Labios con sabor a café

Siempre detesté el café desde muy pequeño, cuando lo bebes te queda un amargo en tu lengua y luego debes lidiar con el incesante cepillado intentando quitar lo amarillento de tus dientes, nunca pude soportarlo incluso cuando en mi trabajo era la bebida que más se consumía, tanto para el frío como para las desveladas era lo que mejor se tenía preparado en todo momento, por mi parte; agua caliente era suficiente para calmar mis ansias, o al menos mis nauseas por el aroma del café, hasta que alguien pasó a lado mío en aquel pasillo de la cafetería. 

No era precisamente una modelo de revista, tampoco lucía como una fealdad andante, simplemente era una mujer común y corriente con un aspecto de lo más normal, sus ropas eran holgadas y apenas coloridas, su cabello apenas estaba recogido por una gastada liga que estaba sufriendo sus últimos días agonizante entre los mechones desordenados color canela, sus ojos verdosos como el té de limón que estaba bebiendo en ese momento se opacaban cruelmente bajo esos gruesos cristales, el cuerpo de aquella mujer lucía como un frágil perchero envuelto entre tanta ropa, curvo y sin gracia, pero de alguna forma me llamó la atención. 

 – No me gusta el café – dije insensato entre que recibía de pronto la mirada fulminante de quien se lo servía a mi lado. 

– A mi no me gusta el té de limón- contestó luego de unos segundos para luego darme una ultima mirada feroz antes de irse de la cafetería.

Quedé estacionado mirando la puerta por la que salió por varios minutos antes de reaccionar avergonzado, era la primera conversación que tuve con una chica del trabajo ¿por que dije eso? pensé por varias horas distraído en mis labores sin una respuesta que me convenciera, su aspecto no me atraía en absoluto, pero de alguna forma mi imaginación comenzaba a volar incesante como si hubiera excusa para mi perversión, mis ojos recordaban el aroma del café que despedía su cuerpo entero; no, su esencia misma era como el café. Quizá por eso dije lo que dije, tal vez me molesté toparme con una mujer hecha completamente de la bebida que más odiaba, pero al mismo tiempo, soñaba despierto en el trabajo, en mi casa solo pasaba pensando en como sabrá su cuerpo ¿y si ella suda café de tanto que lo toma? mi mente ya era una capsula corrupta de su imagen. 

De pronto, los días pasaban y comencé a tener el extraño hábito de servirme la misma taza de té a la misma hora y en el mismo exacto lugar, por varios minutos aguardaba su llegada que era tan puntual como el reloj mismo, se acercaba a la mesa y se preparaba la misma taza de café mientras yo la espiaba fantaseando cada vez ser yo quien fuera aquella taza para sentir sus labios, pero tan pronto me daba cuenta me iba del lugar sin más diciendo la misma frase, luego me arrepentía en mi escritorio o frente al computador ¿odio realmente el café? si, detesto el sabor amargo que me deja cuando se va y su aroma ¿entonces por qué te gusta esa mujer? no me gusta, solo no dejo de pensar en ella ¿eso no es obsesión? no podría serlo, aun no la he comenzado a perseguir. Pasaba peleando conmigo mismo todo ese tiempo con esas mismas preguntas, hasta que un día mientras espiaba como siempre tropezó, alcance a detenerla en el aire pero estaba bañada en café, su pecho ahora tenía una enorme mancha en lo que parte del liquito escurría por sus mejillas y manos, ya no conseguí controlarme cuando la sostuve en mis brazos y la besé contra su voluntad, la sensación amarga era irresistible, el aroma me envolvía como un esclavo, me encontraba de pronto lamiendo hasta sus dedos del liquido, se resistías al principio pero luego se dejaba llevar por mi respiración agitada; me estaba volviendo loco por continuar saboreando cada rincón de aquella mujer, hasta que la puerta se abrió y no hubo otra que separarnos.

Al día siguiente, la esperé como siempre en el mismo lugar y a la misma hora, ella llegó con el mismo estilo de atuendo y las mismas feas gafas, me pregunta que es lo que estoy haciendo al sujetar su taza con café recién hecho en mi mano, me acerco a ella impasible, coqueto, con hambre insaciable en lo que la arrincono contra la puerta y aprovecho para encerrarnos allí.

– Solo quiero seguir devorando tu cuerpo con café. 

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