Ocaso en Ciudad Prohibida (Primera parte)

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Sinopsis:

La desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza.

Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvación es la pluma del legendario Fenghuang; el verdadero reto es encontrarla antes de un lapso limitado de tiempo.

Yun, el hijo más pequeño de la dinastía Qing, decide lanzarse a tan arriesgada misión, llevando como pista nada más que un antiguo acertijo. Con la inesperada, y quizá no muy deseada ayuda de Siu Wu, una chica proveniente de una pequeña y recóndita aldea, él espera poder rescatar a su madre, antes de que sea demasiado tarde, pero habrá un secreto escondido detrás de toda esta encrucijada.

Una antigua guerra entre criaturas míticas volverá después de miles de años. El Fenghuang y el Dragón están a punto de volver de las cenizas ¿Lograrán consolidar su amor después de sus tragedias legendarias?

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Prefacio: La historia del Fenghuang 

—Mis queridos pupilos, el día de hoy hablaremos sobre nuestros seres protectores y sagrados. Nuestro pueblo ha crecido bajo la protección de muchos espíritus que cuidan de nosotros en todo momento. Es por eso que China se siente un pueblo dichoso cada vez que vamos a los templos y le oramos a estos seres magnánimos de luz. Joven Shun, ¿podía comenzar la lectura?

El niño se aclaró la garganta, se puso de pie y comenzó a leer las escrituras.

—Fenghuang… ave legendaria y sagrada por excelencia para el pueblo de China. Se dice que éste mítico ser representa la unidad de todos los pueblos desde la prehistoria. También tiene la fama de brindar buena suerte a todo aquel que crea en él, por ello es que mucha gente ha plasmado la imagen de su figura en los grandes templos y también en los altares de sus casas para pedirle protección. Asimismo es una costumbre que se utilicen los colgantes de jade con la moldura del Fenghuang para protegerse mientras se está fuera de casa.

—Eso es todo príncipe Shun, a ver continúa la lectura príncipe Jin —dijo el Laoshi* de los tres pequeños soberanos de Ciudad Prohibida.

—Pero por supues…

–Yo, yo por favor, Laoshi ¡Que sea mi turno! ¿Si? —intervino Yun, mientras levantaba su mano con insistencia.

—Joven príncipe, tienes que esperar tu turno, las cosas no pueden ser como tú quieres todo el tiempo —sermoneó con suavidad.

—No es lo que me dice Padre cuando le pido algo —hizo un puchero.

—Ugh… está bien, continúa tú —contestó resignado; siempre era lo mismo con el más pequeño de los Qing.

—Eres un consentido y un caprichoso, hermano —bufó Shun, el mayor de los tres.

—Cállate y escucha la lectura —contestó Yun y se aclaró la garganta —. Se dice t-ambién que desde tiempos antigu-os que el Fen-ghu-ang es el protect-t-or de la Empera…triz, siendo su am-m-uleto de la bu-ena suerte en to-do momen-to.

—Bien… suficiente Yun, ahora sí le toca a Jin. —El laoshi interrumpió la lectura.

—¡Pero si apenas voy comenzando! —alegó Yun.

—Ya sabes que cuando le quitas un turno a tus hermanos te acorto el tiempo —Lo vio con autoridad para que el pequeño pasara el libro a su hermano.

—No es justo. —A regañadientes pasó el libro y se cruzó de brazos.

—Continúa Jin, por favor. Te escuchamos —El Laoshi juntó sus manos para prestar atención al príncipe.

—De acuerdo —sonrió el príncipe Jin y prosiguió la lectura—. El significado del Fenghuang es del todo positivo para el pueblo chino y representa honestidad y lealtad, sobre todo si en una casa está su imagen. Además su espíritu sólo está presente cuando el gobernante es justo y no hay corrupción de por medio. Se dice que el Fenghuang posee los cinco colores de los elementos que son…

El pequeño príncipe dejó de prestar atención a la lectura y dirigió su mirada al gran ventanal, ya que el viento mecía con suavidad las cortinas color crema del gran salón de estudios. De pronto un destello colorido más veloz que un relámpago pasó ante su vista y su alma se llenó de curiosidad al instante.

Yun volteó a ver a su hermano Jin, que estaba sumergido en su turno de lectura. Luego vio a Shun, que como todo un niño bueno hacía anotaciones en su cuaderno y el Laoshi se limitaba a observar a quien en ese momento le tocaba leer; realmente estaba muy orgulloso de sus pupilos reales.

Sin pensarlo dos veces, el más pequeño se levantó de la mesa con cuidado para pasar desapercibido, caminó de puntillas y salió del salón. Evadió en el camino a unos cuantos guardias y sirvientes escondiéndose detrás de los muebles, de las vasijas y de las columnas ornamentadas del palacio; esas eran las ventajas de ser pequeño; aunque eso no lo libró de que su corazón sintiera el miedo de lo que conocía como desobediencia.

En una carrera se colocó sus sandalias, que estaban justo enfrente de la puerta que daba al exterior junto a las de sus hermanos y se dirigió hacia el jardín trasero, donde había visto aquel extraño destello. Caminó por los alrededores y con infortunio no vio nada. A lo mejor su vista le hizo una mala jugada y quizá sí fuera un relámpago. Cabizbajo por la decepción se encaminó con paso lento hacia el interior del palacio.

Ya casi llegaba a la puerta principal cuando lo volvió a ver, destellaba con una luz cálida y gentil que provenía de lo alto; justamente de la copa de aquel árbol rosado, tan antiguo como hermoso. Sin pensarlo dos veces, Yun corrió hacia ese árbol de cerezo, que para el niño era tan alto como el cielo.

Miró hacia arriba y un poco de vértigo invadió sus sentidos. Tragó grueso, pero ningún tipo de malestar le impediría llegar hasta aquel destello que parecía llamarlo. Se trepó como pudo y divisó el aura luminoso en la copa o …quizá más arriba. A cada poco miraba hacia abajo, no había manera de que avanzara; esto comenzaba a frustrarlo sobremanera.

No pretendía quedarse solo en las faldas del árbol, la necesidad de aquel descubrimiento era más de la que pudo imaginar, porque en cuestión de un par de minutos ya había avanzado a la mitad del árbol. Yun sentía que a cada paso estaba tan cerca de llegar, algo le decía que faltaba muy poco para saber qué era aquella luz que parecía llamarlo.

—Se puede saber ¿Por qué abandonaste la clase así de repente, joven príncipe? —El Laoshi lo miraba desde arriba con mirada retadora.

—Es que, no creerás lo que…

—Solo baja ahora, o el Emperador se enojará conmigo si te ve allí y no en clase —sermoneó el Laoshi al principito y él bajó de inmediato sintiendo que se había perdido algo emocionante.

—Vamos adentro —Le dio un leve empujón para animarlo a que entrara al palacio—. La lectura aún no termina y ya es tu turno de seguir, como tanto querías.

Mientras tanto, en lo alto del cerezo, uno de los árboles más antiguos del palacio, un ave de color rojo con diversas plumas coloridas y una larga cola, observaba cómo el principito entraba a su hogar y sus plumas volvieron a relucir con la luz del atardecer.

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Glosario:

Laoshi: profesor o tutor.

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Capítulo I: Jornada sin rumbo fijo

La población china no podía salir de su descontento tras enterarse de la catástrofe que acababa de iniciar en la dinastía Qing, al caer con una extraña enfermedad An, la esposa del Emperador Heng y Emperatriz muy querida por todos en Ciudad Prohibida.

La mujer sufría vómitos, espasmos y dolores en todas sus articulaciones, además de fiebres tan altas que no bajaban con ningún método de curación, sin dejar de lado aquella opresión en el pecho, que parecía que de un momento a otro su corazón se detendría en su totalidad.

El gobernante, a viva voz había dado el comunicado a todo el pueblo, ofreciendo una acaudalada recompensa a aquel, que encontrara la cura inmediata para tan cruel y doloroso padecimiento.

Curanderos llegaban de toda China, para ofrecer brebajes y pócimas que no fueron más que patrañas para el Emperador y sus tres hijos; eso sólo aumentaba la pena y el desconsuelo de la dinastía Qing.

Los días pasaban y An empeoraba, nadie acertaba la solución. Cuando el Emperador se había casi dado por vencido, apareció de la nada un hombre mayor, pidiendo audiencia con él. Hacía llamarse el más sabio entre los sabios y decía tener solución que tanto Heng y sus hijos anhelaban: la sanación de su amada esposa y madre de sus hijos.

El hombre encorvado hizo reverencias y pidió permiso para quemar un incienso y utilizar un cristal “mágico” frente a la convaleciente mujer.

Con la duda revoloteando sus pensamientos, Heng aceptó. Cualquier cosa era mejor que no hacer absolutamente nada por An, y se dió cuenta de lo desesperado que estaba a ese punto.

—Mi señor, gracias por haber dejado trabajar a la magia de la sabiduría. Un ser, maligno como el mismo infierno ha dejado caer una maldición sobre su familia, y su esposa fue la víctima principal.

—¿Cómo es eso posible?, si todo el mundo que me conoce sabe que yo no tengo enemigos. —Heng reclamó indignado.

—Secundo esa afirmación, todo aquí deja sembrada la duda. —Se atrevió a hablar Shun, el hijo mayor y futuro sucesor de Heng.

—Mis señores, quizá alguien en secreto lo hizo, alguien con oscuras intenciones, pero lo importante aquí es que existe una sola cura para el terrible mal que aqueja a su esposa —decía con reverencias.

Ni el emperador, ni su consejero, mucho menos los tres hijos del poderoso gobernante se creían del todo las palabras de aquel hombre.

—Yo nunca he sabido de tu existencia, tampoco mi consejo y ahora vienes jactándote de una sabiduría que no has demostrado ante nadie ¡Prueba tu honor! —reclamaba Heng, mientras Shun, Jin y Yun asentían en silencio.

—Mi señor, lo que le digo no es falacia. Mi sabiduría usted pedirá con frecuencia en un futuro, sólo déjeme decirle que es genuina y eficaz. Acá está la solución —extendió al emperador un delgado pergamino.

Heng tomó de inmediato el pergamino y lo leyó en silencio para luego elevar su mirada con desconcierto y desaprobación en su semblante.

—¿La pluma del Fenghuang? Pero si esa criatura es una leyenda, nadie tiene pruebas fehacientes de que pueda aparecer de forma física. —Heng se llevó una mano al rostro.

Los tres hermanos escuchaban y se veían entre sí. Pronto comenzaron a dialogar entre susurros, en una especie de discusión silenciosa.

—Debe creerme por favor —suplicaba el hombre—. Como el Fenghuang se esconde de las multitudes y escándalos, solo un valeroso y audaz puede traer esa la pluma. La maldición se acabará, pero esto tiene que ser antes del ocaso de pasado mañana o su señora… No verá la luz de un nuevo día.

—¡Padre! Pido autorización para hacer una propuesta —habló Yun ante la mirada de todo el consejo.

—Habla hijo mío —dijo Heng con pesadez.

—Tuvimos un breve diálogo, y en vista de que Shun y Jin tienen más obligaciones acá contigo, yo me ofrezco a buscar al Fenghuang y arrancarle todas las plumas que sean necesarias para que madre se salve —ofreció Yun con convicción.

—No hijo, no puedes exponerte, el precio puede ser tu vida o peor aún, talvez tu alma le termine perteneciendo por completo a las fuerzas oscuras. Yo enviaré a uno de mis más fuertes y adiestrados ninjas para esa misión.

—Yo siento que nunca he hecho lo suficiente por madre, ni por tí ¡Necesito probar que soy digno hijo de la dinastía Qing! –exclamó con firmeza y la frente en alto.

Los príncipes Shun y Jin asintieron con cierto temor ante las palabras de su hermano y voltearon a ver al anciano, quien esbozó una sonrisa suave y rasposa.

—Vaya, el muchacho es valeroso —esbozó el viejo con una sonrisa.

Heng no esperaba que esta situación se complicara más, pero después de ir por un momento a meditar al a meditar santuario, regresó y con todo el dolor de su alma le dió su aprobación a su hijo Yun para que emprendiera tan arriesgada misión.

—Señor, no se arrepentirá, ha tomado una sabia decisión —reverenció con satisfacción.

—Seguiré incrédulo hasta no ver que mi hijo y mi esposa estén sanos y salvos, hasta entonces no podrás salir de aquí y estarás custodiado por guardias en todo momento, hasta que se cumpla lo que dices —sentenció Heng y dos corpulentos guardias se llevaron al anciano.

Heng se quedó en silencio, viendo como su hijo menor preparaba un ligero equipaje y armamento necesario; al estar listo, con el pergamino en la mano, se acercó a él.

—Padre, no les fallaré, sabes que sé defenderme y traeré la pluma cueste lo que me cueste –dijo con una mano en su pecho.

El condolido emperador le dio su bendición a Yun, luego Shun y Jin hicieron lo mismo y el decidido joven emprendió su camino en su carruaje de cuatro caballos. Heng se hincó frente a su esposa, Shun y Jin lo acompañaron sin decir más palabras y rezaron por un largo tiempo.

A penas Yun salió de la gran puerta y pasó el puente que marcaba la salida del hogar, sintió como su corazón palpitaba de miedo y euforia a la vez, porque nunca se había retirado tanto de esa estancia.

Ni siquiera los guardias reales se percataron de que en aquel carruaje albergaba al más joven de los príncipes de Ciudad Prohibida, quien se encaminaba a una misión descabellada para la mayoría de personas.

Por un segundo, Yun volteó a ver cómo se alejaba del palacio y se adentraba a lo desconocido, aunque pronto guardó la compostura para no ser reconocido, al menos hasta salir de la ciudad.

«Dos ocasos » –suspiró con su mentón apoyado en la mano–. Por todos los cielos, es muy poco tiempo.

No había pasado mucho desde que Yun emprendió su camino, iba tranquilo porque se vistió con ropaje de sirviente y tomó uno de los carruajes más rústicos para no ser reconocido. Mientras salía hacia el pueblo se dedicó a leer el acertijo.

“Su cabeza es el cielo, los ojos brillan como el sol.

Su lomo es cual luna y las alas viento son.

En sus patas tierra fértil se puede ver,

y de los planetas en su cola tiene el poder.

Si la ayuda del Fenghuang desea,

puede que su corazón la respuesta posea”.

«Por los dioses, esto está enredado. Entonces quizá deba buscar elementos que se relacionen, quizá deba ir a una solitaria montaña, recitar el acertijo, invocar al Fenghuang y así aparecerá. Sí… eso haré», caviló no muy seguro de su plan, pero por algo se comenzaba.

Decidió ir a las afueras del pueblo de Ciudad Prohibida, a algún lugar con mucha naturaleza y encontrar los objetos que tuvieran que ver con el Fenghuang.

Recorrió caminos empolvados durante horas, había pasado por dos pueblos diferentes y tan solo había reunido plumas de diversos tipos y tamaños, también tierra donde habían sembradíos de arroz, pero aún le hacía falta buscar mucho más.

Yun no supo cuánto se había alejado, hasta que no encontró más pueblos, vió su mapa y se dio cuenta que había llegado a una zona extremadamente solitaria. El miedo se apoderó de él. Nunca se imaginó alejarse tanto de la civilización.

Sus caballos necesitaban descanso y comida, así que se detuvo cerca de un río, para que los animales bebieran y pastaran, mientras él seguía buscando similitudes con ese ser legendario.

Pronto se dio cuenta que algo o alguien estaba dentro del río. ¿Sería humano o animal? Tendría que acercarse despacio para averiguarlo.

«Vaya, este río sí que tiene profundidad para que alguien se sumerja», analizó con los nervios de punta.

—¿Quién anda allí? —dijo amenazante.

Yun dio unos pasos atrás y tocó la cacha de su filoso puñal, el cual guardaba en su cinturón.

La cabeza de una persona comenzó a salir del agua, pero no se distinguía su género, menos su edad. Todos los sentidos de Yun se alertaron de inmediato.

De pronto el joven se dio cuenta que era una muchacha de tez bronceada, cabello castaño claro, y no solo eso, en cuestión de segundos ella le estaba apuntando con una flecha.

«Esta mujer me va a matar», pensó Yun, sintiendo que su fin se podría acercar al alcance de aquella flecha.

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Capítulo II: Cuando todo se ha perdido

La extraña joven no dejaba de apuntarle con esa flecha y Yun temía lo peor, de pronto se dio cuenta de algo inusual: la muchacha tenía la boca llena de agua, por lo que sus mejillas lucían infladas. Eso parecía extraño pero poco amenazante.

No le había dado importancia a ese detalle y continuó con su postura de defensa, hasta que sintió un húmedo toque en la frente y al instante su cara se empapó de agua. Él esperaba un flechazo, en cambio la chica le había prácticamente escupido para luego reírse de él.

–Pero qué graciosa… –frunció el ceño, mientras se apartaba el agua de la cara y se retiró de la cabeza su coolie, que estaba goteando –Estuve a punto de atacarte con un arma, no vuelvas a hacer eso, ¡estás loca! –la regañó.

–Bueno, el intruso aquí eres tú, yo estoy donde siempre acostumbro, vivo en una aldea cerca de aquí –contestó mientras se cruzaba de brazos.

–Pues… no deberías andar sola, ni hablar con desconocidos y mucho menos apuntar con flechas a personas pacíficas como yo –le espetó, pero la chica continuó sonriendo, cosa que irritó más al jovencito.

–No podía adivinarlo— se defendió la chica —, oye… ¿Qué haces aquí?, es que por estos lados casi nadie viene y si lo hacen son maleantes. No es por presumir, pero siempre he sabido defenderme de esa gente –esbozó con una risita orgullosa.

—Ya noté que usas armas… yo estoy de paso, no es importante de dónde vengo ni a dónde voy —dijo cortante y con los brazos cruzados.

Con un ágil movimiento, la muchacha salió del agua y dejó ver una increíble figura, marcada por el agua que pegaba su gastado qipao rojo a la piel. Su flequillo destilaba pequeñas gotas, que resbalaban por su rostro de finas facciones y tintineaban cual cristales a la luz del sol, era una visión mágica. 

En un abrir y cerrar de ojos, el príncipe sintió sus mejillas arder como el fuego y volteó su vista para otro lado. Se colocó su coolie, pero de inmediato se percató de que no estaban solos, volteó a ver a la chica y ella ya estaba de nuevo en posición de ataque, apuntando con su flecha.

Yun estaba a la expectativa, podrían ser personas inofensivas, pero esa pinta… definitivamente dictaba otra cosa. Todos eran jóvenes y mal vestidos, algunos llevaban tatuada la piel, pero eran sus miradas las que irradiaban maldad y quizá hasta portaran armas blancas.

–¿Y ustedes qué quieren? –soltó el príncipe con el ceño fruncido.

—Tranquilo, tranquilo… sabes, tenemos hambre, solo queremos unos centavos y nos iremos –respondió uno de ellos.

A Yun no le dio tiempo de responder nada, porque uno de los maleantes estaba hurgando el carruaje, quizá en busca de objetos de valor, acto seguido, mientras el hombre se reía, ya había sido herido en el brazo con una flecha, la chica sonrió triunfante.

–¡Infeliz, te voy a dar tu merecido! –gritó el hombre mientras con un gemido de dolor se arrancaba la flecha del brazo.

–Quiero ver que te atrevas –respondió Yun desafiante, quien se movilizó para quedar al lado de la chica y ella sonrió con valentía.

Todo el grupo se dejó ir sobre ellos con sus armas filosas, mientras Yun y la arquera desconocida comenzaron a defenderse con patadas, puñetazos y el arma blanca que él tenía consigo, pero no bastaba, ya que eran unos diez hombres contra dos individuos. Mientras algunos salían heridos por la pareja de guerreros, otros les golpeaban con mucha fuerza. 

Uno de los hombres saltó bastante alto asestó un navajazo en dirección de Yun, quien se dio cuenta de inmediato y utilizó la suya para detener el golpe. Ambos se quedaron haciendo fuerza con dichas armas hasta que, de una patada en la cara la chica lo mandó a volar y Yun sonrió ante la carcajada victoriosa de ella.

Yun y la chica se sonrieron por un momento, pero alguien tomó del cuello a su compañera de combate y la levantó para ahorcarla. Él de inmediato golpeó a un par de contrincantes que le intentaban bloquear el paso y saltó con velocidad sobre sus cabezas para llegar al otro lado y terminar de golpearlos por la espalda. 

Al noquearlos él comenzó a correr en ayuda de la chica, quien yacía sentada, respirando fuerte para recuperar el aliento. Él le ofreció su mano para levantarse y al estar de pie, ella se sacudió su quipao que estaba lleno de tierra.

Antes de que pudieran formular conversación, él se dio cuenta que todo era una emboscada para llevarse su carruaje. El líder de aquella tropa había huido con todo lo que Yun llevaba para subsistir, esto lo enfureció sobremanera.

De un momento a otro, los hombres que quedaron allí, al voltear a donde los dos chicos se encontraban, Yun percibió en aquellas miradas temor o quizá pánico, ya que, acto seguido intentaron huir como cobardes; él quedó perplejo con esas acciones.

«¡Pero qué demonios! ¿Algo los habrá asustado?»

El príncipe no pudo seguir con sus pensamientos ya que en un cerrar de ojos, los maleantes fueron cayendo a causa de una flecha en la espalda y quedaron tendidos en el suelo. Él volteó a ver a la muchacha, que ahora tenía el rostro perlado de sudor y encendido por el rubor del trajín de la batalla.

–Te dije que sé defenderme –dijo la muchacha con la respiración entrecortada.

–Ya lo noté, en efecto sí sabes combatir –respondió Yun con una sonrisa, la que se opacó de inmediato al pensar en todo lo que aquel hombre se había llevado. 

–¡Por Buda!… ahora sí que estoy perdido –se lamentó con desesperación, mientras se quitaba el sudor de la frente –. He venido completamente solo hasta aquí, con el tiempo contado y el pueblo más cercano está tan lejos que pasarían días hasta regresar allá.

–¿Tanta prisa llevas? –se acercó ella para conversar.

–Demasiada para ser sincero –Yun sacó la hoja con el acertijo y se detuvo a verla –. Y ahora tendré que comenzar de cero con mi misión.

—¿Qué tipo de misión? A lo mejor puedo ayudarte —trató de alentarlo la trigueña.

—Prometí no hablar de eso, además parte de la misión es resolver esta jornada solo.

—Entiendo, pero ahora necesitas ayuda, te has quedado sin nada —la chica lo veía con cierta preocupación que a Yun le extrañó.

—Bueno, si quieres puedo encaminarte hasta tu aldea, ya que dices que está cerca, luego yo seguiré mi camino y quizá tu gente me pueda orientar —esbozó Yun con suavidad.

—Eso estaría genial, así podremos conocernos mejor —la chica se veía emocionada y Yun un poco enrarecido por la actitud de ella.

Los dos jóvenes comenzaron a caminar entre esos senderos de tierra, rodeados de naturaleza y aire fresco. En otras circunstancias, un paseo por estos lugares no estaría nada mal. 

No caminaron demasiado, la aldea de la muchacha estaba justo al pasar una pequeña hilera de arbustos.

Literalmente aquella aldea tenía cinco cabañas de madera y un solo sembradío de arroz. Se veía que vivían en condiciones de pobreza y Yun no podía creer que existiera tal sitio, pero efectivamente su mapa lo marcaba como Aldea Yumai. 

—Bueno, ya llegamos –esbozó el joven mientras seguía observando el lugar. 

—Gracias, eres muy amable y educado, por cierto ¿Cómo te llamas? —mostró una amplia sonrisa, mientras peinaba un mechón de su cabello lacio.

El muchacho dudó si decirle su verdadero nombre, ya que este lo delataría en su clase social, pero al final decidió hacerlo, puesto que ese lugar era lejano y nadie pensaría que un príncipe llegara por esos alrededores, y menos con las vestimentas que llevaba.   

—Bonito nombre, es inusual… el mío es Siu. —A Yun le sorprendía la confianza de esta muchacha.

—Ha sido todo un gusto.— Yun le estrechó la mano por cortesía.

—¡Siu!, ¿quién es ese hombre? —una señora, que parecía preocupada la llamaba desde una de las cabañas y otros rostros se asomaban para ver que estaba pasando.

—Ve con ella, yo me iré —le dijo a la chica.

—¿Ya te vas tan pronto? —los grandes ojos de Siu parecían pedirle que no se fuera tan rápido.

Definitivamente ella tenía algo místico y embelesante, o algo en sus palabras que le irradiaban a Yun aires de confiabilidad y aún no se explicaba el por qué de esto ya que jamás se había sentido de esa manera acerca de alguna persona.

—Disculpe, ¿qué se le ofrece? –un hombre se acercó a cuestionar a Yun.

–Soy viajero, solamente encaminé a la jovencita de vuelta, yo seguiré mi camino y no molestaré más –dijo haciendo una reverencia de respeto e inmediatamente el hombre suavizó la mirada ruda que tenía.

–Padre, este joven acaba de ser emboscado en la salida de la aldea, lo han dejado sin nada –dijo Siu, casi suplicándolde al señor que lo ayudara.

–Malditos rufianes, esa gente busca lugares solitarios para robar a los viajeros –respondió el hombre con decepción y su esposa asintió.

–Aunque a veces cosas extrañas ocurren con esos maleantes, es cuestión de esperar –dijo la señora.

«¿Qué cosas?, ¿como el hecho de que huyeran sin razón? Eso sí que fue extraño».

–Lo sé, si tan solo pudiera conseguir mi transporte de nuevo, pero algo se me ocurrirá, por lo pronto continuaré con mi camino –esbozó Yun.

–Joven, si necesita resguardarse de la fría noche, no dude en pedir posada acá con nosotros. No tenemos lujos pero sí comida caliente y resguardo –ofreció la señora con una sonrisa.

–Muchas gracias, créanme que les recompensaré gratamente por su amabilidad, ahora debo partir –el príncipe hizo una reverencia de despedida, sonrió a la amable familia y se dio la vuelta.

–Que el espíritu del Fenghuang te proteja –dijo Siu, a lo cual Yun volteó de inmediato, sorprendido de aquellas palabras.

–¿Qué has dicho? –interrogó a la joven, sintiendo su corazón acelerarse.

«¿Estará más cerca de lo que pienso?»

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Capítulo III: No estás solo

Las palabras de Siu habían provocado que el corazón del príncipe saltara de emoción. El hecho de que la chica mencionara lo que él en secreto iba buscando era algo extraordinario que en verdad no se esperaba y si no fuera tan reservado, hubiera gritado de euforia allí mismo, pero eso ni en sus sueños pasaría.

«Será posible que el Fenghuang me esté enviando señales, y me haya guiado hasta aquí? ¡Pero qué rayos! Eso suena demasiado fantasioso y ridículo ¡Ya cálmate Yun!», pensó mientras fruncía el ceño con sutileza y bajaba la mirada.

—Pues, no lo dije por nada en especial… solo te deseé suerte en tu travesía, chico gruñón —sonrió Siu con picardía mientras le guiñaba un ojo.

—No soy gruñón, simplemente soy precavido y curioso —soltó Yun con seriedad y suspiró al sentirse un mocoso inmaduro, que se hace ilusiones antes de tiempo.

—Esa es otra manera de confirmarlo. Eres demasiado serio, sonríe —la chica comenzó a reír y sus padres contuvieron una risita.

—Bueno… volviendo al tema, a nuestra pequeña aldea, aunque no lo parezca nunca le ha faltado agua fresca y alimento. Todo se lo debemos a la protección del Fenghuang —respondió el padre de Siu.

—Es verdad, por eso siempre despedimos a la gente honrada con esas palabras —agregó la madre de la chica.

—Sobre todo, aquí en Yumai creemos con fe que él ronda por estos lugares. El más viejo de la aldea cuenta que su abuelo tuvo encuentros con ese ser divino no muy lejos de aquí, pero, en la actualidad no se han probado tales hechos. Lo que sí puedo decir es que, ha sido tanto el impacto de esas anécdotas, que en la parte más alta de la montaña, usted podrá ver un monumento en honor al Fenghuang erigido por nuestros antepasados. Hace décadas muy pocas personas visitaban ese lugar, pero ahora ya ni los pueblerinos de esta aldea vamos por ahí, ese trecho es muy peligroso—añadió el señor.

—Yo sé que con esto que le decimos no se detendrá jovencito, lo veo en su mirada, pero queda advertido que es casi un suicidio ir a esa montaña y tiene que estar consciente de eso —finalizó la señora.

Estos testimonios que acababa de escuchar no estaban escritos en ninguno de los libros de historia que Yun había leído en el palacio. Por lo regular las escrituras antiguas afirman que esta respetada criatura, solamente ha manifestado su poder por medio de plegarias. Esa deidad no va a los pueblos paseándose para probar su existencia y mucho menos hace milagros como el que él mismo buscaba. A pesar de aquellas advertencias Yun sentía alivio y en su alma guardaba fuertes esperanzas. Algo le decía que su querida madre se curaría en menos de lo que tenía estipulado.

«Debe haber más de una forma para invocarlo y necesito saber cuál. Voy a ir hacia ese monumento a como de lugar», el corazón de Yun latía con determinación.

—Muchas gracias por compartir esa información con este viajero —respondió con una sutil sonrisa.

—Ha sido un placer jovencito, tenga cuidado con las fieras que rondan por la maleza oscura y sea precavido porque las apariencias engañan —advirtió la señora el ceño fruncido.

—Por cierto, se nos ha olvidado presentarnos. Yo me llamo Fong Wu y mi esposa es Guen. Por supuesto que a nuestra hija Siu ya la conocía —dijo entre sonrisas.

—Mucho gusto en verdad, señores Wu. Mi nombre es Yun— esbozó con discreción.

—Ese nombre me suena… —se quedó cavilando el señor Fong, pero fue sacado de sus pensamientos por la voz de su esposa.

—Ah, por cierto… ¡No se vaya aún! ¡Espere un momento! —exclamó la señora Guen, mientras se dirigía dentro de su casa.

—¿Eh? —Fue lo que Yun alcanzó a esbozar ante las sonrisas del señor Fong y de Siu.

La señora Guen le dio a Yun un poco de comida para el viaje, ya que sabía que su jornada, sea cual sea era arriesgada. Siu colgó en su cuello una cantimplora con agua fresca y Yun no podía sentirse más agradecido con la vida. Al cabo de un par de minutos, los señores se despidieron con una reverencia y entraron a su hogar, dejando solos a los dos jóvenes.

—Por cierto Siu, quiero que sepas que, si sobrevivo volveré para ayudarles en lo que necesiten, es una promesa. Hasta pronto —inclinó su cuerpo en señal de despedida.

—En verdad que has demostrado ser educado y muy amable con nuestra aldea. Por eso me ofrezco a acompañarte, solo por si acaso tienes la suerte de encontrarte otra emboscada como la de hace rato —dijo amable la chica, mientras tocaba su carcaj lleno de flechas.

—Siu, en verdad te agradezco, pero es muy en serio que mi jornada la debo cumplir solo. De otro modo jamás lo lograré, espero que me comprendas —respondió con firmeza en su voz.

—Ay por favor, Yun ¡Déjate de pretextos! Si quieres yo puedo ir oculta entre los árboles, así ni siquiera vas a notar mi presencia. Es parecido a andar solo ¿No lo crees? —propuso enérgica.

—Oye, de verdad no quiero ser grosero, pero… –Siu no lo dejó concluir su frase.

—Además ¿Qué crees? —ella se acercó a él para hablarle en secreto —. Yo conozco esos senderos como la palma de mi mano.

—¿Acaso piensas que no puedo cuidarme? —Yun se alejó un poco para mirarla a los ojos —. Te recuerdo que he venido viajando solo hasta cerca de la Aldea Yumai, estas ofendiendo mi honor —bufó molesto.

—Sí, bueno, porque esos pueblos civilizados seguramente están repletos de guerreros y ahí también vive el gobernante con su familia, es obvio que no es tan peligroso. Este sector está desprotegido para aventurarse así y tú eres necio —agregó Siu, molesta.

—¡Iré solo he dicho y eso es todo! —escupió casi sin analizar sus palabras.

—Bien… vete entonces –dijo con seriedad—. Pero después no digas que nadie se preocupó por ti ni te quiso ayudar ahí afuera —mostró la lengua, se dio la vuelta y entró a su casa.

«Siu… Pero qué chica tan testaruda e inmadura, aunque de gran corazón. Si tan solo comprendiera», sonrió mientras recordaba como aquella rebelde sacaba su lengua con enojo.

Yun se ajustó su sombrero coolie, verificó si llevaba su única arma y aquellos bendecidos alimentos. Cuando vio que todo estuviera en orden, comenzó a caminar a paso ligero. Sin poder evitarlo, seguía pensando en lo extrovertida que era aquella joven risueña, pero con la misma se concentró en su misión. Sabía que en menos de lo que esperaba caería el primer ocaso y aún se sentía lejos de su objetivo.

Con el acertijo en su mano, se abrió paso por aquel desolado sendero polvoriento. Agradeció que al menos no le habían robado su coolie, ya que eso le sería de mucha ayuda para soportar el intenso calor que hacía en esas tierras. El camino hacia la montaña iba a ser bastante agotador, pero valdría la pena, todo con tal de encontrar al Fenguang.

Aceleró el paso de manera gradual, ya que no quería caer agotado tan rápido. La desesperación invadía cada resquicio de su ser. Pensó en su convaleciente madre ¿Cómo estaría en esos momentos? ¿Su dolor incrementó o cedió? ¿Su padre estaba en paz? Conocía bien su carácter, él no se iba a quedar de brazos cruzados y ojalá aquel sabio no fuera un fanfarrón más en busca de fama y dinero. Tantas interrogantes y divagaciones que no tendrían una respuesta, solo se quedarían en el limbo de sus caóticos pensamientos.

Con cada paso que daba aquel sendero se iba volviendo más estrecho y la maleza comenzaba a ser mucho más abundante, también la fauna alzaba su voz alrededor escondida entre la vegetación. El sol aún seguía con su brillo imponente, eso era buen indicio, el ocaso aún aguardaba su llegada. En definitiva a pie todo era más complicado, ya que el cansancio comenzaba a hacer leves estragos en sus pies, pero no podía detenerse, no ahora.

Yun tomó un trago de agua sin bajar la velocidad de sus pasos y con la misma cerró bien la boquilla de la cantimplora. Un destello de luz anaranjado lo hizo alzar la vista hacia el frente, pero quizá el intenso sol le había jugado una ilusión óptica, como siempre, así que no le prestó mucha atención. Lo que sí divisó a lo lejos fue una casa de madera. Por supuesto que existía una gran posibilidad de que hubiese personas habitándola, pero parecía abandonada y ese pensamiento provocó un escalofrío corrió por su espina dorsal.

«Qué extraño, la familia de Siu no me alertara que hubiera gente a la redonda fuera de Yumai. Bueno… Es de esperarse que haya personas viviendo lejos», reflexionó para calmar sus nervios.

La casa era cada vez más visible y aquel silencio que se sentía en los alrededores comenzaba a desesperarlo un poco. Al poco tiempo Yun al fin pasó frente aquella casa que emanaba una vibra extraña, quizá por el hecho de que estuviera en medio de aquel lugar, pero lo que más le provocó escalofríos era aquel tenue llanto que lograba percibir desde los alrededores, ni siquiera sabía si provenía del interior de la casa o de alguna otra parte.

Apresuró el paso para dejar atrás ese lugar escalofriante, su prisa podía más que cualquier otra sensación que tuviera en su ser. Por una fracción de segundo volteó a ver cómo con cada paso se alejaba de aquella lúgubre casa. Cuando regresó su mirada al frente vio algo a mitad del sendero que le aceleró el corazón.

«¡Por todos los cielos!», fue lo que logró pensar antes de correr en la ayuda de aquella desfallecida mujer en medio del camino.

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Capítulo IV: Recuerdos melancólicos

Una pesada maleta de viaje sobre sus hombros, la sensación de fatiga por el largo trecho recorrido y su padre encabezando aquella travesía que realizaban con frecuencia, la burla casi silenciosa de sus hermanos, sobre todo del mayor y la mirada expectante de su padre.

Así recuerda Yun las expediciones y viajes, que según Heng, eran con el fin de fortalecer el cuerpo y el espíritu, aunque él no recuerda haberse sentido más fuerte del todo. En especial porque la figura impecable de sus mayores era mil veces mejor de lo que él pudo demostrar en la vida.

—Papá… Jin y Yun se quedaron atrás, de nuevo —replicó molesto Shun, quien iba hasta adelante del camino, junto a su padre.

Ambos jovencitos se encontraban sosteniendo sus cansados cuerpos en el contrario, mientras arrastraban los pies por el esfuerzo de aquella prueba de resistencia disfrazaba de paseo de padre e hijos.

Heng negó con la cabeza mientras regresaba por ellos y les hizo una mirada de decepción que Yun sabía a la perfección lo que significaba: no refacción al llegar a la cima de la montaña o algún castigo de ejercicio físico.

Su padre siempre fue ese tipo de personas a las que no necesitaba oír para saber lo que le querían decir y en qué modo. Con él en definitiva, Yun y sus hermanos aprendieron a ver mucho más allá de las palabras.

Yun y Jin dejaron de reclinarse y emprendieron la caminata con mayor energía; un poco de dolor en el cuerpo era mejor que no comer. Al poco tiempo Jin ya había tomado la velocidad de Shun y solo él quedaba siempre atrás.

Con el pasar de los minutos sus pies parecían adormecerse y ni hablar de su respiración, que se encontraba pesada por el cambio de altitud al adentrarse en aquella zona llena de caminos de tierra, árboles y maleza en los alrededores.

Con la misma, Yun volvió al presente ¿Por qué Yun se encontraba recordando algo así en estos instantes?, se preguntaba al saberse sumerjido en la nostalgia. Quizá sintió similar aquella situación en la que se encontraba en esos momentos.

A todo eso, situándose de nuevo en el presente, Yun no sabía cuánto había estado caminando. De aquel sendero polvoriento ya no quedaba nada, en su lugar todo era arbustos, monte, piedras, árboles tan grandes como edificios y el sonido de la naturaleza que le decía lo alejado que estaba de cualquier especie de civilización.

Quizá todo le fuera más sencillo si no llevara una débil joven mujer a sus espaldas. No sabía quién era o por qué la encontró sollozando con las mínimas energías que le quedaban. Lo único que sabía era que, cuando la vio tendida en el suelo no pudo evitar ver en su rostro el de su convaleciente madre y se estremeció de un profundo dolor al no poder resolver esto de una manera más eficiente.

Pronto se vio en la necesidad de interrumpir la línea recta en la que iba caminando para poder encontrar algún riachuelo, ya que había dado de beber a la mujer en los momentos en que cobraba un poco de consciencia. El agua que podía llevar en dicho recipiente no era suficiente para dos sedientas personas.

Yun colocó a la mujer con suavidad recostada bajo la sombra de un gran árbol de ciprés, en lo que él se agachaba a llenar su cantimplora y también aprovechaba para lavarse las manos y la cara, ya que aquella batalla con el montón de rufianes, lo había dejado lleno de sudor y polvo.

—¿Dónde… estoy? —esbozó la joven en un hilo de voz. Yun escuchó de inmediato y volteó con rapidez, para acercarse de nuevo a donde la había dejado recostada —¿Q-qién es usted? ¿Qué quiere? ¿Por qué estoy aquí?

—Tranquila —dijo Yun con mucho respeto a la desconocida—. Usted estaba en el suelo llorando y luego se desmayó. La he traído a este lugar para auxiliarla.

Ella se había sobresaltado al ver al muchacho, pero en cuanto le comenzó a hablar, dejó de temer y se tranquilizó, solo momentáneamente, para volver a aquella expresión de angustia total y comenzar a llora con amargura.

—Si así lo desea, puede contarme lo que le pasa, e intentaré ayudarla —dijo Yun—. Pero si prefiere que la deje en paz, yo no intervendré más y seguiré mi camino.

—Mis… hijos ¡Un hombre, acompañado de un tigre negro, llegó a mi casa y se llevó a mis cuatro hijos! —Ella volvió al mar de lágrimas y sus manos cubrían su rostro.

Yun sintió mucha pena por ella. No sabía nada de su vida, pero el hecho de que arrebataran los hijos a una inocente mujer, era tan inhumano como el mismísimo y diabólico Kuei personificado, salido del infierno para llevarse las almas puras de la humanidad.

—Tranquilícese, por favor —dijo Yun con firmeza—. Yo soy un viajero, y vine de muy lejos en una encrucijada. Me ofrezco a ayudarle a recuperar a sus hijos, y mientras, quizá también yo encuentre lo que estoy buscando.

—¿En serio, joven? Gracias, muchas gracias —Las lágrimas no dejaban de brotar de los ojos de la mujer y con la misma se apoyó en sus rodillas e hizo una reverencia muy solemne, ya que se encontraba muy agradecida.

—No hay de qué. Tenga —respondió Yun y extendió su mano con la comida que los señores de Yumai, padres de Siu, le habían obsequiado—. Necesito que se quede aquí ¿Hace cuánto tiempo ocurrió el suceso?

—No hace mucho, antes de que usted apareciera —dijo la joven señora entre sollozos—. Se fue en dirección del bosque, solo espero que no los hayan sacado de los alrededores.

—Entonces no creo que estén muy lejos y al parecer no se fueron a la aldea. Haré todo lo que esté a mi alcance. Usted quédese aquí, no se vaya a mover, por favor.

—Usted es un tianshi caído del cielo, solo Buda pudo haberlo puesto en mi camino —La mujer, en una reverencia más, tocó los zapatos de Yun y este se agachó para tomarla por los hombros, enderezarla y mirarla directo a sus ojos avellana.

—No hay más que agradecer. Solo espere a que vuelva con noticias —esbozó Yun una sonrisa sutil, para comenzar a ponerse de pie.

—Así lo haré, joven valiente —dijo entre sonrisas la mujer.

Yun devolvió el gesto, ahora con una amplia sonrisa y antes de darse la vuelta para irse, pero un sonido proviniente de la copa del árbol en el que estaban tomando la sombra, alertó a Yun. Con mucho cuidado colocó su mano en el puñal que llevaba escondido.

Las ramas del árbol se removieron y Yun intentaba ver qué era aquello que acehaba, aunque sin éxito alguno. Algunas hojas secas comenzaron a caer en la cabeza de la mujer y en el rostro de él, quien tuvo que apartarlas con su mano.

Pronto se escuchó el sonido de una rama rompiéndose y de algo cayendo con rapidez. Lo único que se le ocurrió a Yun fue lanzarse hacia la mujer y empujarla para que a ninguno les cayera encima lo que fuera que cayera.

Aquel bulto sonó de manera estrepitosa, que levantó el montón de hojas al golpearse contra el duro suelo. Cuando el cúmulo de hojas se acentó, Yun no daba cabida a lo que estaban viendo sus ojos, que se acababan de abrir de par en par.

«Pero si es…»

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Capítulo V: Peligro en el bosque I

Aquel golpazo en la tierra no había sido nada más que la caída sorpresiva del tigre negro con rayas blancas que mencionó la mujer hace algunos momentos, y era muy cierto que su pelo y ojos eran de un azabache intenso. Yun jamás creyó que tal cosa existiera, ya que, por lo general solo sabía de los tigres blancos y de los convencionales de color naranja.

De soslayo, el príncipe encubierto observó cómo el gesto de la débil mujer se desfiguraba en una expresión de pánico y él de inmediato movió su mano, para indicarle a ella que por nada del mundo se moviera. Aquel tigre negro que los acechaba al parecer tenía intenciones de atacar.

Pese a la caótica situación que podría avecinarse, Yun se mantuvo sereno, ya que, si estaban de suerte sólo se iría sin hacerles daño, de lo contrario tendría que atacar a muerte al feroz animal que estaba demasiado cerca. Realmente quería que esa fuera la última medida que tuviera que utilizar.

Con lentitud, Yun se fue colocando justo delante de la mujer, para bloquear la vista del animal y que supiera que él la protegería a toda costa. El animal no dejaba de gruñir y de mostrar signos de querer atacar. La frente del joven se comenzó a perlar a causa de la tensión.

Como en cámara lenta, Yun vio cómo la fiera se impulsaba con sus patas traseras y sacaba las afiladas garras. El feroz tigre iba con todo para atacarlo. En un movimiento ágil, el joven se quitó su sombrero, separó sus pies, uno detrás del otro, con las rodillas flexionadas, para desenvainar el puñal y lanzarse hacia el frente. No le temería a las fauces que tenía casi enfrente, pelearía con todo lo que tenía. Yun llevaba el puñal de frente, calculaba darle en la garganta, o si no al menos le haría una fuerte herida en las patas o en el hocico.

La mujer había lanzado un gritito de miedo y Yun había lanzado un corte horizontal que sonó en el aire, dándole a la fiera justo en una de las patas delanteras. Él cantó victoria, ya que lo había tirado al suelo, pero también el tigre había lanzado un zarpazo en su brazo derecho y Yun no se dio cuenta sino hasta que el dolor agudo y la sensación goteante de su sangre se hicieron presentes. Aunque lo que más le preocupó en ese momento era la estabilidad emocional de la mujer. Volteó hacia ella para hablarle:

—¿Se encuentra bien? —inquirió, pero la mujer, con la mano temblorosa le señaló para que se concentrara en la bestia.

Yun volteó y la fiera se había lanzado de nuevo hacia él y el único movimiento que él encontraba propicio era el de lanzarse en contraataque nevamente. Lo que ni él ni la bestia tuvieron en cuenta, fue que un objeto había pasado a traer al animal y lo había derribado hacia un lado, lejos de Yun, quien aún con la respiración fuerte debido a la adrenalina, se acercó con rapidez para observar lo que había pasado.

—¿Pero qué ocurrió? —preguntó la mujer con sorpresa.

—No tengo idea, pero manténgase al margen —pidió Yun, mientras bloqueaba con su brazo el paso de ella—. Si se levanta y usted está aquí no podré defenderla.

—Bien… —respondió ella para dar pasos hacia atrás, dejándole el espacio a Yun a investigar.

Los ojos de Yun se abrieron como platos cuando vio aquello que había derribado a la bestia y comenzó a ver hacia todos lados. Se volteó y volvió a girar con un dejo de inquietud y posible… ¿desesperación? Aquello sí que despertó la curiosidad de la mujer, ya que el muchacho, desde que lo conoció y trató con él, siempre mantenía una expresión de serenidad y seguridad en el rostro. Así que se atrevió a preguntar:

—Eh… ¿Le ocurre algo? —La curiosidad por saberlo la mataba.

—Sí… No, no —respondió Yun con la voz entrecortada debido a la inquietud que tenía.

—Es que, lo veo inquieto, por eso le pregunto —Ella se atrevió a llegar a su lado para ver lo que ocurría—. Creo que, el animal ya está muerto, y fue por esa flecha, ¿verdad?

—Eso creo —dijo Yun, aún ensimismado, porque sabía qué era lo que significaba una flecha.

El tigre había dejado de respirar, ya que aquella flecha había traspasado su garganta. No cabía duda que la dueña de aquel arma era Siu. Esa terca se había atrevido a seguirlo y ahora podía estar escondida detrás de cualquier árbol o arbusto.Yun no pudo evitar sonreír con sutileza. Ya podía imaginársela agarrándose el estómago de la risa, sintiéndose triunfante de hacer lo que ella quería.

«Esa chica no tiene remedio», pensó el príncipe para sus adentros.

No quiso seguir buscándola, si ella quería llegaría a donde él estaba. Pese a cualquier molestia que Yun llegara a sentir por la insistencia de Siu, algo lo hacía sentir un confort extraño solo de pensar que ella estuviera por ahí, de alguna manera acompañándolo en esa travesía de vida o muerte.

Las punzadas de dolor invadieron el brazo de Yun; tanto que no pudo evitar lanzar un quejido de dolor. El joven se encuclilló, mientras se levantaba la manga larga de su atuendo para ver la gravedad de la herida. A tiempo la mujer corrió en su ayuda y se agachó para examinar la herida.

—¡Por los dioses! —exclamó ella al ver que, no dejaba de sangrar aquellas heridas en forma de arañazos que le había propinado aquel tigre azabache.

—Descuide estaré bien —dijo Yun para no preocupar más a la mujer, pero fue en vano.

—No será molestia ayudar a quien me acaba de salvar la vida —esbozó con dulzura la mujer, mientras comenzaba a lavar la herida—. Por cierto… me llamo Mei. Es un gusto ayudarle.

—Agradezco su ayuda —respondió Yun, sin hacer contacto visual. La cercanía con mujeres no era su fuerte y no se sentía del todo cómodo, pero valoró mucho lo que ella estaba haciendo.

La mujer le vendó el brazo con un pedazo de tela que sacó de la falda de su propio vestido hanfu. Al terminar ella le dedicó una débil y tímida sonrisa, a lo que él correspondió también con una sonrisa ladina y ambos se pusieron de pie.

—¿Mejor? —inquirió Mei y él asintió de inmediato.

—Creo que ahora podré seguir mi camino y prometo traer a sus hijos de vuelta —seguró Yun, mientras se colocaba de nuevo su sombrero coolie.

—Tenga mucho cuidado, por favor —suplicó con las manos juntas; se veía muy preocupada.

—Descuide, volveré pronto —Se despidió y dio la vuelta para ir más adentro del bosque.

Yun estaba decidido a ayudar a esa pobre mujer que lo había perdido todo, no descansaría hasta encontrar el paradero de sus pequeños. Esa idea llevaba en la mente, cuando al cruzar una hilera de árboles un sobresalto acompañado de un escalofrío invadieron su cuerpo. Allí estaba él…

El hombre que había mencionado la señora Mei. Pero no tenía a ningún niño en su poder en ese momento. Más bien era la silueta femenina de Siu la que agarraba del cuello para querer estrangularla. Lo más escabroso fue que, era como si el hombre supiera que él iba a pasar por allí… Como si estuviera esperándolo para que viera el espectáculo mortífero que estaba ejecutando.

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Capítulo VI: Conflictos internos

Desde uno de los ventanales del gran Palacio trasero de la Ciudad Prohibida, que era la residencia de la familia imperial, se podía apreciar a dos hombres contemplar la víspera del ocaso. En sus rostros se reflejaba mucha angustia, pesar y agotamiento emocional. Se trataba del emperador y de su hijo Shun, que en todo lo que restaba del día, no dejaron de estar pendientes de la hora y de los cuidados de su adorada madre.

Varios sirvientes y curanderos pasaban de un lado a otro con medicinas y compresas que le aplicaban a cada cuarto de hora, pero la situación no mejoraba ni un poco para An. El palacio se sumía en palabras de desaliento y la desesperanza a cada minuto que pasaba aumentaba a pasos agigantados.

De pronto se acercó detrás de ellos Jin, el segundo príncipe, ni más ni menos con el mismo estado emocional que el de su padre y hermano mayor. Había estado de turno con los sirvientes, velando el estado de su madre y un hilo de sudor surcaba su frente. Su padre notó su presencia y se preocupó; al parecer no traía buenas noticias. Al ver a su hijo de soslayo, todo lo decía su semblante decaído y desgastado de cansancio.

—¿Cómo se encuentra, hijo? —preguntó sin voltear la mirada, la que permanecía fija en el horizonte.

—Mal, padre… muy mal —respondió Jin en un hilo de voz, mientras se pasaba una mano por la frente—. Y… ¿Aún no hay noticias de Yun?

—Nada, hermano. Yun se fue hace tan solo unas cuantas horas, pero pareciera como si esto fuera una eternidad —respondió Shun con pesar.

Heng dio un fuerte suspiro mientras negaba con su cabeza y sin pronunciar una sola palabra se retiró en dirección al templo de oración, como ya lo había hecho con frecuencia en todo el día. Para él era muy duro mostrar el dolor y la flaqueza que le ocasionaba solo el pensar que An fuera a fallecer y que los esfuerzos de su hijo terminaran en una tragedia de muerte. Simplemente prefería sufrir aquello en plena soledad.

Sus dos hijos conocían más que bien esas actitudes de su padre. Ante ellos no podía fingir ni siquiera una sonrisa. Conocían sus expresiones como la palma de sus manos. El dolor en los corazones de Shun y Jin les dolía como si una hilera de púas estuviera destrozándolos con lentitud.

—¡Esta desesperación nos está matando a todos! —reclamó Shun con impotencia—. Creo que debí ir yo en lugar de Yun, él es demasiado inexperto y jamás ha encabezado una batalla en su vida. Sé que no hemos tenido necesidad de guerras, ni nada por el estilo, pero, para más nosotros dos fuimos a batallar cuando un ejército de rufianes amenazaba la ciudad.

—Hermano, entiendo tu argumento y más por el hecho de que madre está al borde de la muerte —respondió Jin—, pero deberías confiar un poco más en Yun por una vez en tu vida. El anciano vio valentía en él, además ahora no hay marcha atrás y solo nos queda esperar.

—Creo que tienes razón —suspiró Shun y se llevó la mano a su frente—, solo estoy demasiado frustrado porque sabes que lo que sugirió ese anciano suena a algo imposible. Incluso suena como una gran mentira inventada yo qué sé por cual razón. La gente hace maromas para que los reflectores estén en ellos, aunque sea para hacer el ridículo.

—Bueno, si te digo la verdad… Yo tampoco le tengo demasiada fe a lo que nos ha dicho ese señor, pero dime, Shun ¿Qué alternativa nos queda? —Jin se cruzó de brazos con frustración e impotencia.

—Cuestionar al viejo —respondió Shun sin titubear mientras volteaba a ver a su hermano.

—Bueno, entonces qué… ¿Nos dirigimos a la sala de audiencias y que nos lo traigan? Les ordenaré de inmediato —demandó Jin mientras se volteaba para ir a llamar a los mandaderos.

—No, tonto —Shun alcanzó a tomar del brazo a Jin para detenerlo—. No es una reunión oficial —dijo quedito—. Si padre se entera que estamos cuestionando más al viejo y que organizamos interrogatorios extraordinarios, es capaz que me quite autoridad frente a todos. Entiende, me ha costado ganarme la confianza y el poder que él me confirió como futuro emperador. Hay que actuar con discreción.

—Bueno, bueno. Pero no te sulfures —respondió Jin, un poco ofendido— Y entonces… ¿Cuál es el plan más sensato?

Shun le indicó con la mirada que caminaran hacia la celda donde tenían al viejo. Jin miró a su hermano con un gesto de aprobación, y mientras nadie veía, ya que estaban ocupados con la emperatriz, ambos príncipes cruzaron los largos pasillos, y salieron por los jardines. Caminaron un largo pasillo de rojas columnas grandes, techo ornamentado con diseños dorados y pisos relucientes de madera, para luego salir del palacio. Siguieron un callejón un poco descuidado, hasta llegar a las celdas a donde habían llevado al “sabio hechicero”

No tuvieron problema al hacerse paso entre los estrechos corredores de aquel lugar ni tampoco los guardias pusieron objeción, sino que saludaban con reverencias largas de respeto. Shun ahora tenía acceso a todo lugar en el palacio, así como Heng lo tenía; él ya no era un príncipe, su poder ya se asemejaba ahora al de Heng.

Los dos hermanos se acercaron con sigilo y se asomaron entre la ventana de barrotes de aquella puerta metálica y observaron al viejo, que se había llamar Di. No tenía nada de extraordinario en realidad; él permanecía sentado en el suelo con las piernas cruzadas; pareciese como si estuviera meditando. Usaba en su regordete cuerpo un traje hanfu desgastado y su cabeza ya estaba casi calva en la coronilla, y esa mata de pelo a los lados estaba ligeramente canosa.

—Y bien —musitó Jin para no ser escuchado por nadie más—. Esta fue tu idea, deberías comenzar, porque yo ni loco comenzaría una conversación con ese señor —insistió mientras zarandeaba el brazo de su hermano.

—Suéltame que me desconcentras —espetó Shun y se hizo el quite del agarre de Jin.

En cuanto Shun devolvió la mirada hacia la ventanilla y entreabrió la boca para comenzar a decir lo que sea, el viejo Di ya estaba asomado, viendo al par de príncipes. Jin se sobresaltó y Shun no bajó la mirada ante la del viejo.

—Señor —jaló aire—, le aconsejo que avise antes de acercarse, casi me mata de un susto —demandó Jin, aún recuperándose del sobresalto que había sufrido.

—Bueno, ustedes tampoco avisaron que se asomarían a mi ventana, y eso también es de mal gusto —debatió el viejo y Jin hizo un puchero sutil, mientras Shun intervenía para hablar.

—Sí, tiene razón. Nos retractamos, no queríamos importunar a nadie —dijo Shun con voz firme y solemne—. Sabrá que, nosotros estamos pasando un momento devastador justo ahora, y nuestras mentes están llenos de dudas acumuladas.

—Es comprensible, su majestad —respondió Di mientras hacía una pequeña reverencia—. No los culpo, ya que nuestra querida emperatriz está sufriendo, y por ende todos nosotros.

—Así es —esbozó Shun—. Por eso hemos venido aquí para decirle que, nos cuesta creer en todo lo que dijo en la sala de audiencias imperial. Necesitamos una reconfirmación de sus palabras, con respecto al acertijo que le extendió a mi padre y que nuestro hemano se llevó aceptando esa encrucijada de vida o muerte. Comprenda que no es cualquier cosa, se trata de la vida de nuestra propia sangre; sangre noble y justa de la que depende toda China. —El tono de voz de Shun se elevó en exasperación y sus manos se empuñaron—. Exijo que nos diga aquí y ahora qué tan efectivo será que él se encuentre con esa ave. Sea cien porciento sincero, ¡esto no es un juego, señor!

El viejo Di escuchaba todo, calmo y sereno como el viento que soplaba por los corredores. Con paciencia se privó de hacer alguna intervención, hasta que el príncipe terminó de exponer sus quejas y conflictos, para luego suspirar y comenzar a responder.

—Su alteza, ¿cree que yo vendría a exponer mi vida a decir esto si el acertijo no fuera real? Por supuesto que no. Esas palabras grabadas en el papiro mágico aparecieron cuando yo mismo me comuniqué con la sabiduría de Buda, tras años de experiencia, meditación y entrenamiento. Yo no escribí eso, lo juro. Las palabras aparecieron plasmadas y yo vine a exponer una solución. Si no creían en mi palabra pudieron no haber tomado la alternativa y esperar la voluntad natural que hay entre la vida y la muerte; con todo respeto, nadie los obligaba a haber aceptado.

Ante aquellas palabras Shun y Jin quedaron mudos, sin poder debatir lo que Di les había dicho. Incluso Jin, por una fracción de segundo pensó que no habían hecho tanto bien al encerrarlo, pero, la vida de su madre y de su hermano estaba en juego. Ambos príncipes se retiraron de allí en silencio absoluto, llevándose un conflicto interno inmenso y las almas vacías de respuestas.

Mientras caminaban hacia el palacio, Shun solo se limitó a voltear a ver hacia el despejado cielo. El primer indeseable ocaso estaba por hacer su majestuosa entrada.

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Capítulo VII: Gratitud al universo

«Algo muy escabroso está ocurriendo en este bosque. Hay demasiada maldad como para que habite esta montaña y el tiempo se agota. Me siento perdido».

Mientras caminaban para encontrar refugio, Yun, quien sostenía a Siu en brazos, no podía dejar de debatirse la caótica situación en la que estaba envuelto. Él sabía que, aunque en la cima de la montaña hubiera un monumento del ahora famoso Fenghuang ¿Qué posibilidades habría de encontrarlo allí, si las cosas en los alrededores se ponían color de hormiga a cada segundo?

Según lo que él tenía entendido era que el Fenghuang amaba la soledad y la paz. En ese bosque había todo menos lo que atrae a esa ave mitológica. Y como los padres de Siu habán dicho: ese bosque ya no era el que solía ser y ahora representaba prácticamente un suicidio adentrarse en él. Ya estaba advertido, pero su corazón lo guió hacia allí; decidir era algo determinante en aquel momento. Arriesgar todo por su amada madre era lo que debía hacer.

—En verdad que este camino es muy largo. Nunca me atreví a llegar tan lejos en este bosque —dijo Mei, respirando fuerte a cada paso que daba, ya que el trecho del bosque era cuesta arriba.

—Tiene razón —respondió Yun—, no podremos llegar hoy, eso está claro. Buscaremos refugio para pasar la noche.

—Eso nos quedaría muy bien, sobre todo porque… sus heridas aún no han dejado de sangrar —esbozó Mei con preocupación.

En efecto, de las mangas largas desgarradas seguían brotando pequeños caudales de sangre, pero Yun quería hacerse el fuerte en su opinión, pero aquello ella no lo mencionó y Mei continuó caminando y prestando atención al joven.

—Ya habrá un tiempo para curarme, yo lo sé. Quien me preocupa más en este momento es esta señorita. Ya no despertó y la veo mal. Habrá que atenderla de inmediato, solo espero que encontremos al menos una cueva que nos proteja del sereno.

—También necesitamos algo de leña, joven Yun —sugirió Mei—. Está haciendo demasiado frío —Se quejó mientras frotaba sus heladas manos y soplaba entre ellas para calentarse.

—Sí, claro. Eso también necesitamos con urgencia —dijo Yun con el ceño fruncido.

Yun no se había puesto a pensar en ese detalle, hasta que notó que su rostro era acariciado por unas tenues ráfagas de aire, tan gélidas como el hielo. Las montañas se van tornando cada vez más frías a medida que se asciende, debido a la latitud de los terrenos.

Bajó un poco su mirada para ver a la chica que tenía en brazos; ella estaba muy pálida y podría jurar que sus labios se comenzaban a tornar morados. Ahora estaba más preocupado, porque, pensándolo bien, a él nunca le había calado tanto el frío como lo estaba haciendo en esos momentos. Ni siquiera cuando acampaban entrenando con su padre y hermanos.

Yun y Mei subieron un pequeño sendero, que antes parecía ser transitado por gente con frecuencia, pero que habían dejado de hacerlo ya hace mucho tiempo. Mei se aferró al cinturón de Yun para lograr subir, ya que su condición estaba débil con aquella caminata.

Al terminar de subir y jadeando por lo exhaustos que estaban, los ojos de ambos se abrieron de la sorpresa; una cueva yacía allí mismo, como si estuviera esperándolos exclusivamente a ellos; ese fue el pensamiento de Yun. En lo privado de su mente agradeció al universo por semejante regalo aparecido en el momento preciso.

Si no hubieran estado tan cansados y Yun no tuviera a Siu en sus brazos, de seguro él hubiera corrido como un niño cuando le llevan el juguete que más quería, o quizá no; no frente a Mei. No podía demostrar sus emociones frente a una desconocida, si ya ni siquiera lo hacía con su familia, mucho menos con otra gente.

—¡Gracias, Buda por escuchar mis plegarias! —exclamó Mei mientras alzaba sus manos. Ella sí que comenzó a correr, emocionada por tal hallazgo.

Yun sonrió y continuó caminando hacia dicho refugio en medio del bosque. Vaya que había aparecido en el momento justo, ya que los brazos de Yun le dolían horrores, y sus antebrazos y muñecas estaban tan entumecidos que ya no los sentía. Con mucho cuidado, Yun se inclinó y dejó a Siu recostada en la tierra, no había otra opción, le hubiera gustado que reposara en una cama, pero esos ya parecían lujos que no podían obtener en ese momento.

Los azabaches ojos del joven no se despegaban de la chica convaleciente. Lucía muy preocupado y ensimismado con ella, tanto así que Mei lo notó de inmediato; carraspeó con sutileza y se acercó justo a la par de Yun para ver si podía ayudar.

—Si me permite, joven… —musitó mientras se revisaba la falda de su vestido hanfu.

—Ah… por supuesto —respondió Yun, despavilando con torpeza para cederle el lugar a Mei.

Mei sacó un peñuelo de su bolsillo y comenzó a secar el sudor que perlaba el rostro de Siu. A pesar del frío su cuerpo sudaba a causa del posible malestar que estuviera teniendo.

—Por cierto… —dijo Mei mientras seguía limpiando el rostro de Siu— ¿Ya nos habíamos presentado? Sabe, soy algo olvidadiza para estas cosas —rio con nerviosismo y volteó a ver a Yun.

—Pues… con tanto traqueteo yo también olvidé ese tema, pero no creo que sea importante por ahora —sonrió de lado para evadir la pregunta.

Realmente no quería andar revelando su nombre a diestra y siniestra, además aún no confiaba en ella del todo. Levantó su mano para posarla detrás de su nuca, pero una punzada de dolor se lo impidió y tuvo que bajar el brazo, esbozando un leve gesto de dolor.

—¡Por los cielos, usted también necesita ayuda! —Mei se levantó de inmediato y sin pedir permiso de nada se acercó a los heridos brazos de Yun, los cuales no detenían del todo la hemorragia.

—Pensé que dejaría de sangrar, pero no fue así —aclaró Yun.

—Necesita cambio de vendaje para un brazo —musitó mientras escrutaba las dos extremidades—. Y este otro también necesita ser vendado —sugirió Mei con determinación—. Si no le molesta, me gustaría revisarlo nuevamente.

Yun dudó un poco, pero agradeció la ayuda de inmediato y sin chistar. Se quitó la camisa azul de su hanfu, la cual estaba rota de las mangas y manchada de sangre. Mei no se inmutó ante el torso descubierto y musculoso de Yun, como si fuera lo más natural ver la piel al desnudo.

—Todo estará bien —dijo Mei entre sonrisas.

Yun asintió e hizo una leve reverencia. Sin duda se sentía un tanto avergonzado, pero en poco tiempo la actitud madura de ella le brindó cierta confianza a él y la dejó actuar en su labor, repitiendo el mismo procedimiento que le aplicó junto al río, antes de ser atacados por aquel extraño tigre. De pronto un movimiento sacó a Yun de su ensimismamiento:

—¿Dónde… estoy? —musit´ Siu en un hilo de voz y volteó a ver hacia donde estaban Yun y Mei.

—¡Dioses, ya despertaste, jovencita! —exclamó Mei con euforia, sin soltar el vendaje que estaba haciendo a Yun.

—Siu, no te muevas —pidió Yun—, estás muy débil y necesitas recuperar fuerzas.

—Bien… —contestó ella y al volver en sí, notó que el muchacho estaba sin camisa y con la misma sus mejillas se calentaron y volteó rápido hacia otro lado.

Mei se dio cuenta de la reacción de Siu y una sonrisita se dibujó en sus labios. No cabía dudas en que existía cierta atracción por parte de los dos, pero aún no querían exteriorizarlo.

De inmediato y Mei terminó con el vendaje, Yun se volvió a colocar su camisa. Al parecer él era demasiado reservado con respecto a su vestimenta. Cuando finalizó de cambiarse, al fin Siu volteó a verlo, pero él seguía con una mirada esquiva, así que Mei rompió el silencio.

—Y… ¿Cómo te sientes, Siu? Es necesario que sepamos todos tus síntomas para ayudarte —dijo mientras se acercaba.

—Mucho mejor —aseguró Siu—. Solo me siento un poco cansada y me duele la garganta, pero no se preocupen por mí, yo voy a estar bien. Se los aseguro. Por ahora dormiré un poco —esbozó con debilidad mientras cerraba los ojos con lentitud.

Mei y Yun se vieron con incredulidad, ya que aquel casi estrangulamiento había sido muy fuerte. Yun quiso acercarse a ella, pero Mei se lo impidió. Él también necesitaba descanso; los tres debían recobrar fuerzas. Pero de pronto algo captó la entera atención de Yun, quien se levantó de repente ante la mirada de desconcierto de ella.

—¿A dónde va? —inquirió Mei mientras él caminaba hacia la salida.

—Acabo de divisar algo aquí enfrente de la cueva —respondió Yun—. Será algo que nos ayudará mucho, se lo aseguro —Finalizó de decir para salir por completo de ese lugar.

Yun no podía creer que, con ese clima tan húmedo de la montaña, justo allí delante de ellos hubiera trozos de árbol perfectamente secos, propicios para la fogata que tanto estaban necesitando. Él no hizo más que sentirse agradecido una vez más y se arrodilló para hacer una reverencia al universo.

Siempre acostumbraba agradecer en silencio todas las buenas rachas que le presentara la vida. La gratitud era el lenguaje de la vida, porque todo lo hacía el universo por alguna razón y nada parecía ser casualidad.

Cuando se levantó, aquella luz centelleante color naranja había pasado una vez más y esta vez sintió que venía de alguna parte alta de la montaña. Podía jurar que era casi como aquella que vio cuando niño aquel día de aburridas clases, y no solo en esa ocasión; realmente la había visto durante casi toda su vida en momentos puntuales.

«Si es que eres el Fenghuang, guíame hacia ti. Ayúdame a salvar a mi madre», imploró en su mente y regresó de nuevo al refugio que el universo les había dado.

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Capítulo VIII: Gratitud al universo

«Algo muy escabroso está ocurriendo en este bosque. Hay demasiada maldad como para que habite esta montaña y el tiempo se agota. Me siento perdido».

Mientras caminaban para encontrar refugio, Yun, quien sostenía a Siu en brazos, no podía dejar de debatirse la caótica situación en la que estaba envuelto. Él sabía que, aunque en la cima de la montaña hubiera un monumento del ahora famoso Fenghuang ¿Qué posibilidades habría de encontrarlo allí, si las cosas en los alrededores se ponían color de hormiga a cada segundo?

Según lo que él tenía entendido era que el Fenghuang amaba la soledad y la paz. En ese bosque había todo menos lo que atrae a esa ave mitológica. Y como los padres de Siu habán dicho: ese bosque ya no era el que solía ser y ahora representaba prácticamente un suicidio adentrarse en él. Ya estaba advertido, pero su corazón lo guió hacia allí; decidir era algo determinante en aquel momento. Arriesgar todo por su amada madre era lo que debía hacer.

—En verdad que este camino es muy largo. Nunca me atreví a llegar tan lejos en este bosque —dijo Mei, respirando fuerte a cada paso que daba, ya que el trecho del bosque era cuesta arriba.

—Tiene razón —respondió Yun—, no podremos llegar hoy, eso está claro. Buscaremos refugio para pasar la noche.

—Eso nos quedaría muy bien, sobre todo porque… sus heridas aún no han dejado de sangrar —esbozó Mei con preocupación.

En efecto, de las mangas largas desgarradas seguían brotando pequeños caudales de sangre, pero Yun quería hacerse el fuerte en su opinión, pero aquello ella no lo mencionó y Mei continuó caminando y prestando atención al joven.

—Ya habrá un tiempo para curarme, yo lo sé. Quien me preocupa más en este momento es esta señorita. Ya no despertó y la veo mal. Habrá que atenderla de inmediato, solo espero que encontremos al menos una cueva que nos proteja del sereno.

—También necesitamos algo de leña, joven Yun —sugirió Mei—. Está haciendo demasiado frío —Se quejó mientras frotaba sus heladas manos y soplaba entre ellas para calentarse.

—Sí, claro. Eso también necesitamos con urgencia —dijo Yun con el ceño fruncido.

Yun no se había puesto a pensar en ese detalle, hasta que notó que su rostro era acariciado por unas tenues ráfagas de aire, tan gélidas como el hielo. Las montañas se van tornando cada vez más frías a medida que se asciende, debido a la latitud de los terrenos.

Bajó un poco su mirada para ver a la chica que tenía en brazos; ella estaba muy pálida y podría jurar que sus labios se comenzaban a tornar morados. Ahora estaba más preocupado, porque, pensándolo bien, a él nunca le había calado tanto el frío como lo estaba haciendo en esos momentos. Ni siquiera cuando acampaban entrenando con su padre y hermanos.

Yun y Mei subieron un pequeño sendero, que antes parecía ser transitado por gente con frecuencia, pero que habían dejado de hacerlo ya hace mucho tiempo. Mei se aferró al cinturón de Yun para lograr subir, ya que su condición estaba débil con aquella caminata.

Al terminar de subir y jadeando por lo exhaustos que estaban, los ojos de ambos se abrieron de la sorpresa; una cueva yacía allí mismo, como si estuviera esperándolos exclusivamente a ellos; ese fue el pensamiento de Yun. En lo privado de su mente agradeció al universo por semejante regalo aparecido en el momento preciso.

Si no hubieran estado tan cansados y Yun no tuviera a Siu en sus brazos, de seguro él hubiera corrido como un niño cuando le llevan el juguete que más quería, o quizá no; no frente a Mei. No podía demostrar sus emociones frente a una desconocida, si ya ni siquiera lo hacía con su familia, mucho menos con otra gente.

—¡Gracias, Buda por escuchar mis plegarias! —exclamó Mei mientras alzaba sus manos. Ella sí que comenzó a correr, emocionada por tal hallazgo.

Yun sonrió y continuó caminando hacia dicho refugio en medio del bosque. Vaya que había aparecido en el momento justo, ya que los brazos de Yun le dolían horrores, y sus antebrazos y muñecas estaban tan entumecidos que ya no los sentía. Con mucho cuidado, Yun se inclinó y dejó a Siu recostada en la tierra, no había otra opción, le hubiera gustado que reposara en una cama, pero esos ya parecían lujos que no podían obtener en ese momento.

Los azabaches ojos del joven no se despegaban de la chica convaleciente. Lucía muy preocupado y ensimismado con ella, tanto así que Mei lo notó de inmediato; carraspeó con sutileza y se acercó justo a la par de Yun para ver si podía ayudar.

—Si me permite, joven… —musitó mientras se revisaba la falda de su vestido hanfu.

—Ah… por supuesto —respondió Yun, despavilando con torpeza para cederle el lugar a Mei.

Mei sacó un peñuelo de su bolsillo y comenzó a secar el sudor que perlaba el rostro de Siu. A pesar del frío su cuerpo sudaba a causa del posible malestar que estuviera teniendo.

—Por cierto… —dijo Mei mientras seguía limpiando el rostro de Siu— ¿Ya nos habíamos presentado? Sabe, soy algo olvidadiza para estas cosas —rio con nerviosismo y volteó a ver a Yun.

—Pues… con tanto traqueteo yo también olvidé ese tema, pero no creo que sea importante por ahora —sonrió de lado para evadir la pregunta.

Realmente no quería andar revelando su nombre a diestra y siniestra, además aún no confiaba en ella del todo. Levantó su mano para posarla detrás de su nuca, pero una punzada de dolor se lo impidió y tuvo que bajar el brazo, esbozando un leve gesto de dolor.

—¡Por los cielos, usted también necesita ayuda! —Mei se levantó de inmediato y sin pedir permiso de nada se acercó a los heridos brazos de Yun, los cuales no detenían del todo la hemorragia.

—Pensé que dejaría de sangrar, pero no fue así —aclaró Yun.

—Necesita cambio de vendaje para un brazo —musitó mientras escrutaba las dos extremidades—. Y este otro también necesita ser vendado —sugirió Mei con determinación—. Si no le molesta, me gustaría revisarlo nuevamente.

Yun dudó un poco, pero agradeció la ayuda de inmediato y sin chistar. Se quitó la camisa azul de su hanfu, la cual estaba rota de las mangas y manchada de sangre. Mei no se inmutó ante el torso descubierto y musculoso de Yun, como si fuera lo más natural ver la piel al desnudo.

—Todo estará bien —dijo Mei entre sonrisas.

Yun asintió e hizo una leve reverencia. Sin duda se sentía un tanto avergonzado, pero en poco tiempo la actitud madura de ella le brindó cierta confianza a él y la dejó actuar en su labor, repitiendo el mismo procedimiento que le aplicó junto al río, antes de ser atacados por aquel extraño tigre. De pronto un movimiento sacó a Yun de su ensimismamiento:

—¿Dónde… estoy? —musit´ Siu en un hilo de voz y volteó a ver hacia donde estaban Yun y Mei.

—¡Dioses, ya despertaste, jovencita! —exclamó Mei con euforia, sin soltar el vendaje que estaba haciendo a Yun.

—Siu, no te muevas —pidió Yun—, estás muy débil y necesitas recuperar fuerzas.

—Bien… —contestó ella y al volver en sí, notó que el muchacho estaba sin camisa y con la misma sus mejillas se calentaron y volteó rápido hacia otro lado.

Mei se dio cuenta de la reacción de Siu y una sonrisita se dibujó en sus labios. No cabía dudas en que existía cierta atracción por parte de los dos, pero aún no querían exteriorizarlo.

De inmediato y Mei terminó con el vendaje, Yun se volvió a colocar su camisa. Al parecer él era demasiado reservado con respecto a su vestimenta. Cuando finalizó de cambiarse, al fin Siu volteó a verlo, pero él seguía con una mirada esquiva, así que Mei rompió el silencio.

—Y… ¿Cómo te sientes, Siu? Es necesario que sepamos todos tus síntomas para ayudarte —dijo mientras se acercaba.

—Mucho mejor —aseguró Siu—. Solo me siento un poco cansada y me duele la garganta, pero no se preocupen por mí, yo voy a estar bien. Se los aseguro. Por ahora dormiré un poco —esbozó con debilidad mientras cerraba los ojos con lentitud.

Mei y Yun se vieron con incredulidad, ya que aquel casi estrangulamiento había sido muy fuerte. Yun quiso acercarse a ella, pero Mei se lo impidió. Él también necesitaba descanso; los tres debían recobrar fuerzas. Pero de pronto algo captó la entera atención de Yun, quien se levantó de repente ante la mirada de desconcierto de ella.

—¿A dónde va? —inquirió Mei mientras él caminaba hacia la salida.

—Acabo de divisar algo aquí enfrente de la cueva —respondió Yun—. Será algo que nos ayudará mucho, se lo aseguro —Finalizó de decir para salir por completo de ese lugar.

Yun no podía creer que, con ese clima tan húmedo de la montaña, justo allí delante de ellos hubiera trozos de árbol perfectamente secos, propicios para la fogata que tanto estaban necesitando. Él no hizo más que sentirse agradecido una vez más y se arrodilló para hacer una reverencia al universo.

Siempre acostumbraba agradecer en silencio todas las buenas rachas que le presentara la vida. La gratitud era el lenguaje de la vida, porque todo lo hacía el universo por alguna razón y nada parecía ser casualidad.

Cuando se levantó, aquella luz centelleante color naranja había pasado una vez más y esta vez sintió que venía de alguna parte alta de la montaña. Podía jurar que era casi como aquella que vio cuando niño aquel día de aburridas clases, y no solo en esa ocasión; realmente la había visto durante casi toda su vida en momentos puntuales.

«Si es que eres el Fenghuang, guíame hacia ti. Ayúdame a salvar a mi madre», imploró en su mente y regresó de nuevo al refugio que el universo les había dado.

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Capítulo XI: Convivencia

La noche había pasado entre luchas por encender una fogata, líos para poder dividir entre tres la comida para una sola persona y las peripecias que representaba dormir en el duro suelo. Al final terminó siendo una noche tormentosa, pero de lo que Yun estaba seguro, era de que lo hubiera pasado mucho peor en el exterior, allí donde los animales feroces rondaban con mayor frecuencia y las ráfagas heladas amenazaban con congelarlos de cuerpo completo, para posiblemente morir de hipotermia.

Ese momento en el que Yun comenzó a juntar la madera para la fogata, Mei se había asomado para ver lo que hacía. Observó aquella reverencia que él había hecho por alguna razón, pero no quiso preguntarle cuando volviera, solamente le pareció demasiado curioso su comportamiento.

Durante el transcurso de la noche, Yun no había podido pegar un ojo, y al parecer Mei tampoco. Las preocupaciones por sus seres queridos eran mayores a cualquier buen descanso en el que pudieran pensar. Lo que más había sorprendido al joven, era que, llegada la medianoche, cuando Mei y Yun habían terminado de cenar y se disponían a revisar a la convaleciente Siu, algo había cambiado durante ese lapso de tiempo.

—Vaya… Al parecer la señorita Siu ya ha recuperado el color de la cara —dijo Mei con alegría.

—Claro, qué bien… eso es bueno, supongo —respondió Yun, pero él solo veía que la herida que él mismo le había hecho con el arma filosa, cuando aquel hombre la había usado de escudo, ya no se encontraba allí. Era como si algo la hubiese borrado por completo.

«¿Será posible que yo haya soñado que le corté la cara? Ya me comienzo a sentir como si estuviera perdiendo el juicio. A lo mejor no la lastimé… pero a lo mejor sí ¡Por Buda, qué confusión!», pensó Yun mientras se retiraba para acomodarse en alguna parte de la cueva.

—¿Pasa algo? —inquirió Mei, muy curiosa por la expresión que el joven había hecho hace unos momentos.

Yun se quedó en silencio por unos cuantos segundos. No quería sonar como un lunático, pero la incertidumbre de saber si ella opinaba lo mismo o no lo consumían sobremanera, así que aquel sentimiento pudo más y rompió el breve silencio que despertaba más curiosidad en Mei.

—Bueno, es que… —Las palabras se le querían atorar en la garganta, pero se rehusó a que eso ocurriera— ¿De casualidad no recuerda si esta chica tenía una herida en el rostro?, justo en su mejilla derecha… —Yun se rascó la cabeza de manera sutil para deshacerse de su ansiedad.

—Déjeme ver… —Mei se inclinó para revisarla.

Cuando ella tocó su mejilla con las yemas de los dedos, los orbes de Siu se comenzaron a abrir; ahora su mirada tenía más brillo que hace unas cuantas horas.

—¡Señorita! —exclamó Mei al ver la reacción de ella.

—Hola… —esbozó Siu con una sonrisa sutil— ¿Dónde estamos? ¿Todo está bien?

—Estamos en la montaña de Yumai —respondió Yun sin moverse de su lugar.

Yun, por una fracción de segundo se quiso incorporar de inmediato al lado de Siu, pero algo en su mente lo hizo frenarse al pensar en la situación. Ya había notado la miradita de Mei, que los veía con picardía mientras él quería ser cordial con la chica arquera. Si su mente no le fallaba, seguramente ella ya estaba comenzando a pensar que entre ellos dos pasaba algo, cuando no era así ni por asomo.

Yun pensó en su verdadera misión, la cual podía salir mal en cualquier momento. No estaba para tontos romances de adolescentes, porque era evidente que ni ella ni él lo eran ya. Él ya un hombre hecho y derecho; debía demostrar que a sus veinte años era maduro y respetuoso con las damas. Así fue pues, que guardó su distancia y le habló desde donde estaba sentado.

—Ya veo… —dijo Siu mientras se sentaba y observaba la indiferencia de Yun, pero despabiló al instante —¿Y tú quién eres? No te había visto por Yumai —inquirió al ver a Mei.

—Yo… Me llamo Mei y la verdad acabo de llegar cerca de la aldea. Soy viuda y al ver esa cabaña abandonada no pude evitar querer asentarme en ese lugar.

—Nunca hubiera creído que eras viuda. Te ves tan joven, como de mi edad y yo ni siquiera conozco el amor —dijo Siu sorprendida.

—Sí, es que… —Mei agachó un poco la mirada— la verdad es que me lancé demasiado joven a tener marido e hijos —aclaró la viuda con una sonrisa tímida.

Mei le pasó el cuenco con la comida que habían dejado para ella. Aquel sabor familiar para ella, ya que su madre había cocinado ese guiso tan delicioso, acompañado de arroz blanco que quedaba a la perfección. Siu no dudó en comenzar a devorar; tenía demasiada hambre.

—Me parece que eso es sorprendente. Ha sido muy valerosa tu vida. Y… a qué casa te refieres ¿A esa abandonada que está alejada de la aldea? —inquirió Siu, mientras se acomodaba mejor para sostener el cuenco y comer con más comodidad—. Toda mi vida me ha intrigado esa covacha, porque dicen que allí habitaba un ermitaño hace muchísimo tiempo. Casi nadie habla de él, pero dicen que fue uno de los que hicieron el monumento del Fenghuang en la cima de esta montaña.

—¿En serio? —respondió Mei sorprendida—. Yo no tenía ni idea y la verdad me arriesgué demasiado al querer vivir sola allí, luego de que mi esposo me dejara para ir a buscar nuevas oportunidades de trabajo y falleciera en la travesía. Fue algo muy doloroso para mí, y ahora… —la mujer sollozó antes de proseguir—. Un hombre maligno se llevó a mis cuatro hijos y no tengo ide si aún estén con vida —Al finalizar la última sílaba, Mei comenzó a llorar amargamente.

—Lo lamento tanto —esbozó Siu con la mirada aguosa.

Realmente a Siu le conmovió el dolor de Mei. Tanto así, que se levantó y caminó a gatas hasta donde ella estaba para darle algunas palmaditas en la espalda e intentaba consolarla en su llanto. Yun no quitaba la vista ante las acciones de ella.

«Tiene demasiada confianza con la gente —Yun no pudo evitar apoyar un codo en su rodilla y luego el mentón en su mano mientras observaba la escena —Qué chica más extraña, pero de noble corazón. En verdad me alegra que esté bien»

—Y tú… —Yun despabiló cuando Siu se dirigió a él— ¿Cómo sigues de tus heridas? Yo vi todo cuando ese tigre los llegó a atacar.

—Estoy muy bien, gracias a los cuidados de la señora aquí presente —dijo con una sonrisa ladina y Mei se sonrojó un poco.

—Vaya que sí, eres muy buena ayudando a la gente —elogió Siu a Mei.

—Basta no es para tanto, chicos. Me alegra poder ayudar a quienes me han apoyado en este momento tan duro —respondió Mei.

Yun sonrió e hizo una leve inclinación con su cabeza hacia Mei, luego su sonrisa desapareció y volteó a ver a Siu; ella de inmediato le devolvió la mirada.

—Por cierto, Siu… ¿Qué hacías tú allí, desde donde sea que nos estuvieras viendo? En verdad nunca pensé que hubieras venido, aunque te pedí que no te involucraras. Por poco y mueres en las garras de ese desgraciado —dijo Yun tajante y con un dejo de molestia.

Siu calló por una fracción de segundo. Su mente la había llevado al momento en el que, escondida entre los árboles, iba siguiendo a ese joven obstinado y orgulloso que negó ser ayudado. Algo le decía que ella debía guiarlo hacia el monumento, además de que le había agradado de alguna manera.

Ella permanecía quieta, viendo cómo Mei le curaba la herida del brazo luego de que ella disparara aquella flecha al tigre negro. El corazón de Siu de inmediato latió rápido, de una extraña manera que desconocía ¿Sería angustia? ¿Sería preocupación? ¿Qué era aquello que sentía?

No tenía idea, pero de lo que estaba segura era de que quería ver un poco más de cerca qué estaban haciendo esos dos. Cuando él le sonrió a ella y viceversa, algo la llevo a inclinarse más en el extremo de la rama, lo cual hizo que esta se partiera en dos, provocando que ella se callera de lo alto del árbol, justo sobre aquel hombre malévolo.

Siu despabiló al haber recordado aquello y se dispuso a responder con una pregunta:

—¿Así agradeces la ayuda, señor amargado? —Siu se cruzó de brazos—. Y pensé que éramos amigos. Los amigos estamos para apoyarnos si no, ¿cuál es el punto?

—Nunca te dije que éramos amigos —respondió tajante.

Mei entreabrió la boca ante la respuesta de Yun, y se limitó a decir cualquier comentario.

—Hay cosas que no necesitan decirse —debatió Siu—, pero creo que hice mal en venir siguiéndote. No tenía idea de cuánto me despreciabas —agachó la mirada—. No te preocupes, en cuanto amanezca yo me iré. Lo prometo.

La amena conversación había terminado en una discusión que Yun sin querer había iniciado ¿Realmente quería que ella se fuera? Por supuesto que no, solo ya no quería que saliera lastimada por algún otro rufián por causa de algo que no le incumbía. No se lo perdonaría ¿Acaso era tan difícil decirle eso que en verdad quería expresarle, en vez de ser tajante? Yun volteó la mirada, sintiéndose mal por lo que le había dicho y no pudo evitar responder.

—Es que… —Yun ardía de impotencia— ¿No te das cuenta que saliste herida? Solo me preocupa que te expongas. Además, te había explicado que mi misión era en soledad ¿Acaso no puedes comprender? Si te pasa algo…

Siu, que estaba volteando a ver para otro lado, devolvió la mirada hacia Yun.

—… ¿Entonces, solo te preocupas por mí? —inquirió con curiosidad y una leve sonrisa.

—P-pues claro —¿Por qué diablos balbuceaba?—. Una chica como tú debe estar segura en su hogar. Mira lo que te acaba de suceder, pudiste haber muerto.

—¡Pero, solo observa! Estoy como nueva y sin un rasguño —exclamó Siu con euforia.

La arquera se puso de pie y dio una vuelta, haciendo que la falda de su vestido qipao se ondulara con sutileza y se viera un poco más arriba de su rodilla. Yun sintió un calor en sus mejillas, para rodar sus ojos a alguna otra parte del lugar, mientras Mei se daba cuenta de toda la escena.

—Bueno, ya es demasiado tarde y si no dormimos nos irá muy mal mañana. Buenas noches —dijo Yun y se acurrucó a dormir de lado a las paredes de la caverna sin decir otra palabra.

Siu se quedó extrañada, pero cuando vio que Yun se había dormido, se volvió a sentar junto a Mei.

—Yun es un poco extraño, pero me cae bien —esbozó Siu—. Yo solo quería ayudarlo, es la verdad.

—Así que se llama Yun… —dijo Mei.

—Sí, claro ¿No te lo había dicho? —inquirió Siu.

—Creo que, no había tenido la oportunidad. Te das cuenta que… ¿Su nombre se parece al del príncipe más pequeño de los Qing?

—Bueno, podría tratarse solo de una coincidencia —contestó Siu, sin darle más largas al asunto.

—Tienes razón —musitó mientras bostezaba—. Bueno, descansa —Mei se recostó para comenzar a acurrucarse también para dormir.

Siu hizo lo mismo, y mientras la fogata ardía se relajó para que el sueño volviera a su cuerpo. Su mirada se dirigió hacia Yun y su imagen se movía a través de las llamas danzarinas. Se prometió que regresaría a casa. No quería arruinar la misión de él. Aunque la desconociera, parecía demasiado importante para él. Después de todo, solo eran unos desconocidos que no sabían nada del otro.

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Continuará…

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¡Hola! Si te ha gustado esta historia y deseas seguir leyendo, no te pierdas la continuación en un siguiente apartado de SEGUNDA PARTE, espérala ¡Saludos!

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