Mi Amada Familia – Eduardo

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—Espero hayas entendido el plan que tenemos que llevar a cabo, Augusto —le dije a mi hombre de confianza que se encontraba sentado frente a mí.

Augusto Riquelme se mantenía inexpresivo, no había manifestado ninguna reacción. No habría ningún inconveniente, en el pasado había hecho un excelente trabajo, no tengo ninguna duda que en esta ocasión haría lo mismo.

—Puede confiar en mí, Santidad —aseguro Augusto con confianza—. Sin embargo, me gustaría saber si podemos efectuar algunos cambios, tenemos que hacer esto con el mayor cuidado posible.

Interesante, al parecer tenía algo en mente, quién sabe, puede que el plan resultará de una mejor manera. No estaría mal escucharlo.

—Soy todo oídos, Augusto —dije mientras me acomodaba mejor en mi asiento. ¿Qué estrategia perfecta tienes para botar mi basura en un lugar donde nadie la vea?

Este sonrió, había entendido a la perfección lo que significaba lo que se escondía detrás de la palabra «basura». Este se echó para atrás en su asiento, cruzó una pierna sobre la otra y junto las manos sobre su regazo, estaba listo para hablar.

—Debido a los problemas que han tenido en los últimos días, sería indicado no deshacerse tan rápido de sus problemas, puede que términos con las manos sucias si no tenemos el debido cuidado —manifestó. Su explicación me estaba causando curiosidad, veamos a dónde quiere llegar—. ¿No sería más sencillo dejar que alguien más se encargue de botar su basura?

Por supuesto, ¿Por qué no lo había pensado antes? Claro, porque nadie sería tan estúpido. Será mejor que tenga una muy buena explicación.

— ¿Quién sería tan idiota como para hacer algo tan arriesgado? —pregunte. Mi tono de voz fue de advertencia. Si Augusto lo noto, no dio ninguna señal al respecto.

—Se sorprendería de la cuantía de idiotas que hay en el mundo, solo es necesario mostrarles algo interesante y ellos mismos se encargan de hacer el trabajo cuando su basura empiece a apestar —pronuncio. Creo que ya sé lo que quiere decir, veamos qué tanto más puede decir sin mencionar algo evidente—. Además, su basura es muy apestosa, le aseguro que alguien más tomara la iniciativa.

Bien, no es de extrañar que no seamos de agrado para la población civil, de hecho, la mayoría de los que eligen la Orden Militar de la Infantería lo hacen para aliviar las deudas que tienen con la familia real, la única manera de disminuir los tributos a la corona es contribuyendo a la victoria del Imperio en la Guerra Imperial.

Admito que era algo brillante, así hemos mantenido la estabilidad de nuestro imperio por más de trescientos años. Además, alguien debía hacerlo, en toda guerra hay peones y reyes.

— ¿Cuánto tiempo? —dije. No quería esperar mucho, pero tampoco quería ser evidente—. Quiero que el trabajo sea impecable.

—Todo depende de que tan creativos seamos —dijo Augusto con tranquilidad—. Si hacemos que su presencia sea vista por todos y especialmente recordemos en todo momento su proveniencia, entonces será cuestión de semanas.

«Semanas» dijo una voz en mi mente. ¿Sería todo tan fácil? Si algo sale mal, será mi fin… pero no sería la primera vez que, ya me he deshecho de basura, igual de incómoda.

—Muy bien, haz lo que consideres necesario para cumplir con la misión —indique mientras me levantaba, Augusto hizo lo mismo—. También quiero que destruyas su voluntad, hazle desear estar muerto.

—A sus órdenes, Alteza —aseguro para luego hacer una inclinación y retirarse.

Al cerrarse la puerta volví a sentarme. Solo es cuestión de tiempo, debía ser paciente y esperar el mensaje de confirmación. Pronto todo cambiará, me convertiré en emperador del Imperio Celestial y posteriormente en gobernante del mundo.

Me levanté nuevamente de mi asiento y caminé hasta la puerta. En poco tiempo se daría inició a la ceremonia de selección, estaba esperando ese momento con ansias desde hacía mucho tiempo, sin embargo, ese maldito bastardo lo había arruinado todo, ahora me había hecho cambiar mis planes. «—Gracias, Rodrigo, la cagaste como no tienes idea —pensé.»

Al salir de la habitación me encontré con Popo, nuestro sirviente retrasado mental. Su verdadero nombre era Omero, anteriormente había servido como guardia personal de mi padre, era muy querido por todos en el palacio, bueno, casi todos.

—Sa-Sa-Santidad, hola—murmuro con una sonrisa. Debía admitirlo, también me caía muy bien el bobo.

— ¿Dónde está mi hija, Popo? —Pregunte. Pese a que fuera un idiota, era muy servicial, y por increíble que parezca era bastante inteligente. La historia de cómo había terminado siendo un bobo era legendaria en el Imperio.

—S-se fue hace unos m-mi-minutos, Santidad —respondió Popo con tranquilidad—. Dijo que se iba a l-la ceremonia, quería llegar t-te-temprano.

Mi pequeña estaba ansiosa, quería despedirse de su hermano. Esperaba que no llorará demasiado con lo que iba a pasar, odiaba verla triste, pero era necesario.

—Dile a los sirvientes que preparen mi transporte, saldré de inmediato —ordene. No quería toparme con mi hermano antes de la ceremonia, todavía recordaba las secuelas de nuestra discusión de hace días.

— ¿Le informo a s-su hermana que está l-li-listo p-para partir? —preguntó. ¿Era tan bobo como parecía? Mi hermana estaba recluida en una cama.

—Alejandra está enferma, no puede moverse ni dejar su cama…

— ¿En serio, hermano? —susurro una voz cerca de mí.

Gire mi cabeza y fue cuando la vi. La estudié con cuidado y no pude dar crédito a lo que veía, ¡Estaba de pie!; el cabello que había estado sin vida durante los últimos meses ahora tenía un color oscuro intenso, su piel pálida ahora tenía un tono oliva, sus labios agrietados ahora eran de un fuerte color rojo. Pero lo que me llamo la atención fue su mirada, ya no reflejaban esa tristeza que mantenía desde la partida de Verónica, ahora reflejaban la seguridad característica de nuestra familia.

— ¿Qué coño haces levantada? Los doctores dijeron que tenías que permanecer acostada —Dije mientras la fulminaba con la mirada y la tomaba del brazo—. Vamos, no te quiero ver por aquí, a tu habitación.

Pero no sé movió, por el contrario, se liberó de mí agarré y en un movimiento rápido me había inmovilizado el brazo.

—Hermanito, que no se te olvide que cuando éramos pequeños, mamá tenía que separarnos para evitar que te pateara las bolas —dijo la maldita a mi oído, había recobrado también sus fuerzas, ¿Qué coño pasó?—. Si vuelves a tocarme de esa manera te haré recordar cuando te hacía llorar.

— ¡Alejandra, suéltalo! —la voz retumbó en el salón e hizo que mi hermana me soltara de inmediato. Lo próximo que vi fue a mi hermano, el emperador caminaba hacia nosotros con su guardia personal siguiéndole el paso.

Ambos nos arrodillamos ante la presencia de nuestro hermano mayor. Siempre había odiado esto, ser el hermano menor de la familia real era una mierda, pero pronto eso cambiaría.

—De pie —ordeno mi hermano mayor con voz autoritaria—. Ya tienen más de cuarenta años, pensé que habían dejado esos juegos infantiles en el pasado. Si vuelvo a verlos peleando como si fueran niños, los encerraré en una jaula por una semana. Ahora dense la mano.

Muy despacio y sin dejar de mirarnos con ganas de matarnos, nos pusimos de pie y nos dimos la mano. Nos soltamos al instante.

—Así me gusta, ahora, hermanita, ¡Ven a mis brazos! —dijo Dionisio con alegría. Alejandra, sin perder tiempo, se lanzó contra Dionisio y se fundieron en un fuerte abrazo—. Estás preciosa, los doctores hicieron un excelente trabajo, ¿Qué te hicieron?

—Gracias, hermano. Pero no será necesario, te abrumarán con los detalles.

—Está bien. Pero espero estén listos para irnos, es el día más importante en la vida de Rodrigo y debemos estar a su lado —recordó mi hermano, sus palabras hacían que mi sangre hirviera—. Eduardo, espero que te comportes, no quiero que arruines la ceremonia.

Mire a Dionisio intentando no hacerlo de manera desafiante, la última vez que lo hice recibí diez azotes. Cada vez se hacía más difícil mantener la mirada respetuosa ante él.

—No se preocupe, majestad, he aprendido la lección —dije con educación, pero Dionisio seguía mirándome severamente, ¿Qué más quería?—. Aceptaré cualquier decisión que mi primogénito tome el día de hoy.

—Eso esperó, Eduardo, eso esperó —eso fue más una amenaza que una advertencia. No lo olvidaré.

—Hermanos, ¿nuestra madre nos acompañes en el Altar de los Dioses? —pregunto Alejandra. Nuestra madre era considerada la mujer más sabía del Imperio, por desgracia, después de la muerte de nuestro padre, se había aislado del mundo, tomando una sección bastante apartada del palacio como aposento.

Había semanas que no hablábamos con ella, pero Dionisio había colocado a su servicio a más de 20 sirvientes, por lo que nada le faltaría en su autoimpuesto encierro.

—Hable con ella anoche, dijo que no la apetencia salir de su habitación —explico Dionisio—. Pero que también le da su bendición a Rodrigo.

Eso último lo dijo mientras me miraba de manera analítica. Incluso mi madre había caído en sus encantos.

«Todo es tu culpa, Verónica.»

—Excelente noticia, todos estamos de acuerdo con la decisión de Rodrigo —dije asintiendo. Si la hipocresía fuera una enfermedad, hace mucho que hubiera muerto. Lo peor de todo era la mirada de placer en el rostro de Alejandra, disfrutaba viéndome sufrir.

—Muy bien familia, es hora de irnos —la voz de Dionisio reflejaba mucho entusiasmo—. Omero, nos acompañarás, ponte tu mejor traje.

Por un momento me había olvidado del bobo. Se había quedado a pocos metros de nosotros en silencio mientras discutíamos.

—A sus o-órdenes, Majestad —dijo asistiendo para luego darse vuelta y empezar a caminar a su habitación. Sí, el bobo tenía su propia habitación en la parte alta de palacio. Mi padre se la había otorgado el día que lo había traído al palacio al término de la Invasión del Norte.

—Espera, idiota —dijo Alejandra de manera brusca mirando a Popo; este se detuvo—. Hermano, él no es un miembro de nuestra familia, no puede acompañarnos.

Popo se había quedado muy quieto ante las palabras hirientes de mi hermana. Pude ver como empezaba temblar. El bobo era como un niño de ocho años encerrado en el cuerpo de uno de treinta.

Esto se ponía bueno, creo que la única persona a la que Dionisio jamás le respondería sería nuestra madre. Veamos cómo reaccionaría en esta ocasión.

—Alejandra, cállate, no lo molestes —ordeno con voz firme. Le dirigí una mirada victoriosa a mi hermana mayor. Lo bueno de Dionisio es que era fiel a sus principios, nadie le dice que hacer.

—Omero, sube a tu habitación y ponte tu mejor traje —repitió con calma. Te esperamos en la entrada en diez minutos.

Popo sonrió y salió corriendo a su habitación. La vida da muchas vueltas, ese hombre había salvado a mi padre a cuesta de su cordura hace aproximadamente 10 años. Hoy en día, es considerado un miembro de la familia real del Imperio Celestial.

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