Las gastadas frases de la rutina

Queriendo amasar versos, pero limitado por una escritura que no logra fluir para una

 estética que pueda ser compartida, vivo a la deriva de mis sueños de poeta, caminando por la vida, sólo describiendo los acontecimientos de mi entorno, que llenos de luces y sombras, me hacen subsistir, en una especie de silencio abrumador, donde no puedo expresar con soltura aquello que está detrás de las apariencias y fluye dentro de mí como un delirio, que termina oprimiendo mi libertad de ser y me deja con una opresión de voz, reprimida de los verdaderos sentimientos, que se desbordan dentro de mí.

Es una intensa señal interior, que se dispara en los amaneceres rojos de los días de la semana, que me ha impactado con varios versos furtivos, que atesoro en mi cuadernillo secreto. Sin embargo, estoy golpeado y abatido por seres silentes y opacos, que se han incorporado a la esencia de mi naturaleza y comparten conmigo sus nostalgias y desconocidas necesidades, que por algún motivo no logro descifrar, porque surgen cuando estoy en mí soliloquio, donde amaso una esperanza, que espero que me pueda salvar de morir en los intentos.

Estos seres extraños que emanan de mi mente, deambulan a mi lado y sus sombrías imágenes me atrapan con muestras de locura que están siempre ligadas a una poesía contestataria, rebelde, que me asalta, pero que se va extinguiendo lentamente junto a mis años. Los siento y los veo recorrer mi cabeza; son una especie de esquizofrenia, que me arrastra hacia un mundo cerrado, donde hay siempre un solo verso, que resuena, una y otra vez en mis oídos, impidiendo que mis metáforas, creadoras de vida, lleguen ser canción.

Ellos me tienen reflexionando, con la certeza que la vida es inagotable, que está en un continuo crecimiento, alimentando mis rebuscadas percepciones retóricas y políticas, en un afán que hace que la realidad solo sea una construcción de quienes están digitando el poder con sus opresores sentidos de codicia y vanagloria. Una razón egoísta que ordena mi entorno de una manera absurda y que sólo reconozco con una lógica paradójica, que se ha metido en mis sienes, haciendo que mis versos sean ilegibles.

Diariamente enfrento la hoja en blanco, pero desde hace un tiempo, colisiono con esos seres cotidianos, retazos de los fríos pensamientos, que van agotando mis emociones, dejándome aterido, en un túnel sin salida, donde me siento solo, asustado y paralizado entre el porvenir y un pasado, que me crucifica una y otra vez. Es una larga historia que va royendo las rutinas de la voz y no tiene las claridades verbales para escribir el verso iluminado de quien cree tener el oficio del poeta, pero que sin retorno, escupe frases en los atardeceres de los días frecuentes y frívolos de una poesía, que se cae a pedazos en cada verso.

Siento que no tengo la capacidad emocional para vislumbrar “el aquí y ahora” e inseguro me surge una necesidad de saber, hacia dónde me lleva esta monotonía textual y estos versos, que no pueden expresarse en rimas y simetrías épicas, pero que están mordiendo mi corazón, dejándolo herido y desangrándose en largos hilos de angustia, aniquilando segundo a segundo, lo que queda de mí. Esto me hace pensar que no sólo basta con escribir, sino que hay que poner vida a cada texto que surge de los aparatos digitales que me rodean.

Siento cuadrantes voces, que bajo la matemática inflexible de los ciclos, sólo saben describir semanas corridas, inhibiendo las pequeñas certezas, que nos da el día a día. Aquellas luces, aunque pequeñas, se asoman al alma, dando un respiro de minuteros oxidados por el tiempo y momentos, que aunque parecen perfectos, están oscureciendo todos mis futuros. Esa iconografía, que se asoma en la perspectiva, que se va quemándose en el crepúsculo de mis días y va matando los años, para convertirlos luego en polvo, que se lleva el viento hacia los confines de un futuro inverso, donde el pasado deja traslucir todas las derrotas, en una odisea que llamamos vida, pero que tiene fecha de término, porque tarde o temprano, perecemos.

En mi soliloquio de esperanza, aún embadurno mi hoja blanca con sueños y voy tras los minuteros entendiendo la vida de una manera oblicua, con personajes que me miran, desde la imaginación rota de mis años, sin sentir que escribo los versos justos y las frases correctas. Juzgo que escribo estos garabatos como una terapia para sanar de la monotonía, aunque quiero que la poesía me dicte un camino que sea más rocoso, con la profundidad justa y sabía para nutrir el ser interior que llevo dentro, que necesita alimentarse de vida profunda y de momentos que ensanchen las miradas tibias, de un tiempo que se reconstruye de textos, como los que hoy escribo, que están emanando de un corazón que con taquicardia anula las razones lógicas.

Intimidado por las voces de los verdaderos poetas, siento que mis escritos, son dispersos ensayos, que no cristalizaron y están en la nube, sólo para entender que existe algo en el interior, que explica de alguna forma, la necesidad de exclamar, desde el profundo nexo de estos días, que están ahí, exigiendo un legado mayor y empujando una escritura más significativa, porque en la lejanía de mis días, sólo vislumbro a la muerte, que me espera, en algún anden, de las siguientes estaciones del año.

Por ésta razón, garrapateo y detallo en mi cuadernillo de sueños, ideas refundidas en la trastienda de las miradas fijas y taciturnas, de los seres perdidos de la memoria, que deambulan en el tiempo, buscando señas para el retorno a los lugares comunes, a los afectos extinguidos de los repetidos días sin amaneceres; frases que quieren personificar el alma, para reconocer los motivos verdaderos de la vida; ideas que se levantan sin permiso y se revelan ante mis ojos, sin control y están materializando una escritura descontrolada, porque ya no soy el dueño de lo que escribo; siento que hay otros seres en mi interior, que me dictan un quehacer poético, que llena de angustia el porvenir y van señalando caminos nuevos, que se estructuran en las dinámicas complejas del corazón.

Desde los rompeolas de la poesía, hasta la muerte sublime de los héroes, todo está agrietado por los acontecimientos nimios y amohinado de la experiencia de vivir continuamente con estos seres, que caminan dentro de mí, dictando normas y alucinando con frases perfectas, que logran subrayar lo que llevo dentro del corazón, llenando los meses, que no debieron ocurrir, aquellos que estuvieron demás, que alimentados de rutinas, se han convertido en un pasado, que clava con dolor, escenas extrañas y desconocidas.

De este modo, en mi repetido estilo de vida, voy al supermercado, cargando un millón de esperanza y sintiendo una superflua alegría, que traza una pequeña sonrisa en los rostros curtidos por el atardecer. Son objetos y alimentos que se van cargando en carros, que resuenan sobre los pisos límpidos de esas estructuras hechas para calmar la sed de vivir, obnubilando el verdadero respiro que necesita toda alma para ser feliz y transformando mis paisajes poéticos, en apenas unas tiras cómicas vacías y desechables .

Extraviado del centro de mi existir, busco con estos trazos enredados y sin sentido, tranquilizar un poco las ansias de vivir recargando un legado de ser humano, que alimentado de las pequeñas fragmentos, que surge de un desgastado intento por despertar el ser y enfilar mis quehaceres hacia una escritura que sea sagaz y reconstruya amaneceres, queriendo inundar el espacio de ideas, que puedan hacer florecer, los opacos días de la rutina, que hoy aplasta las realidades circundantes, de una vida entregada solo al trabajo.

Rebobinando los caminos recorridos, observo en lo que me he convertido: Lentamente los seres figurativos, transforman sus formas de ser, evolucionando hacia otras vidas… Vidas mediadas por la desdicha, que ha opacado las ventanas, por donde el mundo entra a mis recónditos espacios interiores; vida que me ha empujado na lugares desconocidos, donde solo la poesía me ha transformado, porque lo demás son holografías de una realidad que se contrae y se expande entre la monotonía de las voces de siempre y los atribulados consejos de la muerte que me hace señas para aprovechar de vivir intensamente estos días.

Siento que hay una música traspuesta, que está manchadas por el aislamiento que sufre mi corazón frío y abandonado. Una sensación de mar furtivo, que retuerce las olas de la costa y se eleva hacia los vientos viejos, dejando una estela de vida, que va quemando el tiempo.

Siento que escribo rememorando estos días transitorios, con un aura de solitario fantasma y presiento el devenir de los pasajeros de la locomoción colectiva con un ansia de niño pobre, que espera a su madre, sentado bajo el dintel, de una puerta horadada por el hambre y ese niño soy yo, que recuerda trazos perdidos de una infancia que habla desde mis entrañas recordando pasajes perdidos de una vida que se va.

El mundo que cruza mi ventana, evoluciona y mi destino está ya definido por el material con el cual construyo mi poesía: escasa de sueños, pletórica de futuros y sin motivos emocionales relevantes. Voces que aguardaron demasiado tiempo en el diván de los sueños y nunca aprendieron de las palabras, las voces justas para hablar de todo aquello que provoca vértigo y está en la cornisa der las formas poéticas de describirla geografía de un corazón que no se acostumbra a hablar por sí mismo. De este modo, mis frases se van gastando en los intentos inútiles por descubrir la esencia de las metáforas y una escritura coherente para hacer volar las ideas, que subyacen amontonadas, como diarios viejos, amarillentos y ajados, bajo mi estrecho corazón.

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