Novela corta “Más allá del pecado, capítulo 7
VII
Me encontraba en el Palacio de Los Matrimonios, vestido de un traje marrón que me hacía lucir apuesto.
Mantuve la compostura a pesar de la incomodidad del gentío. No me gusta el bullicio, soy del tipo solitario. Recordé el pasado, cuando era cristiano y dirigía una congregación. Entonces no me molestaba la muchedumbre a pesar de mi juventud. Y como abogado esto era solo un gaje del oficio que viene en el paquete.
Observé a Rosy, que se iba acercando acompañaba por el padre. Ataviada con un vestido claro, bordado de encajes, casi aluciné al verla. Perfecta, celestial, parecía llevar una aureola de pureza. La humedad de sus ojos y la sonrisa reflejaban un rostro resplandeciente, rebosante de alegría. “Es una mujer divina”. “¿Qué hice para merecerla?”– pensé. Nos tomamos de las manos. Sentí en ella un estremecimiento que me contagió. Nos miramos y sonreímos como cómplices de una aventura. Firmamos el documento del notario y una vez declarados marido y mujer decidimos irnos hacia la intimidad.
Tres días y tres noches de la más profunda intimidad. Su sexualidad se reveló pura, sin tropiezos ni remordimientos. Todo en ella resumía placer, entrega espontánea.
En cambio, yo sufrí de recuerdos y comparaciones inoportunas. Más de una vez recordé a Odalys, la mujer con quien inicié un camino cuesta abajo que aún parecía no hallar fondo.
Regresamos de la luna de miel y me incorporamos a la rutina de la vida. Y una tarde, poco antes de volver a casa recibí un extenso mensaje de Rosy.
“Gracias a Dios soy una mujer inmensamente feliz. No deseo nada en este mundo excepto tú. Te pertenezco para toda la vida. No te exijo nada ni te pido que a nada renuncies. Me basta contigo, con quien eres y nada más.
Antes de ti tuve demasiados pretendientes y ninguno me inspiró jamás un pensamiento de deseo, mucho menos de pasión. Tú me encandilaste desde el primer encuentro. Te encontré demasiado atractivo al verte llegar todo mojado bajo aquella lluvia torrencial. Me embelesé con tu presencia, tus gestos, tu mirada y tus palabras.
Allá en Matanzas intenté olvidarte pero tu recuerdo no se apartó de mi alma.
Después, al encontrarte accidentado mi Dios se encargó de confirmar mis sentimientos. Eras tú y nadie más el hombre de mi destino. Y hoy me has hecho descubrir esa emoción que anonada a una mujer y la hace en extremo vulnerable, demasiado accesible, capaz de convertirse en una esclava feliz, entregada a su hombre sin arrepentimientos ¡Deseo decirte tantas cosas! Nunca conocí un hombre más inteligente, tierno, apuesto y varonil. Todo esto ha justificado con creces el haberme guardado virgen. Lo intentaré todo para ayudarte a reparar los daños de tu pasado. Necesito decirte una vez más lo mucho que te amo.
Para siempre tuya: Rosy.”
Mis ojos se humedecieron, suspiré con alivio. Por nada del mundo me separaría de ella.
El tiempo transcurrió vertiginoso. Al principio me resultaba extraño situarme en la perspectiva de casado. Había sido un tipo solitario, sin responsabilidades hogareñas, imbuido solo en el trabajo y las mujeres. Sin horarios, ni límites, ni responsabilidades. Ahora compartía espacio con una mujer maravillosa, que además, llevada por las mejores intenciones esperaba mi reconversión a una esclavitud. Y tenía que convivir con eso.
–Fue tu lujuria lo que te alejó del Señor
–¿Por qué lo dices?
–Me lo dice mi instinto. Ese es el mayor obstáculo que tienes para reconciliarte con Dios. Pero yo espero ese día. Solo eso falta para que nuestra felicidad sea completa.
–Mira Rosy, dejemos esta conversación y ten por seguro que si tu felicidad depende de eso, jamás la alcanzarás. Tiempo atrás creí en todo. Era un fanático que había suicidado su capacidad de aceptar la realidad. Con el tiempo comprendí que todo es falso. Ningún dios tiene las respuestas, y yo solo quiero dejar el tema, para que no salgas herida.
–Está bien, en definitivas yo tengo claro que solo el Espíritu Santo puede hacer la obra. A mí solo me queda orar sin cesar por tu salvación. Cuando eso suceda, estaré contigo para celebrarlo.