“La maldición del Titanic”Por: Marco Antonio Fuguett Toro.

– Ni Dios hunde éste barco

Expresó orgulloso su creador, pero  el Titanic sé hundió, porque nada se opone a la voluntad divina y dejó allí, en ése espacio repleto de dolor y muerte; algo aterrador y espeluznante; que nadie debería hurgar.

En ésta historia trataremos de mostrales, una tésis nacida de la imaginación, que bien pudiese ser real, la misma sobrepasa tal vez sin querer, los niveles de la lógica.

Lo que aconteció al “Oceangate”; no es cualquier cosa, vivamos aquí su tragedia, su desesperación. Ése final aterrador que nadie se esperaba. Claro está, que los nombres al igual que los diálogos y situaciones expuestas en esta obra son ficticias, ésto no implica, que la realidad en muchos momentos, se mezcle con la fantasía.

               

Capítulo 1

Era un viernes cómo cualquier otro, a veces un día se parece tanto al anterior, que piensas que sé repite, serían alrededor de las dos de la tarde y en el moderno estudio, espacio privilegiado de aquel lujoso apartamento, padre e hijo conversaban, aunque por momentos, muy breves por cierto, parecía que discutían.

– Tengo apenas 19 años papá. ¿No te parece riesgoso el viajesito?

El observó al joven de piés a cabeza, una sonrisa forzada se dibujó en sus labios, mientras se servía un whisky seco.

– Eres mi hijo. No puedes hablarme así. ¿Quieres que me acompañe tu hermana? ¿No te daría eso vergüenza?

El se sentó en la vieja butaca y tomó por tomar, una revista científica, qué estaba sobre el escritorio, al lado de ésta, se hallaba una portada, no sabe de que revista, que mostraba al imponente Titanic, navegando en aquellos mares de 1912.

– No te entiendo papá; pero te quiero, dame por lo menos unas horas para pensarlo.

– Está bien hijo, déjame sólo ahora, quiero meditar sobre algunas cosas.

– Te dejo entonces, voy a salir un rato.

– Sí, haz lo que gustes.

El joven dejó el estudio y avanzó por el largo pasillo, al llegar a la sala, tomó su celular, el mismo tenía rato repicando.

-Gregor, que bueno que llamas, quería decirte, bueno , más bien comentarte, que el viejo está empeñado en llevarme en esa locura submarina.

– Pendejo, ya te dije que esa vaina es peligrosa, es cómo caminar en la cuerda floja. Es más, estuve investigando, te van a obligar a firmar un papel, dónde ellos no responden por nada.

– Si,  es jodido eso.

– Personalmente te cuento más.

– Pero dime algo. ¿Dónde estás ahora?

– En el billar de Wolff, aquí te espero y jugamos una partida.

– Voy para allá, dame 5 minutos.

Mientras, el hijo salía hacia el billar, para encontrarse con su amigo, en su acogedor estudio, el padre reflexionaba sobre su próxima aventura. En verdad, aquello no era nada fácil, había riesgos, sí, claro que los hay, pero todo implica en si mismo un riesgo, tomar un avión, manejar un vehículo, si es por eso no haríamos nada. La nueva aventura era apasionante y eso buscaba él, vivir por vivir era aburrido, ése viaje en el Oceanbig, le daba color a su existencia, era un reto que no podía evadir. Ver los restos del Titanic de cerca, no era cualquier cosa.

No muy lejos de allí. Norman Rish, director principal de Oceanbig, respondía algunos de sus correos electrónicos. (Dirigidos éstos a su cuenta personal) Los mismos atacaban duramente su manera de ver las cosas.

– ¿Quieres estar seguro? No te pares de la cama, no salgas a la calle, no te asomes a la ventana, no hagas nada.  Eso de la seguridad es una total perdida de tiempo, haremos la inmersión y nadie lo impedirá.

Eso respondía el CEO a todos, incluso a un afamado director de cine. Por otro lado debemos acotar que el infortunado submarino, había ido en 2 ocasiones a ver al Titanic,  en una de éstas inmersiones,  perdió completamente la comunicación con la  nave nodriza (Lo que implica un grave problema) Otra cosa que se le criticaba al controversial directivo, era el hecho de que una operación tan compleja, pudiese monitorearse por un control de vídeo juegos. Eso carecía de total seriedad.

– Usted no se da cuenta, de que su actitud irresponsable, pone en riesgo la vida de sus pasajeros. Ya que usted no permite, de ninguna forma o manera, que se verifique la seguridad del submarino.

Le indica otro usuario por correo.

-La muerte está presente en todo, que muera el que tenga que morir, el viaje sé hará y punto.

Respondió de manera tajante el directivo, cerrando de inmediato su email ,eso sí, mostrando una sonrisa de oreja a oreja.

–El mundo no lo hacen los cobardes, es de los valientes.

Se dijo en voz alta, mientras avanzaba hacia la cocina. La estupidez de la gente siempre le abría el apetito. Era así, siempre lo fue, cuando la persona se cerraba en sus apreciaciones, en sus conceptos; no escuchaba concejos de nadie, así paso en 1912,  cuando los oficiales del Titanic expusieron al capitán, con gran preocupación: “qué era riesgoso navegar en una noche sin luna, en un mar lleno de iceberts”

Éste hizo caso omiso a la advertencia y todos sabemos en qué termino eso. De 2225 vidas, solo 715 lograron salvarse; la última sobreviviente de aquel histórico naufragio, murió en el año 2009, casi tocando los 100 años.

La historia estaba allí, para que nadie cometiesen de nuevo, los mismos errores, pero el ser humano siempre tropieza con la misma piedra; por eso en aquel concurrido billar,  aquellos dos jóvenes conversaban amenamente, sobre aquél tétrico tema, buscando por todos lados respuestas, en todo caso, alguna salida al grave problema que enfrentaba Gregor y lo hacían mientras jugaban una cerrada partida.

– Dile que no a tu viejo, tengo un mal presentimiento.

– Vas a empezar con tus cosas Gregor; me estás poniendo nervioso.

– No es mí intención Aníbal. De verdad que no.

En ese preciso instante, hace su entrada en aquel bullicioso  establecimiento, la angustiada novia, del futuro pasajero del Oceanbig.

– ¿Qué haces aquí amor? Éste no es sitio para mujeres.

Le indica él, mientras la besa en la mejilla.

– Salgamos ya de éste lugar, es urgente qué hablé contigo.

Los dos muchachos se vieron las caras, no era común ese accionar, en la hermosa muchacha, más bien ella era algo tímida.

– Te dejo entonces Gregor, de todos modos iba perdiendo.

– Dale tranquilo amigo y piensa en lo que te dije.

La joven pareja salió con mucha rapidez de aquel sitio de juegos, él estaba inquieto, sentía en carne propia, la angustia que proyectaba su novia, eso era evidente, notorio; caminaron en silencio cómo por 5 minutos, durante ése tiempo, ninguno de los dos expresó una sóla palabra. Se detuvieron finalmente en la vieja plazoleta, que estaba ubicada, frente a una pequeña iglesia protestante.

– Sentemonos aquí a conversar amor, me tienes muy preocupado.

Expresó Aníbal.

– He tenido pesadillas y son terribles.

Indica ella, con mucha angustia.

– Todo el mundo las tiene, eso no tiene nada de extraño.

Margaret lo ve directamente a los ojos, toma asiento a su lado y comienza a contarle.

– Estoy en la cubierta de un barco que se hunde; los gritos, el terror de la gente, la muerte arrancando vidas, todo eso lo viví, cómo una pasajera más, de aquella madrugada del 15 de abril de 1912.

– ¿Estabas en el Titanic?

– Exactamente, pero eso eso no es lo extraño.

– Te escucho, habla.

-Un tal Butler Fenton me hablaba, me decía, más bien me advertía. “Dile a tu novio que no se acerque a éste barco, ninguno saldrá vivo de estás aguas”

– Lograste impresionarme Margaret. Qué locura me has contado, es cómo un mensaje de ultratumba.

– Ya va, no termina la historia aquí, me fuí a internet, hice la investigación respectiva y verifiqué lo que ya sospechaba. Fenton fue uno de los pasajeros de ese barco.

– No sé que hacer amor, en verdad siento temor, no quiero ser parte de esa aventura, pero el viejo me obliga, bueno y el asunto del día del padre, tiene peso en esto, tu sabes cómo es eso.

Los dos se abrazaron, él no quería dejarla y ella no deseaba perderlo. Pero el destino tenía puestas sus cartas sobre la mesa.

 

Capítulo 2

Ella le sirvió el trago, sin quitarle los ojos de encima y se acomodó en el viejo sofá.

– ¿Té volviste loco? 6 punto 7 metros de  largo, 2 punto 5 de alto y 2 punto 8 de ancho, para 5 personas, eso es muy poco espacio ¡Es una locura! Sin contar el riesgo de bajar a 4 mil metros, lo cual representa una profundidad extrema y altamente peligrosa, no sé, esas ocho horas me parecen mortales, piensa bien lo que harás. En el aire te defiendes mejor, bueno, eso pienso yo.

Por un instante guardó silencio, aquel comentario lo dejó pensativo. Hartieng era un conocido aviador, excelente piloto y un gran aventurero, incluso, tenía en Dubai, una empresa de Jets que dirigía.

– Debo reconocer Helen, que en un avión, tengo más probabilidades de salir con vida, que en el agua, eso es verdad. Tú tienes toda la razón, son excelentes las apreciaciones que haces; es más, yo expuse ante la directiva mis objeciones, incluso hice severas críticas, sobre éste proyecto.

– Sí, lo sé, tu queja se basó en lo poco que estimaron estos señores, el factor seguridad. Lo cual es algo grave. Por otro lado lo que sucede, es que no existe una ley que los obligue a cumplir en ése aspecto.

– Así es, por eso actúan así; pero aquello fue, como sí le estuviese hablando a una pared, creo que lo que les dije, le entró por un oído y le salió por el otro.

Indicó él, mientras tomaba un largo trago de whisky.

Mientras ésta conversación se daba, no muy lejos de allí, es más, relativamente cerca, otra plática se desarrollaba, girando la misma sobre el mismo tema.

– ¿Estás seguro de eso que afirmas.?

Preguntó Edgardo, encendiendo un cigarrillo.

– Así es. Quiere hacer ésa inmersión en esas condiciones tan peligrosas, buscando morir en el intento. Puedes verlo cómo un suicidio, en verdad lo es, lo absurdo es qué con él, arrastra a otros.

– Ya veo, no es de los hombres que espera a la muerte en una cama.

– No, no lo es.

– ¿No tiene cura su enfermedad?

– No, tiene los días contados.

– ¿Por qué no baja sólo?

– No lo permite el reglamento interno que rige la compañía.

– ¿Esa gente sabe el riesgo que corre?

– Claro que sí, hasta firmarán un documento, excluyendo a la empresa de toda responsabilidad, en caso de un siniestro.

– Ésto me recuerda el título de una novela, del escritor Colombiano Gabriel García Márquez. “Crónica de una muerte anunciada”

– Sí, la leí de muchacho, muy buena en verdad y te dejo sólo, ya me voy a dormir.

Final⚓

El explorador Francés, quinto integrante de aquella locura, también sabía el riesgo que corría, quizás hasta más que los demás. Pero ya era muy tarde para las lamentaciones.

Todos se hallaban allí, amontonados cuál sí fuesen sardinas y se turnaban a duras penas, para medio ver por la pequeña ventanilla, algo de aquel escenario mortal, que terminaría siendo su tumba y por el qué habían cancelado 250 mil dólares. De pronto y sin previo aviso, se corta la comunicación con la nave principal  y ellos quedan aislados en el fondo del océano; ante tan grave situación, todos se ven las caras, el más angustiado del grupo, era sin duda alguna el muchacho.

– Té lo dije papá, me invitaste a morir.

Éste lo abraza, le pide perdón, sabe que el tiempo se les acaba.

 En ése preciso momento, el Oceanbig empieza y con una fuerza tremenda, una mortal caída libre;  todos presienten lo peor,  ya que la pequeña nave avanza fuera de control, tocando casi los 900 metros de profundidad.

– ¡Va a explotar!

Grita Rush y efectivamente, sin darle la oportunidad de despedirse de la vida, aquel submarino implosiona, acabando de inmediato, con la existencia de squellas 5 personas.

Mientras tanto, el Titanic observaba desde su tétrico escenario; el trabajo realizado por  la muerte, al mismo tiempo que los peces, recorren incesantes, su tenebrosa y fría estructura.

Fin.

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