La relación cósmica entre el hombre y el venado.


Los habitantes originarios del continente americano forjaron una serie de reglas con las que se aseguraron el poder convivir con su medio ambiente imbuyéndole ciertos factores sobrenaturales que los relacionaban con el mundo de los espíritus, con ello se aseguraron que actividades como la caza se viese limitado en cuanto a su frecuencia para hacerlo un elemento de estricta necesidad para la sobrevivencia o para realizar las correspondientes ofrendas para los dioses. La sacralidad otorgada a la caza obligaba al cazador a someterse a un estricto régimen de abstinencias que iban desde el ayuno o el no tener relaciones sexuales antes de salir a matar animales como el venado, ya que en caso de no seguir estas reglas rigurosas se corría el riesgo desde fracasar o de hacer enojar al “señor del monte” por haber transgredido estos requerimientos. Según los relatos indígenas, el haber tenido relaciones podría provocar que el cazador le diese al “señor del monte” transfigurado en venado, acarreándole ser reprendido por el mismo, también estaba prohibido destinar la carne para alguien que no sea de la familia como una amante o para venderla si no querían ser castigados, también estaba prohibido cazar más de lo necesario con el uso de amuletos trayendo como castigo que los mismos animales le dieran un “susto” y lo enfermasen.
Uno de los castigos para los cazadores que mataban de más era que el “señor del monte” se cobrase con su familia los animales que había hecho presa indebidamente, siendo de su interés las mujeres pidiéndole una para hacerla su esposa o matándolas por medio de serpientes o por otros medios dejando viudo al cazador, con ello el “señor del monte” le proporcionaba sus animales como presas entablando una relación reciproca con el cazador. También hay relatos donde el “señor del monte” convierte al cazador transgresor en un venado para que fuese cazado por otros como castigo, pero incluso hay historias mucho más macabras donde dejaban en claro que no se debía de jugar con él, este es el caso de un cazador tlapaneco que mató a cuatro venados y no le dio la debida ofrenda al señor del monte, como castigo fue capturado por la deidad y amarrado afuera de una cueva para que las venadas fueran a morderlo, mientras mandaba a un grupo de venados para que abusaran de su esposa. Esta clase de castigos transmitidos por la tradición oral reflejan la relación existente entre a caza con el sexo y la importancia de llevar el balance entre ambos, ya que las consecuencias se reflejan en proporción a la gravedad de la falta.
Para evitar esta clase de consecuencias graves, el cazador podía tratar de reparar la falta como llegando a curar al venado herido indebidamente para no tener consecuencias o “reponiendo” los animales matados, esto se hacía casándose con una de las hijas del “señor del monte” para que sus hijos animales remplacen los faltantes, también pasaba que el cazador tenía que dar su vida para que el “señor del monte” lo usase para curar a los animales, de la misma manera que los chamanes sacrifican animales para hacer algunas curaciones. El ser cazador implicaba llegar a una relación de familiaridad con el venado, según los análisis de los diferentes relatos indígenas se ha llegado a la conclusión que la caza del venado es una equivalencia con el matrimonio donde el venado es la mujer y el “señor del monte” se convierte en su suegro, por lo que la ofrenda es como si diese la “dote” a la familia de la esposa, recordando con ello que los venados son considerados como monstruos que en tiempos primigenios devoraban hombres hasta la aparición del Sol imponiendo su orden, siendo considerados encarnaciones de las tzitzimime.
Este acuerdo entre el cazador con el “señor del monte” hace que este le asegure el éxito de su labor siguiendo sus estrictas reglas, pero a su vez al formarse esta relación el “señor del monte” va nutriéndose de la vida del cazador a manera de compensación, con ello recordamos que los dioses no pueden alimentarse por ellos mismos, pero si pueden crear sustento, por lo que el hombre se nutre de la creación de los dioses y estos adquieren su vitalidad con las almas de la humanidad. Para poder eludir estos compromisos, podía servir como intermediario de estas relaciones el chaman, quien mediante sus ceremonias realiza la unión simbólica para ponerse como esposo de la venada y obtener la bendición del “señor del monte” para asegurar los animales para los cazadores de su pueblo, pasando a convertirse de manera ritual en un venado macho.
Las relaciones entre la cacería con el sexo no se encierran al ámbito cultural mesoamericano y de sus pueblos asociados, sino se trata de una concepción generalizada en otros pueblos del mundo como las tribus de Siberia, los pueblos indígenas de Sudamérica o incluso en las costumbres rurales europeas podemos ver rastros de esta asociación, llegándose a relacionar el acto de la cacería con el acto de seducir a una mujer. Con ello, las primeras sociedades humanas vieron en la caza una forma para vincularse con la naturaleza manteniendo su familiaridad y hacerlo una actividad de comunión donde los espíritus le otorgaban lo necesario para que las personas pudiesen sobrevivir, siendo necesario respetar aquellas reglas para impedir alguna clase de desequilibrio. La gravedad de las consecuencias relatadas obligaba a que los cazadores se condujesen con moderación al momento de llevar a cabo las cacerías, ya que tanto ellos como su familia podían ser presa de los espíritus o de los mismos animales para acabar con sus vidas, o en el mejor de los casos, los integraban al mundo animal obligándolos a dejar su humanidad para poder pagar con sus faltas a los compromisos alcanzados con la naturaleza.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.
Federico Flores Pérez.
Bibliografía: Guilhem Olivier. Cacería, Sacrificio y Poder en Mesoamerica. Tras la huella de Mixcoatl, “Serpiente de Nube”.
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Imagen: Pinturas del Vaso K8622, cultura Maya, Clasico.

