Los peligros de amar. Segunda parte
Siempre he tenido mala suerte con los hombres, de hecho, en este mismo instante estoy escondiéndome en un armario mientras tengo mi pierna ensangrentada por una herida de bala; todo por culpa de amar a un hombre que, para mi suerte, también es alguien que no me conviene. Recuerdo como hace tan solo diez días peleaba con mi amigo y psicólogo sobre la suerte que tenía con los hombres, su nombre es Manuel, y lo conocí del mismo modo que al resto de hombres en mi vida, un bar en el que solía trabajar por las noches, como es costumbre me interesé en su llanto y me apiadé para luego consolarlo con una bebida en mi cuenta, luego de escuchar su problema me hice su amiga y comencé a recibirlo cada vez más a menudo, pero como siempre el resultó no ser una persona común y corriente. Manuel Fonseca, el psicólogo mejor conocido por los medios como el psicópata con bata, su renombre se debía a la rudeza con la que trataba a su clientela, sin importar el tratamiento podría volverse en cierto modo cuestionable pero los resultados siempre eran precisos, aun así su fama se debía al suicidio de una mujer que se obsesionó con él, una paciente con trastorno de personalidad terminaría sentenciando al doctor a las primeras planas y durante un tiempo decayendo su fama a una cuestionable forma de vida andante sobre los medios.
Por mi parte; a diferencia del hombre, yo era tan solo una camarera las veinte y cuatro horas del día, según eso le conmovió a continuar como si me recompensara siendo mi único amigo hombre. Hace tan solo diez días mi vida era tan normal que incluso me abrumaba la idea de no tener ningún propósito especial, más que el de tener mala suerte con los hombres. Aquella noche también discutía con Manuel mientras aprovechaba mi descanso en el bar con tan solo dos clientes, mi amigo que se servía una taza de café cargado y otro cliente más que se encontraba al costado del local, completamente aislado con tan solo un vaso de agua con hielo.
— Anoche volví a soñar algo muy extraño —comencé a narrar en lo que limpiaba la mesa frente al bar— Me encontraba en un enorme salón donde disparaba a alguien con una bolsa en su cabeza, no sentía ningún remordimiento, pero al final terminaba envuelta en un llanto insensible —regresé a mirar como mi amigo ni siquiera levantaba la mirada de su café— es decir, soy humana ¿Por qué no me entristeció a pesar de que lloraba?
— Es porque te volviste loca — me respondió aquel día lleno de lluvia en lo que cerraba su cuaderno de notas — ya acepta de una vez que no eres muy normal y ve a un psiquiátrico.
— ¡Hablo enserio! —molesté en lo que le lanzaba el pañuelo en la cara— si tuviera algún problema mental ya me lo habrías dicho.
— También yo — justificó quitándose el pañuelo y poniéndolo en la mesa con cuidado— la verdad, solo estas cansada de tu vida actual por eso tu mente te imagina en situaciones irreales, es una respuesta muy común entremezclada con sentimientos de abandono por culpa de tu expareja.
— Ese tipo ya no me interesa —refuté con desagrado en lo miraba alrededor si había algún nuevo cliente— lo último que sé es que se buscó a otra chica a los dos días, es más que obvio que me engañaba de antemano.
— Aun sigues mencionando eso como si intentaras justificar tus malas elecciones — declaró para luego beber otro sorbo de su café, pero frenando al ver que estaba vacía.
— Cállate — me enojé para luego recoger su taza y volverla a llenar.
— Como sea, debes de dejar de buscar hombres que luzcan interesantes — comentó recibiendo el café—el ultimo resulto ser un narcisista. Yo te recomendaría que busques un monje, dada tu suerte quizá sea el premio que quieres.
— Dada mi suerte —murmuré en lo que notaba que el vaso del otro cliente estaba casi vacío— es posible que terminé con un exconvicto como el penúltimo.
Mi suerte realmente era pésima con los hombres, el primero que tuve era un chico de dieciséis un par de años mayor que yo; robó un local a esa misma edad y terminó en la correccional. El segundo chico fue un corredor de bolsa que conocí cuando tenía veinte, terminó asesinado cuando se enteraron de que había estado desfalcando las cuentas de uno de sus clientes, por suerte no me relacionaron con el hombre por el poco tiempo que lo conocía. El tercer chico era un contador con gran ego que solo presumía de si mismo, en cuanto lo conocí me decepcioné con su personalidad tan tosca, pero él tipo continuó siguiéndome por casi dos meses; tuve que amenazarlo con la policía para que me dejara al fin.
Aquella vez pensé realmente que podría dejar de buscar el amor como un premio de fortuna que yo no tenía, mi suerte era devastadora al punto en que había conseguido el récord de un rompimiento en apenas dos días de noviazgo, Manuel había sido el afortunado de aquel récord, dado que el hombre tan solo quería experimentar una relación para sus estudios; obviamente me enojé por ello, pero luego lo perdoné al mismo tiempo que decidí rendirme, después de todo era un imán para los problemas y aquella noche también fue una de esas. Recuerdo que fui a ver al cliente para preguntar si se le apetecía algo más que el vaso con agua, sus ojos eran vacíos y somnolientos pero profundos como si estuviera dormido con los ojos abiertos, apenas se movía por lo que me dio curiosidad su aspecto. Fue la primera vez que te vi, al día siguiente apareció la noticia que alguien había muerto justo en la esquina en la que mirabas con atención.
Creí no volverte a ver luego de ello hasta que te encontré en aquella cafetería, un hombre apuesto pero con ropas aburridas como si desconociera por completo del sentido de moda; o de combinación, cabellos negros azabaches y ojos penetrantes filosos como cuchillas, tu rostro lucía bastante común a pesar de ello pero de alguna forma tu mirada triste me llamó la atención, era la misma de aquella noche, era demasiada coincidencia que estuvieras en el lugar donde trabajo pero me dio un escalofrío en cuanto te vi. Sabía que alguien moriría tarde o temprano en el sitio donde mirabas, pero no me atrevía a creerlo siquiera.
Recuerdo bien tu pedido, un sándwich de jamón y queso con un batido de fresas helado, nada ostentoso, pero tampoco algo que imaginarías para una apariencia así, decidí dejarte un pastelillo de fresas como regalo para luego salir con la excusa de una emergencia familiar, efectivamente aquel día apareció en las noticias como tragedia por la muerte de varios clientes y rabajadores. Mi suerte de nuevo estaba haciendo de las suyas incluso sin involucrarme.