Nubes

 El canto del gallo en la ventana que da al traspatio anuncia que ya es hora. Diego se levanta sin prisa, sin sueño, sin ganas. Como ayer y como hace exactamente dos meses y veintisiete días. Sentado en la borda de la cama, sus piececitos aún no llegan al suelo. Su mirada se pierde en la extraña flor que dibujan los mosaicos en el piso, un poco dormitado aún. Casi por inercia da un saltito de la cama e inicia su día. Los árboles pasan, también sin prisa, mientras papá lo lleva al hospital en su vieja camioneta gris. Dicen que ha llegado un nuevo doctor al pueblo, talvés haya esperanzas. Diego ha bajado la ventanilla, quiere respirar aire puro, sentir los rayos del sol en su rostro. Es lo que le ha dicho a papá, aunque el motivo es otro. Y ahí está ella otra vez, por fin la ha visto, jugando con las nubes que traviesas le cuentan a Diego historias de ese mundo que ha construido para los dos. Por primera vez en la semana, sonríe. Ella ha vuelto, mamá está en la enorme nube plateada con forma de castillo. Le extiende la mano. – No temas mamá, muy pronto estaremos juntos. 

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