Vacío


¿Dónde estoy?
Me muevo y gimo de dolor. Me palpo el pecho desnudo, subo por mi hombro y toco con cuidado. Está roto.
Duele y ese mismo dolor me obliga a despertar.
Eso sólo significa que estoy viva.
Suspiro de alivio.
¿Dónde estoy? ¿Y por qué sólo hay oscuridad?
El miedo rápidamente me toma de las muñecas.
Gimo de dolor.
Estoy desnuda. Me duele la piel, los ojos, los labios, la entrepierna.
Pronto mi suspiro de alivio se vuelve un lamento.
Abro los ojos. Me incorporo sintiendo como mis propios huesos me desgarran desde dentro.
Y entonces lo hago.
Grito.
Lloro.
Y deseo estar muerta.
No hay nada más doloroso que un recuerdo. No, esperen, no hay nada más doloroso que un recuerdo a medias, donde sabes que tu cerebro sólo muestra lo que lastima.
¿Por qué no me mataron?
¿Por qué dejarme así?
Sucia. Rota. Vacía.
No tengo idea de dónde estoy, pero supongo que puedo deducirlo por la superficie rocosa donde yace mi cuerpo, ¿en el fondo de una cueva, quizá? ¿Fue el mejor lugar que se les ocurrió para dejarme?
Me abrazo a mis piernas y me permito sentir mi cuerpo. Un cuerpo herido que ya no me pertenece. Siento asco de mi misma.
Empiezo a gritar y me araño la piel de la cara, me hago daño y empiezo a sangrar.
¡Me odio!
¡Me odio!
¡Quiero morir!
No sé cuanto tiempo llevo allí. No sé qué debería hacer.
Escaneo mi entorno, torpe y temerosa y con dificultad me pongo de pie para alejarme a pasos cortos.
Me envuelve la naturaleza, brillante y llena de amor, en medio de mi tragedia.
No pertenezco a este lugar. A ningún lugar en realidad. He sido desterrada incluso de mi propia piel.
Pero no puedo quedarme aquí. Desentono totalmente.
Me miro las manos, están vacías y cortadas. ¿No me defendí lo suficiente?
Y es cuando me veo. No, creo que no lo hice.
Una lágrima aterriza en mi pecho y aunque me tambaleo, me las arreglo para caminar. Las piedrecillas se clavan en mis pies y siento como se burlan de mi. De como ahora me embarga… El silencio.
De como ahora no tengo nada.
Solo desesperanza, tal vez.
Quizá debí pedirle un mejor deseo a las velas de mi cumpleaños.
Que curioso. Jamás creí en esa patraña de los deseos.
Y ahora mismo quisiera tener uno.
Que irónica se vuelve la vida cuando mueres ¿verdad?
Tardé en notarlo, lo sé, pero mejor tarde que nunca. No obstante, no puedo dejar de preguntarme ¿por qué sigo sintiendo dolor?
Una sonrisa triste se escurre de mis labios. Y me dejo caer de rodillas junto a mi cuerpo.
El destino no fue lo suficientemente cruel conmigo.
Acaricio mi rostro, pálido y con moretones.
Mis ojos permanecen abiertos.
Llevo los labios secos.
Y estoy desnuda sobre un enorme charco de sangre. Está por todos lados.
¿Cuánto debió doler?
¿Cuánto debí gritar y llorar?
¿Cuánto se abran reído mientras me violaban?
¿Cuánta pena habran sentido al asesinarme y quedarse con mi luz?
Ninguna.
Ya no estoy. Morí.
Entonces ¿por qué seguía doliendo cuando desperté?
Me acerco a mi misma y apoyo la cabeza sobre mi propio pecho.
—Lo siento —me disculpo.
Me alejo y aparto la mirada.
¿Y por qué ya casi no siento nada?
Me pongo de pie y me alejo de mi cadáver
¿dónde estoy y cuál es mi nombre?
Dos pasos más y ya no soy nadie.
¿por qué…?
Y doy un ultimo vistazo.
¿quién es la chica de ojos vacíos frente a mi?
Me acerco y acaricio el contorno de su rostro. Frunzo el ceño.
No recuerdo quién es.
¿por qué estás ahí?
¿quién se ha hecho con tu luz?
—Adiós —le digo y me pongo de pie.
Giro sobre mis talones, me despego de toda razón y con lentitud camino hacia la luz que me llama con voz melodiosa y etérea.
Dejando el cuerpo de alguna chica muerta atrás