“El último encuentro” 4

Roberto recibió un telegrama; tenía 24 horas para desalojar la casa. Se ejecutaba la hipoteca; aquella noticia acabó con la vida de su abuela, Su corazón no soportó el impacto.

El joven sentía que el mundo se le venía encima, abrazó con fuerza a sus hijos y juntos tomaron la calle. Su esposa tenía ya 5 meses de muerta; ahora sin empleo y sin casa. ¿Qué qué  podía hacer?

– ¿Que le puedo ofrecer a mis niños? Miseria, sobrevivir en un cerro o, como animales, sucumbir bajo un puente para ser malandros, palurdos delincuentes que terminarán sus días en una cárcel. No, no lo puedo permitir.

Con esta conclusión, terminó su reflexión y caminó con sus hijos, pero esta vez tenía un destino

“El orgullo de Lily”

Lily se encontraba en caja, tratando de retirar el cheque de su liquidación. Ortega se hallaba a sus espaldas.

– Podrían ser distintas las cosas, Lily, si fueses abierta conmigo.

Ella volteó el rostro y le respondió con firmeza.

– Tengo lo que usted no tiene, orgullo.

– ¡Bah! El orgullo no te matará el hambre, yo sí.

– Soy una profesional, puedo conseguir empleo donde sea.

– No sueñes, te cerraré todas las puertas, tengo poder, influencias ¡Ah! Y no te molestes en cobrar tu cheque, está anulado qué cosas, ¿no? Y precisamente hoy, que tienes que pagar la renta, y ya van 5 meses de atraso. Es mucho esperar ¿no crees?

Ella no pudo contener las ganas de llorar y lo hizo ante aquel desgraciado, que se burló de su necesidad.

-Usted gana, Doctor, pero no se olvide que Dios lo ve todo.

“El metro”

Es difícil ponerse en la mente de Roberto, aunque algunos piensen que es fácil; claro, cómo no es su dolor, su tragedia, su sufrimiento, su locura.

– ¿Dónde vamos, papi?

Preguntó uno de los pequeños y él, lo vió a los ojos, lo besó y le dijo.

– Vamos hacia la libertad, donde todos somos iguales, donde nadie nos pueda botar de nuestra casa.

– ¿Eso queda aquí en el metro?

Interrogó el niño.

– No preguntes más y entremos.

Es difícil ser juez, y Roberto lo era en ese momento; juez y verdugo a la vez. Su vida y la de sus hijos estaban a punto de ser cortadas, de perderse en la nada, en estadísticas estúpidas que poco importan. Observó la hora, se ubicó con ellos al final del andén, los cargó y besó; les dijo que los amaba y que lo que hacía, lo hacía por los dos. Ya el tren se vislumbraba, él cerró sus ojos y se lanzó con sus pequeños, se dio el impacto: gritos, sangre, mucha sangre, dolor, mucho dolor y luz, demasiada luz. Después vino el silencio, que todo lo cubre.

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