La psicología del tiempo que agrieta las conductas
Es excesivo el tiempo malgastado en las explicaciones fundantes y son exageradas las veces que escuchamos los mismos reclamos. Somos entes, que están continuamente pensando lo mismo, ataviados por las formas culturales impuestas por un sentido común hecho a la medida de nuestras vanas inquietudes y con objetivos comunes, que en vez de buscar el ser, son empujados a largas travesías por los mismos lugares, para luego morir en la angustia y la desesperanza del “nada que hacer”.
Los oídos sufren el murmullo del alma, que desde el fondo de nosotros, emite razones muy ocultas para nuestras mentes subdesarrolladas. Es una voz que está atrapada en las formas y quiere redimirse, lanzando impulsos cada cierto tiempo. Explosiones del aliento, que buscan romper las rutinas y dar un giro profundo, para saber si vale la pena salvar lo que queda, luego de haber padecido todos los miedos y estropear las maquinadas formas del “salir adelante”.
Sabemos que las palabras tienen un gran poder y sobre ellas se construye la realidad, que va explicando las razones que tiene el tiempo para transcurrir sin detenerse nunca. Son esas palabras re-aprendidas, que están resonando siempre y vinculadas a los rostros de nuestros ideales, enrostran un tiempo que se fue sin dejar nada… solo páginas embadurnadas sin mensajes y palabras, que se lleva el viento, en una tarde acida, solitaria y sin los “amigos de siempre”.
Nacemos y hay un raudal de factores que van marcando nuestra forma de ser. Una estructura mental, que se alinea con un ambiente que nos hace lentamente proyectar nuestras formas de entender el mundo y vamos caminando desde un sendero a otro y nos acostumbramos a aprender a golpes, aquello que es importante, mientras que lo intrascendente, va royendo las claves de nuestro cuerpo, que arropado por muchos sinsabores, viaja para estar despierto siempre, en un intento por salir de un circulo, que nos arrastra a las mismas veredas, sin saber que estamos navegando en círculos, como “unos náufragos en una mar aciago”.
Cuestionarse, es una seña de que aún falta mucho por vivir. Que estamos en la partida siempre y que rehacerse es un ejercicio para rejuvenecer los ímpetus… Rehacerse para estar cerca de los mares en los cuales soñamos navegar o simplemente rehacerse para escuchar el silencio, que nunca pudimos apreciar, porque los ruidos son permanente y siempre hay gentes gritando y un bullicio que anula las reflexiones de las tardes, donde creemos que “no hay nada que hacer”.
Vivimos enfermos, pasando los días rutinarios, sentados y alucinados frente a la frialdad de un televisor, que nos obliga a conductas -cada vez- más alejadas de nuestra propia esencia. Como inválidos e interdictos, estamos allí, ocupando un espacio para que los mensajes extraños penetren los intervalos de nuestros cerebros, casi muertos, que están pasivamente esperando que alguien los salve de las desesperantes pausas de un aparato, que no interactúa con nadie más que con sí mismo, en una alocada cadena de imágenes yuxtapuesta para los “incaustos de siempre”.
Un estilo de vida, que va cercenando un ejercicio primario para sentir que estamos pensando la realidad, pero que en el fondo de nuestro corazón, sabemos que estamos lejos de las verdades que nos hacen tener certezas y estamos apartados de los libros y de las lecturas y caminamos como ciegos tras unas metas tan pragmáticas, que solo importan los detalles… Esas manías por tener todo controlado, como si el porvenir se hiciera para adelante, como una construcción, que se alimenta de lo que viene y estamos varados en una mar de dudas, irreflexivos en las puertas de un final. Somos como lobos solitarios, presos de nuestros deseos, pero ciegos de nuestros “verdaderos motivos”.
Querámoslo o no, una y otra vez vamos subiendo la cuesta de nuestro destino y están allí las determinantes, que nos hacen fluir o padecer esos tiempos. Son las señas que se van quedando en la piel, como ilustraciones de nuestro pasado. Huellas, que están presentes e inútiles para construir el futuro, se van convirtiendo en pequeñas heridas que el tiempo no puede borrar y nos siguen a todas partes alucinando nuestro vivir, hecho de aquellos días, donde “no vale la pena vivir”.
Las razones y las explicaciones de saber cómo somos, son intrascendentes a la hora de querer cambiar la historia. Sólo un impulso de valores intangibles nos puede disparar hacia otros mundos, donde intentemos recuperar el asombro de “vivir cada día”.
Sé que el tintineo de voces, que insultan y censuran las conductas es duras y va acumulando rencor y desazón, pero cuesta creer, que no había algo que pudiésemos cambiar con nuestra manera de ser, para así encontrar las historias, que nos entregaran una minúscula pizca de redención, o ¿seguiremos acumulando información en nuestro inconsciente, para después actuar “de una manera justa”?
Un montón de objetos va circulando en nuestra memoria y nos recuerda levemente, de dónde venimos y explica fugazmente lo que somos. Lo demás, es una poesía, que ha inventado el sistema social para hacernos creer que nuestra individualidad está intacta, tras los miles de mensajes subliminales, recibidos “desde nuestra infancia”.
Las voces son irritantes y un recuerdo asoma una y otra vez bajo los árboles florecidos de un ayer irrevocable. Esto es tan definitivo, como el otoño mudando las hojas de un árbol, que envejece junto a mi ventana y monitorea la forma de enfocar la realidad. Está ahí, para decirnos que existimos, en un mundo lleno de supuestos y “esfuerzos por descubrir el alma”.
Son las ondas de los días que amplifican lo que se nos viene encima: perdón, dolor, soledad y un engranaje de cuestionamientos, que nos hace perecer en el intento por cambiar la realidad y subimos a pie el único camino que ya fue trazado antes de nuestro nacimiento. Lo demás, son las explicaciones de siempre, que buscan acumular un mayor cumulo de razones para encontrar las respuestas, que ya no servirán para enmendar lo que se ha andado, “sin ninguna posibilidad de volver atrás”…
Es que la conducta está regida por tantos parámetros, que la psicología enferma de mi literatura, no podría explicarse, porque actuamos de determinada manera y con eso vamos acumulando muertos sobre nuestros hombros, “sin sentir por eso ningún dolor”.