Las rupturas del atardecer

Diviso grietas en las frentes, que merman las relaciones… Fisuras tan definitivas, que nunca nos volverán a estrechar el tiempo y abrazar los sentidos… Ojos inconstantes, que ya no anidaran en los deseos del otro. Susurros, que ya no tienen el encanto de los suspiros, que suben por el anochecer estrellado y mudo.

Son los desacuerdos de los contrariados, que miran inversamente la realidad y amurallan de azul, un horizonte que se quema; son aquellos que no volverán a mirarse las caras, porque ya la historia los dejó atrás, perdidos en los telefonemas, que danzan al ritmo de unas frases entredichas y cuestionadas por el paso de las semanas, porque no transmitieron nada al presente…

Versos, que no cuajaron emociones; voces, que se quedaron atrapadas en las intenciones; palabras roídas por las rutinas de los sacramentos de los “todos los días”, que se quejaron con el viento, pero nunca alcanzaron la cima del amor, porque el perdón estuvo en la punta de la voz y se transformó en una queja, que como una liturgia, cuajaba de tristezas cada día.

Son besos, que ya no se reúnen al atardecer, para comunicar eso que llevamos dentro, aquello que se ha agrietado, porque se está demasiado tiempo sentado en la inercia de los años, esperando envejecer, frente a una eternidad de datos fríos, que van acumulando rutinas, sin nuevos panoramas y solo con la tarde extra, del sábado siguiente.

Son separaciones de corazones rasgados por la realidad, que arrastra otras fuerzas, inundando las esferas del tiempo, de un gris, que se coloca en las sienes, impidiendo que la diáspora de vida, llegue a nuestras esencias, condenándonos para siempre a unos “no me olvides”, que resonaran en el tiempo, como la simple melodía del adiós…

Son latidos y conexiones que formaron un árbol, que no dio la sombra suficiente y amagó los frutos, para dejar de trascender bajo la tierra, con raíces que se fueron extinguiendo con el tiempo, sin memoria y ahogadas por un río de silencios.

Es el paso de los años, que desgasta la memoria y quiebra la relación sin muchas cosas en común; con una molestia en cada gesto; una explicación rota por el otro; una mano que ya no conecta sentidos y un quiebre evidente, a pesar de las formalidades del querer, con sus explicaciones, que no alcanzaron a ser convincentes y miradas que se cubrieron de un dolor tan insoportable, que solo quedó la separación como remedio…

Es una mancha indeleble, que va creciendo por los balcones de nuestras tradiciones y de pronto, se ha instalado para siempre en nuestro porvenir, negando con ello el beso fresco y la mano soñada, que creció en primavera, pero que el verano finalmente, secó…

Fue la rutina imperfecta de los días, que taladró los momentos y banalizó aquello que es tan íntimo como el sabor de los besos. La delicada línea de aforismos, que transmite nuestro corazón, en el lenguaje de las emociones y los símbolos que nutren las miradas cuando hablan el lenguaje del amor.

Lo que sigue, son manos dispersas, recuerdos esparcidos en la memoria, reflejos de la intermitencia de los sueños, que no se cumplieron… Letargos, que ya no se tocaran más y compañías que cuajaron en acciones, pero que lentamente fueron minando la realidad de ausencia, ausencia, mucha ausencia…

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