¿Tu cama o la mia? Cap 1, 2 y 3.
CAPÍTULO 1
No sabía que al llegar a ese pueblo me sucederían las cosas más denigrantes.
Tuvimos que viajar en un avión privado directo a un pueblo que no figuraba en el mapa de nadie, ni siquiera en mi móvil.
El misterio de nuestro nuevo hogar se tornaba aún más inquietante al ver que ni siquiera figuraba en los mapas convencionales, ni siquiera en la era digital en la que vivimos. ¿A dónde diablos nos dirigíamos?
Mis padres, sumidos en un mutismo que me desconcertaba, se negaban a responder mis preguntas, repitiendo la misma letanía: “Te lo explicaremos cuando lleguemos, no tengas miedo y mantén el silencio”.
¿Cómo no iba a estar aterrada? Me habían obligado a empacar mis pertenencias en tiempo récord y luego me habían conducido a un lujoso automóvil, para finalmente subir a un avión privado cuyo esplendor me dejó boquiabierta mientras contemplaba el amanecer desde la ventana. Y ahora, al bajar del avión, un hombre desconocido me observaba fijamente a través de sus impenetrables lentes de sol.
Mi padre, percibiendo la mirada amenazadora del hombre, intentó desviar su atención entablando una conversación casual, mientras nos dirigíamos hacia el automóvil. La tensión en el aire era palpable, como si estuviéramos en un juego peligroso del que desconocía las reglas.
—Un ginecólogo va a revisar a la niña y tendrá que pasar por otros chequeos médicos —le comentó una vez que subimos a un auto negro.
—Sabemos el protocolo —carraspeó mi padre y cerró la puerta trasera del auto.
El ambiente se volvió tenso mientras nos acercábamos a lo que parecía ser un control policial. Mis padres mantenían la compostura, pero podía percibir su preocupación en sus gestos y expresiones. A pesar de que apretaban mi mano y me sonreían, sabía que algo no estaba bien.
En ese momento, mi madre se comunicó conmigo en lenguaje de señas, un método que habíamos aprendido debido a la sordera de mi prima. Sus manos se movían de manera sutil, tratando de ocultar nuestra conversación de la mirada del conductor a través del espejo retrovisor. “No digas absolutamente nada hasta que nos asignen una casa y estemos en un lugar seguro. Mantén la calma. Nos están vigilando”, me transmitió en silencio.
Asentí en silencio, pero mi interior estaba lleno de temor. No sabía dónde nos encontrábamos ni cuál era la razón de tanto secretismo. Además, el agotamiento acumulado por la falta de sueño comenzaba a pesar sobre mí. Me froté los ojos, luchando para mantenerme despierta.
Finalmente, dejé caer mi cabeza sobre el hombro de mi madre en un intento de conciliar el sueño. Sin embargo, cuando volví a abrir los ojos, nos encontrábamos a punto de atravesar lo que parecía ser un puesto de control policial.
No era un control común, era uno militar, y me desesperaba saber qué demonios estaba pasando y por qué estaban tan armados.
No llegué a ver más allá, solo vi a varios militares con cascos y armas en sus manos verificando el auto.
Nos obligaron a bajar la ventanilla.
Papá saludó cordialmente a los oficiales. Estos solo asintieron con la cabeza y, con una indicación de sus manos, la barrera roja se levantó y nos permitieron el paso.
El auto se puso en marcha y lo que vi a continuación me puso la piel de gallina.
El paraíso ante mis ojos.
Mansiones una al lado de la otra, pero a una distancia significante. Perros paseando con sus dueños, que corrían felices, sin preocupación.
Aquí no había casas pequeñas, había impresionantes mansiones que ocupaban la mayor parte de la manzana.
El auto avanzaba despacio y la gente que pasaba nos miraba con curiosidad, intentando vernos, pero no podían mientras avanzáramos.
Había árboles por doquier, no se escuchaba ningún sonido y de pronto vi locales de marcas carísimas y para nada accesibles.
No entendía dónde estaba, porque este no era un vecindario común. Supuse que era un pueblo gigante, según el mapa que acabábamos de pasar.
El mapa llevaba por título: “Bienvenidos a The Moon”.
Nunca había escuchado de un sitio igual. Ni siquiera sabía dónde estábamos.
Agradecí mantenerme callada, con la vista al frente, obedeciendo a mis padres que supongo que sabían qué hacer. Les estaba dando el control de la situación porque ahora había visto lo vigilados que estábamos.
El auto se detuvo frente a una de las mansiones.
Era una mansión blanca de techos oscuros y ventanas altas que se multiplicaban. Frente a la enorme casa había una fuente con ángeles que escupían agua de sus bocas. Alrededor predominaban árboles como álamos, sauces y cedros.
Intenté ver más allá, pero la luz del sol no llegaba o al menos mi vista no lo conseguía.
La mansión triplicaba el tamaño de nuestra pequeña casa en la playa en California. Estaba en un sitio que parecía frívolo y superficial.
Tomé la mano de mi madre por encima del asiento y la apreté para hacerle notar que estaba muerta de miedo.
—Bueno, al menos la casa parece sacada de un cuento de hadas —hablé como si hubiera pensado en voz alta.
—¿Eh?
—Silencio —mi padre nos calló a las dos en un susurro.
—Deben bajar —nos anunció el chofer.
Nos quedamos un minuto en el auto, mirándonos, y luego bajamos con desconfianza.
El aire cálido de la mañana me golpeó en la cara.
No sabía si estábamos en un país distinto, habíamos viajado durante horas y quizás el verano también había llegado aquí.
Estaba soleado, el clima era templado y no había ni una sola nube en el cielo que pudiera decirnos si iba a llover.
—Ponte los lentes de sol —me aconsejó mi madre—. Al menos eso dirá algo de nosotros.
El chofer nos estaba bajando las maletas y tuvimos que caminar hasta la casa porque no tenía autorización para entrar al predio de la mansión.
Así que éramos tres: Elijah y Sophia Brown, junto con su hija Evangeline Brown de dieciocho años, entrando al jardín delantero con una maleta cada uno.
Caminábamos en silencio, pero nuestros pensamientos seguramente estaban a los gritos.
—Mamá, ¿a dónde demonios estamos? —le pregunté en voz baja para que no me regañaran.
—En nuestro nuevo hogar, Evangeline —respondió con tristeza.
Se me secó la boca, mi corazón se aceleró y volví a mirar la mansión con más detenimiento mientras nos acercábamos.
Una casa.
Nuestra casa.
Me frené en seco, sujetando la manija de la maleta con fuerza. Mis padres se detuvieron también, resoplando.
—No. Nuestra casa está en California —susurré, sabiendo que estaba entrando en pánico—. Allí está la abuela Gyli, están mis amigos, mi escuela. ¿Qué les pasa? Actúan como robots desde que llegamos aquí, mamá, papá.
Se miraron entre ellos y mamá me jaló del brazo, pretendiendo que caminara. No me quedó de otra. Me lanzó una mirada que me fulminó, se metió en mi cabeza y logró manipularme para que me quedara en silencio mientras ambos me obligaban a ingresar a la casa.
Tenía ganas de echarme a llorar.
¿Por qué me aplicaban la ley del hielo? ¿Por qué lo hacían cada vez que me enfrentaba a ellos? Podían estar días sin hablarme por eso y yo tenía que pensar por qué demonios se ponían en ese estado.
Tras subir las escaleras de lo que suponía que ahora era mi casa (cosa que nunca iba a considerar), nos recibió una ama de llaves que abrió la puerta con una sonrisa.
Llevaba el típico uniforme de empleada doméstica: vestido negro con un delantal blanco bordeado y rodeándole la cintura.
Debía tener unos cuarenta años, el cabello rubio recogido y ojos de un tono caramelo. Nos recibió con una sonrisa cordial.
—Bienvenida sea la familia Brown a The Moon —nos recibió, abriendo la puerta de par en par—. Me alegra mucho su llegada, los estábamos esperando.
Un ligero escalofrío recorrió mi nuca.
No me gustaba este lugar.
CAPÍTULO 2.
Papá y mamá estaban en la sala, conociendo al personal que supuestamente se ocuparían de la casa. Un jardinero, dos mucamas, un ama de llaves y un sujeto que se ocupaba de la piscina que no había visto hasta el momento.
Cuando quise ir a ver la casa por si sola, mamá me detuvo sin decirme una sola palabra y me obligó a sentarme en el sofá.
No es que fuera una mala madre, pero siempre quería mantenerme bajo su control y eso me frustraba muchísimo.
Tuve que ver cómo mi padre los trataba de manera formal, como si supiera lo que estaba haciendo y mi madre, a dos pasos detrás de él con sumisión. Ella me pateó varias veces el pie de forma discreta para que enderezara la espalda.
Quise sacar mi móvil de mi bolso, pero mi madre me lo negó rotundamente. Y por supuesto que fue sin decirme ni una sola palabra, con sólo una mirada tensa y ojos saltones sabia que me estaba dando un NO rotundo a mis decisiones.
—Les recomendamos regresar a la casa eso de las diez de la noche y si hay una fiesta en el pueblo, no hay horario. —nos cuenta Allen, la ama de llaves—Luego, hay un cronograma de actividades para las damas y el caballero de la casa a donde se les enseñara equitación, natación, acrobacia y deben asistir todos al gimnasio privado que tienen en la casa. Al menos una hora al día. Las damas deberán asistir a un curso de cocina y cada una semana tendrán que visitar al clínico de cabecera que se les asignara cuando vayan al hospital del pueblo—Allen me mira a mí—. La niña deberá asistir a su primer control ginecológico hoy mismo y luego al doctor clínico el cual controlara estrictamente su peso entre otras cosas.
—¿Disculpe? —mi madre da un paso al frente—¿Por qué Evangeline deberá tener ese tipo de controles?
Allen levanta la barbilla como si estuviera a punto de prepararse para lo que parece una batalla de mando.
—Evangeline ingresara a los diecinueve años a lo que llamamos La elite. Es un edificio en donde se convive durante tres meses con otros jovenes de su edad y deberá escoger esposo. En caso de no encontrarlo este año, volverá asistir. Tiene tiempo hasta los treinta años.
Me pongo de pie de un salto, consternada.
—¡¿Esposo?!¿De qué están hablando? —levanto la voz y mi madre no pretende esta vez callarme porque está igual de perpleja que yo.
Mi padre, sin embargo, desvía la mirada.
—¡¿Papá tú lo sabias?! —escruto, furiosa.
—Evangeline—mi madre me levanta la voz en advertencia, mirando a Allen.
—Tendrás que vivir durante tres meses—vuelve a repetir Allen ahora con más paciencia—, con jóvenes de diecinueve años y también habrá otros adultos que estarán buscando esposa.
—¿Qué pasa con las personas que no logren contraer matrimonio? —pregunta mi madre.
Silencio.
Entre los empleados se miran, sin decir nada.
—Cadena de muerte, señora Brown—responde Allen sin tembleque en la voz.
Morir a causa de una vida fracasada que acaba en un matrimonio inexistente. La ironía de la vida me estaba dando una fuerte bofetada en este mismo momento.
Mamá me quedó viendo porque sabía que estaba pálida y creo que estaba a punto de bajarme la presión una vez más.
Sentía mi rostro frio y mis manos había empezado a temblar involuntariamente.
—Encontrar el amor en The Moon es algo probable y hay chicos muy apuestos que están llegando al pueblo, por lo que este año es un nuevo comienzo debido a la llegada de nuevos habitantes—agrega Allen con un entusiasmo escalofriante—. Si no te mantienes feliz y agradecido con lo que llega ¿qué gracia tiene seguir viviendo?
—Creo que es momento de que cada uno se ocupe de la casa—mi padre aplaude sonoramente para captar la atención de los supuestos empleados que nos observaban con desconfianza—. Hemos viajado por horas, necesitamos descansar.
—Por supuesto señor Brown—asintió la ama de llaves, manchándose a otro lado de la casa con el resto de los empleados caminaron detrás de ella como soldaditos.
Finalmente nos quedamos los tres a solas.
—Al despacho—nos indicó papá, caminando en una dirección que desconocía.
—¿Cómo sabes que esta casa tiene un despacho? —suelto, furiosa.
—Todas las mansiones del pueblo tienen uno—responde él, tajante.
Caminamos por uno de los pasillos que posee la planta baja y noto como la arquitectura de la casa parece querer forzar la modernidad con decoraciones absurdos que no entiendo. Hay estatuillas extrañas, cuadros que intentan decir algo y el color de las paredes no me gustan.
Soy negativa porque intento tapar mi tristeza criticando un sitio que me pone la piel de gallina.
Tras llegar al despacho mi padre cierra la puerta y nos mira a ambas. Se desajusta la corbata y se quita el saco. Toma aire como si no lo hubiera hecho desde que subió al avión.
—Me imagino que están llenas de preguntas.
—Sí, muchísimas—se adelanta a decir mi madre tras cruzar los brazos y observarlo como si no lo reconociera.
—¿A dónde estamos, papá?¿Fuimos secuestrados?¿Me vas a vender con algún ricachón o qué demonios?
—Sé que esto es muy difícil para todos y nos costara adaptarnos pero no podemos irnos de aquí—sentencia, firme—. Sé que no hubo tiempo para despedirnos y lo habrá, sólo una vez, por llamada o por carta, luego nos borraran del mapa porque viviremos en este pueblo para siempre.
—No puedes decirnos esto. Tenemos una vida en California, Elijah—lo enfrenta mamá—. Mi madre ¿qué explicación voy a darle a mi madre?
—Tendremos que despedirnos por cartas y sólo…podremos visitarla en su funeral.
—Hay que traerla a vivir al pueblo ¡no puede quedar sola, papá, ella está enferma! —levanto la voz porque ya no sé cómo llamar su atención.
—Haré lo posible para tráerla con nosotros si eso hace que ambas se sientan segura de este sitio.
—¿Por qué hablas cómo si ya lo conocieras? —doy un paso al frente.
Papá me mira un instante y al ver que no tiene escapatoria, suelta el aliento.
—The Moon es un pueblo en donde sólo vive la gente que es más que billonaria; su gente mueve al mundo con sus negocios de marketing entre otras cosas mucho más “grosas” —hace comillas con la ayuda de sus dedos de manera ironica—. Una vez que naces en este pueblo, perteneces a este para mantener tu apellido y no puedes irte porque sufres el exilio, sin dinero, vives perseguido y te asesinan si ven que pones en riesgo a la gente que vive aquí.
—¿Estamos en una cárcel para billonarios? —pregunto, sarcástica—¡Ni siquiera llegamos a fin de mes con el dinero e intento que mis calcetines sobrevivan todo el invierno!
Papá y mamá se miran discretamente pero no tanto como para que no me dé cuenta.
—Un momento…¿somos ricos? —apenas me sale la voz.
—Tu padre lo es—respondió mamá, evasiva.
—Mis padres se vieron sofocados durante años en The Moon y decidieron escapar. Pero no lo lograron, los encontraron y las autoridades de aquí los acribillaron una vez que se instalaron en California. Días antes me abandonaron en un orfanato. Supuse que fue porque los habían descubierto y querían mantenerme a salvo—nos cuenta papá con tristeza—. Y bueno, me encontraron y siempre se aseguran que los herederos vuelvan a donde pertenecen.
—Papá yo no sabía que…
—Nadie lo sabía, Evangeline. Y ahora tenemos que agradecer que no me mataron y que no les hicieron daño a ustedes. Son lo más preciado que tengo.
Mamá y yo no nos movemos de nuestro sitio a pesar de que presiento que ambas queremos abrazarlo.
—Si traemos a mi madre aquí puede que me relaje un poco—mamá se lleva una mano a la frente—. Necesito fumar. Dios, dime que en este sitio hay cigarrillos.
—¿Habanos te convence? —le pregunta mi padre.
—No seas asqueroso Elijah.
—¿Hicieron que estirara mi calcetín para que durara todo un invierno y resulta que éramos ricos? —vuelvo a preguntar.
—Tus abuelos lo eran, nosotros heredamos sus negocios.
—¿Y cómo sabes de ellos si fallecieron cuando eras pequeño?
—The Moon te pone al tanto de todo.
Mucho por procesar. Me dejo caer en uno de los sofas de cuero duro del despacho. Es incomodo, pero luce caro.
Miro mis calcetines negros, aquellos que estiré durante todo el invierno y que no me cansaré de repetirlo hasta que me muera.
Resulta que estaba en un pueblo que parecía un paraíso y donde tendría que vivir por el resto de mi vida si no quería terminar muerta.
Tenia amigos que me esperaban este sábado para beber algo en la playa (por supuesto que mis padres no sabían que bebía) y todo ese plan se había cancelado por culpa del destino.
Porque no tiene sentido hacer planes para un mañana si de todas formas este podría darse vuelta en cuestión de horas.
Mi madre, que estaba caminando de acá para allá mientras discutía con papá por la abuela, se me acercó, agachándose a mi altura sujetándose con las manos en el respaldo para no caer, me miró atrapando mi atención.
—Podemos conseguir un matrimonio arreglado para ti y podemos estirar eso de casarse por varios años. No tiene que ser pronto. No tienes que estar asustada por eso, Evangeline—me asegura ella—, no vamos a dejar que te casen con un extraño.
—Ni mucho menos que modifiquen tu estilo de vida. Eres inteligente, no vamos a permitir que ninguno de aquí te haga pensar lo contrario—agregó papá—. Recuerda siempre que eres una Brown.
Hicieron lo que pudieron con tal de protegerme, pero no lo consiguieron del todo porque mi llegada al pueblo fue una pesadilla a partir de ese día.
CAPÍTULO 3
No sabia lo duro que podían ser los doctores con los recién llegados al pueblo.
Se ocuparon de hacerme sentir incomoda con mi peso, con el tamaño de mis piernas, mi atuendo, mi cabello y fueron severos a la hora de preguntarme si era virgen, lo cual no sabia que tenia “valor” hasta que tuvimos que mudarnos aquí.
Que si mis dedos eran largos y finos, que si mi cabello necesitaba tratamiento, que si mis labios estaban resecos, que necesitaba una depilación urgente de piernas porque se notaban los puntos negros de mis vellos crecientes.
Y ni hablar cuando vieron mi vello púbico tras hacerme ese chequeo de mierda para confirmar si decía la verdad.
Me sentí violentada porque no había sido atendida por profesionales, sino, por gente criticona sin filtro que se ocupó de hacerme sentir mal conmigo misma y lo que soy físicamente. Y no les importó.
Antes, había varias chicas que estaban haciendo fila conmigo para ser atendidas. Las que salíamos teníamos una cara completamente deprimida a las que estaban a punto de entrar.
Tras salir del consultorio, mi madre se puso de pie y tomó mi mano. Ambas caminamos en silencio por el pasillo del hospital, el cual, parecía un hotel de lujo. Tras salir a la calle, un auto negro de ultimo modelo (creo que era un Audi, soy mala para saber la marca de los autos) nos estaba esperando.
—Mamá, me hicieron preguntas horribles—le conté en un susurro.
—Hablaremos en casa. Yo tampoco la pasé bien—me corta, preocupada.
Tras llegar de nuevo a la mansión, respiré. Me descalcé y me senté en el suelo de la sala viendo con atención cada detalle con el fin de distraerme.
Mamá colgó su bolso y se sentó en el sofá, encendió el televisor y puso el canal de música. Supongo que estaba igual de dolida que yo.
—No sabia que tener tantos lunares en lugares “indebidos” fuera un pecado—le comento a mamá.
Mi madre me observa, horrorizada.
—¿En serio te dijeron eso, Evangeline?
Asiento con la cabeza tras apretar los labios.
—Me dijeron que estaba gorda como si eso fuese algo malo. Fue de manera despectiva. Dije que estaba pesando cincuenta y siete kilos y aún así me recomendaron bajar a los cincuenta si quería conseguir esposo rápido en el palacio de la elite.
—Este pueblo está enfermo.
—Moria de ganas por protestarles pero lo dejé pasar porque creo que ya tenemos demasiado lio en nuestras vidas—finalizo, pegando mis piernas flexionadas contra mi pecho—. No creo que pueda soportar vivir aquí, mamá. Y sólo vamos un día.
Mi madre tiene los ojos en un video musical, no dice nada pero su rostro lo dice todo; sabe que no nos queda otra que sobrevivir.
—¿Qué pasará con la universidad? ¿Y mi beca en Yale? —levanto la cabeza tras darme cuenta todo lo que estaba dejando atrás—. Mamá dime que iré a Yale.
Sigue con los ojos en el televisor, toma el control y cambia de canal. No me dice nada.
—¡¡Mamá!! —le grito para que me escuche.
—¡No lo sé, ya te dije que no lo sé, Evangeline! —me grita aún más fuerte, revoleando el control a algún punto de la sala.
Me quedo paralizada. Veo el terror en sus ojos y seguro ella los ve en los míos.
Lo primero que quebranta el pueblo es la familia y seguro no fui la primera en saberlo.
Los primeros días mis padres no me hablaban, luego se acercaban a mí cómo si fuese lo mejor que les pasó en su vida para después pasar a ignorarme de nuevo.
Era confusa mi relación con ellos, extraña y triste porque cuando creía que por fin los estaba entendiendo, volvían a cerrarme la puerta en la cara.
Me distraje paseando por la casa, recorriendo los interminables pasillos e intentando saber por qué mis redes sociales no abrían en mi móvil. Es como si me las hubieran bloqueado. Entonces entendí que era en serio que estábamos borrados del mapa.
—Puedes usar redes sociales, pero debes agregar únicamente a gente del pueblo y a otros habitantes de otros parecidos a este—me dijo Allen, la ama de llaves al ver lo frustrada que estaba con eso.
—¿Debo abrirme otra cuenta?
—Sí, una de cero. Tienes prohibido seguir a personas corrientes, como le llaman aquí. Si deseas, puedes seguir a gente como las Kardashian.
—Es un chiste.
—Me gustaría decir lo mismo—resopla.
—¿Cuántos pueblos hay como este?
—Miles.
—¿Es en serio?
—Sí, el más cercano es The Sun. Se dice que las reglas allí son mucho más flexibles y se vive mejor, pero es prácticamente lo mismo.
—¿Y podré ir allí algún día si quiero?
—Por supuesto que sí—esta vez sonríe a gusto—, tienes acceso a los pueblos que quieras y si no consigues esposo aquí, puedes pedir que te deriven a otro palacio.
—¿Por qué nadie habla de este sitio? Es decir…es lindo pero horrible a la vez.
—Porque todos querrían vivir aquí. Tú, Eva, estás en el paraíso, sólo no muerdas la manzana.
***
No inicié ningún curso de cocina, costura, natación o equitación debido a que mi cumpleaños numero diecinueve estaba a solo horas de llegar a mi vida y según tenia entendido, un coche me recogería por la mañana para llevarme a ese tal Palacio de Elite.
Estaba en una casa que no sentía mía, tuve que abrir una cuenta de Instagram y tener un nombre de usuario como “EvaMoonBrown”. Y fue instantáneo como los seguidores empezaron a subir pero ningún mensaje llegó, por lo que entendí que no estaban interesados en hablarme, sino, en ver quién demonios era.
Estaban ansiosos por que subiera una foto mía y darme a conocer, pero no le daría el gusto a nadie. Tenia ganas de enviarle un mensaje a mi mejor amiga para decirle que estaba bien, pero monitoreaban los celulares y podría meter en lio a mis padres.
Y si eso ocurría, no creo que pudieran perdonarme.
La casa me seguía resultando incomoda, la que se supone que era mi habitación era tan elegante que si movía algo, tenia la sensación de que la desordenaría.
Lo único bueno fue el guardarropa que Allen escogió por mí y le dio en el clavo. Supongo porque tiene una hija que ronda mi edad.
¿Qué pasaba con las chicas y los chicos que eran hijos de empleados?¿Se iban a ir a vivir también al palacio de la elite?
Me sentía una reclutada y temia con lo que podía llegar a esperarme en aquel edificio que no paraban de promocionar como el descanso y la diversión de los jóvenes del futuro.
Quise vomitar cuando vi el panfleto.
Todo estaba ocurriendo demasiado rápido.
Me senté en la cama y me vi frente al espejo que estaba cuidadosamente colocado frente a esta. Suspire.
No quería hacerles caso a los supuestos doctores que me habían dicho que todo en mí estaba mal. Me gustaba mi pequeña nariz, mis mejillas regordetas y como se ruborizaba cada tanto. Mis cejas que depilaba como podía con una pinza y mi cabello negro que solía planchar todos los días para evitar que se esponjara.
Lo que más me gustaba eran mis ojos.
En un mundo en donde la belleza solía serlo todo, tenia que recordarme a mi misma constantemente que no estaba mal y que nunca lo estaría.
—Pase lo que pase, siempre serás suficiente Evangeline—repetí lo que siempre me decía mi abuela.
Lo único que esperaba es que siguiera con vida.
***
—Tienes nuestro numero y vas a poder llamarnos cuando quieras a la hora que quieras. Eso lo sabes, Evangeline—más que una despedida lo sentía como un regaño—. Intenta hacer amigos.
—No la esfuerces. Ya la está pasando pésimo—mi madre pone los ojos en blanco y vuelve su atención en mí.
Está por llover, el coche que me llevara al palacio de la elite está esperándome y yo no me siento cómoda con todo esto.
—Evangeline, no debes decidir pronto por un marido. Tómalo como unas vacaciones y saca provecho de toda la riqueza que nos rodea ahora—me aconseja ella, como si realmente se lo dijera a ella misma—. Disfruta, folla y pásalo en grande.
—Pero ¡¿qué dices mujer?! —estalla mi padre, avergonzado.
Aguanto una risa.
—¡Déjala que al menos disfrute de toda esta pesadilla, Elijah!
—No quiero presenciar otra pelea suya, al menos díganme feliz cumpleaños.
Ambos se calman, sintiendo piedad por mí y besan mi mejilla luego de ayudarme a subir las maletas al auto.
Me despido, subiéndome y saludando por la ventanilla con la mano. El auto arranca y sinceramente no sé dónde estoy viajando. Sólo sé que tengo miedo, estoy nerviosa y temo que cuando ponga un pie fuera del coche, mi autoestima se estanque en el suelo y no vuelva a subir.
Ahora que lo veo mejor, creo que los médicos en vez de aconsejarme lo que debía hacer con mi cuerpo, lo empezaba a ver como una advertencia porque mientras más avanzaba el auto veía chicas más delgadas preocupadas por su cabello y luciendo atuendos sacados de Pinterest.
—Si está nerviosa puedo ofrecerle un cigarrillo—me menciona el chofer tras mirar significativamente la guantera del auto.
—No, gracias. No fumo.
—Los choferes del palacio suelen ofrecer este tipo de cosas debido al nerviosismo de los postulantes.
—¿Postulantes?
—Sí, así se les hace llamar a ustedes.
Postulantes…
Mejor mátenme.
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