LA FIRMA DE ALCIDES


42-LA FIRMA DE ALCIDES
Con la muerte de Alcides, volvieron a circular las vivencias trascurridas hacía más de medio siglo, cuando no comprendía la vida, pero entendió de inmediato que aquel era un curso largo y que le llevaría el terminarlo toda la vida.
Recordó aquella ciudad, hirviente a medio día, que refrescaba por las tardes y traía el aroma del mar cercano, donde se aprendía un nuevo chiste cada día que se salía a recorrer las calles y cuando no, se lo venían a contar a uno a la casa. Ya cercano el crepúsculo, con las últimas luces que pintaban todo de unos colores melancólicos, rodeado de sus seres queridos y después de saborear una última taza de café, pronunció aquellas palabras que quedaron grabadas para siempre en los recuerdos: “Aunque no lo crean, estoy vivo…” y en ese mismo instante, dio un profundo suspiro y cerró los ojos para siempre…
Tres meses antes, con mi amigo Alcides, quien aspiraba a la reelección de la alcaldía de una población cercana a Barranquilla, habíamos estado conversando telefónicamente todas las semanas, sobre la inminente reunión que tendríamos los exalumnos salesianos después de habernos graduado cuarenta y seis años atrás y muchos de ellos incluso sin haberle visto una reciente fotografía, según lo previamente acordado.
Los participantes vendrían de distintos lugares: varias ciudades de Norte América, Panamá, Buenos Aires, Lima, Caracas, Bogotá, Roma, Barcelona y otras ciudades de Colombia, incluyendo a Barranquilla, que era la comitiva más grande. Nuestro querido profesor de literatura, también estaría presente según lo había confirmado, pero lo que, si me extraño al sacar las cuentas de las edades, era que ahora resultábamos mayores que él y según las nuevas estadísticas, extrañamente resultaba que nos dio clases, cuando solo contaba con tres meses de edad.
Con el paso de los días, se acercaba la fecha prevista e incluso el restaurante elegido, ese día, no prestaría servicio al público, pues la reunión era solo para los graduados en 1.973.
El día del evento, todo fue un éxito y la reunión se prologó casi hasta el amanecer del día siguiente, cuando con las sillas subidas encimas de las mesas, los mesoneros durmiéndose pegados a las paredes, la cuerda de viejos entendimos que nos estaban echando, cuando finalmente apagaron todas las luces y los invitados que aún seguíamos allí, decidimos trasladar la reunión a la casa del catalán.
Fue entonces cuando me di cuenta, que extrañamente mi amigo Alcides, no había asistido a la reunión.
Una semana después, de regreso a Caracas, mi ciudad de origen, Alcides me llamó para disculparse apenado por no haber podido asistir a la reunión tanto tiempo planificada, pero me juró “viejo Javier, para la próxima, póngale la firma. Para la que viene, ¡voy a ser el primero en llegar!”.
Tres meses después me llegó la noticia, que mi amigo Alcides había fallecido. Un agresivo cáncer de páncreas se lo había llevado prematuramente…
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