Navegante en mi utopía

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Tengo la sensación de que pronto… muy pronto quedaré sin visión, pero la intención aquí no es ésta ni importa en lo más mínimo. Escribo más bien para hacer memoria a mi pasado, a mis años de señorío. Soy la navegante que sobrevivió a la Batalla de Trafalgar en los Caños de Meca. La misma que siguió la Ruta de la Seda o la navegante que en los enormes barcos de antaño zarpó con toneladas de cafeína o incluso la mismísima que escuchó por mil y una veces los encantos de las sirenas, joyas vírgenes de la mar. Aquella que surcó las aguas del globo terráqueo desde este a oeste, de poniente a oriente, desde las cascadas de hielo hasta las aguas más cálidas. Esa fui yo, la capitán de los más grandes navíos de la realeza española.

En alguna vida debí haber sido de sangre española, no lo dudo. Siento esa conexión con las tierras europeas, son mis raíces y no lo niego son mis padres. Así que debí en algún momento ser española y sí que lo fui cuando defendí a la realeza de la armada británica en el mismísimo navío «Santísima Trinidad». Admito y reconozco con dolor la pérdida de mis compañeros, la tormenta nos derrotó y mi querida embarcación se hundió. En medio de las oleadas frías nocturnas, siendo náufragos logramos con gran esfuerzo llegara las costas del golfo de Cádiz.

Con el dolor del alma, tengo un hermano llamado Horatio Nelson, vicealmirante de la Marina Real británica. Es decir, estábamos en bandos contrarios, buscando la muerte del uno por el otro. Un marinero, camarada de mi hermano, años después de la tragedia me escribió a casa de mi madre, lo siguiente:

Estimada Capitán María Carmen Montes de Oca:

Lamento dar la triste noticia de la defunción de su hermano Nelson tras ser alcanzado por un tirador de la cofa del navío Redoutable, disparándole desde una de las jarcias. Yo vi desde el cañón su herida y aún más cómo se desvanecía en mil pedazos, es más en cien mil. La bala de mosquete se introdujo en su hombro y tomó una dirección descendente hasta llegar a su columna vertebral. A como pude me di prisa en medio del fuego junto con otros oficiales y marineros, lo alojamos en la bodega del barco, contábamos con un cirujano experto en el tema de medicina de combate, pero no fue suficiente, la herida resultó más que mortal. Murió en lenta agonía, perdía fluidos sanguíneos segundo tras segundo, se sentía como morir junto a él, éramos fieles amigos desde la infancia y tú lo sabes más que nadie, querida capitán. Posteriormente, tuvo delirios muy extraños y momentos de lucidez, decía pasearse en un palacio de encantos de oro con un ser magnífico desde antes de venir al mundo, que él como sombra opaca tocaba las paredes de este, se sentía un hijo amado cuidado por su padre resplandeciente. Siendo honesto y con todo respeto mi querida María Carmen, entró en locura, al menos eso nos planteamos por algunos instantes. Bendito Dios por nosotros que ganamos la victoria, sí, las armas británicas triunfaron sobre otras. Tuvimos tiempo de informarle dicha noticia, él como moribundo y hombre de pocas palabras dijo: «Gracias a Dios he cumplido con mi deber». ¡Maldita sea! Escuchar eso de tu hermano, me erizo la piel como nunca lo había sentido en toda mi vida, ni en tiempos de juventud. Pasaron las horas hasta que llegó el momento más triste de mi existencia, así lo defino en verdad, para mí Nelson era como un hermano, aunque solo éramos de armas. Las últimas palabras que pronunció fueron: «Dios y mi país», partiendo a otra dimensión a las cuatro y media de la tarde. Una vez ya hecho cadáver, los malos olores surgieron en la embarcación, aún más nos hacía soltar el llanto día y noche, suspiros amargos de hombres de mar se escuchaban en las madrugadas. Tratamos de conservarlo en un barril de brandy de jerez para que no se deteriorara en la travesía hasta Londres. Una vez ya en puerto, lo sepultaron con los más grandes honores militares en una ceremonia de solemnidad. Lamento ser yo el que te de la noticia, quizá te importe un carajo, pero me sentí en la necesidad de informarte.

Con profundo pésame, marinero Suckling.

En realidad, sí sentí la pérdida de mi hermano, hubiera querido pedirle perdón por tantos años de controversia, la vida no tiene sentido desde que recibí esa carta en mis manos, a veces siento que todo es mi culpa. Lo que me consuela es que sus últimos suspiros estuvieron con Dios y creo que purgando puede estar.

Los años ya pasaron y me consumieron. Mi madre ya murió, tuve padre ausente. Así que me digo: «¿Qué más puedo perder si ya perdí todo?». Me he convertido en una mujer de meras soledades.

Suelo ir cada lunes al bar de la ciudad, me embriagó como un hombre taciturno que vaga por las calles de Cádiz. Está ha sido mi ciudad desde preconcebida y también lo será después de mi muerte. Los violines de la taberna suenan tan profundamente como si las notas estuvieran heridas, son tan escalofriantes y tristes que acarician la melancolía propia. A hombres de mar como yo, es extraño que toque nuestras almas, he visto en mi trayectoria naval más de 1,050 cadáveres desde heridas a sangre fría hasta con balística.

La mesera del bar varonil entona notas de dolor, que enamoran a las almas refugiadas. Solo la observó, es bella como las sirenas y las hadas del orbe. Disimulo mi feminidad bajo el atuendo de un caballero del antiguo puerto de Cádiz. Mi melena se esconde detrás y es así como la magia junto con el encanto me convierte en hombrecillo que deposita sus penas en una taberna de la ciudad.

Los juegos de mesas del sitio me llaman, pero me atrae más la copa de cerveza de ale. Me embriagó más veces mientras la mesera recorría el lugar, yendo de un sitio a otro.

Tras una larga velada, salgo a las calles españolas ya de noche, me montó en mi corcel y cabalgó rumbo al oeste, dónde está el puerto principal, allí descansa la fragata dónde hice mi último viaje rumbo a la Habana. Debo aclarar que ya no soy navegante, lo fui, pero esos tiempos ya quedaron atrás. Sólo me dirijo al puerto a sollozar de mis momentos de plenitud marinera, los mejores momentos de mi existencia, desde el alba al ocaso.

El mundo gira a 360 grados, es más de 600 mil vueltas por segundo, es tan confuso todo,la lucidez llega e invade. De pronto estoy reposando en mi cama, viendo cómo se refleja la luz solar mañanera sobre la ventana, ¿de qué me doy cuenta? ¿Acaso no soy la navegante de mi época? ¿Ya no soy la capitán Montes de Oca? ¿Y la taberna? ¿La mesera bella? ¿Me tomaron la copa de cerveza o desapareció? Me percaté de que todo es ser navegante en la utopía de mi mente. Triste realidad me envuelve. Lloró en silencio. Me pongo en posición fetal cómo si mi vida ya no tuviera derecho a continuar. ¿Acaso lo tendrá? Tan solo sé que mi ser descansa en paz siendo de la mar.

Después de 30 minutos de pensamientos mortales, me levanté de la cama, tomé mi uniforme escolar, vi mi cuerpo desnudo en el espejo y allí mismo se refleja la debilidad de mi alma, esa flaqueza de espíritu, estoy como muerta, sí, lo estoy. No puedo creer que la que se refleja en el espejo soy yo y no la mismísima Capitán María Carmen Montes de Oca, y aún más duele saber que no trabaje para la Armada Española, que sólo son sueños vanos como lo definen otros. ¿Y cómo olvidarlo? Me obligó a pertenecer a la clase común, sí, esa que ama a los del género contrario, cuando yo sueño con una mesera bella que contemplé en mis fantasías de mar. ¿Es un secreto? Sí, lo es, más que un secreto, amo a esa dama que jamás conoceré ni tocaré.

Me preparé una tetera con té y doy tragos amargos, cuando yo daría la vida por darlos por cerveza de ale. Jamás he probado el alcohol, aunque yo sé y tengo la sensación que lo hice en un sueño de mi utopía.

Tampoco sé montar a caballo, pero el sonido de las cabalgatas, ¡Dios mío! Es sentirte en épocas de la batalla Trafalgar cuando el pueblo desconocía el automóvil.

Jamás he escuchado el violín de la taberna, pero son notas que mi mente creó, son de la autoría de Dios, que mediante mi las llevará al mundo, algún día las tocaré en un lugar de encantos varoniles.

Desconozco Cádiz y la Habana, sólo los tocó con mi dedo angular en los mapas de papel escolares. Como si fuesen lugares estelares inalcanzables. Todo es confuso, pero me atrevo a concluir diciendo lo siguiente: «La esperanza nunca muere y si muere habrá de haber muerto la esperanza». Así es como doy fin, no hay más que decir al respecto.

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