Relato “Delirios”, capítulo 8


VIII
La noche anterior había demorado en conciliar el sueño, no paraba de pensar en Lucy. Cuando logré dormir soñé con ella.
Amaneció y seguía en mi mente, esperaba el autobús. La temperatura era alta desde temprano; asfixiado entre la muchedumbre me alejé hacia un árbol. La parada estaba repleta. La gente iba y venía como hormigas locas, sin rumbo ni destino. Igual que yo por estos tiempos: sin brújula ni objetivo, intentando deshacerme del pasado. Era en vano. Ella se había marchado hacia la eternidad; sin regreso, dejándome recuerdos alimentados por su fantasma.
Cavilando estas cosas noté a pocos metros que una mujer me observaba. Le sonreí, pasó su mano por el pelo, se alisó la ropa y miró el reloj con gesto forzado. Lucía atractiva, aunque apenas le vi el rostro. Siempre borroso, no sé por qué.
Otro día la volví a ver al bajar de un auto. No se percató de mi presencia y caminó afanada hacia la entrada de su trabajo. Alguien la llamó y al girar me vio. Nos miramos unos segundos. Sonreí y devolvió el gesto, tenía su nombre y la dirección del trabajo. Solo restaba su número telefónico. Lo averigué y al marcar los dígitos, una voz de mujer atendió. Pregunté por ella, la llamaron y el sonido de unos pasos llegaron al receptor.
—Buenos días. Soy Ángel, el muchacho de la parada, el que antier viste cuando entrabas al trabajo. ¿Te acuerdas de mí? Necesito tratar un asunto contigo.
Indagó sobre el tema. Su palabra y su voz adquirieron un tono íntimo.
—Es algo demasiado personal para conversarlo por esta vía. ¿Puedo pasar mañana?
Dijo que sí.
Fui la siguiente tarde. Era la directora de no sé qué departamento. Esperé unos minutos. Al fin la recepcionista me mandó a pasar.
Entré y al verme sonrió, parecía nerviosa. Me invitó a sentar en una silla cercana a su buró. La miré a los ojos, sintiéndome dueño de la situación. Su belleza era sensual. Aparentemente no había podido controlar la ansiedad, sus manos temblaban, las tomé y me puse de pie.
—Esto parece muy extraño. Tanto que vine a conversar contigo y las palabras se vuelven innecesarias, como si ya nos hubiésemos dicho todo— lo dije serio, solemne.
Nos interrumpió el sonido de la puerta. Retiré las manos.
—Me voy— anunció la secretaria.
Nos quedamos solos. Volví a levantarme, la atraje y no opuso resistencia. Se dejó llevar. La besé y su cuerpo vibró entre mis brazos. Rozó mi pene con disimulo. Ahora su faz se había vuelto nítida como la luz. Vi a Lucy, una Lucy ejecutiva. Extraje mi trozo, lo situé en su boca ávida y comenzó a succionar con la voracidad de un agujero negro, irresistible. No aguanté más y sentí el cuerpo, la conciencia y la vida escapándose a chorros. Uno, dos, tres, cuatro, cinco…, lo de no acabar. Todos desembocando en la garganta, la boca, la lengua, las mejillas, los ojos y el pelo de Lucy.
De repente volví a la realidad, miré el reloj, 9:00 am. Se fue el autobús, la mujer desapareció y me ha cogido tarde. Mientras, continúo apresado por el fantasma de Lucy.