Sin lugar a dudas los sueños hacen la diferencia.

La ciudad está podrida.

Caminaba encima de mis nostalgias, como siempre, mirando al cielo con aquel vestigio necio de esperanza de quién pide con los ojos cerrados y con fe. La mente en blanco, la respiración ocupaba todo lo oído; el cielo seguía ahí, en el mismo sitio. Nadie respondería.

Las calles: vestidas de la realidad más cruda de esta parte del planeta. En la esquina de aquel viejo edificio, el mismo viejo de piel quemada y barba blanca, resguardando en las uñas de sus pies el paso tortuoso y pernicioso de los años.

Mis ojos habituados al color de la sombra y a las horas sombrías, no se sorprenden al ver a la anciana de falda, huyendo del hambre caminando la ciudad con mil leguas de sol a su espalda.

Los niños siguen siendo un cúmulo de sueños aunque ahora un poco de droga sustituya la perinola y en sus manos no se ven cuadernos sino pistolas.

La ciudad está podrida. El señor Francisco, no es asiduo a la buena bebida, sus ahorros han ido a parar al cuarto oscuro de alguna prostituta y hoy en día pasa sus días sentado en la esquina de un edificio viejo, reciclando la luz del sol y con una barba blanca recordando el rostro de sus hijos.

Entonces estaba aquí, caminando los bordes de esta ciudad, pensando en el niño aquel que con los ojos llenos de llanto, soñaba con un mundo mejor, era tan fácil soñar: darle alimento de amor y pan, a cada uno de los que tienen la mirada apagada.

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]En el filo del camino pensaba entonces en aquel niño, ¿que será de él ahora? Los sueños de un niño son casi de agua y jabón. Miro ahora esta ciudad y me gustaría ser más niño una vez más. Pienso, no es culpa del sueño es culpa de quien deja de soñar. La ciudad está podrida desde dentro del corazón de quién no quiere cambiar, desde aquel que deja de soñar.

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