“La Muerte visita una vez”


– No puedo dormir, algo me desvela y no sé qué es, doy vueltas y vueltas en la cama y no logro el sueño. Son ya las tres y nada, qué hago para descansar.

Estas reflexiones las hacía Rolando Ortiz desde su cama verdaderamente preocupado; de pronto algo imprevisto sucedió, el timbre de su puerta fue accionado.

– ¿Quién podrá ser? Y tan tarde… No es hora para visitas. No espero a nadie y menos en la madrugada.

-Rolando pensó en todas las posibilidades, entre estas imaginó la presencia delictiva. Sin embargo, caminó hacia la puerta.

Y sin saber por qué abrió la misma.

Ante él estaba un anciano, que vestía totalmente de negro. El mismo pasó al interior de la sala y sin permiso de él, se sentó en el mueble principal. Rolando cerró la entrada y se dirigió al misterioso visitante.

– ¿En qué lo puedo ayudar? -preguntó y aquel sujeto le dijo.

– Tráeme un vaso con agua y ponlo sobre la mesa.

Sin saber por qué, Rolando cumplió aquella orden al pie de la letra. Al rato volvió con el vaso y lo colocó donde aquel hombre lo Indicó.

– Ahí está el vaso con agua ¿Y ahora qué?

– Tres días te doy para que ordenes tu casa; arregla las cosas con tu familia, ponte al día espiritualmente, perdona lo que tengas que perdonar y, sobre todo, debes perdonarte tú. En tres días volveré -aseguró el anciano.

– ¿Y quién es usted?

¿Por qué llega a mi apartamento y me habla de esa manera?

– Yo soy la Muerte -respondió el visitante, haciendo estremecer a Rolando, que despertó bruscamente sobre su cama. -¡Ah! Fue una horrible pesadilla, gracias a Dios. Diciendo esto se levantó, fue directo al baño, se cepilló, se bañó, hizo un desayuno algo ligero, rápido. Luego fue a su cuarto y se vistió elegantemente, tomó su maletín y se dirigió hacia la puerta.

– ¡Qué bueno que solo fue un sueño…! -se dijo tratando de tranquilizarse, pero algo lo detuvo en seco, sobre la mesa estaba el vaso con agua que el viejo pidió. Aquel sueño fue verdad, solo tenía tres días y debía aprovecharlos.

Había dejado a su esposa Caterina y a sus dos hijos prácticamente en la calle, su carácter nunca le permitió una vida en familia; era tanta su rabia, que a nivel económico les había hecho la guerra, llevando al mínimo sus ingresos. Por eso lo primero que hizo fue ir a verlos. Los encontró en la pequeña pieza que ocupaban.

– ¿Tú aquí, Rolando…? ¿Vienes a burlarte de nosotros? expresó la esposa, mientras observaba a sus dos hijos.

Él no pudo contenerse más y los abrazó, de sus ojos lágrimas de arrepentimiento brotaban. Ella no podía creerlo, los niños tampoco.

– Pido de corazón, con humildad, que me perdonen, fui un tonto, quiero que vuelvan al apartamento, es de ustedes, todo lo mío es de mi familia. Los amo.

Así ordenaba Rolando su primera prioridad. Instalado a su familia  en el apartamento, con todos sus derechos.

Luego visitó a su madre, compartió con ella, le agradeció de corazón, todo lo que hizo por él. Su amor, su dedicación, su entrega.

– Te amo vieja, nunca lo olvides. -Le indico besándola con ternura;  luego se retiró hacia su empresa; tenía reunión de gerentes. Al llegar allí, el jefe de personal le informa.

– Licenciado Ortiz, ya liquidamos al sr. López Venegas y a la sra. María Villalta; como usted sabe ya tienen más de 25 años en su empresa y queremos gente joven, sangre nueva.

– García, usted es el jefe de personal, por ello espero que nunca olvide la lección que le voy a dar. Pero antes, traiga a mi despacho al sr Venegas y a la sra. Villalta.

– Si, Licenciado, ya se los traigo –respondió, esperando que Rolando humillara a los dos trabajadores que egresaba.- No queremos viejos aquí, esto no es un geriátrico, -se dijo mientras los ubicaba y los trasladaba a presidencia. 

En la oficina se encontraban el gerente de mercadeo,  la gerente de administración y Rolando, éste último esperaba de pie al jefe de personal, que venía con los dos trabajadores. 

Al llegar les recibió con mucha amabilidad.

– ¿Cómo está, señor Venegas? ¿Cómo está la familia?

– Gracias por preguntar, Licenciado, tengo a mi vieja en el hospital central, hay que operarla de emergencia.

– ¿Y usted, sra Villalta, qué me puede decir de la familia?

– Debemos la hipoteca Licenciado, si no pagamos nos tiran a la calle…

– Permiso Licenciado, -interrumpió García. ¿Por qué cuentan sus problemas personales aquí? se les está egresando, ese es el objeto de la reunión.

– ¿Terminó de hablar?

– Sí, señor.

– Entonces déjeme hablar a mí; ésta empresa existe por el esfuerzo de personas como el señor Venegas y la señora Villalta. Por ello, nadie los va a despedir, excepto cuando verdaderamente necesiten descansar y disfrutar de una justa liquidación. Ellos merecen todo nuestro aprecio y nuestra máxima consideración y respeto.

– Pero señor…-dijo García, algo confundido.

– Déjeme hablar. Amigo Venegas, he autorizado el ingreso de su esposa en la clínica Cristal, la empresa correrá con todos los gastos pertinentes y usted tendrá los días de permiso que requiera.

Venegas se acercó a Rolando y lo abrazó.

-Gracias Licenciado gracias

Expresó con lágrimas en los ojos

– No es nada, señor Venegas, y usted señora Villalta, debe ponerse yá en contacto con la Administración. Aquí está la gerente, para que la empresa ponga al día esa hipoteca. Nadie le va a quitar su casa.-

Ella también lo abrazó; los gerentes estaban confundidos, no sabían qué estaba pasando. Rolando les habló.

– Señores gerentes, esta será la nueva política de la empresa. Una gerencia más humana, más empática. ¿Entendieron todos? ¿Está claro?

Los tres dieron el visto bueno al cambio direccional. Nadie osaba contradecir al dueño.

Así transcurrieron los tres días que la Muerte dió y Rolando, sin despertar a la familia, esperó en la sala a la extraña visita. El vaso con agua seguía sobre la mesa, pero quedaba poco del preciado líquido. Exactamente a las tres de la madrugada abrió la puerta y allí estaba él. Tal y cómo lo hizo la primera vez, pasó y se sentó en el mismo lugar.

– ¿Pusiste tus asuntos en orden? –preguntó.

– Creo que sí. Considero que estoy listo para morir -respondió, pero el anciano le aclaró.

– Tú no vas a morir; te di tres días para poner en orden tus cosas y te mostré que todo es temporal, que nada es verdaderamente tuyo, que es mejor hacer el bien que el mal, que ser orgulloso y déspota no te hace mejor persona; estás ahora bien con Dios y contigo mismo. Recuerda que vendré, no hoy, pero sí lo haré y siempre debes estar preparado.

Rolando no ocultaba su alegría, tenía otra oportunidad y no iba a perderla. Nuevamente despertó sobre su cama, pero ésta vez estaba feliz, tranquilo. Con él y a su lado,  estaba su tierna esposa.

Se levantó y fue hasta la sala, allí observó, que ya no estaba el vaso sobre la mesa. La señal había sido quitada, pero la lección quedó grabada. no sería el de antes jamás.

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