Novela corta “Más allá del pecado”, capítulo 9
IX
En julio, La Convención Bautista de Cuba Occidental organiza un retiro médico. Él lugar está en El Valle de Yumurí. Allí van de todo el país para compartir temas de medicina y de fe. Para Rosy fue una magnífica oportunidad de visitar a los padres en Matanzas.
La acompañé hasta la iglesia, donde esperaban el ómnibus. La despedí con un abrazo largo. Tan pronto la perdí de vista fui para el trabajo. Enfrentaría una semana sin ella y eso me preocupaba.
Siempre he sido un hombre atractivo, quizás no tanto como para que vengan solas, pero algo de mí ejerce una poderosa fascinación sobre las mujeres fatales. Acaso la mezcla de apariencia, carácter, facilidad de palabra, o algo de ternura en mi personalidad, no sé. He pensado mucho sobre eso. Lo cierto es que mujeres muy deseadas han perdido la cabeza. Jamás he hallado dificultades para el sexo. Siempre ha existido alguna que gustosamente me abre las piernas. Ese poder, más que un triunfo es una maldición.
“Coño, si esa mujer no se me insinuara tanto”– pensé en Alina. Una de mis clientes. Le estaba tramitando una herencia. Putísima y tentadora. Alta, trigueña, y voluptuosa. Llevaba tiempo acechando. Tuve miedo en ese instante.
–Una cliente te busca– me informó la recepcionista.
Vino con el pelo suelto y un vestido rojo, corto y escotado. Una apariencia salvaje, animal. Me extendió un documento. Era una petición fiscal. El esposo acusado de homicidio. Le pedían diez años. Según lo escrito el hecho sucedió durante una riña en presencia de mucha gente. Empezó a llorar y darme su versión.
–Roly estaba tranquilo trabajando en la carpintería cuando el vicioso ese llegó y quiso entrarle a golpes. ¿Qué iba a hacer? Tenía que defenderse. El muy cochino vivía acosándome, me hizo la vida un yogurt hasta que Roly se enteró y mira ahora que desgracia.
La experiencia me decía que estaba involucrada. No era ninguna santa como quería aparentar. Llevaba semanas coqueteándome. Se hacía la decente y era solo un barniz. Devolví el papel.
–.No puedo defenderlo. No veo cómo justificar una legítima defensa, y con tu sola declaración no será suficiente, sobre todo teniendo en cuenta que hay testigos presenciales con versiones diferentes de la tuya.
–Ay, por favor,– imploró a lágrimas.– No me hagas esto. Yo tengo mucha fe en ti. Haz lo que puedas, te lo pido por favor.
Siempre fui débil con el llanto de mujer. Con esa arma podían manipularme. Además, tenerla bien cerca me excitó. No supe cómo ni cuándo besé sus labios. Por segundos tuvimos una batalla de bocas que se quedaban sin aliento. Se separó de pronto, en apariencia avergonzada.
–Por favor, esto no puede volver a suceder– lo dijo como una orden.
–No sé qué pasó, estoy apenado.
Me disculpé como un tonto.
–Olvídalo ¿Defenderás a mi esposo?
Por las investigaciones supe la causa del homicidio. Fue una riña de dos hombres enloquecidos por una mujer. Un “ataque de tarros” dicho en buen cubano. Paradójicamente, esos detalles me provocaron una atracción visceral, suicida.
–No dejo de pensar en el beso de ayer. Eso me tiene loco– le dije al otro día.
Me miró con cara de puta y la tomé de nuevo con pasión. Procuró rechazarme. Fue en vano. Persistí implacable hasta que se convirtió en un volcán. Besos, abrazos, mordiscos y apretones.
–Mañana voy a verlo y me dices vas también a entrevistarlo…– me miró pensativa.
–¿Por qué no nos quedamos juntos esta noche…en algún lugar?–soltó con mirada retadora, maliciosa.
La miré en silencio.
–Por dinero no te preocupes papi, va por mí.
Siempre tuve vocación de chulo. Me excita que una mujer pague por los dos.
La siguiente mañana llegamos a Kilo 5. Rebasamos la garita de recepción y descendimos por la carretera hacia la preventiva. Iba conversando muy animada y yo la miraba sin escuchar, fingiendo atención, con la mente en lo ocurrido.
Habíamos pernoctado en un alquiler, a metros del penal. Tuvimos sexo durante casi toda la noche. Era una loba sexual, insaciable. Me sentí cansado, ojeroso. Me pregunté qué tipo de hombre era para acostarme con una manzana de la discordia, el motivo de un crimen. Su marido preso a solo unos metros mientras copulábamos cual bestias. Ahora tendría que verlo como si no me hubiera comido a su mujer horas antes. Y también pensé en mi esposa.
–¿Oyee, tú no me estás escuchando?– preguntó.
–Sí, sí
–Mentiroso– sonrió.
Seguí en lo mío. “Es la testosterona. Al parecer mi cuerpo produce demasiada. Por eso mi libido siempre está disparado.” “Coño, me estoy justificando. “Soy un cínico”. “¿Por qué tengo que ser así?”