La mirada de un alma desgarrada

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El sonido de una campana resonó en el lugar, una pequeña floristería de Londres había sido visitada por un misterioso hombre vestido de gabardina y un sombrero de copa. Su aspecto elegante al caminar y el chasquear de sus tacones provocaron que las miradas se posaran sobre él. El dueño de la tienda no dudó en atenderle.

—Buenas tardes, señor —Habló, percatándose de que aquel hombre no superaba los veinte años—. ¿Qué se le ofrece?

—Buenas —Habló el hombre, observando con detalle un pequeño televisor que relataba en las noticias el terrible asesinato de una prestigiosa familia, y con éste, el incendio de toda su mansión—. ¿A qué se debe aquel terrible suceso? —Preguntó, sin expresión alguna, señalando el televisor con el mango de su bastón.

—Se dice que un extranjero cometió tal crimen, piensan que se trata de un ataque terrorista por parte de un país vecino, pero yo pienso que tal vez se trate de las secuelas que dejó la segunda guerra mundial.

—¡Qué terrible! —Exclamó aquel hombre, otra vez sin expresión, casi similar a una burla, el cual posó su mirada en los bellos tulipanes rojos que adornaban la vitrina—. Alguna vez se ha preguntado…, ¿Cómo luce una persona con el alma desgarrada?

—¿Alma desgarrada?, ¿Y a qué ha venido esa pregunta? —Preguntó el hombre, bastante sorprendido por ello, y casi al instante, sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo al ver la mirada fría y penetrante que le dedicó aquel hombre—. Ehh…, supongo…, como dice la gente…, los ojos son el espejo del alma…, así que tal vez se note en su mirada.

—Tiene toda la razón, señor —Habló aquel hombre en un tono frío y tenebroso que hubiese congelado toda la floristería de no ser porque sólo era una simple frase—. Y yo le aseguro, que lo que sucedió en esa mansión —Y volvió a señalar el televisor mientras le echaba una mirada—. Lo provocó una persona con esas características.

—Y exactamente… ¿Cómo luce una persona con el alma desgarrada?

—Esa es una buena pregunta.

¿Y cómo luce una persona con el alma desgarrada…?

●●●

Mi hermana y yo vivíamos en un pueblo alemán bastante pacífico, habíamos tenido una vida llena de lujos y riquezas, la mejor educación y los mejores tratos. Había iniciado mis estudios universitarios en la facultad de medicina y mi hermana estaba en el primer año de secundaria, pero todo eso cambió con la segunda guerra mundial, cuando en un ataque a nuestro pequeño pueblo por el actual líder alemán, habitado en su mayoría por gente judía, acabó todo eso.

Todo sucedió cuando habíamos salido de paseo, caminábamos tranquilamente cuando vimos unos objetos extraños caer del cielo, causando terribles explosiones al contacto con la tierra, la gente corría y gritaba de terror, varias casas y construcciones importantes quedaron destruidas, mi hermana y yo decidimos correr lejos pero las explosiones nos alcanzaban, el humo y el polvo se mezclaban en el aire y ambos nos dificultaban respirar, mi hermana fue la primera que cayó mientras tosía constantemente y yo no sabía qué hacer, así que la cargué en mis brazos y corrí con ella lo más lejos que pude hasta que logramos escuchar una detonación, pero nada se destruyó.

De pronto nos llegó un terrible olor a químico y la gente de los alrededores empezó a asfixiarse, gritaban de dolor como si algo les quemara y al final terminaron sucumbiendo ante el gas mortal que se acababa de liberar.

Ambos mirábamos todo con sorpresa y llegamos a pensar que habíamos muerto, puesto que nada de lo que le pasaba a los demás nos sucedía a nosotros. No sentíamos nada.

—Hermano —Escuché la débil y temblorosa voz de mi hermana—. ¿Vamos a morir?

—No, Charlotte —Le dije, mintiéndole a ella y a mí mismo a la vez, sabía que algo peor se avecinaba y que no tendríamos salvación, pero no podía asustarla—. La guerra acabará pronto.

—¿Y seremos felices? —Su inocente mirada esmeralda me partía el corazón, ella sólo era una niña y le había tocado vivir algo tan horrible como la guerra, y aunque pensé que probablemente podríamos sobrevivir, ese gas tóxico nos mataría en cualquier momento.

Pero ese no sería el fin de nuestro martirio. Decidimos regresar a casa luego de cesar las explosiones y encontramos un panorama terrible.

Nuestros padres estaban muertos y la casa destruida.

Mi hermana lloró y gritó por un largo rato mientras trataba de quitar los escombros y yo sólo observaba el escenario con terror, mis manos temblaban y algo dentro de mí se desmoronaba, y aunque quería llorar y gritar como lo hacía mi hermana, algo me impidió hacer eso.

Sólo me quedé inmóvil y boquiabierto, observando cómo nuestro futuro se hacía pedazos.

Luego de varias horas llegaron unas personas con trajes de protección, empezaron a descontaminar todo y nos encontraron frente a la casa, ambos yacíamos en estado de shock y nos abrazábamos para evitar el frío.

Luego de aquello nos llevaron al Reino Unido, a su capital, en un lugar donde nos examinarían para ver si nuestro cuerpo se había contaminado.

No manejábamos bien el inglés pero un traductor nos ayudó a familiarizarnos con el idioma.

Un científico reconocido escuchó de nuestra historia y fue a visitarnos al hospital. Allí nos vio, intactos y sin señales de mutación o degeneración de los tejidos corporales.

—No sabemos a qué se debe su inmunidad a las armas químicas, pero ambos están estables —Una enfermera le proporcionó nuestra información y los datos sobre nuestros exámenes, y al parecer, ambos sobreviviríamos sin posteriores secuelas.

—Me parece interesante, seguramente en su sangre se encuentre el componente necesario para inmunizar a las personas de gases tóxicos, ¡Sería un avance para la ciencia! —Y aunque el hombre parecía carismático, algo en sus ojos no estaba bien—. Me los llevaré a mi casa, allí les haré varios estudios en pro de la ciencia.

No teníamos otra opción, éramos extranjeros indocumentados y sólo podíamos depender de la ayuda que nos proporcionaran los británicos. No teníamos más nada.

Llegamos a aquella casa, una lujosa mansión con amplios jardines, y aunque yo lucía un poco atontado por todo lo que pasaba en tan poco tiempo, mi hermana se percató de otra cosa.

—¡Mira, Tom!, ¡Tulipanes! —Exclamó emocionada mientras se acercaba a las flores rojas que yacían ordenadas como en filas. Era un diseño muy extraño.

—Esas son tus favoritas, ¿No? —Le dije, un tanto dudoso, no lo recordaba muy bien.

—Sí —A mi hermana le brillaban los ojos de felicidad por encontrar tan hermosas plantas en un lugar desconocido, así que pensé que no estaría tan mal quedarnos un tiempo allí hasta que lográramos estabilizarnos.

Fue la peor decisión que pude tomar.

Entramos a la mansión y las personas que habitaban el lugar se nos quedaron mirando como bichos raros. Eso nos hizo sentir incómodos, pero al ver a la familia de aquel científico, pude sentir el ambiente tenso, eso sólo me indicaba que habría problemas.

La esposa de aquel hombre era una mujer delgada de tez pálida, cabellera rubia y una mirada severa, a mi hermana le causó miedo, y sus dos hijos eran enigmáticos, el chico me miraba con odio y la chica no paraba de sonreírme con intenciones ocultas.

—Ellos son los hermanos Meyer, sobrevivientes a una bomba química. Se quedarán para ser examinados en pro de la ciencia, seguramente su ADN esconde el secreto de la inmunidad a las armas químicas.

La mujer y el chico nos miraron con desdén y salieron de la sala, el científico se ocupó en otros asuntos y la chica se nos acercó para aparentemente saludarnos, pero su actuar y caminar eran extraños.

—Bienvenidos, jovencitos —La chica me sonrió y me sentí bastante incómodo, sus ojos hablaban demasiado de lo que ella se guardaba y eso me generaba algo de miedo—. Tienes unos ojos hermosos, ¿Cómo te llamas?

—Me llamo… Thomas —Intenté cortar el contacto visual, pero ella no paraba de reírse mientras me seguía mirando a los ojos—. Thomas Meyer, y ella es mi hermana Charlotte.

—Ah, un gusto —La chica miró a mi hermana con cierta repulsión que ella notó, aferrándose a mí mientras la miraba con el ceño fruncido.

—Chicos —El científico regresó y la chica se alejó de nosotros, sonriendo falsamente e intentando parecer amigable. Ambos la miramos con el ceño fruncido—. Les indicaré el lugar en el que se quedarán.

Aquel hombre nos llevó hasta arriba, a un lugar que parecía más un ático abandonado que una habitación, allí nos tocaría dormir, había dos camas pequeñas y una ventana para poder ver el paisaje, más nada.

—Esto es todo lo que puedo ofrecerles por el momento…, les prometo que después será mejor —Las palabras del científico se me hacían extrañas y me daban mala espina, sentía que algo nos estaba ocultando y eso no era bueno, pero con tal de permanecer lejos de aquella chica extraña, todo estaba bien.

Al marcharse de la habitación, mi hermana se me puso enfrente con una mirada de preocupación.

—Esta gente es extraña, sobre todo esa chica desagradable —Observó la puerta con desdén y luego me miró—. Ten cuidado con ella.

—Tranquila, todo estará bien, ya veremos cómo salimos de esta situación —Le di ánimos y ella asintió, pero ambos sabíamos que había algo raro con esa gente.

Esa noche nos dieron comida y todo transcurrió normal, hasta que el científico mencionó que nos haría unas pruebas para supuestamente examinarnos. Yo era el primero en su lista y empezaríamos por la mañana.

Desperté temprano, como él lo había indicado, me dijo que los exámenes serían en ayunos y luego me llevó a su laboratorio. Allí había toda clase de extraños aparatos, algunos los conocía por mis clases de medicina y otros no.

—Siéntate en esa silla —Me indicó que me sentara en una silla que parecía más una máquina de torturas pero tuve que acceder sin quedarme de otra—. Necesito un poco de tu sangre, primero te la extraeré así sin más y luego te someteré a un experimento, después te sacaré más sangre para ver cómo actúan tus células.

—Está bien —Extendí el brazo y el hombre me extrajo sangre, la guardó en un frasco y luego se colocó un montón de protección encima, revisó una bombona de gas que tenía en el laboratorio y luego agarró una máscara que conectaba con un tubo.

En ese momento, supe inmediatamente qué pensaba hacerme. Mi corazón se aceleró y sentí miedo, mi primera reacción fue levantarme de la silla.

—Regresa a la silla —Su voz fue severa, casi como si diera una orden, pero yo no quería que me colocara esa máscara—. Thomas, quiero que cooperes, es en pro de la ciencia.

Regresé a la silla con cierto cuidado mientras observaba aquella máscara y él me la colocó, me pidió que me relajara y abrió la bombona de gas. Sentí mis pulmones arder en cuanto respiré esa cosa.

—¡No te quites la máscara! —Fue su orden en cuanto me llevé las manos a la misma. Empecé a toser y a gritar por el dolor y de un momento a otro se me salieron las lágrimas, no podía hacer más que patalear y gritar, pero nadie vendría a mi auxilio, estaba solo en ese momento.

Luego cesó el pase de gas y logré quitarme la máscara, empecé a toser y caí al suelo mientras sentía cómo mi garganta y pulmones me quemaban, no sabía qué me había puesto a inhalar pero eso había sido horrible.

El hombre sólo me miró con desdén y fue a buscar la jeringa para extraerme más sangre. Me negué, pero él insistió y me forzó a entregársela.

Salí de aquella sala de tortura y seguía tosiendo, mi cabeza me dolía y me ardían los ojos, estaba asustado, no sabía qué hacer pero si esto seguía así, mi hermana y yo moriríamos en cualquier momento.

Luego fue el turno de Charlotte, y aunque me negué a que se la llevaran, el hijo del científico, que al parecer también le ayudaba en la labor, se la llevó mientras me miraba con odio, no pude hacer nada y al rato la oí gritar de dolor.

Ya en la noche, ambos nos encontrábamos en la habitación, ninguno dijo nada por un largo rato pero luego del largo silencio, Charlotte finalmente habló.

—Me quiero ir de esta casa.

Pensé en lo horrible que tuvo que pasarla para que tomara esa decisión tan drástica, pero no era para menos, ambos habíamos sufrido mucho allí.

—Yo también.

—Entonces huyamos.

—¿Pero a dónde? —Lágrimas salían de mis ojos al recordar lo que le había sucedido a nuestro hogar, no teníamos a dónde ir y probablemente moriríamos olvidados como ratas indeseadas en un país extranjero.

—Lejos de aquí —Mi hermana también estaba llorando, su voz la delataba y aunque era lo que más deseaba, no tenía más opciones, no sabía qué hacer.

Y así, los días se nos fueron pasando y ambos seguíamos sufriendo.

Luego de pasar la prueba de los gases, el científico nos inyectó cosas extrañas, pero éstas nos hacían alucinar o estremecernos del dolor. Mi hermana presentó hemorragias internas y eso empezó a preocuparme, pero aquel hombre dijo que lo solucionaría. Yo no me fiaba de eso.

Empecé a colarme en su laboratorio a escondidas, revisando todos los químicos que allí se encontraban, había toda clase de toxinas altamente peligrosas que habían sido probadas en nosotros y en sus anotaciones seguía sin parecer convencido, aún no lograba encontrar aquello que nos hacía inmunes y ello lo llevaba a usar métodos peores. Iba a terminar asesinándonos.

Revisé todos sus apuntes y empecé a probar medicinas en mí, intentando encontrar una cura para Charlotte, todo a escondidas del científico, pero pronto se daría cuenta de que alguien había estado hurgando entre sus cosas.

Decidí sacar a Charlotte a pasear por los jardines, ambos estábamos pálidos como muertos y mi hermana se encontraba demasiado débil, pero aun así, pensé que unos tulipanes podrían alegrarle el día.

—Gracias por traerme aquí, Tom, creí que no volvería a verlos de cerca —Habló con una sonrisa mientras percibía el dulce aroma de los tulipanes.

—Tranquila, sé que son tus favoritos, así que pensé que te harían sentir mejor —Ella me sonrió y luego me abrazó. Me sentí bien por dentro pero a la vez, sentía que algo ya no andaba bien conmigo.

Había una emoción que no lograba distinguir, pero era amarga, era como un vacío dentro del pecho.

El científico llegó e interrumpió nuestro momento de hermanos, y al parecer, no lucía nada contento.

Sentía como fuego al mirarlo a los ojos, podía ser odio, pero aún no lograba asimilarlo.

—¿Quién de los dos estuvo en mi laboratorio sin permiso? —Ambos lo miramos y Charlotte lucía confundida.

—Yo no fui, señor —Habló Charlotte con cierto miedo, pero yo no dije nada, sólo lo miré con odio, una mirada profunda que no decía nada pero lo decía todo a su misma vez.

—¿Y qué me dices de ti, Thomas?, ¿Estuviste en mi laboratorio hurgando entre mis cosas? —Negué con la cabeza pero no dije nada, seguí mirándolo lo más severamente que pude y él se dio cuenta—. ¿Tienes algún problema conmigo?

—Nada, señor —Le hablé, en un tono serio y frío como la nieve, tanto que Charlotte me miró con sorpresa, no esperaba eso de mí.

—Eso espero —Y el hombre se retiró, ambos nos miramos a la cara.

—¿Qué te pasa, hermano? —Me preguntó Charlotte, sintiendo que algo no andaba bien conmigo, y no era sorpresa, yo también lo sentía.

—No pasa nada —Pero al terminar de hablar sentí el estómago revuelto y no supe por qué. Me levanté de inmediato y fui corriendo lejos a vomitar.

Quedé aterrado al ver que lo que salía de mi boca era un líquido espeso y rojo, eso era sangre.

Estaba padeciendo lo mismo que Charlotte.

No quise decirle nada pero ella fue a ver qué me sucedía, así que antes de que viera la sangre en el suelo decidí alejarla mientras me cubría la boca, buscando cualquier excusa para que no se asustara por ello.

Pero a pesar de todo eso, las torturas no paraban, y en una de esas salí tan mareado que no podía ni ver por donde caminaba, a duras penas lograba escuchar una voz que me llamaba, pero no era la de mi hermana.

—Thomas —Era la hija del científico—. Thomas, ¿Te encuentras bien?

No le entendía muy bien y me costaba apreciar bien su rostro, miraba doble, o triple, no sé, pero era horrible y eso sólo me generaba náuseas.

—Te llevaré a tu habitación, debes estar cansado —Habló aquella chica, ayudándome a llegar al ático y dejándome en mi cama. Charlotte no estaba.

No entendía por qué esa chica intentaba ayudarme, pero seguía viéndome raro, una mirada que me incomodaba aunque la viera triple, la chica me sonrió mientras acariciaba mi cara.

—Eres una belleza de hombre —Me habló en un tono pegajoso pero no entendía muy bien lo que me decía—. Tus ojos son lindos, me gustan los chicos con los ojos esmeraldas.

Sentía que me caía, tenía sueño, esa droga me estaba durmiendo, pero la chica seguía ahí y no podía dormirme, no solo y con ella actuando extraño.

Se me acercó y parecía que iba a besarme, pero ni idea porque mi cabeza se caía y ella tenía que levantármela para verme a los ojos, que éstos también se estaban cerrando, pero en eso, escuché a alguien venir, era mi hermana.

—¿Qué haces aquí con mi hermano? —Le habló, en un tono serio y lleno de carácter.

—Es mi casa, y sólo lo estoy ayudando —La chica le habló en un tono arrogante que sorprendió a Charlotte, pero ella se molestó y la hizo marcharse de la habitación.

—Thomas, ¿Estás bien? —Me costaba verla pero tenerla a mi lado me hacía sentir tranquilo. Caí inconsciente en sus brazos—. ¡Thomas!

Cuando desperté, mi hermana ya no estaba, la habitación estaba sola y había una nota en mi cama, era de Charlotte y estaba escrita en alemán para que sólo yo la leyera.

—El científico dice que encontró la cura para lo que tengo, ahorita regreso, Tom —Tuve un mal presentimiento y salí corriendo al laboratorio a buscar a mi hermana.

Pero cuando llegué, el científico iba saliendo con su hijo y ambos llevaban una camilla cubierta con una sábana. Sentí un terrible dolor en el pecho, mi hermana estaba allí y estaba muerta.

—¡Charlotte! —Me abalancé hacia la camilla pero el hijo del científico me apartó y me golpeó en la cara.

—¡Cállate!, ¡Nadie tiene por qué enterarse! —Sentí ganas de llorar, ambos habían matado a mi hermana y nos trataban como si fuéramos cosas.

Y allí lo entendí todo, sólo éramos sus ratas de laboratorio.

Pero aunque la tristeza me golpeaba con toda su fuerza, no pude llorar ni un poco, observaba el suelo en el que había caído por el golpe de aquel chico y sentía que algo dentro de mí se resquebrajaba, estaba muriendo por dentro al igual que mi hermana y terminaría así sin que nadie nos hiciera justicia. Después de todo, sólo éramos dos jovencitos indocumentados en un país extranjero.

Me levanté y fui a mi habitación, no dormí ni un poco y al siguiente día, se realizó el funeral de mi hermana, dijeron que había muerto por tuberculosis, pero sabía que no era así.

Dejé unos tulipanes rojos sobre su tumba mientras recordaba su sonrisa y sus ojos verdes esmeralda, mi alma estaba destrozada, sufría por dentro pero me negaba a llorar, no podía hacerlo, no ahora y no sabía por qué.

Cuando llegué a la mansión se me metió a la cabeza la idea del suicidio, pero daría igual si lo hacía, igual me matarían de todos modos.

No quise cenar, la familia del científico me miraba con desdén a excepción de la chica, la cual me lanzaba miradas lascivas que ya sabía lo que significaban, y odiaba eso, pero luego la odié más al ver que portaba un collar de diamantes que sólo Charlotte había poseído. Se lo había robado.

¿Acaso podía haber un destino peor para mí?, ¿Un pobre joven que perdió a su familia, su casa, su hermana, su vida, y que para completar ahora era la rata de laboratorio de un maldito científico?, esto era peor que la muerte, y hubiese deseado que todo acabara cuando pudo hacerlo en aquel pueblito contaminado por aquella bomba química que asesinó a todos sus ciudadanos. Lo consideraba una muerte más digna.

Al científico no le importó para nada mi duelo y así me sometió a varios experimentos, y cuando pensé que moriría al igual que Charlotte, me di cuenta de que por algo el destino me seguía teniendo con vida. ¿A cuántas ratas más de laboratorio habría asesinado aquel científico?

Lo peor del caso es que era hasta reconocido y sin antecedentes penales.

Pero claro, ¿Cómo sería un crimen matar a una rata?, siempre y cuando se le llamase rata y no ser humano. El científico era un monstruo.

Esa noche soñé con Charlotte, ella se veía hermosa, sus ojos brillaban y caminaba en un campo lleno de tulipanes rojos como a ella le gustaban.

Me miró y me sonrió, pero cuando fui a abrazarla me lo impidió.

—Quiero justicia —Le pude escuchar decirme—. Hazme justicia, hermano.

Y allí entendí por qué seguía con vida. Debía hacerle justicia a mi hermana.

Al día siguiente me desperté como si nada, fui a comer y el científico pensó que ya estaba mejor, y no era el caso, seguía teniendo hemorragias, pero no le había dicho nada para que no me asesinara con lo que le administró a Charlotte.

—Más tarde iniciaremos con otro experimento —Miré al científico con desdén y él lo notó—. Sabes que es por el bien de la ciencia —Me dijo. Luego se fue a hacer otra cosa.

Había escuchado esa frase tantas veces que ya me causaba repulsión.

Duré todo el día sin hablarle a nadie, yacía pensativo sobre todo lo que me había pasado, pero no sentía miedo de lo que iba a venir, no sentía nada, estaba roto por dentro.

Llegué al laboratorio a la hora que él estipuló y me senté en la silla sin miedo alguno, el científico empezó a prepararse para someterme a otra tortura y vi cómo agarró aquella máscara que tanto odiaba, esta vez conectándola de otra bombona bastante extraña que traía unas letras que pude reconocer como símbolos de la tabla periódica.

Ese era un químico altamente mortal y lo usaría conmigo, pero esta vez jugaría a mis cartas.

Me extrajo sangre, como habitualmente solía hacer, y cuando agarró la máscara para ponérmela, se la quité de un solo golpe y ambos empezamos a pelear por ella. Sin querer golpeé la bombona de gas y ésta se abrió, dejando escapar aquel gas tóxico.

El científico se abalanzó sobre mí y en ese momento le quité la mascarilla y le coloqué la máscara de gas, obligándolo a inhalar aquel químico y observando con desdén cómo aquel sujeto se retorcía del dolor, gritaba y sus ojos se tornaban rojos como si fueran a estallar.

—Asesinaste a mi hermana, rata inmunda, y esto lo vas a pagar —Le dije, sintiendo una incesante ira crecer dentro de mí, viendo cómo aquel científico dejaba de moverse y terminaba muerto por aquel gas peligroso. Agarré un bisturí y salí del laboratorio sin cerrar la bombona, dejaría que se escape el gas tóxico.

En el camino me encontré con su hija, la cual parecía querer coquetearme, así que la miré con desdén mientras observaba aquel collar en su cuello. Lo toqué, a lo que ella pensó que cedía a lo que ella quería, sonriéndome, pero yo no estaba nada contento.

—¿De dónde sacaste este collar? —Le pregunté, pero ya yo sabía la respuesta.

—¿Te gusta? —Pero sólo me limité a mirarla—. Mi padre me lo obsequió —Y se me acercó seductoramente—. Si quieres puedes hacerte con él después de que hagas lo que yo quiera.

—Entonces te lo arrancaré de la garganta —Le hablé en un tono cruel, agarrando fuertemente el collar y pateándola mientras le cortaba el cuello con el bisturí—. ¡Ya me cansé de ti, maldita perra! —Y el collar se soltó, haciendo que la chica se cayera por el balcón de las escaleras—. ¡ESE COLLAR ERA DE MI HERMANA!, ¡¡¡DE MI HERMANA!!!

Y cuando el cadáver de la chica cayó, su hermano apareció de entre el pasillo, observando con terror aquella escena. Ambos nos miramos por un momento, y luego, el chico se sacó un arma de fuego para intentar matarme con eso.

Yo le impedí que me disparara y empezamos a forcejear con el arma, él me golpeó y caí al suelo, pero con la misma me levanté y lo ataqué con el bisturí, él intentó dispararme pero el arma tenía puesta el seguro y en un descuido se la quité y le disparé en el pecho.

Su sangre me salpicó en las manos y volví en sí, estaba cometiendo un crimen al asesinar a esa familia, pero ya llevaba tres, sólo me faltaba la mujer, que justamente se apareció al oír el disparo y quedó atónita al verme con el arma en la mano y frente a mí a su hijo muerto.

—¡ERES UN ASESINO! —Me gritó la mujer, a lo que, aterrado, levanté el arma y le disparé en la cara, matándola al instante.

Luego solté el arma mientras observaba los cadáveres con terror. Sentí miedo, horror y me consideré la peor escoria del mundo al haber hecho eso. Era un monstruo, yo era un monstruo.

Ellos me habían vuelto un monstruo.

Empecé a llorar desconsoladamente y caí al suelo de rodillas mientras gritaba de dolor por la muerte de mi hermana, todo ese dolor que se había acumulado finalmente había salido, pero en el momento menos adecuado. Todos estaban muertos.

Intenté lavarme las manos para quitarme la sangre pero sentía que no salía, con lo que sea que las lavaba no salía, o eso creía yo, porque ya no había nada, pero las sentía igual de manchadas, cosa que me aterraba, no paraba de llorar y me estaba desesperando, terminaría en la cárcel por mis crímenes y el maldito científico sería visto como una víctima inocente.

Luego recordé el garaje, allí tenían gasolina, así que podía quemar la casa con eso.

Corrí hasta ahí y saqué los tanques de gasolina, empecé a regarlos por todas las partes de la casa y mientras lo hacía me encontré con una caja de cigarros y un encendedor, los agarré y terminé de llenarlo todo de aquel potente combustible.

Salí de la casa, dejando una fina línea de gasolina en el suelo hasta donde yo estaba y saqué un cigarrillo de la caja mientras lo encendía y procedía a probar por primera vez aquel humo tóxico pero no letal a corto plazo por primera vez en mi vida.

De todos los gases, prefería este mil veces antes que los demás.

—Lo siento, Charlotte —Murmuré para mí mismo mientras lágrimas salían de mis ojos—. Te hice justicia, pero a cambio, tú y yo no podremos estar juntos allá en el paraíso. Mi alma está condenada y se cae a pedazos con cada paso que doy —Me saqué el cigarrillo de la boca mientras lo dejaba caer sobre la línea de combustible que se encontraba en el suelo, ardiendo en llamas casi al instante y arrastrándose como serpiente para devorar aquella mansión con sus enormes lenguas de fuego—. Perdóname.

Observé por un momento cómo la mansión ardía en llamas, se escuchaban los vidrios crujir y las cosas caer, y luego de contemplar mi venganza contra ellos, decidí escapar y alejarme de una vez por todas de aquel terrible lugar.

Llegó la policía, se hicieron las debidas investigaciones y a pesar de la carencia de pruebas contundentes, el único hueco en todo este caso era que faltaba aquel chico extranjero que se quedaba con esa familia.

Lo declararon culpable de aquel homicidio y empezaron a esparcir carteles de “Se busca” debido a que el chico no había sido encontrado.

¿Y entonces cómo luce una persona con el alma desgarrada?

●●●

Aquel misterioso hombre que había acudido a la floristería ordenó un ramo de hermosos tulipanes rojos, a lo que el florista no pudo evitar hacerle la observación.

—¿Y quién es la jovencita afortunada?

—Son para mi hermana —Respondió aquel hombre con una cálida sonrisa y una mirada perspicaz mientras le daba el pago al florista por el ramo de flores.

El dueño de la tienda observó con claridad sus ojos esmeraldas, aquellos que brillaban con cierta elegancia pero que carecían de algo muy importante. Algo se estaba perdiendo.

—Muchas gracias —Respondió aquel hombre misterioso en un tono elegante mientras admiraba las flores. Aquel florista pudo notar cierta tristeza en aquellos ojos vacíos.

¿Y cómo se supone que luce una persona con el alma desgarrada?

Aquel misterioso hombre que abandonó la floristería, en sus ojos vacíos, reflejos del alma, mostraban que la misma había sido desgarrada.

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