Nacimientos, crecimientos, honduras, muertes

Solitario, sumergido en la realidad adversa y abyecta, divago por los caminos del tiempo, en busca de una claraboya, que permita vislumbrar una luz en medio de una nebulosa realidad, que aprieta el alma a cada paso, llenando la verdad de una espuria sombra, sobre las vergüenzas enfermas de los días cotidianos, que están por empezar.

Deambulo por calzadas, que se bifurcan y se pierden en el horizonte de muchas miradas, donde los anhelos se malgastan y se rompen, sin posibilidad de un “volver atrás”. Una tangente en el círculo de los tiempos, que clava señas que no concuerdan con los días hermosos, que alguna vez soñamos…

En esa línea, observo un punto para renacer y sembrar una cimiente, que alimente el porvenir; una esperanza verdadera, que nazca en el corazón de la palabra y tenga la fuerza para desandar y se sitúe en un “empezar de nuevo”, sin los ritos descuidados de una memoria enferma, que majaderamente recuerda un apagado episodio de un “nunca jamás”.

Solitario merodeo los crepúsculos, reaprendiendo el porvenir, en un intento desesperado por salir a la luz y enfrentar los miedos y dolores, que me parten el alma en dos; salgo de las estaciones de los años para buscar un nuevo rito, que sea contundente y aplaque ésta sed de vivir en la pesquisa de un sentido claro, no adverso. Un paso definitivo, que no prolongue ninguna espera y se vuelva definitivo, como el nacimiento de los árboles, bajo el otoño campesino.

Deseo reiniciar un camino productivo hacia los versos, que rescaten los cimientos de una era diferente. Con una poesía que no sea espesa y traspase los umbrales de la seriedad perfecta, para llenar de versos el sentido común y depositar allí, la energía necesaria para sobrevivir en un concierto de alas desplegadas bajo las más imperfectas metáforas, que el poeta trafica con su mente abierta.

Hay bajo los escombros del dolor, una redención, creíble, que entrega una paz activa, que hace al ojo ir más allá de lo aparente. Un nuevo inicio sin una prehistoria, sin antecedentes, sin prejuicios que manchen las hojas blancas de estereotipos y normas ortográficas; un renacimiento en los albores de la digitalización del alma.

Son las sensaciones para un nuevo aliento, que rompa los modelos que entregó el silencio, enclaustrando los apegos para cultivar un “hasta siempre”. Un silencio ensordecedor, que pueda distinguir en la distancia, las verdaderas voces de los que piensan y sueñan algo diferente; una espesura de sentidos claros, que se han ubicado a un costado de los parámetros, para anular así, la matemática enfermiza de los que sacan cuentan con los atardeceres dulces de la infancia.

Nacimientos y testamentos, que atados por la historia, sólo son un segmento de lo que alguna vez fuimos…una página hecha y rehecha por una conducta no deseada, pero que arrancó de una partida, que nunca deseamos, como un amanecer aún en los oscuros brazos de un verano poco convincente, que se fue apagando con los años, por culpa de la monotonía de un amor pactado en la juventud, pero que nunca tuvo un futuro.

Hoy, agotado de los acontecimientos de cada día, vagabundeo en la cuerda floja del porvenir, porque hay una cuenta que saldar con la historia, un hito que cumplir con las emociones imperfectas de los abrazos y una ilegítima cuenta que pagar, con las voces interiores, que hacen pensar en el nacimiento de otro mundo.

Son los intrincados lamentos de los inicios y finales; las cuentas abiertas, que la razón entrega y las cuentas cerradas, que ya no se podrán abrir, porque el tiempo anuló los pasaportes de los vuelos sinceros hacia el corazón y quedaron varados en un rincón de un verso que se está por escribir.

Entonces, solo queda una posibilidad de renacer, aunque esto implique dejar atrás todo lo que amamos alguna vez. Aquello que fue y nunca más será: los nítidos encantos de asombrarse al amanecer y sonreírle al tiempo; los claros y oscuros de los atardeceres rojos; los besos que se entregaron al viento y crearon verdades, porque en un momento, un deseo soltó la cadena, que nos ata a todos por igual y nos sembró una emoción tan honda, que la muerte sólo puede apagar.

Hoy pienso que son o serán los miedos, que están pendientes de nuestros gestos, estableciendo los límites de nuestras acciones y minando los intentos nuevos… Son los boquerones que quedaron abiertos por las miradas tristes y dolorosas de un beso inerte, que mancho los labios de melancolía y eclipsó los verbos para siempre.

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