Torbellinos de amor


“Prince”
Capítulo 1
Prince era el mayor de los hijos de María, su primogénito y el único que recordaba cómo era su padre, en verdad lo quería mucho, esto a pesar de su abandono, tanto así que lo extrañaba; nunca entendió su partida, nunca pudo superar su ausencia. Tenía apenas 6 añitos. ¡Tan sólo seis! Cuándo lo vió salir por última vez, para jamás regresar, con él se fue la palabra papá, se llevó también su alegría, las inolvidables horas a su lado, los increíbles cuentos que contaba. ¡Todo! Dejó eso sí, un vacío imposible de llenar, cómo sea él lo intentó, trató de ser un Padre para sus hermanos, de cubrir de alguna manera su puesto; tarea nada fácil y algo complicada, tuvo que hacerse hombre rápido, no había tiempo para la infancia, para los deportes, ni para el estudio; el trabajo sustituyó los juguetes, había que producir dinero, tenía que traer comida para su casa. Por eso llenaba las bolsas en el supermercado y hasta sé ofrecía para llevar los paquetes. (Esos pesados mandados) Sé ayudaba eso sí, bastante con las propinas, estas claro está dependían, del buen corazón de la gente, una veces eran jugosas, otras, miserables y patéticas, esto a causa de la pichirrez.
En ese trajín el tiempo fue transcurriendo y aquel sufrido niño, se hizo todo un hombre; alto, fuerte, atlético y muy apuesto, que aún pensaba en su papá, que no desechaba para nada su imagen, sobre todo sus ojos, mismos que Augusto posaba con ternura sobre él y que aún permanecían intactos en su memoria; con ese nostálgico recuerdo llegó a su lugar de trabajo.
Llevaba casi siete años, laborando en aquella prestigiosa empresa; en donde cumplía funciones de utiliti, el muchacho que hacía esto o aquello, algo así como una especie de comodín, del gigantesco departamento de servicios generales; sabía de electricidad, dé plomería, dé carpintería y hasta trabajaba, cuando así se requería, en el área de mensajería, hablando coloquialmente, hacía de todo un poco o sea, lo que le mandasen.
Eran ya las 9 y 55 de la mañana, como quién dice, casi las 10; él venía de retirar una encomienda en RDK (Empresa dedicada a este ramo) La cuál y por cierto, estaba dirigida a la “Gerencia de Recursos Humanos”; cargando la misma. Ingresó lentamente a la entrada principal, del suntuoso y gigantesco edificio, sede de la “Trial Rek Company”; un elegante y vistoso letrero identificaba aquel espacio como: “Área de atención al cliente” (A.T.C).
El corpulento muchacho colocó con mucho cuidado. (Así era con todo lo que hacía) La caja qué transportaba sobre el amplio escritorio y saludó como era su costumbre, a la hermosa y sensual recepcionista, eso sí, con mucha amabilidad y respeto; luego sacó del bolsillo derecho de su camisa, un pequeño pañuelo, impecablemente blanco, con el cuál procedió a secarse el sudor que corría por su frente, producto del gran esfuerzo físico realizado. Eva lo observa de reojo, le fascinaban sus ojos azules, soñaba con acariciar su rubio cabello; tanta atracción le causaba a la joven empleada, la llegada de aquel muchacho, que su sola presencia, tan solo eso, era motivo suficiente para una fuerte excitación, qué casi tocaba los límites del orgasmo.
– ¿Té sientes mal Eva?
Le preguntó él y ella arreglándose un poco en su asiento; tomando una hoja para disimular su extraña actitud, expresa tímidamente.
– No Prince, es el trabajo, hoy tengo bastante.
En eso hace su entrada al lujoso inmueble; “Carolina Isabella López” la consentida hija de papá; nos referimos al conocido y respetado industrial Rafael López Idriago; el cuál no era Doctor, es más, ni siquiera era bachiller, pero le agradaba mucho que le llamasen así; quien no lo hacía se metía en problemas, claro está que entre bastidores, sus empleados lo apodaban de otra manera, le decían “el avaro”. Esto porque lo era.
La imperiosa joven sé lleva por delante a Prince, en verdad era así con todos; prácticamente lo atropella, incluso, hasta lo empuja con marcada violencia.
– ¡Quítese del paso inepto! Tu sucia ropa, tocó la mía. ¡Qué asco!
Le grita ella y este sé aparta en completo silencio. No entendía él, como un ser tan hermoso, podía portarse así, de esa manera tan cruel y déspota.
– Así tiene que ser marginal, calladito y servil, arrastrándote como un perro, para no perder tu miserable empleo; cuidando las cuatro puyas que te paga mi Padre; para que no sé muera de hambre, tú patética familia. ¡Ahora apártate de mí vista! No voy a seguir perdiendo el tiempo contigo, tengo cosas importantes qué hacer ¿Se encuentra papá?
Pregunta Carolina a la recepcionista; de manera directa, seca y cortante. (La normas básicas dé educación, para ella no existían o por lo menos, no las uitlizaba) Esta que conocía muy bien al peculiar personaje; le responde al instante.
– Sí señorita, está en su despacho.
Después de oír lo anterior, ella pasó velozmente al ascensor, claro está, sin dar las gracias, nunca las daba, menos aún los “buenos días”, era su forma de ser, una parte vital de su incomprensible personalidad; cómo siempre y fiel a sus principios, no esperaría en la antesala, para entrar a presidencia, odiaba los protocolos, detestaba ser anunciada; lo haría a su manera, como sea, aquella empresa también era de ella, esto porque para la encantadora heredera, los empleados eran simples peones de ajedrez, algo así como basura humana; elementos desechables, que no poseían ningún valor.
Pero había algo que la molestaba, que la inquietaba mucho y hasta la hacía sentir rabia consigo misma, y ese algo era aquel muchacho. ¿Por qué le causaba cosquillas en el estómago su presencia? ¿Por qué la ponía nerviosa, intranquila? ¿Por qué su corazón se alocaba ante él? ¿Por qué se acariciaba sus partes íntimas, en la soledad de su lecho, imaginándose que Prince la poseía? Era algo absurdo pero real, aquel joven la había llevado a los límites del placer y ni siquiera lo sabía. Ella no asimilaba aquello, era una idea loca, inaceptable, imposible de concretar.
– No, no puede ser. ¿Me estaré enamorando de él? ¿Acaso quiero ser la burla de todos? ¡La novia del pobretón!
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“La prisión”
Capítulo 2
La cárcel era oscura, fría, inhumana; Rodolfo había sido transferido a ese centro penitenciario, acusado de ser uno de los asaltantes del “Banco Central”. Recordemos que aquel robo se realizó, exactamente el día 3 de mayo del año 1999, en horas de la mañana; seamos más específicos, fue una acción tipo comando y contó con la utilización de armas largas, en el intervinieron un total dé 3 hombres, los cuáles se cubrieron el rostro con capucha; esto para no ser identificados. Todos no contaron con la misma suerte, veamos porque: uno de ellos está preso, otro lo tiene en su poder la mafia y el tercero, sin duda alguna el guía de aquel trío, prácticamente se podría decir, que fue el líder fundamental de aquella acción, fue asesinado de tres disparos. Debemos acotar, que éste individuo antes de morir y en su desesperada huida, encuentra a un hombre parado en una esquina. (El cuál no tenía nada que ver con aquel atraco). Precisamente es a éste, a quien hace entrega de los 32 millones de $.
Ahora volvamos con la historia de Rodolfo; para llegar a su sitio definitivo dé reclusión; él tenía que atravesar primero, el inmenso patio principal (“El Gran agujero”, así lo llamaban los reos) Después del mismo, estaba el tétrico pabellón # 4, el más peligroso dé todos; en su fila izquierda, exactamente al final. (Éste espacio era sumamente estrecho y sólo contaba con dos hileras, siendo la más amplia la del lado derecho) Sé ubicaba la celda # 56, la cuál estaba destinada a ser, por sentencia firme de un juez, la residencia obligada. (Asignada por “la unidad de control interno penitenciario”) Del prisionero # 456; el tiempo establecido por el tribunal, para el cumplimiento estricto de esa pena sé fijó en: 14 años, 2 meses, cinco días y cuatro horas. Cumplido el mismo, sería puesto de inmediato en libertad.
Él sentía qué el corazón, sé le quería salir por la boca, esto debido a las fuertes palpitaciones, tenía pánico, miedo, temor. Esto porque no conocía ése sórdido mundo, es más, le huía, ni siquiera le gustaba, como tema de conversación, siempre lo observó desde lejos, como si no existiese, jamás pensó en caer en una situación de esas, en pisar un espacio tan deprimente. Era más bien el típico hijo de familia, el orgullo de papá y mamá, la esperanza de su casa, todo eso quedó atrás, solo tenía ese extraño presente. ¡Allí frente a él! Y lo tenía que afrontar. Al llegar a la 56, lo primero que observó. (Nada bueno por cierto) Fue el nefasto comité dé bienvenida, integrado sin duda alguna, por personajes extraídos de alguna película de terror, los cuáles por su aspecto exterior, mostraban ser de la peor calaña. Uno de ellos (Nos referimos a un tipo alto, de piel oscura, bastante corpulento y qué tenía la cara cortada de palmo a palmo) Sé paró frente a él.
– ¿Cómo té llamas marica?
Aquella pregunta grosera, claramente hostil. Llevaba implícita sin ninguna duda, las más perversas de las intenciones.
– Rodolfo Hernández señor, ese es mi nombre.
Respondió inocentemente el aludido; evitando a toda costa, una situación violenta.
– Aquí serás “El plasta”; te estoy dando un nuevo nombre basura ¿Entiendes?. Vamos a ver sí captaste ¿Cómo te llamas marica?
Le pregunta de nuevo, pero esta vez los otros presos se colocan detrás del líder.
– El plasta, soy el plasta.
Todos sueltan la carcajada ante aquella respuesta, que indicaba de algún modo, que el hombrecito era fácil, sumiso, dominable. En otras palabras, no había que trabajar mucho.
– Dame los zapatos, tu reloj y vacía tus bolsillos. ¡Rápido plasta!
En verdad no quería problemas, nada de eso. Por eso entregó, de manera sumisa y sin poner objeción alguna; su costoso calzado italiano. (De la afamada firma “Giannico”) Su fino Rolex. (Cien por ciento original) Y hasta los 145$ qué traía.
– No está mal plasta, no está mal. Pero debo aclararte algo. ¿Sabes por qué seguridad no te quitó estás cosas al entrar a la cárcel? No, no sabes. ¿Verdad que no? Te lo diré, para qué sepas donde estás parado; no te despojaron absolutamente de nada. ¡Porque todo es mío! Yo soy el manda más aquí, cómo dicen por ahí “El propio” Ahora, pasemos a otro asunto.
Diciendo esto, cede el paso a sus compañeros y se ubica aparte en una de las esquinas de la celda; desde allí ordenó a sus subalternos.
– ¡Muchachos, quiero que le den la bienvenida al plasta!
Mientras se iniciaba aquel castigo, el cuál sería el primero de muchos, él manipulaba con cierta curiosidad su nuevo Rolex; de todo lo incautado al pobre infeliz, fue sin duda alguna lo que más le agradó; Claramente se apreciaba, no hacía falta inteligencia para ello, que aquel hombre era sin lugar a dudas, el jefe de aquella peligrosa comunidad, su líder por decirlo así, por esa causa elemental, todos se lanzaron contra el recién llegado, golpeándole fuertemente y por todos lados, cualquier lugar era bueno, con tal dé hacer daño, de causar dolor, aquella sucia labor, la hacían en cayapa, disfrutando Eso sí, al máximo y con un placer morboso, su cochina acción; como era lógico esperar, el indefenso muchacho cayó al suelo; entregado como estaba al intenso martirio, allí empezaron las patadas, las cuáles fueron menos que los golpes. (Esto porque ya estaban agotados) Luego de éstas, Tres de ellos procedieron a escupirle, sobre todo en el rostro. (Esto era algo así como una costumbre y siempre se le hacía a todo aquel que recibía tratamiento) Incluso, hasta lo orinaron (Esta actividad, la efectuaban riéndose a carcajada suelta, no sabemos porque) Rodolfo no se resistía, no podía hacerlo, era cómo un saco de boxeo llevando coñazos o algo así, tenía que aguantar, no había más opción. Pero a pesar de todo ese ejercicio de sadismo; había algo que lo tranquilizaba, que le daba cierta paz y era que ellos, habían perdonado su hombría, no lo habían violado.
– ¡Habla plasta! ¿Dónde está el maldito cabron? ¿Quién tiene el dinero del jefe?
Le preguntó con insistencia, una y otra vez, sin obtener la respuesta qué buscaba; él se hallaba en el pavimento, casi sin sentido, sin fuerzas, esto claro está, producto del fuerte castigo físico recibido.
– ¡Desgraciado! De “Iznar Fabricio Quintana” nadie se burla; recuerda bien eso. Té dejaremos por ahora basura, porque no te queremos muerto, pero quiero que sepas algo. Tu vida será un infierno en esta prisión, de eso nos encargaremos nosotros; ya lo verás pedazo dé mierda y qué no sé té ocurra soltar la lengua, qué no sé té vaya el yoyo, porque te matamos como un perro ¡Vámonos ya de ésta celda muchachos! Por hoy fue suficiente.
Indicó el pantera, así lo llamaban todos y los cuatro salieron; cerrando con cuidado las rejas. Allí quedaba Rodolfo, bastante adolorido, sin capacidad para levantarse, con posible fractura de costilla y múltiples moretones, pero no habló, no lo hizo, guardó silencio, selló sus labios, tal y como lo prometiera, esto para proteger a su gran amigo. (Él no sabía que ya estaba muerto) Por eso no lo delató, nunca lo haría. ¡Jamás! Primero se enfrentaría a la muerte, que hacer algo tan detestable.
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“María”
Capítulo 3
Levantar tres hijos sola, sin el apoyo de un hombre, parece una tarea fácil, pero no lo es, más aún sí los tres son varones; eso hacía la cosa más complicada, esto lo meditaba ella mientras cocinaba.
– Mami dame algo de dinero, necesito comprar una hoja de examen.
Le indica Robertico, su hijo menor y el único de los tres que estudiaba; ya que Prince desde pequeño, trabajaba para ayudarla, por esa noble causa, nunca pudo ir al colegio; Braulio tampoco lo hizo, pero a diferencia de su hermano mayor, este era un vago, sinvergüenza y chulo, que nunca ayudó en nada a su hogar.
– Primero almuerza, sin comer no quiero que vayas a clases.
Le indica ella con mucha ternura, con ese amor qué siempre la madre imprime, en cada gesto, en cada palabra, en cada acción que ejecuta; esto mientras le sirve sonriente la comida. En verdad aquella mujer adoraba a sus hijos. Por ellos había dado todo en la vida, incluso, después del abandono de su marido, quien la dejó sin causa justificada, sin ninguna explicación, más nunca buscó pareja, no quiso colocarle a sus muchachos, esa figura problemática del padrastro.
– No puedo darte mucha plata hijo; tengo poco dinero, la situación está difícil, todo se gasta en comida; cada vez la vida está más cara.
Le explica ella, mientras él se acomoda en la mesa, esperando con paciencia su “arroz con pollo”. Menú este que María preparaba puntualmente todos los martes y a la misma hora; era por decirlo así, cómo una especie de costumbre. En ese momento repica el celular del muchacho, lo hace varias veces, pero Roberto se hace el desentendido, en otras palabras, como sí la cosa no fuese con él.
– Hijo, no ignores tu teléfono, puede ser que sea importante.
Le sugiere la mamá y él toma la llamada, pero lo hace con desgano, de mala gana; se aprecia claramente que no quería hacerlo.
– Halo, sí, soy yo Eleonor, ¿Qué quieres? ¡Qué! ¡No puedes estar embarazada! Eso es imposible.
Indica el joven, verdaderamente alarmado; y levantándose bruscamente de la mesa, se le veía intranquilo, preocupado, inquieto; ya no le interesaba almorzar, el hambre pasaba a un segundo plano, perdía importancia. Toma con torpeza sus libros y se despide fríamente de su madre. Cosa ésta que nunca hacía, pues era el más expresivo de todos sus hijos, quizás hasta el más cariñoso.
– ¿Qué te sucede Roberto?
Le pregunta ella, un poco angustiada.
– Nada mamá, perdí el apetito, eso es todo; almuerzo cuando venga.
– Y el dinero que me pediste.
– Ahora no me lo des, se me hizo tarde.
Expreso; saliendo de la casa, con un apuro que tampoco era común en él. Por unos instantes, muy breves por cierto, ella detuvo su labor y se quedó pensativa; su pequeño no era así, lo conocía muy bien, lo suficiente para saber que algo grave le estaba pasando y lo tenía que averiguar, fuese cómo fuese.
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“Braulio”
Capítulo 4
– Mónica, en tus brazos, he conocido el verdadero amor; eres toda una hembra.
Indica él, mientras acaricia con ternura, el suave cabello de su amada; la ardiente pareja hacía apenas unos minutos, había terminado de hacer el intenso acto sexual y tomaba como es lógico, un merecido receso, buscando fuerzas para empezar de nuevo aquella faena. Ella no era mujer de un orgasmo, no le bastaba el “uno y yá”, era intensa, fogosa, gustaba del hombre dotado, del macho que supiese hacerla mujer, que la hiciera vibrar, estremecer y ese era Braulio, en ese muchacho tenía todo lo que buscaba.
Él se acercó más a ella, con una proximidad que incitaba al sexo; la besó con pasión, con verdadera furia. Empezaron otra vez las caricias y al calor de estas creció la excitación; en eso, el celular de Mónica empezó a repicar, lo hizo varias veces y con marcada insistencia.
– Ignóralo mí amor.
Le sugiere Braulio, posando con suavidad, la mano derecha en su excitada vagina.
Ella observa de reojo el teléfono, la pantalla le indica que la llamada es de su padre; eso la inquieta, le preocupa, le quita la concentración y la saca del acto sexual.
– Déjame responder mi amor, es mí papá, sí no lo hago me meto en problemas.
– Está bien princesa, atiende tu llamada.
Le indica él resignado; mientras se sienta en la cama, claro está, no muy contento con la interrupción. De los hijos de María, él era sí se quiere, el único irresponsable, no estudiaba, tampoco trabajaba, se portaba más bien, como una especie de gigoló, cobrando ¡Y muy bien! Por sus destacados servicios sexuales; para Braulio su pene, era una especie de empresa portátil, que le generaba excelentes ingresos. En verdad no amaba a ninguna, les daba eso sí, placer por dinero, era el Kama Sutra hecho carne, el amo del éxtasis, el señor del orgasmo; sin duda alguna, conocía todas las posiciones, incluso tenía hasta propias; sabía con precisión como excitar, manejaba con maestría, los puntos más sensibles en cada mujer, el masaje ideal, la palabra oportuna y era un verdadero experto, en el arte de besar y en el uso perfecto de la lengua. Pero tenía prohibido enamorarse, lo veía como una debilidad, para Braulio aquello era un negocio, solo eso, lo que sí amaba en verdad, era cada dólar qué caía en sus manos.
Ella lo adoraba, lo quería, lo deseaba; aunque sabía que él, no era hombre para una sola mujer. Pero aquel amor, era algo utópico, fantasioso, no podía ser en el plano real; ella pertenecía a la alta sociedad y Braulio, no era más que el hijo de la costurera del barrio, su padre jamás aceptaría una unión así.
– Dime papá, te escucho.
Expresó ella, atendiendo la llamada.
– ¿Dónde estás?
– Con unas amigas, andamos de compras.
– Los escoltas te perdieron la pista, no saben de ti y tienes desactivado el GPS.
– Papá dame algo de libertad.
– Tienes media hora para llegar a mi despacho, aquí te espero y cuidado sí estás con ese sinvergüenza de Braulio. No me hagas matar a ese perro.
– No estoy con él, no te preocupes papá, ya salgo para allá.
La llamada finalizó y Braulio se acercó a ella, esto con el objeto de calmarla; porque la notó un poco temerosa, algo intranquila.
– Vamos a vestirnos mí amor y no té preocupes, no estás sola, estoy aquí, contigo, no te sientas mal.
Le indica él; mientras la ayuda a levantarse de la cama. No podía la hermosa joven disimular, la inmensa preocupación que mostraba su rostro, la cuál era evidente y gravemente notoria.
Como siempre lo hacían, se bañaron juntos, disfrutando como dos adolescentes, de aquella agua refrescante, del sugestivo contacto, de ese gusto qué te otorga lo prohibido, eso sí, evitando a toda costa, iniciar de nuevo el acto sexual; esto porque no podían perder más tiempo. Finalmente, la primera persona en dejar la ducha fue Mónica, tenía más prisa en vestirse, en reunirse con su padre; luego salió él, secándose el cabello y silbando una melodía, que su sensual pareja, no supo muy bien identificar.
– Te arreglaste rápido amor.
Le acota Braulio, mientras termina de ponerse el pantalón; ella no le contesta, tan sólo le sonríe, al mismo tiempo que ordena sus objetos personales. Al llegar a su cartera, extrae de la misma, una fuerte cantidad de dinero, la cuál y sin perder más tiempo, entrega de inmediato a su ardiente gigoló.
– Toma mí amor, los 1000$ que me pediste.
Esto lo indica con cierta dulzura; incluso, con marcada ternura; claro está, que en el fondo de su ser, la enamorada muchacha sabía que estaba pagando los servicios costosos de un prostituto; eso le parecía mentira, algo estúpido, hasta ridículo. ¿Como una chica joven, bonita y rica, podía recurrir a esta clase de “tratamiento”? Braulio le sonríe maliciosamente, no posee el más mínimo escrúpulo. Es un tipo codicioso, amaba como nadie al dinero, esa era una parte esencial de su extraña personalidad; por ello toma los billetes, lo hace sin proferir una sola palabra y los guarda en el bolsillo derecho de su pantalón, no los cuenta, nunca lo hacía, confiaba mucho en ella, es más, lo hacía con todas sus clientes. Él sabía muy bien, que el servicio que prestaba, era de primera y que la satisfacción estaba garantizada.
– Salgamos ya cariño, mi padre me está esperando.
Indica ella y los dos se retiran en silencio. Sobre ambos estaba, sin duda alguna, la sombra de Don Gregorio Salgado y con él, no se jugaba; incluso y Mónica lo sabía, el pretencioso muchacho, había sido amenazado de muerte por sus peligrosos escoltas, hombres de dudosa reputación y de muy mala fama. Debía Braulio cuidarse mucho, pues su vida corría peligro, eso lo tenía él muy claro, pues tonto no era.
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Muérete ya
Capítulo 5
Lo pusieron de rodillas, mientras un largo y filoso cuchillo, sé paseaba amenazante por su cuello. Nunca fue un cobarde, eso es verdad, pero tampoco valiente. Se podría decir más bien, que era un tipo indiferente.
No había vivido mucho, eso era evidente, tan solo 32 años, pero estos fueron intensos, eso sí, transcurrieron muy de prisa, quizás no hubo tiempo para la reflexión y tal vez ese era el momento ideal; al borde de la muerte todo se puede, por eso llegaban a él, los retazos aislados de una cruda realidad. Por otro lado, le parecía absurdo estar allí, próximo a perder la vida y por una estupidez. No, no era justo.
– Sabés desgraciado y muy bien, que con nosotros no se juega, el dinero del atraco tiene que aparecer. ¡Fue mi operación! Todo lo planifiqué yo, puse las armas, el vehículo. ¡Todo! No acepto excusas idiota. ¿Dónde está mí dinero?
Un hilo finísimo de sangre, empezó a correr por su garganta. Edgardo sabía, pues tonto no era, que aquello era el principio de su fin, el cuál y por cierto era inminente, inevitable, tanto así que se podía incluso: oler, palpar, sentir; pensó, eso sí con cierta tristeza, en aquella despedida obligada, en su pequeño hijo, de apenas 5 añitos de edad y en su muy amada esposa, por ellos se había metido en aquella mortal aventura, que sin piedad marcaba el final de su existencia; ahora no los vería más, de eso estaba seguro.
– No sé nada de ése dinero. Rodolfo está preso; pregúntele a él.
– Ya lo sondeamos, no quiere hablar y eso que le dimos duro y por lo que veo tú tampoco lo harás. Sabes bien que no tengo paciencia, no sirvo para esta mierda de interrogar, tú me conoces vale, esta vaina me aburre. Se te acabó el tiempo pendejo ¡Salúdame a tu familia en el infierno, Desgraciado!
Después de aquellas lapidarias palabras, el cuchillo cortó de manera firme y precisa. (En eso él era un experto) El grueso pescuezo de aquel desdichado, lo hizo de extremo a extremo; desprendiendo en parte la cabeza de su lugar. Luego de aquel bestial acto, digno de todo un psicópata, el temible verdugo reflexiona y lo hace en voz alta.
– Eran tres, lo se, uno está preso, el otro aquí, ya muerto. ¿Dónde está el tercero? ¿Dónde? Ese tiene mi dinero. ¡Ese es el ladrón!
Exclama a todo pulmón, tratando de descargar su furia, mientras golpea con mucha fuerza y con ambas manos, la parte superior de su escritorio.
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“La voz de papá”
Capítulo 6
Siendo fiel a su forma de ser, entró a presidencia sin anunciarse; como lo haría Pedro por su casa, su padre la observa con severidad y le ordena imperativamente. (Ese era el tono que más usaba)
– ¡Sal, anúnciate y espera que autorice tu acceso!
– ¡Pero papá, soy tu hija!
– Obedece y no repliques
Ella dejó el despacho de mala gana y se hizo anunciar por la secretaria.
Cosa esta que odiaba.
– Está bien Olga, dígale que puede pasar.
Ingresó de nuevo a la oficina y tomó asiento, quizás algo enojada, un poco molesta tal vez. Mostrando a su padre una cara de pocos amigos; en verdad, esto hay que decirlo, ella seguía siendo en el fondo, la misma niña malcriada, chillona y mimada de siempre.
– Tú dirás papá. ¿Para qué me mandaste a llamar? Iba a la piscina, tengo práctica.
– He realizado fuertes inversiones, que se han venido al piso.
– Sé algo de eso, incluso, me comentó Arturo, que compraste Atria, en el centro de Chile, creo que en Santiago.
– Ese fue otro gran error, hija, estamos al borde de la quiebra.
– Eso huele a miseria papá; yo no podría ser pobre. Sería una pesadilla atroz.
– Quiero que te cases con Idelfonso Aristigueta.
– ¡Con ese viejo!
– Me supera en capital, necesito esa fusión; para levantarme. Es una manera de evitar el fin.
– Ese tipo salió de la nada, no se le conoce ni familia, es más, es un fantasma.
– Un fantasma poderoso y te ve con buenos ojos.
– No quiero papá; no puedes obligarme.
– Está noche habrá una cena en el club; arréglate bien, quiero que lo impresiones.
– No se Padre, esto es bochornoso.
Diciendo esto, salió de allí, furiosa, indignada; no podía entender bajo ningún concepto, que su padre le pidiese algo así, prácticamente la estaba vendiendo, como una vulgar mercancía.
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Deja la antigua vida
Capítulo 7
No le fue difícil llegar al aeropuerto; él estaba dispuesto a dejar todo, lo que era: su familia, su amada esposa, sus queridos hijos. ¡Todo!
El dinero fue puesto en sus manos, no debía estar allí, pero el destino así lo quiso, era una verdadera fortuna, su oportunidad de empezar de cero. Tomó el avión, lo hizo sin pensar. Sin meditar su decisión, una qué otra lágrima quería escaparse de sus ojos, pero la contenía la esperanza de un mundo hermoso, mejor, diferente, no tenía opción, sí se quedaba, su familia corría riesgo, verdadero peligro y no lo iba a permitir; En Chile empezaría de nuevo, desde cero y volvería otra vez a su país. ¡Claro que lo haría! Pero esta vez sería diferente, tendría poder, dinero, posición. ¡Renacería como el ave Fénix, en un nuevo hombre!
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“Sé desploman las acciones”
Capítulo 8
Salgado bebe apurado su whisky, se veía nervioso, algo inquieto; llama por teléfono a su gran amigo, su mano derecha en los negocios, necesitaba comentarle algunas cosas.
– Halo, te escucho Salgado. ¿Qué sucede?
– Se desplomaron nuestras acciones en la bolsa.
– Sí, lo sé y también sé quién está detrás de todo esto.
– ¿Lo sabes?
– Se trata de Idelfonso Aristigueta.
– Sí, le conozco, nos vimos en el club.
– No te preocupes, tengo un plan, no creo fallar.
– Confío en ti Rafael; pero la cosa no está fácil.
– Es verdad, pero tampoco es el fin.
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“Adulen al nuevo líder”
Capítulo 9
Era cierto, de la noche a la mañana; aquél hombre que salió de la nada, se posesionó de aquel selecto grupo. Adquirió la mansión de Ignacio Urrutia, al cuál llevó a la ruina, obligándole a volver a su patria de origen, la encantadora España.
Fue tomando así; el control de la bolsa de valores, de las acciones. ¡De todo! Su fortuna era cuantiosa, eso era un hecho, pero todos desconocían su origen. Era un hombre de pocas palabras, no se le conocía familia y siempre llevaba con él dos escoltas, que eran sin duda alguna, de su absoluta confianza.
¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿Cómo sé hizo rico? Eran muchas las interrogantes planteadas, pero nadie tenía las respuestas; solo podían hacer algo y eso era, adular al nuevo burgués. Ya que estaba demostrado, plenamente comprobado en la práctica, que enfrentarlo, era un tremendo error.
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“Soy un muchacho”
Capítulo 10
Eleonor tenía apenas 16 años, se podría decir que era bonita, no muy alta, más bien algo baja, poseía una inteligencia poco común y como adolescente al fin; era muy romántica. Compartía estudios con Robertico, el hijo menor de María y llevaban ya de novios 8 meses. Pero la locura juvenil, la pasión desenfrenada y esas hormonas que actúan sin pensar, los condujo a la cama; craso error, hoy ese descuido les pasaba factura. Ya que ella estaba en estado y se hallaba bastante preocupada.
– ¿Qué vamos a hacer Roberto?
– Dirás. ¡Qué vas a hacer tú! Yo no te mandé a preñar.
– Pero es nuestro hijo.
– Yo soy menor de edad, tengo 16 años, no estoy capacitado para ser papá, es más, ni siquiera tuve uno.
– Yo no puedo sola con esto; necesito que hables con mis padres, que des la cara.
– Estás sola con tu peo, a mí no me molestes; ni me llames, porque yo no tengo, ni quiero, ni espero hijos. Solo te puedo dar un consejo. ¡Aborta eso! Y no me busques más.
Diciendo esto le dió la espalda y la dejó allí, completamente sola y abandonada a su suerte.
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“El ascensor”
Capítulo 11
Entró al elevador con rapidez, como siempre lo hacía; ni siquiera se fijó en el personal que por ese medio se trasladaba, hablamos de dos jóvenes trabajadores, el primero se quedó en el tercer piso, el otro siguió con ella hasta la planta baja.
De pronto y de manera sorpresiva, el ascensor se detuvo; frenó su avance en seco y como era lógico se encendieron las luces de emergencia.
– ¿Qué pasó? ¿Por qué se paró esto?
Preguntó Carolina, viendo para todos lados, algo intranquila y hablando consigo misma; en ese instante es que se da cuenta, de un pequeño detalle, uno no más, no está sola, detrás de ella se encuentra Prince.
Él la observa y comprende dé inmediato que la voluble damisela, no está acostumbrada a pasar por ese tipo de problemas; por ello y tratando de ser empático; le sonríe inocentemente, buscando con esto ser un poco amable.
¿De qué te ríes estúpido?
Pregunta la muchacha algo disgustada.
– Señorita Carolina, en estas situaciones hay que mantener la calma; el control sobre todo, no se debe perder jamás, trate de no ponerse nerviosa, saldremos bien de esto.
Le responde Prince, buscando aplacar al personaje; ella le iba a replicar, esa era su costumbre, quería ponerlo en su lugar; en su respectivo sitio, pero sucedió algo imprevisto, que no le permitió actuar de esa manera, empezaron a fallar las luces de emergencia y la oscuridad invadió completamente al pequeño elevador.
Hecho este qué alarmó enormemente a la asustada damita; esto porque temía a los espacios cerrados, más aún a la ausencia de luz, esa era una de sus tantas debilidades.
Por eso y solo por eso, llegó allí, no piensen otra cosa, ya no le importaba tanto su clase social, su alcurnia, su poderosa posición económica, todo eso se esfumaba en los brazos de ese apuesto joven, en donde se refugió verdaderamente aterrada; su cuerpo temblaba, su corazón latía descontroladamente, se sentía frágil cuál inocente gacela, es más, era como una indefensa hoja, que se entregaba al inquieto viento. Sintió su aliento cerca de ella, su respiración, su olor;
sus hormonas activadas por la pasión, reconocían esos brazos, la fuerza de ese cuerpo, hermoso y varonil, era “Eva” buscando a su “Adán”, en él tenía al paraíso, el pecado era ella y el amor era la manzana, ese fruto prohibido, anhelado y tan locamente deseado. Este era el momento, que tanto había esperado y no perdió el tiempo, no lo hizo, no podía desperdiciar aquel instante, qué la conducía a los límites de la divinidad; captó de inmediato el calor de su piel, disfrutó de su proximidad, de su esencia de macho, era ese el amor que buscaba, que necesitaba, un amor primitivo, carente de malicia, lejos de los intereses creados, de esas uniones por conveniencia, como la que planeaba su padre. No, él nos era así, lo veía más bien, como esa isla del placer, con la que siempre soñó, en dónde un hombre amaba a una mujer, de manera real, auténtica, pura.
Sus labios quedaron frente a frente, casi se rosaban; la proximidad entre ambos incitaba al beso, a la lujuria, a la caricia, al deseo; ella se vió reflejada en sus ojos azules, no le hacía falta la luz para eso, ya que llevaba esos ojos plasmados en su alma, quiso así sumergirse, en ese mar de amor que sé le ofrecía, que le obsequiaba su desbordada imaginación; sin palabras, sin obligaciones, ni reglas sociales; era una pasión libre, se lo decía cada latido de su corazón, cada gota de su sangre, lo amaba. ¡Siempre lo amó! Desde el primer instante en que lo vió y ahora estaba en sus brazos; era algo así y no exageraba ella, como sí su más oculto sueño, se hubiese hecho realidad.
Pero aquel momento romántico, sublime y hermoso, fue bruscamente interrumpido; en un segundo, así de rápido, se disipaba su fantasía; esto dado que, la luz volvió y las puertas del elevador se abrieron de par en par.
– ¿Está bien señorita Carolina?
Preguntó uno de sus corpulentos escoltas, a la impetuosa y sorprendida joven; presto a ir en su auxilio. Pero ella no le responde, guarda un respetable silencio; mismo que nadie intentó romper; tán solo se fue desprendiendo poco a poco de él, en verdad no quería hacerlo. Más bien lo que verdaderamente deseaba era decirle. ¡Hazme tuya Prince! Poséeme, deja que me entregue a ti y tú entrégate a mí; pero una cosa es lo que se desea y otra cosa lo que se debe hacer. Dejó sus brazos, abandonó ese refugio, que por breves momentos, la hizo sentir segura, protegida, eso la puso algo triste, pero tenía que hacerlo, no tenía otra opción. Más no se apartó de sus ojos, de esa mirada que le fascinaba, que le cautivaba y que la acompañaba a todas partes, incluso, en sus más profundos sueños.
– Gracias Prince por tu ayuda; fuiste muy amable.
Le expresó, con una dulzura que era inusual en ella, tanto así qué todos se sorprendieron de esa muestra extraña de gratitud; luego de esto salió con sus escoltas, lo hizo en silencio y sin decir una sola palabra más.
…
“Súbete al carro”
Capítulo 12
Lo sometieron con facilidad y lo subieron al vehículo; no habían testigos, el área estaba totalmente despejada. Lo sentaron en el asiento de atrás, él en medio, entre dos tipos armados; quien se dirige al asustado muchacho, es el hombre que está sentado en el asiento del copiloto y lo hace sin mostrar su rostro.
– Qué vaina contigo galán, no aprendes la lección.
Braulio no reconoce la voz del hombre que le habla; o sus nervios bloqueaban aquel recuerdo, la verdad sea dicha, estaba aterrado, esto porque sabía muy bien, que con esa gente no se jugaba.
– Señor, le garantizo que nada he hecho.
Expone él, mientras el automóvil avanza, lo hace lentamente, como quién no tiene interés en el desplazamiento. Hasta qué finalmente y después de 20 largos minutos, llegan hasta un viejo y sucio galpón, el cuál y por su aspecto exterior, parecía abandonado.
– Llegamos muchacho, te vamos a dar la última clase; si no pasas el examen, simplemente te raspamos.
Después de aquella dura advertencia; que no era otra cosa, que una clara amenaza de muerte. Lo bajan del vehículo y lo trasladan al interior del local.
Allí lo sujetan firmemente, a una vieja pero muy resistente silla, impidiendo así su movilidad; hasta ahora, no lo habían tratado con violencia, cosa esta que le extrañaba mucho, al temeroso pilluelo.
…
“El mesonero”
Capítulo 13
En aquel selecto club; se reunían los más influyentes empresarios, exponentes poderosos, de una voraz burguesía, sin duda alguna, lo mejor de la alta sociedad.
Unos jugaban al golf, otros entrenaban en el moderno y espacioso gimnasio, algunos pasaban el rato, en el elegante bar “Deltana” o en el pequeño y confortable sauna. Pero la gran mayoría y eso era como una costumbre, se concentraba
en el salón principal.
(Entre bastidores, este espacio era conocido por los empleados como: “El potrero”)
Allí conversaban amenamente, entre buenos tragos, la mejor comida y una que otra delicatez: Jesús almenabas, dueño principal de “Etanol,” Demetrio Salas, fundador y propietario de “Dana.” El controversial Salcedo Valderrama, quien adquirió recientemente la compañía “Diatrix;” entre otros conocidos industriales, quizás hasta de menor importancia.
Sí avanzamos un poco más adelante, nos encontraremos con la llamada “Mesa Redonda,” espacio privilegiado, que estaba reservado únicamente, para el uso estrictamente exclusivo, de un grupo reducido de personas. (Esta se ubicaba exactamente, frente a la lujosa piscina) Ubicamos allí y muy alegre por cierto; a uno de los personajes principales de ésta historia, nos referimos al misterioso y muy polémico hombre de negocios; Idelfonso Aristigueta, quién hablaba cordialmente con el “Doctor” López (El padre de Carolina) Los temas qué abordaban eran muy variados, como quien dice, hablaban de todo un poco; pero sin duda alguna, imperaba el aspecto económico.
En el fondo y eso se observaba a simple vista; lo que López buscaba, porque lo requería y lo necesitaba, para poder sobrevivir en el complejo mundo empresarial, era el apoyo inmediato del nuevo burgués; tenía que ganarse a toda costa, su confianza, su aprecio, su
respeto. Esto pensaba lograrlo, fuese como fuese. Por eso estaba allí, preocupado por su trago, por sí deseaba escuchar algo en especial o sí le apetecía comer esto o aquello.
– Todo esta bien amigo López, disfrute su trago con calma, lo veo algo nervioso.
Expresó Aristigueta; mientras encendía un costoso puro. (Le gustaban solo los Cubanos)
– Doctor; en estos momentos está llegando mi hija Carolina al club ¿La recuerda usted?
Indica López, encendiendo un cigarrillo.
– Sí, como olvidar a un ser tan hermoso; sería algo imperdonable.
Expresa Aristigueta, viéndo a la preciosa muchacha, de pies a cabeza y con un sucio morbo, que no se molestaba para nada en ocultar.
– ¿Le gusta la hembrita Doctor? Es lo que usted necesita; buen cuerpo, muy educada, obediente y muy bella.
Expresa López, arrastrando su dignidad, cual sí fuese un sucio coleto.
El viejo industrial, amplio conocedor de esa tipología, lo observa directamente a los ojos y le sonríe con aparente amabilidad, sabía de sobra que los hombres como él, eran falsos, capaces de vender a su propia madre, con tal de lograr sus metas; no se podía bajo ningún concepto, confiar en gente así, pero quería saber, eso sí, hasta donde llegaría aquel ser tan vil, que ofrecía a su hija, cuál sí fuese una mercancía, por eso le sigue la jugada, solo por eso, en honor a la verdad, tenía cierta curiosidad.
– Todo bien López, todo bien; tienes razón, la joven está bella, pero quiero que se volteé. Tengo interés por ver su trasero.
Esto lo indica, mientras se toma un trago largo de whisky.
– Ya escuchaste Carolina, date la vuelta para que él te vea el pompis.
Le ordena el padre y ella verdaderamente indignada le refuta.
– ¿Qué té pasa papá? ¡Perdiste la razón! Yo no soy de tu propiedad, no me trates como a una prostituta.
Aclara la muchacha y él la toma con fuerza del brazo.
– Voltéate ya y deja las estupideces.
– ¡Suéltame papá! Me estás haciendo daño.
Grita desesperada, en el preciso momento en que aparece Prince.
– ¡Suéltela señor o la suelto yo!
Advierte él y López le obedece. (Dada la corpulencia del joven, imposible pensar en un choque físico)
– Contigo hablaré en la casa Carolina; con usted Prince, no tengo nada que conversar. ¡Está despedido de mí empresa! Además, haré que te boten del club.
Indica él, verdaderamente airado. Aristigueta se sorprende con aquella escena, pero lo que más llamó su atención, fue el nombre de aquel muchacho; eso lo impactó.
– Ya va López, ya va, no seas arbitrario, no regañes a tu hija, tampoco tomes represalias contra el joven.
Le exige él; mientras observa con curiosidad a Prince.
– Es más, le suplico a los dos, qué se sienten a mi mesa; se mantendrá en todo momento, el más absoluto respeto hacia la señorita, eso se los garantizo.
– Doctor, él es un obrero. ¡Un don nadie! No sólo trabaja en mí compañía, haciendo de todo un poco, también lo hace aquí; porque lo que gana no le alcanza para nada; en éste club es un insignificante mesonero. ¡Por Dios! ¿Cómo podría alguien así compartir con usted?
Aclara López.
– Haz lo que té pedí, solo eso y guarda tus comentarios para otro momento.
– Esta bien, será como tú desees.
Indica él, acomodándose en su asiento; verdaderamente extrañado por el apoyo de Aristigueta hacia Prince. Este por su parte, se sentó sin complejo alguno, como un miembro más, de aquella selecta mesa, a su lado (Así lo quiso ella) Se ubicó la hermosa Carolina, claro está, que ninguno de los dos, entendía lo que estaba pasando.
– Joven Prince, lo felicito y lo hago de todo corazón; es usted todo un caballero, en el amplió sentido de la palabra.
– Gracias Doctor; hice lo que consideré mi deber.
Era inexplicable, ilógico y hasta absurdo, pero por unos instantes, la conversación se centró entre aquel humilde muchacho y el acaudalado industrial. Quedando todos los demás, relegados a un segundo plano.
– ¿Tienes hermanos Prince?
– Sí Doctor, tengo dos; yo soy el mayor.
Respondió él, verdaderamente sorprendido ante tantas interrogantes. ¿Qué interés podía tener un hombre tan importante, en alguien tan humilde?
– Señorita Carolina, le pido con toda sinceridad que perdone mí insensatez, son cosas de la edad, usted sabe.
– No sé preocupe Doctor, acepto con gusto sus disculpas.
Expresó ella, en un tono algo conciliador y viendo de reojo a su papá. En eso se presenta el capitán de mesoneros y pide permiso a todos los ocupantes de la mesa, para dirigirse directamente a Prince; en lo que fue, un claro llamado de atención.
– Muchacho. ¿Tú eres loco?, Cómo sé te ocurre sentarte con los clientes.
– ¿Cuál es su nombre joven?
Pregunta el Doctor Aristigueta al capitán.
– Me llamo José Antonio Rodríguez; soy el jefe de los meseros, Doctor.
– Muy bien, ahora présteme atención; el joven Prince, ya no será su mesero, lo verá eso sí, frecuentemente en el club, pero como mí invitado permanente, con todos los derechos y privilegios de un miembro más, tampoco será obrero de nadie. Por eso quiero que deje tu empresa López, pero no porque lo despidas, nada de eso, lo hará para mejorar; esto porque lo necesito a mí lado, en una de mis compañías y con un alto cargo ejecutivo, pues es mi decisión absoluta, que a partir de hoy, goce éste muchacho de toda mí confianza; tanto así que será, a partir de este mismo momento mí mano derecha.
– Pero Doctor….
Expresó el capitán confundido.
– Déjeme terminar, avísele a Demetrio, el gerente del club, lo que le he dicho; es un buen amigo y ordene dé inmediato a otro mesonero, que tome los pedidos en esta mesa, quiero que todos sean excelentemente atendidos.
– Como no Doctor, me retiro entonces; espero que disfruten su velada.
Indicó el empleado, totalmente asombrado; quizás algo confuso, era la primera vez que le sucedía algo así. Conocía a la burguesía, tenía años sirviéndole, sabía muy bien que esa clase social era cerrada, más aún con la clase baja, lo expuesto por el Doctor Aristigueta, escapaba a su escasa comprensión. Tampoco entendían aquella reacción tan atípica del industrial, ningunos de los ocupantes de aquella mesa, ni siquiera el “Doctor” López, quien se hallaba prácticamente con la boca abierta.
– ¿Háblame de tus padres muchacho?
Pregunta Aristigueta, dirigiéndose nuevamente al sorprendido joven.
– Mi mamá se llama María, es costurera, ella sufrió mucho cuando mi papá nos dejó, muchas fueron sus lágrimas, todavía a veces lo llora; ya no tanto como antes. Él sin causa alguna nos abandonó. Simplemente se fue.
El rostro del Doctor Aristigueta, por unos instantes, algo breves quizás, mostró cierta tristeza, se cargo de profunda nostalgia, de ese dolor que te otorga, enfrentar de nuevo a tu pasado. Sólo ella lo notó, más nadie en aquella mesa lo hizo.
– ¿Buscó tú madre otra pareja, después de la partida de tu padre?
– No Doctor, nunca volvió a casarse.
– ¿Lograste estudiar?
– No señor, me tocó trabajar duro desde pequeño, para ayudar a los gastos de la casa; no tuve esa oportunidad.
– Y ¿Tú estudiaste Carolina?
– Sí, soy Médico Pediatra, pero no ejerzo; no por ahora.
Prince tenía mucha curiosidad, la misma lo estaba matando, aquello era muy extraño, muy raro. ¿Por qué ese hombre tenía tanto interés en él? ¿Qué buscaba? Por eso y superando esa timidez que siempre lo frenaba, porque en verdad era tímido; se atrevió a preguntarle al influyente empresario.
– ¿Por qué hace eso por mí? No le conozco, ni usted me conoce a mí, además, no estoy preparado para asumir un cargo ejecutivo. No es mi nivel.
– El porque no importa Prince y de su preparación me encargo yo, incluso personalmente; te garantizo que tendrás a tu lado a los mejores.
– Está bien Doctor, no entiendo porque lo hace, pero si ese es su deseo, gracias, trataré de no fallarle
– No lo harás lo sé.
Aristigueta sonríe de oreja a oreja y le da una palmadita amigable por la espalda, al boquiabierta dé López; el cuál y por cierto seguía en la luna, pues no asimilaba nada de lo que estaba pasando.
– ¡Hoy es un día de fiesta para mí López! ¡Me siento feliz! No necesitas ya, óyeme bien, qué me case con tu hija, para así obtener mi ayuda. Lo haré porque quiero hacerlo, té sacaré a flote hombre. ¡Cuentas conmigo!
Él no lo podía creer, era increíble aquel cambio; claro está, que el mismo para él, era totalmente favorable. Por ello y con cierto nerviosismo, apuró su trago de whisky; luego con voz entrecortada, esto por la emoción del momento, expresó, casi qué llorando.
– Gracias Doctor Aristigueta, gracias.
– De nada, de nada, ahora bebamos y disfrutemos del momento. Eso sí, ustedes dos salgan a la pista de baile. ¡Son jóvenes! No van a estar aquí sentados en una mesa aburridos.
– Pero Doctor ese muchacho es…..
– ¡Es mi protegido López! Mí mano derecha. Te conviene estar bien con él
– Siendo así Doctor, no pongo objeciones.
Él la tomó suavemente de la mano, era un príncipe, levantando a su princesa. Ninguno de los dos entendía lo que estaba sucediendo, era sin duda alguna aquello, un tierno cuento de Adas. Caminaron lentamente hacia la pista, no había apuro alguno. La noche era joven y se mostraba espléndida.
– Ésto tiene qué ser un sueño Carolina. ¿Puedo tutearte? ¿Verdad?
Ella le sonríe de oreja a oreja y le contesta.
– Claro que puedes, no seas tontito, eso es lo que he deseado desde el primer instante en que te ví.
– Me siento dentro de una fantasía, debo confesártelo; ésta música hermosa, ésta pista repleta de magia, ésta luna preciosa qué nos ilumina y tú. La mujer que siempre he querido, la que he amado en silencio, la dueña de mis sueños, entre mis brazos.
Carolina muestra su más encantadora sonrisa, la cuál era hermosa, radiante; esto lo hace mientras acaricia con mucha dulzura, el rubio cabello de su tierno enamorado; este se sonroja, eso era algo que no podía evitar y ella le pregunta.
– Eres tímido. ¿Verdad?
Él la ve directamente a los ojos; en honor a la verdad, siempre sintió algo de rabia, por esa limitación que lo incomodaba, que en ocasiones no le permitía expresarse.
– Sí, lo soy, pero solo un poco, un poco no más.
Ella coloca su mano derecha, en los seductores labios de Prince y le dice, eso sí, con mucha ternura.
– No, no hables ahora, solo bésame amor, solo eso.
Él se refleja en sus ojos, en esa mirada que siempre lo cautivó, no, no había en ella el más mínimo rasgo de imperfección, era toda una diosa, conviviendo entre los débiles mortales, ocupando el exquisito cuerpo de una preciosa mujer; el beso vino sólo, los labios se buscaron, se unieron, era el amor abriéndose paso, venciendo obstáculos, rompiendo barreras. Ese amor que todo lo puede.
Ella tampoco lo podía creer, lo que estaba viviendo era increíble; el macho que la hacía suspirar, el amo de sus sueños. ¡El hombre de su vida! La tenía de nuevo en sus fuertes brazos; por eso le expresa.
– Yo también estoy contenta, dichosa de estar aquí, a tu lado; porque te amo, siempre te he amado, es más, te deseo desde el primer instante en que te ví, ya no lo puedo negar, no lo haré más.
Prince la volvió a besar. En verdad la adoraba ¡Siempre la quiso! Era ella ese sueño inalcanzable, el amor que cubre la soledad, la pasión que sepulta la clase social, cuando te etiqueta de “marginal.” Pero hoy la tenía ante él, es más, ella le había confesado su amor, le había desnudado su corazón y por ese amor se dejó llevar. Acarició con ternura sus cabellos, tocó con suavidad su hermoso rostro y palpó con admiración infinita, esos sensuales labios, que tantas veces anheló besar Luego la abrazó, lo hizo sutilmente, pero con firmeza; sintió el calor de su cuerpo, el fuego ardiente de su delicada piel. La energía entre ambos fluía, la química en ellos era perfecta, la brisa movía con travieso antojo, la preciosa cabellera de Carolina, mientras Prince la observaba, sonriente y feliz. El ambiente se hizo mágico, era algo así cómo flotar entre las nubes y por esa magia se dejaron llevar; empezaron así a bailar aquella melodía, notas musicales del ayer, de un pasado que se negaba a morir, aplastado por un presente, fue una canción qué enamoró al mundo entero, en aquellos esplendorosos años 50, nos referimos a ese gran éxito de The Platers “Only You”
– No me lo vas a creer amor, pero ese tema era el favorito de mí papá. Siempre lo escuchaba.
Expone Prince, recordando al padre ausente; ella le vuelve a sonreír, lo besa suavemente y le dice.
– A mí también me gusta mucho amor, en honor a la verdad, soy muy romántica.
Mientras tanto; Aristigueta recibía, algo alejado de la mesa, claro está, esto para que nadie escuchase lo que hablaban.
Un pequeño reporte de novedades, de parte de su asistente personal.
– Doctor, estamos siguiendo a Salgado, tal y cómo usted nos ordenó; también a su personal, en estos momentos, para ser más específico aún, desde hace 45 minutos; tienen al hermano de su protegido, secuestrado en un viejo galpón. Desconocemos su estado actual.
– Muy bien Salazar, buen trabajo; rodeen de inmediato el área, mantén la vigilancia, mientras yo me comunico con Salgado.
– Sí Doctor, así se hará.
¿Dónde de está Braulio?
Capítulo 14
Entró sorpresivamente al estudio de su papá, este se hallaba concentrado, revisando unos papeles.
– Papá ¿Dónde está Braulio?
– Té lo advertí, no te juntes con él.
– No le hagas daño.
– ¡Está en mi poder! Yo veré que hago con él; tu no me das órdenes.
En ese momento repica su celular y este verifica la pantalla; observa de inmediato, algo que lo sorprende, la llamada era nada y nada menos que del Doctor Idelfonso Aristigueta, el hombre más poderoso del momento, por ello y sin más demora, decide atender la misma.
– Sí, habla el Doctor Salgado. Le escucho.
– Soy el Doctor Idelfonso Aristigueta; présteme atención Salgado, agradecería mucho, no sabe cuánto, que libere de inmediato al joven Braulio, no solo eso. Quiero qué lo dejen sano y salvo en las puertas de su casa.
– Pero Doctor, yo tenía otros planes con él.
– Mí gente rodea el galpón, podría tomarlo a la fuerza, sí quisiera, luego iría contra usted y eso no le conviene, déjeme ser educado, que nos entendamos hablando.
– Está bien Doctor, será como desee, no quiero problemas; daré ya las órdenes precisas.
– Gracias Doctor, pronto nos reuniremos; téngalo por seguro, saludos.
La llamada finalizó y Salgado se quedó por unos instantes algo pensativo; un poco preocupado tal vez. No entendía el apoyo de Aristigueta hacia aquel marginal, era totalmente absurdo, hasta ilógico.
– ¿Qué sucede papá? Dime
– Alguien de mucho peso, defiende a ese vago de Braulio y lo peor, es que no me puedo enfrentar a él, es más fuerte que yo.
– Dios existe papá, Dios existe.
(Expresa feliz la muchacha, la cuál y por cierto, no podía disimular su alegría)
Sin perder más tiempo. Salgado ordena a su gente, vía telefónica, la liberación inmediata del joven y les solicita con suma urgencia, que lo dejen sano y salvo en las puertas de su casa.
– ¿No lo vamos a castigar?
Le pregunta José Silva; quién era el escolta a cargo del procedimiento.
– ¡No! Suéltenlo ya, le piden disculpas y lo llevan hasta las puertas de su casa.
– Pero señor yo….
– Nada, hás lo que té ordené.
La llamada culminó y él se sirvió un trago de whisky.
– Te dejo papá, después hablamos.
Indicó Mónica dejando el despacho; en honor a la verdad, no tenía interés alguno en hablar con su padre.
– Sí, está bien, déjame solo.
Expresó él, con gran desgano. Esto porque su atención no se centraba ahora tanto en ella, más bien se ubicaba en aquella llamada. No entendía ese apoyo, que incluso llegaba hasta la amenaza, no tenía sentido aquella defensa. Todo era muy confuso, es más, hasta extraño. ¿Por qué Aristigueta estaba dando la cara por ese prostituto? Algo había oculto y Salgado, estaba dispuesto a mover cielo y tierra, con tal de averiguarlo.
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Te veo mañana.
Capítulo 15
La noche no pudo ser mejor; una excelente cena, el mejor champagne, esas inolvidables canciones, que con nostalgia guarda el corazón, la mujer que siempre soñaste a tu lado, compartiendo contigo la magia del amor. Sí, sin duda alguna, la velada fue espectacular y digo fue, porque ya estaba llegando a su fin.
– Quiero verte mañana Prince.
Él le sonríe, la toma de la mano y le expresa, con infinita ternura.
– Claro que sí amor, ahora que todo está claro entre nosotros, no me imagino un solo día sin ti
El padre de Carolina abre
los ojos de par en par, al ver aquella extraña escena romántica, la cuál y por cierto, no le era nada grata; toma apurado otra copa de champán y tose fuerte como para llamar la atención, esto sin quitar la mirada de la feliz parejita.
– Te dije que dejarás los nervios López, no me gusta que me lleven la contraria; permite al amor que fluya y brindemos por eso.
Expresa Aristigueta levantando su copa.
– Está bien Doctor, pero no comprendo nada.
– No hay nada que entender amigo mío, solo brinda y sé feliz. Prince. Le quiero preguntar algo ¿Cómo haces tú para llegar hasta tú hogar, después que cierra el club? Por la hora ya no hay transporte público, eso es evidente.
– Un taxi distribuye al personal, pero en verdad, hoy no creo que me lleve.
– Déjate de tonterías, vendrás conmigo y mí chófer te dejará en las puertas de tu casa.
– Pero Doctor, es demasiado abuso, no puedo aceptar eso.
– Ningún abuso, es más, el mismo chófer, pasará por ti mañana. Para llevarte a mí despacho.
Ella le sonrió, estaba feliz con aquel inesperado apoyo, que le abrió de par en par, las puertas al amor; él también sé hallaba contento, un poco confuso, eso sí, pero contento, sin embargo, había una cosa que lo tenía pensativo, no, no era nada grave, se trataba de un pequeño detalle, quizás hasta insignificante, eran los ojos del viejo Aristigueta, esa mirada no le era desconocida, la había visto antes, de eso estaba seguro; por eso se preguntaba, desde la intimidad de sus pensamientos. ¿Dónde he visto esos ojos? ¿Dónde?
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“La disculpa”
Capítulo 16
Lo desataron y le arreglaron su camisa.
– Joven Braulio, le pedimos disculpas por nuestra absurda actitud, de inmediato y sin perder más tiempo, lo llevaremos hasta las puertas de su casa.
Él no entendía nada, en verdad, esperaba otra cosa. Pero sonriente aceptó la disculpa y todos salieron del viejo galpón. Uno de los escoltas, al que todos llamaban “Frenillo”, le abrió con mucha educación, la puerta trasera del lujoso vehículo y Braulio ingresó con calma en el mismo, en el fondo sentía, el inquieto muchacho, que se había quitado un peso de encima.
– En unos minutos estará en su hogar Joven. No se preocupe.
Le indicó el jefe de ellos, mientras la unidad se desplazaba, rumbo hacia el sitio señalado. Eran ya las 2 de la mañana y Braulio prácticamente, había vuelto a nacer.
Ésta historia continuará.