La vida en el Septentrión novohispano.

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La expansión española por el norte fue un proceso lento y violento ante la resistencia de las tribus nómadas, las cuales, al no tener las estructuras de poder de los estados mesoamericanos, no hubo forma de encontrar la manera de someter a los indígenas más que por la guerra, la cual sumada a la escasez de recursos de interés hizo que su ocupación fuese difícil y costosa. Al ver lo poco redituable que resultaba la conquista militar, fue que a finales del siglo XVI se dio la entrada para entregarle la iniciativa a los religiosos, siendo los principales impulsores los jesuitas quienes diseñaron un sistema para consolidar la evangelización de las tribus al instruirlos en la vida sedentaria al enseñarlos a cultivar, esto a su vez hacía que ellos se integraran al sistema de defensa y expansión de la frontera.

A pesar de que los jesuitas ofrecían una alternativa “pacifica”, no descartaban a la guerra como la vía para cimentar los presidios y las misiones, con ello les daban a los indígenas la convicción de aceptar el cristianismo y la civilización europea como forma de protegerse de las incursiones y abusos de los soldados o de lo azaroso de su ancestral modo de vida. Eran tan precarias las primeras construcciones de los asentamientos que lo común es que fueran de madera y ramas, a lo mucho se llegaban a construir edificios en adobe, este es el caso de los presidios los cuales constituían fortificaciones básicas defendidas por tropas mal armadas y entrenadas al mando de sargentos malhumorados, pero la presencia de los indígenas reclutados de las misiones les enseñaría la manera de pelear de las tribus y se compensaba la mala preparación por parte de los españoles.

El descubrimiento del eje minero de la plata en la Sierra Madre Occidental hizo posible darles a los españoles la convicción de mantener el camino hacia el norte, dando entrada al establecimiento de las haciendas dedicadas a la industria minera y a su vez daban lugar a los “reales de mina” donde se asentaban las autoridades novohispanas. La población del septentrión siempre fue escasa, siendo habitados en primer lugar por los indígenas conversos de las diferentes regiones, estos eran seguidos por los colonos mesoamericanos ya cristianizados como sucedía con los tlaxcaltecas, otomíes y mexicas, quienes facilitaban la confianza de los nómadas para acercarse a las misiones, así como una limitada población europea que iba desde los propios misioneros, algunos mineros, ganaderos y uno que otro comerciante extranjero quien podía evadir a las autoridades virreinales. Fue esta misma escases de población la que permitió que cualquier persona que se aventurase a vivir aquellas tierras agrestes tuviesen las mismas oportunidades de buscar fortuna sin importar su origen étnico, pero a su vez también la hacia un terreno donde todas las leyes impuestas eran fácilmente pasadas por alto hasta ser prendidos por los alguaciles.

Para la fundación de las misiones, los jesuitas metían a los indígenas en un constante ritmo de adoctrinamiento con tal de ir avanzando con su conversión, ocupando un lugar fundamental la iglesia, la escuela y las tierras comunales para distribuirlas entre los indígenas, donde además de aprender religión los misioneros los instruían en las nuevas actividades económicas para que abandonasen el nomadismo. Lo que siguió permeando fue la división entre los indígenas conversos del resto de la población novohispana, ambos grupos permanecían subordinados al misionero y se argumentaba la separación para afianzar el proyecto de convertir a los indígenas en cristianos ejemplares alejados de los vicios y deformaciones de los que llevaban la religión por tradición. Pero lejos de convencer a los indígenas de cambiar su modo de vida, siguieron manteniendo en lo posible su vida trashumante, por lo que procuraban mantenerse lejos uno de otro, se seguían desplazando según sus ciclos migratorios y de plano las misiones solo las usaban a manera de centros ceremoniales donde solo los visitaban cuando lo requiriesen.

Era tal la importancia de seguir los ciclos migratorios que cuando tocaba irse para recoger tuna, pitahayas o cualquier fruto vital de su modo de vida abandonaban sin problemas sus casas y campos de cultivos, sobre todo no podían dejar de lado los ancestrales ciclos de cacería de animales como el venado, el berrendo o los bisontes los cuales eran fundamentales para sus sistemas religiosos tradicionales. Si bien había cuestiones en la que los indígenas colaboraban con los misioneros como el dar la mano de obra necesaria para mantener a las misiones, se reservaban mucha información de los lugares, siendo común que los establecimientos españoles fuesen continuamente destruidos por las crecidas de los ríos y de donde los indígenas se reservasen esa información para moverse cuando había época de lluvias de aquellos lugares, haciendo que muchas de las misiones llevasen tras de sí diferentes intentos de establecimientos hasta alcanzar el lugar ideal para su establecimiento.

Los misioneros procuraban que los indígenas asentados en las misiones también adoptasen la arquitectura española para las viviendas, siendo lo ideal que se construyesen las casas a cal y canto y con una división entre las recamaras de los padres y los niños, pero lo cierto es que se siguió manteniendo las viviendas precolombinas de construirlas con zacates y ramas sin ninguna división en los dormitorios, sin muebles y con apenas una piel o petate para dormir en el mejor de los casos, teniendo como única ventilación la entrada a la habitación de la cual se entraba a gatas. Si bien aceptaron que los niños recibiesen completamente la doctrina cristiana, siempre había barreras infranqueables de traspasar por los religiosos debido a la desconfianza de los indígenas para la resolución de los problemas, complicando a los misioneros medir su grado de éxito en su trabajo evangelizador.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Bernd Hausberger. La vida en el noroeste. Misiones jesuitas, pueblos y reales de minas, del libro Historia de la vida cotidiana en México, vol. I

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Imagen: Ignaz Tirsch, “Un pagano y una pagana vienen con su hija e hijo de la

serranía a la misión para bautizarse”, siglo XVIII

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1 Comentario
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El Pórtico
2 meses atrás

esta excelente Dr Federico, muy buena su exposición.

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