Mis Héroes – Omar

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Es extraño ver a la princesita en un lugar como este, siempre le había dado algo de miedo este enorme mausoleo. Mientras me aproximaba a ella note algo extraño, sus ojos estaban húmedos y sus mejillas bastante rojas. Había estado llorando.

La tomé entre mis brazos y estalló en lágrimas, colocó su rostro en mi pecho y empezó a estremecerse. Pasaron los minutos hasta que su llanto se fue apagando poco a poco. Cuando estuvo más tranquila nos sentamos cerca de uno de los monumentos y le pedí que me cuente qué había ocurrido.

A medida que ella hablaba empezaba a comprender mejor la situación. Rodrigo era mi mejor amigo, éramos inseparables, y desde el momento en el que salvo mi vida de esos acosadores pasó a ser mi héroe. Sin embargo, había ocasiones en las que tenía que admitir que no tenía tacto, además, Irene era muy sensible.

—Sabes que era una batalla que no podías ganar, cuando algo se le mete en la cabeza es imposible hacerlo cambiar de opinión —le recordé en un intento de hacerla sentir mejor, pero creo que mis palabras no iban a surtir efecto.

—Es un tonto, me abandonará, incluso tú, ambos me dejarán, ¿Qué pasará si no los vuelvo a ver? ¿Qué pasará si se rompen el cuello marchando? —su voz se quebraba a medida que hablaba.

La princesita era bastante dramática, recuerdo la ocasión en la que le dio un fuerte dolor de estómago y pensó que la habían envenenado. Pero no debía ser tan duro con ella, su vida era algo compleja, por algún motivo Rodrigo había decidido romper la tradición de su familia y luchar en el campo de batalla como un soldado más del Ejército Celestial. Debo admitir que me tomo por sorpresa, y no importaron las veces se lo pedí, este no me quiso decir la razón de su elección.

Ahora es mi obligación estar a su lado, conociéndolo posiblemente termine incendiando el cuartel de la infantería al primer día, así que necesitaría a alguien que pueda frenar cualquier idea estupidez que se le pase por la mente.

—No te pediré que te pongas en su lugar, solo te diré que deberá tener sus motivos para hacer lo que hace, solo debes confiar en él —dije. Pero seguía sin cambiar su expresión, a veces me preguntaba cuál era más terco de los dos, mi amigo o su hermana pequeña—. Si te hace sentir mejor, estaré a su lado evitando que se rompa el cuello.

En esta ocasión dibujo una sonrisa. Por algo se empieza, creo que para tratar a los hermanos Hidalgo es necesario tener mucha paciencia y en el caso de Irene algo delicadeza.

—Gracias por hacerme sentir mejor, considero que a veces exageró —admitió. Estaba más tranquila, era un alivio—. Por cierto, ¿qué haces aquí? O mejor dicho, ¿Cómo le hiciste para entrar?

La Calle de los Inmortales era un lugar prohibido para los civiles y si alguien llegará a verme sin duda alguna sería encarcelado, o peor, ejecutado.

—El idiota dijo que nos veríamos aquí antes de ir a la Plaza de la Victoria, pero al parecer lo olvido, y respondiendo a tu segunda pregunta, soy un genio, no hay sistema de seguridad que pueda conmigo —le recordé. Siempre me he sentido orgulloso de mi gran talento para la tecnología.

—Tan arrogante como de costumbre —dijo la princesita en tono divertido. Genial, ahora estaba de buen humor, quién lo diría, soy bueno para esto—. Omar, ¿Por qué crees que mi hermano cambio de opinión tan radicalmente?

Una excelente pregunta, desde que Rodrigo me indico que tenía pensado romper la tradición de los Hidalgos, le insistí en que me dijera la verdad, pero solo se limitó a decir que aún no podía contarme.

Odiaba que no me contará las cosas, yo nunca le he guardado secretos. Pero en fin, siempre se salía con la suya, así que con el tiempo empecé a vivir con ello, o mejor dicho, hago el intento.

—Irene, te seré honesto, no te mentiré. Sé lo mismo que tú sobre la decisión de Rodrigo, no me ha querido contar nada, de hecho, pienso que Andrea tampoco lo sabe —dije. El efecto fue inmediato, al pronunciar el nombre de la novia de mi mejor amigo, la princesita soltó una grosería.

Esto sí que me sorprendió, Irene siempre actuaba de manera formal, típica de la realeza, por lo que romper esa imagen aristocrática no iba con ella.

—No sé qué le ve mi hermano a esa mujer, es horrible, ¡La odio! —grito mi amiga mientras empezaba a perder el control.

Rodrigo y yo muchas veces tratamos de que ambas mujeres se llevaran bien, pero nunca dio buenos resultados. Andrea nunca me agrado, había algo en ella que no me gustaba, no confiaba en ella. Una vez se lo comenté a Rodrigo y me dijo que él confiaba en ella y que no volviera a tocar el tema nunca más.

—En el amor uno no elige, y si tu hermano es feliz, entonces debemos respetarlo —dije en tono paciente. Irene tornó los ojos en blanco ante mi respuesta. Bravo, bienvenida de nuevo Srta. Odiosa, te extrañé.

—No me agrada, solo es una interesada, lo único que quiere de mi hermano es su fortuna…

— ¿Cuál fortuna? —la interrumpí—. Cuando Rodrigo deje caer una gota de sangre en la Roca de la Promesa y jure entregar su vida a la Orden Militar de la Infantería, estará renunciando a todos los lujos de la realeza.

—Creo que cuando se dé cuenta de ello lo dejara, sabes perfectamente que no quiere a mi hermano —sentencio Irene en tono obstinado.

Bien, no estoy seguro de que tuviera razón en esta ocasión. Sí, Andrea era algo intensa, sí, cuando salía con Rodrigo gastaban miles de Morros en vestidos, sí, pidió de regalo de cumpleaños un jardín gigantesco de rosas blancas, pero eso no significaba nada… A quien quiero engañar, Irene tiene razón, esa mujer es una perra.

—Hay que confiar en Rodrigo, no es un estúpido —acote. Esto último lo dije sin estar totalmente seguro. Mi mejor amigo es la persona más inteligente que conocía, pero a veces el amor puede nublar el juicio del más sabio.

— ¿Por qué Rodrigo no pudo conseguir una novia decente con la cual vivir una linda y bonita historia de amor? —dijo la princesita que se había colocado de pie mientras hacía ademanes dramáticos.

Trataba de mantenerme serio mientras Irene hablaba, pero estaba resultando muy difícil, la princesa era muy graciosa. Es curioso, la chica y su hermano eran opuestos en casi todo; ella era dulce, inocente y obediente, él, por el contrario, era manipulador, amoral e indomable. Lo único que los unía era su idéntica apariencia y su terquedad.

— ¿Me estás escuchando, Omar? —la voz de Irene interrumpió mis pensamientos. Me estaba mirando mientras fruncía el ceño y ponía sus manos en la cadera. Era idéntica a Rodrigo, ambos tienen la misma expresión intimidante cuando se enojaban.

— ¿Te he dicho que te ves más bonita cuando te enojas? —su reacción fue la que esperaba, se sonrojó casi de inmediato. Rodrigo tenía razón, es divertido molestarla.

— ¡Eres un tontito! —Exclamo en tono divertido mientras me empujaba juguetonamente—. Olvida eso y dime cómo haremos para deshacernos de Andrea, ¿Crees que si le pido a mi padre que la asesine lo haría?

Bueno, bueno, bueno, quién lo diría, la pequeña princesa tiene algo de malicia, espero que no lo haya dicho en serio. Pero algo en su mirada me hacía pensar lo contrario… sí, Irene Hidalgo tiene mucho parecido con su hermano. Aunque ahora que lo pienso, mi amigo no le pediría a su padre que asesinara a alguien que le cayera mal, lo haría él mismo con sus propias manos, o algo así. Esto último hace que recuerde el momento hacía ya diez años en el que Rodrigo se convirtió en mi mejor amigo, mi salvador, y mi Dios…




¡Niño rata!, ¡Niño rata!, ¡Niño rata! Era el apodo que los niños me decían. Siempre era igual, me molestaban con ese apodo desde hacía mucho tiempo. De repente, sentí un fuerte tirón en mi cabello que me hizo caer de la silla en la que me encontraba.

—Vamos, ponte de pie niño rata —ordeno uno de los niños que siempre me molestaba. Fue entonces cuando sentí una patada en mi espalda.

— ¡Ay, mi espalda! — grité de dolor mientras las lágrimas caían de mi rostro y me retorcía en el suelo. ¿Por qué? Yo nunca les había hecho nada ¿Por qué me molestaban? ¿Por qué eran tan malos?

—Como dice mi padre, los humanos son asquerosos —dijo otro de los niños para después estallar en risas, todos los demás lo imitaron.

— ¿Por qué me molestan tanto? Yo no les hice nada, déjenme tranquilo —supliqué todavía con un fuerte dolor en mi espalda.

Cada vez llegaban más y más niños, todos eran iguales, vestidos con ropas bonitas y en algunos casos anillos y cadenas de oro. El más alto de todos se quitó una de las cadenas y con ella empezó a ahorcarme. Me dolía mucho, no podía respirar.

De repente, el dolor se terminó y pude respirar con tranquilidad, la vida regreso a mí nuevamente. Todavía con los ojos cerrados y mi mano sobre mi garganta noté que nadie reía, todos guardaban silencio. Con mucho esfuerzo me puse de pie y miré a mí alrededor y lo que vi me asustó.

El niño alto que antes me estaba ahorcando se encontraba tirado boca abajo en el suelo, un hilo de sangre resbalaba por su cabeza, estaba muerto y de pie junto a su cuerpo estaba un niño, vestido con las ropas más bonitas que jamás haya visto con una roca empapada de sangre en una de sus manos. Fue en ese momento que me percaté que todos los demás niños estaban de rodillas y con la mirada fija en el suelo.

—Todos ustedes molestan a Omar porque no es rico como ustedes, pero él es el niño más inteligente de la academia —dijo el niño mientras lanzaba la piedra al otro extremo del salón. Fue entonces cuando lo reconocí, era San Rodrigo Hidalgo, uno de los príncipes del Imperio—. El próximo que lastime a Omar le pasará lo mismo que a Jorge.

Rodrigo, camino hacia mí, de inmediato me arrodillé ante él. Tenía miedo, mucho miedo. ¿Por qué me había ayudado? ¿Ahora tendría que ser su esclavo?

—No seas tonto, Omar, ponte de pie —dijo amablemente Rodrigo mientas acariciaba mi hombro—. Desde el día de hoy tú y yo seremos amigos.

Alce la visita y vi que se encontraba sonriendo. Me tendió la mano y por unos instantes dudé, pero al final decidí tomar su mano y este ayudo a levantarme.

—Gracias, Santidad. Fue lo único que pude llegar a decir. Rodrigo me miró y se empezó a reír.

—Llámame Rodrigo, Omar —dijo Rodrigo. Nunca antes había tenido un amigo, ¿Qué debía hacer ahora?—. Ven, vamos a jugar, tengo muchos juguetes que quiero que veas.




— ¡Omar! —Grito Irene. Había pasado mucho tiempo de ese día, mi vida cambió para siempre al momento que tome la mano de Rodrigo, nunca más alguien se atrevió a molestarme—. ¿En qué piensas?

Mire a la princesita de arriba abajo con indiferencia. Volvía a estar con el ceño fruncido, al parecer a los Hidalgo no les gusta que los ignoren. Solté una carcajada al recordar también la ocasión en la que había hecho creer a Rodrigo que había olvidado su decimoquinto cumpleaños, el muy idiota amenazó con lanzarme desde la Puerta de los Dioses si lo hacía otra vez.

—Recordaba el día que Rodrigo y yo nos conocimos —dije con nostalgia. Irene volvió a sentarse junto a mí y empezó a jugar con sus dedos. Había olvidado que hacía eso cuando se ponía nerviosa.

—Apenas tenía siete años cuando eso ocurrió, jamás había visto a mi madre molesta y si no mal recuerdo, fue la última vez que mi padre estuvo orgulloso de mi hermano— explico Irene con melancolía.

Es irónico, pese a que Rodrigo odiara los privilegios familiares, gozaba torturando a los ciudadanos de clase alta. Creo que es una forma de hacer justicia por todos los actos despreciables que estos últimos hacían en la población civil, desde tomar como esclavos a cualquier persona que les sea de interés hasta asesinar a los que se les opongan, hay muchas maneras de encontrar la muerte en la capital del Imperio Celestial.

— ¿También es tradición en tu familia asesinar a una edad temprana? — pregunté. Si bien es cierto que Rodrigo había matado por primera vez a la tierna edad de ocho años, nunca había escuchado que los Hidalgo tuviera por costumbre convertirse en asesinos siendo niños—. ¿Debo preocuparme porque me asesines camino a plaza?

La princesita soltó una enorme carcajada que casi la hace caerse al suelo. Perfecto, había olvidado la discusión con Rodrigo, es bueno verla reír, al igual que su hermano le debo demasiado, la mayoría de las ropas elegantes que tengo fueron diseñadas por ella, sin contar que también me presento a casi todas mis parejas, es como una hermana.

—Eso fue gracioso, pero puedes estar tranquilo siempre y cuando me sigas haciendo reír —exclamo conteniendo a penas la risa—. Además, creo que Rodrigo es el primero en casi un siglo en asesinar antes de los 18 años, recuerda que los miembros de mi familia no solemos ensuciarnos las manos.

Había ocasiones en las que Irene decía este tipo de comentarios incómodos pero ciertos. En esta ocasión pareció entender que su comentario me había afectado porque vio mi expresión seria ante su verdad molesta.

—Lo siento, Omar, no pretendía… sabes que no pienso como mi padre y los otros miembros de clase alta de la capital —se excusó con rapidez.

—Tranquila, sé que ambos son las joyas de la corona de nuestro Imperio —le dije mientras me colocaba de pie—. Considero que deberíamos darnos prisa, no podemos llegar tarde a la Plaza de la Victoria. Además, tú ya deberías estar en el Altar de los Dioses.

La princesita se puso de pie y empezó a caminar en círculos diciendo que llegaría tarde, que su padre la castigaría y no le daría el Conecornio que le había prometido. A veces esta niña me sacan de quicio, ¿Sería ella el motivo por el cual Rodrigo quería irse de la capital? De ser así lo entendería a la perfección.

— ¡Ya, cállate! —Grite mientras la tomaba por los hombros—. Será mejor que nos vayamos ya, además, no pueden saber que estuve aquí, tú adelántate, nos vemos en la Plaza.

—Sí, claro, sí, ya me voy, no puedo llegar tarde —dijo antes de abrazarme y luego salir corriendo. ¿Cómo le hacía para correr con esos tacones tan altos? —. ¡Omar!

Me giré y pude ver como Irene me lanzaba un pequeño objeto desde la distancia. Lo atajé con facilidad y cuando lo vi no pude dar crédito a mis ojos. Era el brazalete de Ómicron que conmemoraba su nacimiento, a Rodrigo se le había sido otorgado un anillo y a ella este brazalete, ambos eran un símbolo real que debían portar hasta el día de su muerte. ¿A caso la princesita se había vuelto loca?

—Dile que nunca me olvide, y también dile que lo siento mucho —su voz era quebradiza, como si pudiera volver a estallar en lágrimas en cualquier momento. Solo me limité a sonreírle y guiñarle un ojo. Después de eso se perdió entre los altos monumentos.

Será mejor que me dé prisa, faltaba poco, y por la pelea con Irene el idiota seguramente debería estar emborrachándose o matando a sus vecinos… o ambas cosas. Lleve mi mano a mi muñeca izquierda y active mi tele transportador, de inmediato una luz cegadora me envolvió antes de desaparecer en un fuerte estallido.

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