Novela corta “Más allá del pecado”, capítulo 1

I

En verdad no pensé reencontrarla. La semana anterior la había conocido en Virtudes, esa calle polvorienta con su sol abrasador, que tanto me desagrada.

Fue en un portal, refugiándonos de un aguacero, inusual a principios de año. Llevaba un vestido rosado, ceñido, cuya silueta mostraba un cuerpo hecho para el amor.

Los labios carnosos, rojos, formaban, en conjunto con sus ojos y la blancura de la piel, un rostro en extremo femenino. Y ese cabello suelto, de un castaño rojizo, descendía ensortijado sobre los hombros hasta la mitad de la espalda. Una delicia de mujer..

Todo en ella resultaba envolvente. La mirada, la voz, los gestos, las palabras…. Y sentí como si la conociera de toda la vida, pero algo impidió cualquier avance. Me despedí con un hasta pronto, es un placer haberte conocido y mi nombre es Juan Pablo.

– El mío es Rosa, me dicen Rosy.

Quedé aturdido. Salí de allí sin nada, sin saber donde vivía, sin querer irme. Ni siquiera pedí su número de teléfono.

Esa noche no paré de pensarla. No la conocía pero en mi cabeza la concebí pura, virtuosa, sin máscaras ni vicios. Me encontraba bajo los síntomas de esa enfermedad llamada enamoramiento. Quizás fue por eso el respeto casi ridículo y la sensación de no sentirme digno. Asumí la cobardía y me resigné a olvidarla.

Y una semana después, casi chocamos en la calle . Estuve unos segundos sorprendido y hasta ruborizado, hasta que reaccioné, le pregunté si confiaba en el destino porque sabía que la volvería a encontrar.

– Siempre supe que volveríamos a vernos– le dije tomando su mano y la llevé a una esquina– Te acompaño, yo voy por el mismo rumbo, podemos caminar juntos.

Hizo silencio pero se dejó llevar, solo sabía sonrojarse. Imaginé que iba para Virtudes. Me sentí tan atraído que no veía la gente alrededor, y empecé a hablarle de mí y a tontear, como suelo hacer cuando los nervios me dominan.

– ¿Eres soltero?– preguntó ya más relajada.

–Todavía no he conocido a la mujer idónea. La sigo buscando– le devolví el gesto con mirada de deseo.

Volvió a sonrojarse. Para cambiar de tema dijo vivir en Matanzas, con sus padres, estaba de vacaciones. Tenía veinte y tres años y pronto se graduaría de Medicina. Estaba visitando a la abuela pero al día siguiente se iba. Sentí tanta frustración, sobre todo por eso de que vivía lejos.

Llegamos al final. Debía doblar a la derecha y yo seguir en sentido contrario. Tomé sus manos nuevamente.

– Te vas mañana y quizás no nos veamos más, yo al menos me conformo con verte otra vez, por eso quisiera ir a la terminal para despedirnos.

– No sé qué decirte. No es que no desee despedirnos pero apenas nos conocemos y…

– Esta bien, si no lo deseas no iré– repliqué tajante.

Hice ademán de irme. Por suerte me retuvo en un gesto impulsivo. Estaba triste.

– Quisiera, pero eso nos causará tristeza.

Decidí virar mis cartas, lanzarme hasta el fondo. No podía dejarla escapar, irme sin alguna certeza. Creo que me puse melodramático. Mi apasionamiento fue tal que le solté una declaración apoteósica.

– ¿Por qué? ¿Será que sientes lo mismo? Por ti estoy dispuesto a cruzar un océano. No hay distancia capaz de retenerme, y aunque pueda parecerte una locura no necesito conocerte bien para estar convencido. Eres esa mujer por la que he estado esperando durante mucho tiempo. Yo mismo no puedo explicármelo pero así es como lo siento. Quiero que seas mi futura esposa.

Su rostro parecía conmoverse. Escuchaba en silencio, como si midiera las palabras.

– Lo siento– respondió abatida– No es solo la distancia. Tú no sabes algo: Somos de mundos diferentes.

Y me dejó allí, triste, mirando como se alejaba. Tuve deseos de seguirla, pero la cobardía o la prudencia, no sé, me detuvieron.

Recomendado1 recomendación

Publicaciones relacionadas

0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios

¡Descubre los increíbles beneficios de esta valiosa comunidad!

Lector

Escritor

Anunciante