Permítete sanar, permítete vivir. 

Josué se despertó con el sonido de la lluvia golpeando la ventana. Miró el reloj y vio que eran las siete de la mañana. Se levantó de la cama y se dirigió al baño. Se miró al espejo y se encontró con su rostro pálido y ojeroso. Hacía tres meses que había perdido a su gran amor, Valeria, en un accidente de coche. Desde entonces, su vida había perdido todo sentido y color.

Se vistió con ropa gris y salió de su apartamento. Caminó por las calles mojadas y grises, sin prestar atención a nada ni a nadie. Llegó a su trabajo, una oficina aburrida y monótona, donde pasaba ocho horas al día haciendo informes y cálculos. Nadie le hablaba ni le sonreía. Era como si fuera invisible.

Al mediodía, salió a comer algo en una cafetería cercana. Se sentó en una mesa apartada y pidió un café y un sándwich. Mientras esperaba, sacó de su bolsillo una foto de Valeria. Era una foto que se habían tomado el día que se conocieron, hace cinco años, en una fiesta de cumpleaños de un amigo común. Valeria estaba radiante, con su cabello rubio y sus ojos verdes. Sonreía con dulzura y abrazaba a Josué por la cintura. Josué también sonreía, con su cabello castaño y sus ojos marrones. Se veían felices y enamorados.

Josué acarició la foto con ternura y sintió un nudo en la garganta. Recordó aquel día como si fuera ayer. Recordó cómo se habían acercado el uno al otro, cómo habían bailado y charlado, cómo habían intercambiado sus números de teléfono y cómo habían quedado para verse al día siguiente. Recordó cómo se habían enamorado poco a poco, cómo habían compartido sus sueños y sus miedos, cómo habían reído y llorado juntos, cómo habían viajado y explorado el mundo, cómo habían hecho planes para el futuro.

Y recordó también aquel fatídico día en que todo se acabó. Recordó cómo habían salido a cenar a un restaurante elegante, cómo habían brindado por su aniversario, cómo habían subido al coche para volver a casa. Y recordó el estruendo, el choque, el dolor, la sangre, los gritos, las sirenas. Recordó cómo había despertado en el hospital, rodeado de médicos y enfermeras. Y recordó las palabras que le habían destrozado el corazón: “Lo sentimos mucho, señor. Su esposa no ha sobrevivido”.

Josué soltó un sollozo y dejó caer la foto sobre la mesa. Se llevó las manos a la cara y lloró amargamente. No le importaba si alguien le veía o le oía. No le importaba nada. Solo quería estar con Valeria, abrazarla, besarla, decirle que la amaba.

De pronto, sintió una mano sobre su hombro. Levantó la cabeza y vio a una mujer joven que se había sentado frente a él. Era una mujer hermosa, con el cabello negro y los ojos azules. Le sonrió con compasión y le dijo:

— Hola, me llamo Sofía. ¿Puedo ayudarte?

Josué la miró sin entender. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué quería de él? ¿Por qué se había sentado a su lado?

— No me conoces — continuó Sofía — pero yo te conozco a ti. Te he visto muchas veces por aquí, sé que estás sufriendo mucho por la pérdida de tu esposa.

— ¿Cómo lo sabes? — preguntó Josué con voz ronca.

— Porque yo también perdí a mi esposo hace un año — respondió Sofía con tristeza — Sé lo que se siente, sé lo que es vivir con un vacío en el pecho, sé lo que es llorar cada noche y cada mañana y sé lo que es perder la esperanza y la ilusión.

Josué la observó con curiosidad. ¿Sería verdad lo que decía? ¿Habría pasado por lo mismo que él? ¿Cómo habría sido su esposo? ¿Cómo habría muerto?

— Lo siento mucho — murmuró Josué.

— No tienes que sentirlo — dijo Sofía — No es tu culpa, ni la mía, ni la de nadie. Son cosas que pasan en la vida, cosas que no podemos controlar ni entender.

— ¿Y cómo lo has superado? — preguntó Josué.

— No lo he superado — admitió Sofía — Pero he aprendido a vivir con ello. He aprendido a aceptar lo que pasó y a seguir adelante. He aprendido a valorar lo que tengo y a disfrutar de cada momento y a ser feliz de nuevo.

— ¿Feliz? — repitió Josué con incredulidad — ¿Cómo puedes ser feliz sin él?

— Porque él vive en mí — explicó Sofía — Porque él me enseñó a amar y a ser amada. Porque él me dejó recuerdos hermosos y lecciones valiosas. Porque él me quiere ver feliz y no triste.

— Yo no puedo ser feliz sin ella — dijo Josué.

— Claro que puedes — afirmó Sofía — Solo tienes que quererlo, solo tienes que abrir tu corazón y tu mente, tienes que darte una oportunidad.

— ¿Una oportunidad de qué? — preguntó Josué.

— De vivir — respondió Sofía — De sentir. De soñar. De amar.

Sofía tomó la mano de Josué y la apretó con suavidad. Josué sintió un cosquilleo en el estómago y una calidez en el pecho. Miró a Sofía a los ojos y vio una luz que hacía tiempo que no veía, una luz de esperanza y de ternura.

— ¿Me dejas ayudarte? — le preguntó Sofía.

Josué dudó un instante. No sabía si estaba listo para dar ese paso, se preguntaba si era justo para Valeria, no sabía si era lo correcto. Pero algo en su interior le decía que sí, que era el momento de cambiar,, que era el momento de ser feliz.

Así que asintió con la cabeza y sonrió levemente.

Sofía le devolvió la sonrisa y le acercó su rostro al suyo. Josué cerró los ojos y se dejó llevar por el beso, un beso suave y dulce, lleno de promesas y de futuro. Y aunque la culpa le invadía siempre el amor de la compañía, le permitía aliviar aquel dolor tan profundo. 

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