudaba mientras intentaba tomar aire, apoyando las palmas sobre sus rodillas.

—Ha sido horrible, pensé que me mataría.

—¡¿También te capturo el payaso?! —Alison se vio tan atormentada como él mientras lo tomaba por los hombros.

—¡Sí! Me obligó a subir por unas escaleras extrañas siguiendo máscaras de colores, pero las escaleras poco a poco se retorcían. No me dejaba moverme por mí mismo, como si estuviera atrapado dentro de mi propio cuerpo. Me susurraba cosas… terribles, y las escaleras, Dios, el olor a podrido, y los sonidos, los gritos, las caras en los muros…

Le faltaban las palabras y el aliento para describir lo que había visto, pero no hizo falta, pues Victoria lo silencio con un abrazo fuerte.

—Vámonos de aquí, por favor —suplicó.

Para fortuna de Naira, la Victoria real tenía un par de zapatos extra. De inmediato tomaron rumbo a las escaleras interiores y comenzaron a descender a toda velocidad, no sin miedo de lo que pudiera surgir en los pisos inferiores, pero salvo pasillos vacíos no había nada hasta que llegaron al lobby del edificio, donde encontraron a tres guardias de seguridad. Pasaron caminando con calma, intentando que sus heridas no llamaran la atención hasta que llegaron a la puerta y salieron la exterior.

El ruido de la noche, el hermoso ruido de la noche les dio la bienvenida. El sonido de los grillos, gente transitando, los autos a la distancia. Caminaron hasta la intersección que iba rumbo al comedor de la universidad. En línea recta estaba la salida, el camino a casa.

Pronto se unieron a un pequeño grupo de personas dispersas que iban saliendo de la escuela de derecho, avanzando sin hablar del tema. Diego iba con Victoria agarrada de su brazo y sintió paz, se sentía tranquilo, incluso algo seguro. Luego de aquella experiencia, poder caminar con calma parecía un sueño… un sueño demasiado bueno para ser verdad. La amenazante figura de una máscara de trapo tras un chaguaramo hizo que el cuerpo de Diego se estremeciera. Abrió su boca, temeroso de hablar, pero incapaz de evitarlo.

—¿Cómo sabemos que ya se ha acabado? —preguntó provocando un silencio profundo en todos sus amigos… y las miradas funestas de las personas alrededor.

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Gracias por haber leído hasta el final esta historia. Me haría muy feliz que me comentaras tu experiencia con ella. Si le das me gusta o la sugieres me estarías ayudando mucho y me darías ánimo para publicar más historias. En pocos dias subire la versión completa con todos los capitulos. Un gran saludo.

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