“El último encuentro” 1
Encendió un cigarrillo y observó la hora; eran ya las 9 y 45 de la mañana. Con tranquilidad dejó escapar una bocanada de humo y se quedó, por un instante, por cierto muy leve, algo distraído, como detallando la frágil figura que el producto de su vicio dejaba frente a él. Los pasos apresurados de algunas personas que entraban casi corriendo al salón lo hicieron volver y percatarse de todo a su alrededor. 45
Encendió un cigarrillo y observó la hora; eran ya las 9 y 45 de la mañana. Con tranquilidad dejó escapar una bocanada de humo y se quedó, por un instante, por cierto muy leve, algo distraído, como detallando la frágil figura que el producto de su vicio dejaba frente a él. Los pasos apresurados de algunas personas que entraban casi corriendo al salón lo hicieron volver y percatarse de todo a su alrededor.
Ubicada a su diestra estaba Lili Azcíbal, su gerente de administración, con sus enormes ojos azules, con su hermosa sonrisa; una gran profesional con una personalidad muy definida, quizás bastante fuerte. Ella era ahora el centro de atención de Don Erasmo Ortega; los demás empleados se encontraban allí, pero él ni los veía. La saludó con un leve movimiento de cabeza, era un hombre de pocas palabras.
Comenzó a hojear su agenda y la detuvo en un nombre Iliana García, Sin duda, un hermoso y agradable recuerdo. -¿Comenzamos, Doctor?
Quien se dirigía a él era el Licenciado Camargo, su Gerente de Personal, un buen profesional pero muy servil. Ortega recorre con la mirada el salón, detallando a todos los presentes allí. Luego colocó sus manos sobre la mesa y expresó.
– El motivo de esta reunión es sumamente grave.
Todos se vieron las caras y él siguió hablando.
-Primeramente, debo aclararles que a mi nadie me ha regalado nada en la vida, todo lo mío es mío y me lo he ganado a pulso, sudaíto. De ustedes es el pedazo de sueldo que les pago cada quincena.
– ¡Por Dios!
Expresó Lily.
– Es verdad
Indicó Camargo, apoyando las palabras de su jefe.
– ¡Silencio! Que nadie me vuelva a interrumpir, quien lo haga, se sale no solo del salón si no de mi empresa ¿está claro?…
Todos afirmaron moviendo la cabeza, mientras Ortega tomaba algo de agua.
– Si quieren regalar la miseria que ganan y con ello calmar el hambre y la pobreza que impera en el mundo ¡háganlo!, pero con lo mío ¡no!.
Erasmo Ortega encendió otro cigarrillo y lanzó una bocanada de humo hacia la asmática Colcheta, su Gerente de Mercadeo, quien casi inmediatamente después de aquel acto empezó a toser fuertemente, como buscando ese aíre que necesitaba para vivir.
– ¿La molesté, Colcheta?
– Preguntó con ironía, y ella como pudo le respondió.
– No… cof cof… no se preocupe, Doctor…
– Así me gusta, muy educaditos, pero sobre todo muy serviles.
Afirmó Ortega.
– Es verdad, todo lo que dice mi jefe es verdad. ¿Desea un café? ¿desea comer algo? Pida lo que sea, yo se lo traigo.
-Si deseo algo Camargo, abra su mano derecha, quiero escupir en ella.
Ordenó Ortega y todos fijaron sus ojos en Camargo, quien tenía el rostro rojo como un tomate.
¡Abra la mano Camargo!
Volvió a Ordenar Ortega, y éste la abrió con rapidez, escupiendo su jefe en ella.
Ahora te la metes al bolsillo, te la limpias y te sientas
Indicó Ortega.
-Bueno, continúo; ayer ví los créditos vencidos, o sea, mi oportunidad de quedarme con la garantía. ¿Saben qué encontré?
Lily tomó algo de agua, se le veía un poco nerviosa.
– Tal vez usted pueda decirnos, Lily
Inquirió Ortega.
– Unas prórrogas, eso fue lo que encontró, Doctor.
Respondió en voz baja.
– ¡Exacto! Y
¿Yo doy prórrogas…?
Todos guardaron silencio; Lily bajó la cabeza.
– Ahora, nuestra Gerente de Administración nos explicará; los motivos que ltuvo.
Concluyó el amo de Inversiones Ortega, con marcado disgusto.