Relato “Delirios”, capítulo 7

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VII

Aguardé el ómnibus, estaba vacío y en la parada siguiente entró una señora refinada, envuelta en carnes. Tenía una expresión peculiar, como si en el rostro tuviera impreso un letrero que rezara: “Soy puta, deseo gozar”.

“Siéntate a mi lado”, le ordené con la mirada. Por arte de magia se sentó justo en el asiento contiguo. Mi piel se erizó, su olor de hembra me llenó de deseos, sin embargo estaba sobrecogido por una increíble timidez. Movía la mano inquieto, ya sea hacia el pelo, el rostro o el zíper del portafolio simulando extraer un documento.

—¿Estás nervioso o estresado? — su voz dulce sanó mi parálisis.

—Las dos cosas, no estoy habituado a compartir viaje con una mujer tan hermosa — respondí—.

-Me llamo Ángel.

—Mariana, para servirte en lo que te haga falta—ofreció su mano y vi su deseo saliendo por la mirada.

—¿Cómo Mariana Grajales? —sostuve la mano.

—Sí, pero más hermosa —respondió con sonrisa lasciva.

La encontré fuera de sí, como un volcán a punto de entrar en erupción. Fui perdiendo la cordura y ganando en seguridad. Impúdico, acaricié sus muslos y se dejó hacer con los ojos entrecerrados. El ómnibus llegó.

—Ven conmigo —su semblante era una súplica.

Ando sin frenos. Mariana es un imán. La seguí hasta un lujoso apartamento.

—Vivo aquí. Siéntate cómodo.

Me senté en un amplio sofá. Se arrodilló, abrió la cremallera, extrajo mi pene aún a medio camino y lo contempló.

—Me gustan así, grandes —dijo y lo introdujo en la boca.

Así empezó la locura. Sexo con Lucy a todas horas. No me cansé de su cuerpo. Seguía siendo la misma de antaño, con la piel blanca, tersa, límpida.

—Así, papi, clávame así, estoy necesitada. Dame pinga, quiero mucha pinga. La necesito, así, ahora, duro, duro. —Lucy, la misma Lucy de siempre, fuera de sí, llorando de excitación.

Pasé dos días sin querer o poder trabajar. No tenía fuerzas para rechazarla.

—Perdí mi virginidad a los once años.

—Te lo puedo creer.

—Recuerdo que desde muy niña ya me encantaban los rabos.

—¿Y por qué estás sola?

—Porque soy insaciable y ningún hombre aguanta mi tren.

Nos quedamos en silencio. Sus ojos estaban húmedos.

— Parezco una puta, pero soy muy fiel al hombre que está conmigo.

—¿Te he tratado como a una puta?

—Sé que lo piensas, lo de hoy es porque llevaba un mes sin sexo, estaba muriendo de las ganas.

—Seguro no habías querido. Estoy convencido que no te deben faltar interesados.

— Cualquier hombre no me gusta.

—Claro, te gusto yo aunque no me conozcas —repliqué irónico.

—Si lo dices por lo de antier te equivocas. Desde hace meses te conozco, sé tu nombre, donde trabajas, y hasta parte de tu pasado.

Y en efecto, sabía demasiado de mi vida. Hizo un inventario de mis hechos, incluso hasta de una reciente hospitalización. Me asustó.

—¿Cómo sabes todo eso? —pregunté molesto.

—Cosas mías, pero no te preocupes. Eso le sucede a cualquiera. La vida está llena de presiones.

La seguí mirando. Mi cara debió ser de pocos amigos.

—Perdóname papito, anda —consiguió rendirme a fuerza de caricias.

Decidí pasar la hoja. Me relajé. Estaba allí para disfrutar.

—Eres una puta aunque lo niegues.

—Puta no chico —mordisquea mi oreja — ninfómana.

Tenía razón, era una ninfómana. Ni siquiera yo pude aguantar su ritmo. Comprendí que no era Lucy y al tiempo me alejé, vacío.

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