Lejanías

Las distancias no tienen tope y no se puede juzgar ese espacio-tiempo por la cantidad de kilómetros, que nos separan a unos de otros. Es el espacio remoto, que desandado por los sentimiento, está en la soledad oculta de un paradero de buses, en periferia de una ciudad oscura, que escruta el tiempo y el espacio en busca de ciertas sensaciones, que puedan materializarse en noticias, de quienes están más allá de los lazos, que alguna vez se tejieron.

Son distancias amargas, que nos permean el alma hasta que, saturadas de melancolía, hacen que nuestros cuerpos cambien y nos coloquen a la deriva de un tiempo, que aún no es, porque el porvenir es la construcción de quienes no están vinculados al pasado con sus tiras y aflojas, desgarrando el corazón, que ya está cansado de absorber, aquello que gotea dentro de la historia íntima de nuestras vísceras y razones propias.

Son lejanías tan imprescindibles, que la memoria está relatándonos siempre el mismo trazo: voces e imágenes que se ansían, pero que lentamente el consiente va borrando sin más explicaciones, para que la rutina siga encarando el tiempo, con una queja permanente de memoria afectiva, que rasga los filamentos, de aquello que llamamos alma.

Hay otras lejanías que son dulces, porque están en un compás de espera, dejando pasar el tiempo para curar las heridas. Son lejanías con esperanza, que suscribe cartas anunciando los regresos y sumando un tiempo, que se guarda para los abrazos y besos.

Hay lejanías tan extensas, que si le sumamos caminos, parecen ser infranqueables. Esas distancias son tan difíciles de reducir, que una ansiedad comienza a corroer lentamente lo que somos y la mente empieza a elucubrar medios y formas para acortar esos trechos, que tarde o temprano se transforma en soledad…

Sin embargo, hay otras lejanías que están amarradas por una distancia final, definitiva; una distancia que se hace más y más infranqueable, porque ya no hay argumentos y una voz interior, que te traiciona y te nubla sin dar explicaciones con una oleada de sinsabores, que va quemando los sentimientos, hasta que en el pecho, un dolor los transforma en nada.

Es un nunca más, que se toma los días del porvenir y se va sin dar ninguna explicación. Se duerme en los archivos del cerebro y se van borrando lentamente… Después no queda nada, solo atisbos de un pasado, que no volverá y unos sentimientos que se gastaron y se enmohecieron, tras una estadía continua en la voz de los recuadros, que se aparecen de vez en cuando en la retina, que ya olvidó lo esencial y quedó solo entre los tumultos de recuerdos, que desordenados en los intersticios del cerebro, ya no salen a la luz.

Son lejanías, donde no se cruzan nunca los corazones o dejaron de mirar hacia el mismo lado y se esconden tras los muros de inaccesibles sentimientos, que ya dejaron de arder y están a la deriva de una memoria, que lentamente sufre el olvido inexorable del tiempo, como una demencia senil que nos aparta a rincones, donde solo nos sostiene un trozo de pan angustiado por la extensión de una vida, ya sin sentido.

Es la lejanía final, aquella que versa sin posibilidad de acercamiento y nos deja con nuestras maletas en el andén de un sueño, que tenía fecha de término, desde hace mucho tiempo, pero que insistía en besos, que ya no quemaban.

Ahí comprendí, que la verdadera lejanía está a la vuelta de la esquina, es esa distancia mediocre, que no fue capaz de captar el amor verdadero y huye de los recuerdos y se enclaustra en el silencio, para no seguir construyendo los días prefabricados, donde imaginamos la vejez cómoda y somnolienta de la muerte.

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