La leyenda del pesebre de oro – Capítulo 1/1


En el pequeño pueblo de Marmato, la leyenda del “Pesebre de Oro” era el tema principal de conversación en la taberna local. Allí se reunían los lugareños para contar sus historias de familia y recordar los tiempos en que la búsqueda del tesoro era el tema de conversación en todas partes.
Don Alfonso, el anciano más sabio del pueblo, contaba historias de cómo había explorado las montañas en su juventud y cómo había oído hablar del laberinto. “Nunca tuve la valentía de adentrarme en el laberinto”, dijo con una sonrisa triste en su rostro. “Siempre pensé que algún día volvería, pero ahora ya es demasiado tarde para mí”.
Doña Marta, la dueña de la tienda de comestibles, escuchaba atentamente mientras se limpiaba las manos en su delantal. “Mi bisabuelo fue uno de los buscadores de oro que intentó encontrar el laberinto”, dijo con una mirada nostálgica en sus ojos. “Pero nunca regresó. La leyenda dice que el laberinto está maldito y que solo aquellos con un corazón puro pueden encontrarlo”.
Mientras tanto, Diego, un aventurero que había recorrido el mundo en busca de tesoros y riquezas caminaba por el pueblo con su mochila al hombro, observando las pequeñas casas de barro y las calles empedradas. Había llegado a Marmato en busca de aventura y emoción, y había oído hablar del “Pesebre de Oro” en una taberna de un pueblo cercano. Ahora estaba decidido a encontrar el laberinto y ver si podía encontrar el tesoro que se decía que estaba escondido allí.
Mientras ellos hablaban emocionados de la leyenda, un hombre alto y fornido entró en la taberna. Era Diego. Los murmullos se detuvieron y los ojos curiosos se volvieron hacia él. Era la primera vez que alguien nuevo llegaba al pueblo en años.
Diego se acercó a la barra y pidió una cerveza fría. Miró a su alrededor, observando la atmósfera en la taberna. “¿Qué están hablando?” preguntó con curiosidad.
Doña Marta se acercó a él, “Estamos hablando del legendario laberinto de la montaña. El Pesebre de Oro. ¿Has oído hablar de él?”
Diego sonrió, “Por supuesto que sí. Es por eso que estoy aquí.”
Los ojos de los lugareños se abrieron de par en par, sorprendidos por su valentía. Pero antes de que pudieran decir algo, Diego levantó su cerveza en un brindis y dijo con una sonrisa, “Bueno, parece que es hora de que alguien encuentre ese tesoro. ¿Quién me acompaña?”
Hubo un momento de silencio, seguido de risas y aplausos en la taberna. Diego había traído un aire fresco y emocionante al pueblo, y los Marmateños estaban emocionados de tener un aventurero tan valiente dispuesto a liderar la búsqueda del tesoro.
Mientras Diego se unía a la conversación en la taberna, no podía evitar pensar en la ironía de la leyenda. ¿Un corazón puro y una mente clara? Quizás no tenía ninguna de esas cualidades, pero definitivamente tenía la determinación y la astucia para encontrar el laberinto y el tesoro que se encontraba dentro.
Diego pasó los siguientes días explorando los alrededores del pueblo, buscando cualquier indicio del laberinto de la montaña. Encontró mapas antiguos en la biblioteca del pueblo y habló con los lugareños para obtener información adicional. Pronto, se enteró de que el laberinto estaba escondido en una cueva en las montañas, pero nadie sabía exactamente dónde se encontraba.