La mulata de travesías invernales 

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Las tierras veracruzanas me forjaron, el querido puerto me recibió con sus doncellas y caballeros de mar, soy mulata de sangre, sé que no son buenas las castas, las detesto, pero así me apodan «La mulata».

Con el puño en mi corazón pronuncio una y otra vez «Orgullosamente soy marino mercante mexicana, sí, y también jarocha». Cruzó el globo terráqueo que se encuentra en la habitación de mi niño.

Justo hoy… sí, me encuentro en mi jornada laboral, es Noche Buena y estoy sola sin mi hijo ni mi pareja, tan solo sé que soy la tercera oficial del buque, sola en medio de alta mar, no se divisa ni siquiera otras embarcaciones y menos el puerto. Se puede decir que se trata de travesías invernales. Me dirijo a cubierta con mi radio comunicador para informar al capitán la nubosidad que se percata.

Estar en una embarcación que traslada medios de transporte terrestres, es como estar en un laberinto enorme. Me encuentro rodeada de personal varonil, soy la única dama en la tripulación, espero pronto dejar de serlo.

Imagino cómo sería un invierno al lado de mis seres queridos, es añorar tu vida misma. Estar aquí en medio de las oleadas frías es más que hermoso, sin embargo, no se compara con el tiempo familiar.

Cuando suelo dormir en mi camarote, que es tan pequeño, me posiciono fetalmente y lloro amargamente sin usar palabras, pero ¿por qué lo hago? Pues les extraño mil y una veces mi alma entera. Tan solo tengo unas fotos de mi pequeño y letras del puño de mi esposo para calmar la ansiedad.

El trabajo náutico es duro, se queda corta esa palabra, es agotador, significa estar desde las cuatro de la mañana hasta la madrugada, sin tomar en cuenta las noches de guardia.

Mi madre me lo dijo bastantes veces: «El marino se casa con el mar y se divorcia del hogar». ¡No lo puedo creer! ¿Acaso me he divorciado de mi esposo y he dejado de ser la mamá ejemplar de mi niño? ¿O más bien el mar me reclama el sacrificio más grande de mi vida? Sí, ese sacrificio de entregarme de lleno a él. ¡Misterio me parece!

El mundo marino exige y demanda mi vida entera, ¿pero qué rayos significa todo esto? Ah, ya lo sé, sí, es mi alma depresiva y ansiosa por los días de invierno. Tan solo callo y permanezco fiel. Mi vida quizá no tenga otro sentido fuera de este ambiente.

Estando ya en cubierta se escucha un villancico navideño, el favorito de la familia entera, la melancolía invade, los ojos se humedecen, no sé si sea el frío o la nostalgia, pero ¿por qué carajo sería el frío si este solo reseca la retina ocular?

La tripulación comienza a darse abrazos entre sí, es Navidad, de ello me doy cuenta. Ya son las doce en punto del 25 de diciembre del año en curso.

Una triste agonía sopla en los vientos marineros. Mi camarada González, me dio unas palmadas en la espalda, reacciono rápidamente y sonrío escondiendo mi velo de lágrimas. Sin embargo, él sentía lo mal que la estaba pasando, me susurra al oído: «El 27 de diciembre nos acercaremos a puerto, habrá señal para que te comuniques con ellos, ten calma». Desde ese momento, sentí paz en mi corazón y reflexioné de que quizá mi vida sea allá en tierra y en la superficie ya acabó.

Todo es como una mezcla a 360 grados, es tan confuso que me pregunto ¿qué sentido tiene todo esto? Es un vacío profundo, de igual forma llega el interrogatorio más común: ¿Será esto el principio de mi infierno o tan solo el final del mismo?

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