“El último encuentro” 3
– ¡Qué estupidez sería que a estas alturas de mi esté creyendo en fantasmas! -expresaba Erasmo Ortega entrando a su despacho. Al hacerlo, se sentó, respiró profundo y pulsó el intercomunicador.
– Doctor, a su orden.
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– Luisa, dos cosas. Dame un whisky y luego comunícame con mi casa, quiero hablar con mi hija.
– Como mande, señor.
Por un rato; se quedó observando un cuadro que ocupaba un sitio privilegiado en su oficina. Se trataba de una casa muy solitaria, olvidada quizás, en una montaña más desolada aún. En verdad no sabía por qué, pero le daba cierta paz ese paisaje.
En ese instante repica su teléfono.
– Sí.
– Su llamada Doctor, por la 4.
– Está bien, Luisa. Aló, Katy ¿eres tú?.
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– Si, papito, bendición.
– Dios me la bendiga mi princesa, te llamaba para decirte…
– Ya sé, me vas a dejar ir a Europa.
– Sí, pero con tu tío Adolfo.
– Está bien, papá, como tú digas.
– Y ¿dónde está tu mamá?
– Está en el estudio.
-¿Sola?.
– Bueno…
– ¿Qué pasa?¿Por qué callas?
– Por nada, papá.
– ¿Está sola sí o no?
– No, papá, un señor está con ella.
– ¿Quién es?
– No lo conozco.
– De todos modos no te preocupes, princesa, debemos confiar en tu madre.
– Eres único, papá, te quiero.
– Y yo a ti.
Mientras Erasmo conversaba con su hija, su secretaria había traído su trago; éste lo probó y casi susurrando expresó.
– De mí no te vas a burlar, perra, te lo j
“La hora llegó”
Roberto recibió un telegrama; tenía 24 horas para desalojar la casa. Se ejecutaba la hipoteca; aquella noticia acabó con la vida de su abuela, Su corazón no soportó el impacto.
El joven sentía que el mundo se le venía encima, abrazó con fuerza a sus hijos y juntos tomaron la calle. Su esposa tenía ya 5 meses de muerta; ahora sin empleo y sin casa, que podía hacer.
– ¿Que le puedo ofrecer a mis niños? Miseria, sobrevivir en un cerro o, como animales, sucumbir bajo un puente para ser malandros, palurdos delincuentes que terminarán sus días en una cárcel. No, no lo puedo permitir.
Con esta conclusión, terminó su reflexión y caminó con sus hijos, pero esta vez tenía un destino
“El orgullo de Lily”
Lily se encontraba en caja, tratando de retirar el cheque de su liquidación. Ortega se hallaba a sus espaldas.
– Podrían ser distintas las cosas, Lily, si fueses abierta conmigo.
Ella volteó el rostro y le respondió con firmeza.
– Tengo lo que usted no tiene, orgullo.
– ¡Bah! El orgullo no te matará el hambre, yo sí.
– Soy una profesional, puedo conseguir empleo donde sea.
– No sueñes, te cerraré todas las puertas, tengo poder, influencias ¡Ah! Y no te molestes en cobrar tu cheque, está anulado qué cosas, ¿no? Y precisamente hoy, que tienes que pagar la renta, y ya van 5 meses de atraso. Es mucho esperar ¿no crees?
Ella no pudo contener las ganas de llorar y lo hizo ante aquel desgraciado, que se burló de su necesidad.
-Usted gana, Doctor, pero no se olvide que Dios lo ve todo.
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