Prefacio

Portada F2

¿Alguna vez has sentido que no tienes derecho a elegir?, ¿qué toda tu vida está decidida y no tienes más remedio que aceptar?

Jamás me había sentido así, al menos hasta el día de hoy había tenido la posibilidad de elegir que hacer, de quién enamorarme, pero todo eso había cambiado en el segundo que toda la verdad salió a la luz, una verdad liberadora para algunos, y una prisión para mí, podía sonar exagerado, pero si conocieras un poco todo lo que tuve que pasar, entenderías lo maravilloso que había sido esa falsa libertad.

Eventos desafortunados, accidentes inadvertidos, todo aquello me rodeo y no supe interpretar las señales del destino, aunque quizás esto no habría cambiado mi destino, la total pérdida de mi libertad, y peor de ello, de mi humanidad, si es que alguna vez lo había sido; mi dignidad y mi capacidad de sentir amor.

Antes de aquella batalla lo sentía, incluso se lo dije, le dije que lo amaba, estaba tan agradecida por su apoyo, que no le preste atención a la realidad: él no me amaba, al menos no en ese preciso instante, pero no lo culpaba por nada porque sabía que era una buena persona, incluso si esa persona era una mentirosa consumada; incluso él le tendería la mano sin dudar.

Volando por el basto cielo, enfrascada en aquella batalla dónde la única certeza era matarlo, me detuve a ver la escena frente a mí, él corriendo para auxiliar a la mujer que amaba en ese momento, y no lo tomen a mal, uno puede amar y no ser amado, y después, es al revés, te aman pero no eres capaz de amar, o de sentir nada, en todo caso.

Embisto a uno de los soldados, y comienzo a correr, con el único objetivo de llegar al hombre de la máscara, que estoy segura que es Lyckus. Uno de los soldados me tira al suelo, lo pateo antes de ponerme de pie.

A otro de los soldados, lo ataco con la espada, atravesando su pecho. Vuelvo a correr en dirección a Lyckus, necesito matarlo y acabar con todo esto.

– No tan rápido –dice un soldado tirando de mi cabello.

– No en mi turno –escucho decir a Keifer.

Comienzo a esquivar soldado tras soldado, abriéndome paso entre ellos.

– Al suelo princesa –dice un soldado pateándome en las costillas.

Despliego mis alas y comienzo mi ascenso, cuando estoy arriba, puedo ver a Keifer con una chica en los brazos; ella es bonita, cabello negro ébano y piel moreno clara, y sin conocerla, sé que ella es Afrodita.

– No te distraigas –dice una voz detrás, antes de golpearme con fuerza; comienzo a caer, y todo me da vueltas, mientras caigo una sensación horrible me invade, algo parecido a la desesperación y el sufrimiento, algo dentro de mí me decía que este error me costaría muy caro, y mientras comienzo a caer en la inconsciencia, no sin antes ver al hombre de la máscara; ruego que este no sea mi fin, y si lo es, pido por favor que mi familia no sufra, que nadie se sienta culpable.

Pero esos patéticos deseos no le iban a llegar a nadie, ellos acabarían sufriendo mi ausencia, él pasaría cada día desde esta batalla conviviendo con la culpa, y yo, yo pasaría cada segundo deseando la muerte antes de seguir en aquel infierno, con ese cruel y retorcido verdugo, uno que se presentaba como un ser amable y bondadoso, un lobo disfrazado de cordero.

En medio de esa desolación, una pequeña mano sostuvo la mía, permitiendo que la locura no se apoderara de mi mente por completo, ella fue como agua clara en un gran desierto, y es por eso que deseaba poder salir de aquí para mostrarle la belleza del mundo, y ella sólo podía mostrarme lo peor del suyo. Sin embargo, para mí no había piedad ni compasión, cualquier deseo estaba prohibido, sólo debía esperar paciente a que todo terminará, a que ellos decidieran el siguiente paso.

Lo que nadie se pudo imaginar, era que ese pasó me arrastraría al más profundo abismo, un camino sin retorno a la locura.

Recomendado2 recomendaciones

Publicaciones relacionadas

0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios

¡Descubre los increíbles beneficios de esta valiosa comunidad!

Lector

Escritor

Anunciante