El movimiento insurgente en Guadalajara.


Para inicios del siglo XIX, la Intendencia de Guadalajara atravesaba su mejor momento debido a que vivía un proceso donde se estaba equiparando en cuanto a importancia con la misma capital, obteniendo organismos como el Real Consulado, se había fundado la Universidad y se había establecido la imprenta, sobre todo el sector comercial estaba viviendo su etapa de esplendor debido a que habían logrado que el puerto de San Blas se convirtiese en punto medular del comercio con las Filipinas desplazando a Acapulco, así como otras prerrogativas que estaban logrando para la ciudad y que estaban tramitando en las Cortes. Una de las razones de su revalorización fue que era la única puerta que había hacia el septentrión, por lo que la importancia de Guadalajara radicaba en que se había convertido en el centro de la toma de decisiones para aquellos territorios tan remotos sin que ninguna otra ciudad pudiese rivalizarle, logrando alcanzar una población de entre 30,000 y 35,000 habitantes con 14 plazas, 9 portales, numerosas fuentes para abastecer de agua potable, 2 alamedas, 1 coliseo, 1 teatro y numerosos edificios religiosos.
A diferencia de lo que ocurría en otros lugares, tanto la comunidad peninsular como la criolla mantenía lazos que las unía fuertemente debido a que solían establecer relaciones familiares y a que participaban de manera equitativa en las compañías comerciales, por lo que no han presentado el grado de crisis a la que se llegaron en otros lugares. Uno de los primeros puntos de tensión sucedió en 1808 cuando el Ayuntamiento de México asume la soberanía en el lugar del rey que había sido capturado por Napoleón, con tal de no deteriorar las relaciones con los peninsulares, la Audiencia de Guadalajara niega participar en la conformación de la Junta Gubernativa y manifiesta su adhesión a la Junta Central Gubernativa de España, llegando incluso a desconocer la autoridad del virrey Iturrigaray. Con el golpe de Gabriel del Yermo y la destitución de Iturrigaray, la ciudad de Guadalajara se mantuvo ausente de cualquiera de las conspiraciones que tenían como objetivo crear una junta autónoma de la peninsulares, por lo que se avocaron a hacer claras manifestaciones de lealtad a la corona y a la autoridad de Fernando VII.
Las noticias llegadas desde la península con los avances de la invasión napoleónica fueron vistas con avidez por parte de la sociedad tapatía, publicándose hacia 1809 el Semanario Patriótico donde informaba los pormenores de los avances de la guerra, manifestando su adhesión y apoyo a Fernando VII. Pero con el estallido de la guerra con el Grito de Dolores en 1810, se manifestó un miedo generalizado por parte de la población por el temor de ser víctimas de los ataques de los insurgentes, por lo que los hacendados empezaron a armar a sus trabajadores para la defensa y se conforma un pequeño destacamento militar para mantener vigilados los límites de la intendencia por parte del intendente Roque Abarca, mientras mandaban a su representante a las Cortes de Cádiz eligiendo a José Simeón de Uría. El intendente Abarca manda a formar milicias civiles para proteger Tepic y Colotlán mientras se hacía una fuerte campaña para desincentivar cualquier muestra de apoyo a los insurgentes, mientras el arzobispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas hacia lo mismo entre las iglesias y conforma un batallón nombrado como “La Cruzada” y poniendo la lucha por la defensa del virreinato como si se defendiese la religión misma.
Como buena parte de las ciudades novohispanas, Guadalajara carecía de un ejército propio para su defensa, por lo que el nerviosismo por la llegada de los insurgentes era constante y fue acrecentado por la llegada de los peninsulares refugiados de Guanajuato, por lo que imperaba un clima de pánico en la intendencia y que fue magnificado por la incapacidad del intendente Abarca por organizar la defensa, limitándose a hacer algunos movimientos de caballos en las haciendas cercanas, reimprime y distribuye el edicto de excomunión de Miguel Hidalgo por parte del obispo de Valladolid Manuel Abad y Queipo y manda a concentrar las cosechas de maíz en la ciudad para impedir que cayesen en manos de los rebeldes. Esta situación de desorden fue aprovechada por algunas comunidades para levantarse en armas y hacer relucir los abusos o despojos de los que habían sido presa por las autoridades, por lo que las tropas realistas intentarían sofocar algunas rebeliones surgidas en La Barca y Zacoalco. Como Abarca no fue capaz de organizar la defensa, los vecinos intentaron organizar la defensa conformando batallones propios para hacer frente a la llegada del caudillo José Antonio Torres, venciendo a los voluntarios que eran 1200 hombres, por lo que provoca la huida de cerca de 200 españoles junto con el obispo Cabañas que huyen rumbo a San Blas para embarcarse a Acapulco.
Ante el pánico generado por la derrota, el intendente Abarca huye a villa de San Pedro no sin antes dejar en Guadalajara a un gobierno interino conformado por hacendados miembros de la elite para que entregasen la plaza al que se le conocía como “El Amo” Torres, con la condición de que se respetasen las vidas y bienes de los españoles para que no se repitieran las tropelías de Guanajuato y Valladolid. Con el paso de los días, la tensión sobre la llegada del “Amo” Torres se iba atenuando porque corrían los rumores que la motivación de la lucha del caudillo era la de echar a los “afrancesados” que querían entregar a la Nueva España a Napoleón, dejando cierta tranquilidad, pero esto no impidió que con el pasar de los días fuesen cerrando las instituciones educativas debido al temor de que en cualquier momento los insurgentes se abocasen a saquear la ciudad y se cumplieran sus peores expectativas.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.
Federico Flores Pérez.
Bibliografía: Jaime Olvera Legaspi. Guadalajara frente a la insurgencia, del libro La Independencia en las provincias de México.
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Imagen:
Izquierda: Anónimo. José Antonio Torres, siglo XIX.
Derecha: Mapa de la Intendencia de Guadalajara, 1777-1786.

