Nunca aprendí a bailar
No tengo un centavo. Voy a ver si pusieron el dinero del salario. Llevan días retrasados, como es habitual. Al fin hay. Extraigo del cajero la mísera cantidad de siempre y sigo para el trabajo. A la entrada me recibe Cuqui la del sindicato.
-¿Tú no piensas pagarme la cotización? Me debes una pila de meses.
Sigo mi camino como si no la escuchara. Es buena gente pero no comprende que es parte de un engranaje diabólico. Está en eso por presión y porque nadie quiere asumir nada. La soga se parte por lo más débil, pero es ignorante y feliz como la mayoría, de esa gente conforme ante lo que le rodea. A veces es mejor no pensar tanto, ser más humilde y sosegado, pero no puedo.
El problema es que desde que naces te dicen lo que está bien y lo que está mal, lo que tienes y no puedes hacer. Te hacen repetir consignas y lemas vacíos. Delimitan lo que tienes que aprender. Te enseñan lo que debes creer. Así uno se asfixia, no madura.
Anoche estuve viendo un reportaje de las antiguas escuelas en el campo. Un socio lo descargó de YouTube. Tenía como fondo musical aquella canción de Silvio Rodríguez que tanto odié.
Esta es la escuela nueva…
Fue casi volver a vivir. Todavía me veo aquella mañana de inicio de curso en septiembre de 1986. Me sentía bien esperando la guagua que me conduciría a la Secundaria No 23 de Guane, a más de 80 km del barrio. Había un montón por esa zona y por todo el país. Les llamaban Escuelas Secundaria Básica en el Campo.
La verdad es que llevaba meses deseando entrar a la secundaria, y si era becado mejor. Eso significaba salir de la casa, ser libre e independiente, en fin, hacerme un hombre. Estaba contento, con mi uniforme azul.
Le dije a mi madre
-A mí no tienes que ir a verme. Yo si soy un hombre.
Y ella sonrío, me dio un beso y subí a la guagua.
Llegué y quedé impresionado con los dos edificios conectados por un pasillo central debajo, y otro aéreo arriba. Era un guajirito. Nos formaron, nos condujeron hasta el dormitorio. Me tocó la parte de arriba de lo que veía por primera vez: una litera. En la noche, justo antes de apagar las luces entraron alrededor de 5 muchachos, mucho más grandes. Eran de noveno, algunos tenían 17 o 19, hasta con bigotes. Caminaban amenazantes, las miradas hostiles y burlonas. Sentí miedo de ser golpeado, robado, o algo peor. Aquello no se parecía a las riñas del barrio con niños de mi edad, más bien se asemejaba al ambiente de presidio de los que tenía referencias por Cepillo, un viejo ex presidiario que nos contaba sus historias. Al apagarse las luces escuché ruidos, llantos y un corre corre por los pasillos. Hubo niños golpeados y sábanas robadas. Entonces supe que la beca no era el paraíso, y que para sobrevivir debía luchar por la comida, el agua, el espacio y el respeto, de lo contrario viviría un infierno.
Un día en la beca significaba el “de pie” a las 6:00 am. Lavarme con agua fría, tender la cama, desayunar un jarro con leche y un pan con mantequilla ranciosa, siempre el mismo desayuno. Formar, matutino ya las 7:30 am ya estaba en medio de un campo de toronjas, con un machete o una guataca, y una norma de x cantidad de matas que casi nunca podía cumplir, por ser flaquito y porque jamás hice labores agrícolas y mis manos con ampollas, doliendo, por lo cual siempre era objeto de señalamientos, críticas y amenazas de quedarme sin pase en aquellos temibles análisis de destacamento. Y todo eso me daba deseos de llorar y extrañaba la casa y los míos, pero tenía que comportarme como un hombrecito y no ser un rajado. Viraba a las 11.00 am, con temor de encontrar la ausencia de mi sábana sobre el colchón u otra cosa que me hubieran robado con total impunidad. Me bañaba en una ducha con agua fría aunque estuviéramos en enero, y gracias, porque algunas veces se iba y me quedaba enjabonado y así tenía que salir. Después cola en la plazoleta para entrar al comedor. Éramos más de 200 bajo el sol y a nadie le importaba. Almuerzo en una bandeja que contiene un poquito de arroz, chícharos mal cocidos, carne rusa y un dulce de leche o mermelada. Siempre me quedaba con hambre, igual que en la comida. Otra vez formación, blablablá educativo del director o algún miembro de la dirección, todo bajo el sol de Cuba.
-El sol de Cuba no quema.
Decían algunos jodedores refiriéndose al apóstol, y a quien yo, en mi ignorancia comencé a odiar.
Continuaban las clases, una merienda sobre las 3:00 casi siempre galletas dulces algo zocatas o un pedazo de panetela seca que al menos mataban el hambre por un rato. A las 5:30 pm rumbo al albergue, preocupado, esperando que no me hubieran robado las pertenencias, ni que me estuviera esperando un matón sobre la cama para buscar problemas. A esa hora, caía la tarde, y era cuando más extrañaba mi casa.
Seguía formación, comida, un poquito mejor que el almuerzo pero me quedaba vacío porque en las becas se pasaba hambre, por eso cuando estaba de pase, me hartaba tanto que sufría mala digestión durante todo el lunes.
Ahora que pienso en ese documental fuera de tiempo y para personas estúpidas, y evoco aquellos tiempos siento una rabia… ¡como abusaron de mi generación!
La verdad que el salario de este mes y lo de Cuqui me tienen empingao. Me pongo resentido con justa causa y recuerdo también que a los 18, me llamaron al Servicio Militar, que es obligatorio, a menos que el joven desee pasar dos años preso. Allí continuó el discipulado. Aprendí infantería, táctica y manejo de las armas, especialmente el AKM, pero lo fundamental es que pretendieron hacerme creer que mi principal enemigo está a unas pocas millas al norte, mar por medio. Todavía me acuerdo de la perorata de aquel alto oficial, fanático y fundamentalista, o quizás un vividor de gran nivel, con ese tipo de gente nunca se sabe. El tipo exaltando la capacidad combativa de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
-Si el imperialismo yanqui nos agrede, va a morder el polvo de la derrota- repetía
Al fin terminé. No veía la hora en que ese momento llegara. Creí ser libre, porque a fin de cuentas, como dice un dicho: “guardia y preso es lo mismo”.
Pero nada de eso. Continúan queriendo controlarte hasta que te mueras. Así es en el trabajo, donde varias veces escucho de un jefe la odiosa frasecita llamada “sentido de pertenencia” para manipular a los demás y que hagan lo que quiere. Ah, y debo ser parte y aportar dinero, como ahora, a un sindicato que de eso solo tiene el nombre.
Quieren, además, que desfile los días señalados, firme declaraciones públicas en apoyo de causas que no comparto, en fin, no cuenta ser buena persona, trabajador, honrado, profesional y honesto. Lo que vale es ser un buen corderito, solo eso.
¿Y cuál es el futuro? Una vejez miserable. Y que sea obediente hasta la muerte. Pero conmigo que no cuenten, no pienso sumarme a esa comparza. Además, nunca aprendía bailar