Peligrosa oscuridad – 1era parte


Un movimiento brusco del autobús esquivando un bache en la carretera hace volver a la realidad a Adam. Se había quedado mirando fijamente el paisaje por la ventana, perdiéndose en él, ido totalmente por más de la mitad del trayecto.
Mira a su alrededor y todo está muy quieto y silencioso, solo se escucha el sonido del motor mientras avanza hacia su destino. La mayoría de los ocupantes están en asientos separados con sus audífonos puestos, nadie desea sentarse con nadie y tampoco él, quien al momento del embarque se guio de inmediato hacia el último asiento en el fondo del viejo colectivo estudiantil.
Suspira profundamente antes de devolver su mirada hacia la ventana. Han salido después del mediodía cuando el sol estaba en su mayor apogeo y teniendo en cuenta el conducir tan lento de don Tomás, el chofer, esto llevará un tiempo más aún.
Toma su auricular, al igual que los demás, y se desconecta nuevamente.
Es de tarde, ya han pasado más de cuatro horas desde que el viejo cacharro empezó a rodar y más de 1 hora que dejaron la carretera principal para tomar el camino de tierra que lleva al campamento en el monte Tres Kandú a más de 500 kilómetros de la ciudad, el destino elegido por la rectoría este año.
Adam conoce este lugar porque anteriormente había venido con otro grupo. Es un lugar bastante boscoso, oscuro y rocoso, aunque no tiene picos muy elevados, estos acantilados son bastante peligrosos de noche y para quien no los conozca bien.
Suspira nuevamente antes de apoyar su cabeza contra el respaldo y cerrar los ojos, una nostalgia extraña lo acompaña hoy y no tiene idea del porqué, quiere creer que tal vez solo se deba a que no había querido venir desde un principio y dejar a Lea por estos días, pero muy en el fondo sabe que no es así, se deben a esos sueños nuevamente, esos que estos días lo han estado torturando sin parar y que lejos de acercarlo al amor de su vida, lo alejan más.
«Descansa un poco, Adam» escucha la voz en su cabeza, él sonríe de inmediato, consiente o inconsciente, ya sabe lo que le espera.
Unos segundos después los abre nuevamente, se mira y lleva el mismo atuendo, eso lo hace soltar un suspiro de alivio, pero no está en el mismo lugar ni en la misma silla.
Frunce su entrecejo, confundido, aunque no asustado, a lo largo de estos años ya ha conseguido acostumbrarse a estos cambios bruscos de su mente y su imaginación.
—¡Plop! —escucha el reventar de una bomba de chicle no muy lejos de donde está, pero como está tan oscuro en esa parte no se logra ver nada, aunque sabe bien de quién se trata.
Traga duro al sentir como su boca se seca, tiene mucha sed y calor de pronto, gotas de sudor empiezan a aparecer por su frente dando más brillo a su tostado rostro bajo la luz tenue del foquillo encima de su cabeza.
—Hola, osito —esa voz siempre lo hace estremecer hasta los huesos, es una mezcla extraña entre sensualidad y terror, uno imposible de descifrar, algo único, esa voz provoca en Adam una sensación extraña que nunca ha conseguido sentir con nadie, ni siquiera con Lea y su pregunta de siempre es si algún día logrará escapar de ella.
—¿Por qué ahora? —pregunta él en un murmullo, consciente de que alguien quizás pueda escucharlo.
—Has estado muy malo estos días, finges que no te importo, tratas de huir —poco a poco su vestido blanco y su cabellera cobriza va asomándose hacia la claridad mientras habla—. Merezco que me retribuyas o será peor para ti.
El joven profesor queda atónito cuando aquella figura tan conocida para él aparece a solo dos pasos de donde está sentado. Parpadea ante su visión tan única, tan perfecta, tan etérea, pero tan irreal y terrorífica a la vez.
Esta le sonríe y sus ojos verdes brillan, fijos en los del catedrático, como advirtiéndole que no tiene escapatoria.
Adam, por su parte, no puede evitar mirarla, la vio tantas veces, pero aun así ella siempre consigue sorprenderlo, la recorre con la vista con total desfachatez, admirando su cuerpo bien estructurado, sus voluminosos pechos que se exhiben casi hasta la mitad por esa abertura en su atuendo tan diminuto, subiendo su mirada nuevamente hasta su boca y deteniéndose allí por un largo rato. La misma boca que siempre lo lleva hasta el infierno.
Cuando levanta la mirada, ella ya está sentada a horcajadas encima de sus piernas, rozando su aliento frío en su cuello y dibujando figuras abstractas en su pecho con sus uñas de color carmesí, al igual que sus labios.
Adam exhala bruscamente, el olor que ella desprende no es nada parecido a las que tienen las mujeres comúnmente, es una mezcla de esencias florales donde destaca el jazmín, uno que siempre lo deja mareado.
—Samay… —dice apenas llevando su cabeza hacia atrás, su cabeza da vueltas y más vueltas y su lengua parece entumecida. Intenta levantar sus manos, pero estos están sujetos a la silla, hasta ahora se percata de esto y una sensación desconocida lo recorre, nunca antes ella lo había inmovilizado de esta forma.
—Lo sé, osito —ese apodo lo escucha de su boca desde su niñez, desde la época en que él la vio por primera vez en la habitación de su padre el día en que este falleció cuando él tenía apenas 10 años, desde ese momento ella nunca dejó de buscarlo donde sea que se encuentre, corrompiendo y manejando su inocente cabeza a su antojo y voluntad.
Con el trascurrir de los años y a medida que él crecía y se hacía hombre, supo bien lo que ella buscaba de él, ya se había acostumbrado de tal manera a su presencia y a sus peticiones en extremo placenteras que se había aislado de todo el mundo solo por hacerla feliz.
No podía ser una persona normal, encajar con personas normales, cuando la tenía a “ella”.
—Te… Extrañé —dice al fin Adam, antes de dejarse llevar por los besos tan demandantes de Samay. Ella lo devora con ahínco, con desespero, mordisqueando sus labios de manera dolorosa, castigándolo por ignorarla tanto tiempo.
No piensa mucho en el hecho de que ahora está completamente desnudo a su disposición. Sabe que ella puede hacer eso y mucho más sin que él siquiera se percate.
De pronto Samay se separa y lo acecha con la mirada, como un depredador a su presa, y con una sonrisa terrorífica, anunciándole lo que le espera.
Un gemido ronco se escapa de la boca del profesor y su respiración se acelera por tres, cuando ella pasa lentamente sus manos por su pecho hasta llegar a su parte íntima, la peli-cobriza sabe exactamente cómo manejar su cuerpo a su beneficio, nadie más que ella tiene el poder de encenderlo y llevarlo al límite, a excepción de Lea, nadie más ha podido estar íntimamente con el catedrático porque simplemente no puede.
Adam sigue con la mirada los movimientos de sus manos y no siente ese deseo desmedido de querer huir cuando alguna mujer se acerca o lo toca, o incluso asco en algunas ocasiones, al contrario, busca la manera de liberarse por completo, pero es consiente que aún falta mucho para eso.
—¿Sientes eso? —ella lo provoca pasando su lengua rosa y mojada por su glande demasiado hinchado en este momento y apretando sus testículos con la otra mano.
Otro sonido gutural sabe de la boca de Adam, incapaz de emitir una palabra coherente, ella simplemente lo abruma a tal punto de no valerse por sí mismo.
Asiente mientras trata de recomponerse respirando hondo un par de veces. La exuberante mujer no le da mucha tregua, busca la manera brusca y tortuosa de hacerlo entender que él le pertenece.
Toma una de las ligas de su pelo y con ella amarra ambos testículos, tan fuerte como para provocarle un dolor soportable, pero no demasiado como para lastimarlo. Con otra cuerda empieza a rodear su pene desde la base hasta la punta, con la presión justa para mantenerlo erguido y aumentar su martirio.
—¡Plaf! ¡Plaf! —unos segundos después se escuchan dos sonidos estridentes del contacto de la fusta contra el muslo bien tonificado del profesor, primero en uno, luego en el otro, dejando al instante unas marcas rojas bastante visibles en ambos.
—¡Aaaaah! —se queja este con tanta fuerza que su quejido retumba el lugar. Su respiración es incontrolable. No tiene mucha movilidad, así que todo se siente el doble para él.
Samay toma impulso nuevamente y se acomoda en sus piernas, justo encima de sus rodillas, eso le da acceso perfecto para tomar en ambas manos el acordonado pene del profesor para empezar a sobarlo a su antojo, aumentando los gruñidos de este.
Sigue un patrón específico, masajea, estira, hostiga, dando fuertes palmadas, masajea, estira, palmea, masajea, estira, palmea cada vez más fuerte y más rápido. Masajea, estira, palmea, masajea, estira, palmea.
Adam, imposible de soportar tal tortura, lleva su cabeza hacia atrás mordiéndose los labios con fuerza, en un intento vano de aplacar esa sensación tan abrumadora que parece romperlo en pedazos hasta el alma.
—¡Por favor! —ruega con voz entrecortada, jadeante y ronca.
Es imposible descifrar si pide que ella pare o continúe, pero lo único seguro es que no estaba en los planes de la mujer parar bajo ninguna circunstancia.
Pronto los movimientos de ella se vuelven más acelerados, los jadeos del joven profesor, también.
La peli-cobriza sonríe ante la visión de este, desmoronándose en sus manos como castillo de arena golpeado por una fuerte ola.
Las piernas del profesor empiezan a temblar, sin control, sin tregua, y en su mente una señal de alerta lo inunda, si llega a liberarse esto será un completo desastre.
Pese al hipnótico y placentero movimiento de Samay, Adam intenta a toda costa resistirse, se obliga a sí mismo en pensamientos de soportar, rechaza la idea de ir allí donde ella siempre lo empuja, a ese abismo del que le cuesta tanto salir.
La persistencia de la mujer aumenta cuando se da cuenta de que el profesor no quiere ceder, pero sabe que su lucha es en vano, que al final ella terminará ganando, como siempre.
Ella se empuja nuevamente hacia abajo y quita la cuerda con increíble velocidad y destreza e introduce su pene erecto hasta el fondo de su garganta de una sola estocada y se mantiene allí por varios segundos.
Ese acto hace estremecer a Adam, lo lleva al límite, más de lo que puede soportar. Levanta su vista y se conecta con la mirada de ese ser que tanto mal le ha hecho en estos 25 años, que lo ha mantenido alejado de todo el mundo, con una vida miserable, incapaz de formar una familia, de relacionarse sanamente con otras personas; no obstante, su entendimiento le advierte que nunca será capaz de huir de ella.
Sus miradas se quedan conectadas por varios minutos, lo suficiente como para que Adam pueda entender que es imposible combatir cuando ya la pelea lo tiene perdida desde hace mucho.
—Samay… —gime con desespero antes de liberarse a chorros en su boca, los que ella recibe con gusto.
Sus lametazos no paran hasta que nada de aquel líquido viscoso queda. Lo saborea con tanto placer que Adam se enciende nuevamente solo con verla relamer su semilla y su verga maltratada.
Se siente agotado, sin fuerzas, totalmente exhausto y con el cuerpo adolorido y tembloroso. Necesita unos minutos para recomponerse, para compasar su respiración, lo sabe, siempre es así cuando ella viene.
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