Las cofradías en la Nueva España.


Una de las formas de articulación social de las sociedades medievales fue la conformación de las cofradías, las cuales se tratan de agrupaciones gremiales que tenían como fin la servir como una organización administrativa de caridad donde cada miembro aportaba dinero que era usado para el beneficio de todos, vinculados con el culto hacia determinado santo patrono de algún gremio o sector social. Estas agrupaciones contaban con la doble función, por un lado la de unificar a cada grupo social que estaba vinculado por tener un mismo oficio por medio de la religión al ser participe en su respectiva religiosidad, por el otro lado les garantizaba la seguridad tanto económica como espiritual de darles apoyo cuando más lo necesitasen, sobre todo en lo que respecta a las ceremonias fúnebres de las que pocos podían costearse los gastos de entierro o las misas celebradas para ver por el bienestar de las almas en el más allá.
A lo largo de la época virreinal hubo una gran cantidad de cofradías que le daban sus servicios a diferentes grupos a lo largo de las diferentes provincias, una de las más importantes fue la Cofradía de la Buena Muerte, dependiente de la Compañía de Jesús y fundada por el virrey duque de Linares hacia 1731 y dependía de la Casa de la Profesa de México y Roma. La finalidad de la Cofradía era la de inculcar en sus miembros la disciplina espiritual necesaria al imponerles un régimen de oraciones, visitas de iglesias la participación de actividades religiosas para irlos preparando para la muerte con la acumulación de méritos espirituales que lograrían un menor tiempo en el Purgatorio para ir al cielo. Para esto, los jesuitas les proporcionaban un almanaque donde les indicaban las actividades a seguir según los días y el mes que pasaban, sumado al compromiso asumido por los cofrades de ir reformando sus costumbres con el fin de ir ganando los méritos necesarios para lograr el mejor porvenir de su alma.
Todo esto servía para ir sumergiendo a sus miembros en la religiosidad del barroco al servirles de guías morales para llevar una vida recta, aunque el motor de este crecimiento espiritual estaba en los mismos religiosos que dirigían las ceremonias a las que debían de participar, ofreciendo muy pocos lugares para el libre pensamiento y se dejaban guiar por la parafernalia ofrecida tanto en las predicas como en las fiestas en un entorno social en lugar de lo individual. Las fiestas jugaban un papel fundamental para romper con el rigorismo religioso, ofreciendo momentos de desahogo emocional en un ambiente controlado y donde toda la comunidad pudiese participar. Parte de la disciplina inculcada a los cofrades era la de mantener arregladas sus pertenencias materiales para evitar la muerte súbita, conminándolos a dejar preparados sus testamentos ir repartir sus bienes entre su familia y lo que quisiera dejar para la iglesia, sobre todo a los miembros pudientes quienes dejaban pagadas las misas a los párrocos para que recen por ellos.
La meta de estas actividades era la de ganarse las indulgencias, esto es el mérito que adquirían al cumplir con los ejercicios de la cofradía, sumado a los actos caritativos como visitar a los encarcelados o ayudar a los cofrades enfermos, ya que no bastaba con el acto de confesión para librarse del tiempo pasado en el purgatorio al solo ganar el perdón, pero con las indulgencias llevadas a cabo en vida era lo que realmente los salvaba del sufrimiento. Esta se dividía en la indulgencia parcial que libraba a los fieles de pasar cierto tiempo en el Purgatorio por espacio de días, meses o años, pero la más importante era la plenaria que absolvía de todo castigo por los pecados confesados para morir en estado de gracia, por lo que era fundamental participar en los rezos por las almas de los muertos porque con esto iban ganando sus correspondientes indulgencias e iban acumulando tiempo de redención.
Algo interesante que se fue formando para captar el interés de la gente fue la contabilidad de indulgencias, la cual le permitía calcular el tiempo ganado por cada quien, pero también fue un instrumento para captar más miembros al ofrecer cada cofradía cierto tiempo al cumplir con los ejercicios pedidos. Como ejemplo tenemos al de la Buena Muerte que otorgaba 7 años al rezar y tomar la disciplina de la Buena Muerte los viernes, así como ganaban un año por asistir a las actividades de la cofradía como funerales, platicas, misas en los días de trabajo, realizar exámenes de conciencia en las noches y dar caridad a los enfermos y encarcelados. Otra muestra la tenemos en la Congregación de los Dolores (también jesuita) al dar 10 años de indulgencias por rezar el rosario y comulgar el día después de la resurrección, así como la celebración de todas las fiestas marianas y la visita a cualquier iglesia de la Compañía que otorgaba 20 años, que decir de la Cofradía de Nuestra Señora de la Merced que con tan solo entrar y confesarse se ganaban la indulgencia plenaria por todos los pecados cometidos hasta ese día.
Para evitar el acaparamiento de indulgencias y darle la oportunidad de salvación a otras almas, los de la Buena Muerte tuvieron que implementar la “regla 34”, con lo que intentaron regular el número de indulgencias ganadas por los vivos al pedirles brindarles siete cuarentenas y siete años de perdón, siendo lo mínimo rezarles el Rosario o celebrar misas en su honor, así como el otorgar el 15 de septiembre para celebrar misas por los muertos de la cofradía. Servía bastante seguir la numerología sagrada al momento de realizar los ejercicios religiosos, como el encender una veladora al mediodía del viernes para conmemorar la hora de la muerte de Jesús para después rezar por tres horas en su pasión y muerte, así como las practicas realizadas el tercer viernes de cada mes en la Casa Profesa, también está la devoción por las Cinco llagas de Cristo celebrada del 2 de julio al 30 de septiembre con lecturas piadosas durante los primeros cinco días del mes. Pese a que pudo haber derivado en el interés individualista de la salvación, las cofradías ayudaron a aglutinar a la sociedad en torno a la fe y cuya función fue desatendida por el Estado, consolidando la identidad novohispana.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.
Federico Flores Pérez.
Bibliografía: Asunción Lavrin. Cofradías novohispanas: economías material y espiritual, del libro Cofradías, capellanías y obras pías en la América colonial.
Imagen: Manuel Cabral Bejarano. Procesión del Viernes Santo en Sevilla. 1855.



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