Relato “Delirios”, capítulo 5

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V

Lizandra, la amiga de mi tía pasaba casi a diario por la casa. Tenía unos cuarenta años aunque aparentaba menos. Poseía una piel y figura envidiables. Antes no me había fijado, primero a causa de Lucy, después por absorberme en los estudios para huir de mis obsesiones, hasta que empecé a mirar sus prominentes glúteos, que me hicieron recordar a quien no volverá.

Escuchaba su conversación de temas banales al tiempo que descubría una mujer sensual, liberal, independiente. Vivía en un caserón inmenso para su soledad y comencé a desearla en secreto.

—Gladys, es una lástima que tu sobrino sea tan estudioso a expensas de disfrutar su juventud.

— Déjalo con sus cosas. Él sabe lo que hace.

—Es una lástima porque es un tipazo de hombre, que desperdicio. Ja, ja, ja.

El frío era cruel esa noche de diciembre, venía de la biblioteca rumbo a casa, acosado de soledades, invadido de remembranzas… un pensamiento me desvió y los pasos me condujeron al postal de su casona. Era la hora de la telenovela y los vecinos se refugiaban dentro de sus casas. Toqué el timbre. La señora abrió, mostrándose sorprendida.

— Quiero estar contigo- le solté.

Avancé un paso y puse una mano en su cintura. Sobrecogida por la sorpresa no pareció disgustarse. Solo interpuso obstáculos.

— Ay Angelito, tú estás loco. No puede ser, tu tía y tu abuela son mis amigas y tú eres un niño para mí, mira…

Continué acariciando mientras acercaba mi cuerpo. Fue rindiéndose hasta terminar fundimos en un beso largo que supo a gloria. Llegamos a su cuarto, tomó mi verga entre las manos con suspiros entrecortados. La despojé de la ropa, abrió las piernas y se la frotó sobre la concha. No pudo más y cuando la tuvo dentro jadeó, gritó, gozó y se le fue el mundo.

Lucy se había vuelto más voluptuosa pero aún demostraba la elasticidad de siempre. Fuera de sí, gritó largas onomatopeyas. Llegó su orgasmo y ya no pude retener el mío.

Nos vestimos. Me miró y a su rostro asomó una risa contagiosa. Salí a la calle. La brisa invernal refrescaba mi rostro y caminaba con pasos de animal satisfecho, pero seguía recordando a Lucy, con esta lujuria que me dejó en las entrañas.

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