La percepción americana acerca de la formación de la Junta Central.


Una vez sofocados los intentos de autogobierno que intentaron ofrecer una respuesta ante la ausencia del rey, los políticos peninsulares se disponen a convocar a todos los integrantes de la monarquía hispana a mandar representantes para tomar las decisiones sobre cómo se debería de gobernar en lo que regresaba Fernando VII como parte de una nación. Es así que trataban de aliviar los reclamos americanos que protestaban porque no se les estaban tomando en cuenta para la toma de decisiones tanto de sus respectivos reinos como del estado español en general, por lo que con esto se intentaba dejar atrás la percepción de que a los americanos se les estaba dando trato de colonias de lugar de partes integrantes de la nación. Pero lo cierto es que a pesar de los buenos deseos, los peninsulares tenían claro que su decisión pesaba más que la de los americanos, manifestándose en la cantidad de representantes que tendría cada integrante del imperio, dando para la península 250 representantes mientras los reinos de Indias solo tendrían solo 30 con el pretexto de poner un representante por cada ciudad de 50,000 habitantes (quitando de tajo toda representatividad a los afrodescendientes que no eran contados como ciudadanos).
Estas disposiciones fueron motivos de protestas para provincias como la de Quito o la del Alto Perú (actual Bolivia, partes de Argentina, Perú y Chile) que corrían con la amenaza de no contar con la representación suficiente para poder llevar sus demandas a las cortes, mientras los que eran las cabezas virreinales no pusieron muchas quejas por que esto se podría compensar en otros ámbitos. Para la Nueva España, la elección de los representantes era la oportunidad perfecta para cobrar revancha contra los peninsulares que impulsaron el golpe de estado contra el virrey Iturrigaray y el Ayuntamiento de la Ciudad de México, por lo que empezarían a promover a sus representantes para denunciar en España los abusos que estaban cometiendo este sector de la sociedad que se creía que estaban por encima de los demás y reclamar el apoyo que les proporcionaron.
Las cosas en la península se iban complicando, ya que la provincia de Andalucía iba cayendo en manos de la invasión francesa, por lo que para los representantes americanos que estaban en desacuerdo con la desigualdad en cuanto a los representantes y el injusto sistema de suplencias que ponían a cualquier ciudadano americano sin importar que no fuese del territorio representado hizo que entre los criollos la causa de la reinstauración de una monarquía ultramarina se empezara a dar por perdida, por lo que se empezaban a fortalecer los ideales autonomistas que pedían por la independencia ante la perdida de legitimidad de la Junta Central. La situación para 1810 era problemática, mientras el virreinato del Perú y Nueva España seguían manteniendo la lealtad al proyecto juntista, en Caracas y Buenos Aires habían estallado los movimientos independentistas representando una seria amenaza para el orden virreinal
El sentimiento de solidaridad que había aflorado en los años de 1808 y 1809 para afrontar la invasión napoleónica se estaba agotando en América para ver por la identidad de cada reino y provincia, reivindicándose los criollos al asociarse con el pasado precolombino que con el hispano para legitimar el discurso independentista. La idea de que la monarquía hispánica se respaldaba en la columna peninsular y en la de ultramar se iba resquebrajando ante la falta de pericia de los políticos españoles para atender las inquietudes de los indianos, las cuales se basaban en el idea de que al ser reinos en igualdad de condiciones, tenían todo el derecho de formar Juntas gobernativas para poder gobernarse ante la ausencia del rey, ya que el atenerse a las decisiones de la península seria como si tuviesen trato de colonia, a lo que los políticos españoles trataron de argumentar diciendo que solo los territorios invadidos por Napoleón tenían la legitimidad de poder formar juntas constituyentes.
El caso de la insurgencia novohispana resultaba diferente a los de Nueva Granada y el Rio de la Plata, ya que mientras estos basarían sus luchas por el poder político de las principales ciudades, en México fue una rebelión provinciana que dentro de todos los factores estaba el de la fallida Junta que se quiso formar en la capital y que fue tumbada por los peninsulares. Desde la Junta de Zitácuaro de 1811 se criticaba la posición de los españoles que llamaban a respetar la autoridad del virrey, argumentando que los virreyes en la península seguían en funciones y aun con esto se les permitió desobedecer su poder para que el mismo pueblo conformasen sus propias audiencias, que por la iniciativa que había tenido la Ciudad de México para constituirse como cabecera de la Junta y sobre todo la prelacía legal de la capital hizo que los movimientos provinciales apostaran por este centralismo en lugar de querer apostar por una propia.
El planteamiento americano era el hacer valer la igualdad que tanto presumían los españoles entre peninsulares y los reinos de Indias, que por las acciones de los políticos, el lenguaje usado por ellos que continuamente remarcaban el origen de los americanos diferenciándose de ellos y la subrepresentación que les dieron en los nuevos procesos legislativos estaba clara que lo planteado por las autoridades realistas era una mera ficción. El peninsular estaba por encima de los americanos y solo ellos estaban capacitados para tomar las decisiones de gobierno que se habrían de tomar en los territorios americanos, por lo que la denominación de “reino” era solo un nombre bonito que intentaba ocultar la posición colonial que en realidad tenia, por lo que para la población criolla estaba claro que por más que se declararan leales al rey ellos serían vistos como inferiores ante los verdaderos españoles, por lo que lo único en que podrían tener una real identidad seria en sus propias tierras de origen en lugar de la hispanidad de ficción que se promovía, quedando como único camino el buscar su propio porvenir.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura
Federico Flores Pérez
Bibliografía: Rafael Estrada Michel, Monarquía y Nación, entre Cádiz y Nueva España.
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Imagen: Vista de la ciudad de Sevilla desde Triana en el siglo XVI.

