“La deuda”

Alberto estaba cansado de la vida que llevaba, de su trabajo,del cerro en que vivía; quizás por eso tomaba tanto.

– Uno trabaja y trabaja y no tiene un coño, lo que terminamos los pobres es haciendo más ricos a los ricos. Me da hasta vaina llegar al rancho, mi hija cumple años hoy, me pidió una muñeca. ¿Con qué compro una?. No puedo ni hacer un mercado decente…

Otro trago iba dando fuerza al monólogo que Alberto desarrollaba.

– Y el cura nos habla de Dios, que los pobres somos sus escogidos. Carajo, pero nos tratas muy mal -dijo dirigiendo su vista hacia el cielo, el cual ya empezaba a mostrar signos de tormenta.- Lo que faltaba, va a llover y todavía me faltan como 100 escalones para llegar a la casa .Toda esta mierda es tu culpa, Dios… ¿Me oyes, Dios? ¡No creo en ti!

Volvió a beber y la lluvia tomó fuerza.

– Yo pienso que tú eres una mentira, el Diablo es sincero no tú. ¡Óye Satán! Óyeme. Yo Alberto López, te vendo mi alma a cambio de poder y riqueza. Te acepto como mi señor, Satanás, pero cambia mi vida. ¡Mi alma es tuya!.

Un fuerte rayo cayó del cielo y una luz intensa hizo que Alberto cerrara los ojos, quedando por un instante bastante aturdido, incluso algo atontado.

– ¿Qué pasó? ¿Qué fue eso?… Coño, estoy mareado, no me siento bien….

Un hombre alto, fornido, de piel blanca, que estaba uniformado de chófer, le dirigió la palabra.

– Usted no se preocupe, Doctor, solo fue un susto, está claro que el efecto luminoso lo afectó.

Alberto miró al hombre que le hablaba; era la primera vez que lo veía.

– Disculpe ¿me habla a mí?

– Claro, Doctor, no me diga que perdió la memoria.

– Creo que usted me confunde con otra persona -Respondió Alberto.

– Esto debe ser consecuencia del rayo; en estos casos, se recomienda recordar datos básicos con el fin de aclarar sus dudas. Su nombre es Alberto José López, su esposa es la distinguida señora Luisa María Pérez de López y tienen una hija, la señorita Celeste María. ¿Recuerda ahora?

Alberto estaba sorprendido, todo lo dicho por aquel hombre era cierto y además se dio cuenta en ese instante de varios detalles: su vestimenta había cambiado, ahora era fina, seguramente un traje de marca, ya no estaba subiendo el cerro, es más, se hallaba en una avenida, pero no identificaba cuál.

-¿Por qué me llama Doctor? –preguntó, y él respondió: – Porque lo es, y le aconsejo que suba al auto, esta avenida a esta hora no es muy segura.

Aunque estaba confundido. Alberto entró al vehículo; Ya en el interior del mismo, la conversación siguió.

– ¿Se siente mejor, Doctor?

– Sí, sí, gracias…

Debo felicitarle, señor, la recepción que brinda usted a su hija es por todo lo alto.

¿De qué recepción hablará este loco. No he podido ni comprar lo que me pidió. Vaya, este carro tiene de todo, hasta un pequeño bar. Voy a servirme un traguito; veamos… aquí está, ummm, una de whisky y del bueno, aquí tenemos hielito , y por aquí está el vasito. Listo, ahora a beber.

– Disculpe Doctor, lo estaba felicitando por la recepción.

-¡Ah, sí! Gracias.

“¿Y este botoncito para que será? Vaya, sube y baja el vidrio. Lo que hace el billete, viendolo bien, esta vaina tiene que ser un sueño, quizás el rayo me durmió .

Ahora soy Doctor, debe ser en ciencias ocultas; yo sabía que las bolas criollas me darían fruto algún día, la cosa es que voy a disfrutar esto hasta donde pueda.

Pasaron frente a la alcabala de seguridad que daba acceso a la inmensa mansión de los López. Allí, los guardias saludaron indicando que todo estaba sin novedad. Alberto les contestó con una sonrisa.

Impresionado observaba todo a su alrededor; aquel trayecto era rico en árboles, palmeras, flores y poseía mucha vegetación. Cruzaron a la izquierda y llegaron hasta una plaza, que en su centro tenía una fuente muy hermosa, ampliamente iluminada. Frente a ella estaba la entrada principal; precisamente allí se encontraba la abnegada y dulce esposa de Alberto, esperándole.

– Si esto es un sueño, no quiero despertar -se dijo, antes de descender del vehículo.

Con mucho afecto la abrazó, ella vestía elegantemente, como toda una dama de sociedad. Ambos entraron a la casa, la cual mostraba un ambiente suntuoso. Allí se encontraron con su niña, la encantadora Celeste, que parecía una princesa salida del más hermoso cuento de hadas. Ambas se veían felices, sus ojos ya no estaban apagados por la miseria, ahora estaban iluminados y seguros del destino que forjaban.

– Amor, dime que no estoy soñando, que en verdad somos ricos, que jamás hemos sido pobres. -Alberto apuró el trago que tenía en su mano. Mientras su mujer lo observaba fijamente.

– Amor, no tengo que decirte nada. ¿Qué te pasa?

– Es todo esto, ahora soy Doctor, éste chofer, la mansión y hasta éste whisky…

– Mañana quiero que te vea el doctor Villalta, esto para sentirme más tranquila.

– ¿Desde cuándo vivimos aquí?

– Imagino que debo tener paciencia. Te recuerdo amor, que esta era la casa de tus padres, que en paz descansen, cuando nos casamos, ese fue tu deseo… ¿Conforme?

Alberto no respondió al momento, solo pensó; que yo sepa ellos vivían en un ranchito, por el cerro el Taparo. Tienes razón en algo, ya murieron.

– No te quedes callado, responde.

– No te preocupes mi amor, ya me siento mejor.- (Si no me callo, si sigo preguntando cosas, ella me va a meter en el manicomio).

– Pero el tiempo no perdona, amigos. Los días pasaron y peor fue el remedio que la enfermedad, me sentía un extraño en mi propia casa. Todo era tan distinto, no sabía conducirme dentro de la alta sociedad, no conocía sus reglas. Alguien me tendría que enseñar.

Sólo existía un elemento allí con esa capacidad y ese era mi chofer. Por esa causa lo cité a mi estudio.

– Le voy a hacer unas preguntas.

Usted dirá, Doctor.

– ¿Qué tiempo tiene trabajando para nosotros?

– Veinte años, señor. Tomando en cuenta que estuve con sus padres.

– Entonces, conoce todo lo referente a mi persona. ¿Verdad?.

– Así es, señor.

– Bien, tengo buenas noticias para ti; serás a partir de hoy mi hombre de confianza. Deseo que me pongas al día en todo, me refiero a las cosas que yo hacía y no omitas detalles, por más insignificantes que los veas. ¿Preguntas?.

– Ninguna, Doctor, gracias por confiar en mí.

– De nada, no me defraude.

-Verá que no, señor, no se arrepentirá.

Y así lo hicieron; él fue guiando al empresario en todo lo que era su vida. Recorrieron empresas, clubes y sitios exclusivos. Con sumo cuidado y sin omitir nada, fueron estudiando todos los aspectos que giraban alrededor del gran industrial: amistades, enemigos, virtudes, defectos, gustos, etc, etc.

Poco tiempo pasó para que el cambio fuese total; aquel humilde obrero se transformaba en un exitoso industrial y el pasado quedaba en el olvido y así 14 largos años transcurrieron; desde aquel episodio del rayo.

Alberto se hallaba en su despacho revisando unos documentos.

– Aquí está lo que buscaba

Expresa, cuando entra su secretaria con varias carpetas.

– Éstas son las últimas inversiones Doctor.

– Ésta bien, déjalas sobre mi escritorio

– Allí están Doctor.

Indica, pero antes de retirarse le informa.

– Un hombre insiste en hablar con usted, señor.

– Pásalo con mi asistente.

– Solo acepta verlo a usted.

– ¿Qué empresa representa?

Es lo más raro Doctor, dice que viene por lo del cerro…

-las últimas palabras pronunciadas por ella impactaron en Alberto.

– ¡Por Dios! –

exclamó el industrial y su secretaria preguntó. ¿Le sucede algo Doctor?.

– No, no, dígale que pase…

Él se quedó pensativo. Poco tiempo esperó para que el extraño visitante entrara a su despacho.

Aquel hombre era alto, de piel blanca y vestía un traje de color negro. Alberto se levantó de su asiento y extendió su mano, buscando ser amable.

– Buenas tardes señor, soy el Doc…

– No siga, yo sé quién es.

Expuso aquel hombre.

– Bueno tome asiento, usted dirá.

– Vengo a cobrar una deuda.

– ¿Mi empresa le debe dinero?.

– No.

– ¿Entonces?.

– Ya le dije, vengo a cobrar una deuda. – Aquel ser tenía algo sobrenatural y Alberto lo sentía –

¿Personal?

– Sí.

– Es ridículo, yo no le conozco.

– ¿Ya perdiste la memoria? Ja, ja, ja

– No, yo…

– ¿Recuerdas aquella noche, cuando subías el cerro? Cerro que niegas, pero que existió, como existió tu ranchito y tu botella de ron.

– Por favor, deje mi oficina.

-Sí, te has metido en la mente que aquello fue una pesadilla. Acepta la realidad Alberto, fue verdad.

Ya él no hablaba, no se defendía, sólo se limitaba a escuchar al visitante.

– Ibas rumbo a esa casucha de tablas que llamabas hogar, lo hacías maldiciendo y negaste a Dios. ¡Es más! Me aceptaste como tu señor y me diste tu alma. “¡Dios tiene que ser una mentira!” Eso lo afirmaste y salió de tu corazón.

– No, no…

– Te informo mortal; aquí está el Diablo cobrando la deuda.

– ¿Cuánto dinero quiere?…

– Yo no necesito dinero.

-¿Qué quiere entonces?.

Dejando la oficina le dijo.

– Ya sabrás lo que quiero, ya lo sabrás.

Totalmente destrozado, atropellado por un pasado que volvía implacable por él, se dejó caer en su silla desconsolado. Esa noche no fue temprano a su casa, quiso tomarse unos tragos en la barra ejecutiva del club I Will Be. Estaba sólo y reflexionaba. Recuerdos vagos llegaron a su mente: el rayo, el cerro, la miseria… Encendió un cigarrillo y salió hacia su hogar.

Al llegar encontró a su esposa llorando.

– ¿Qué te sucede amor? Dime. -le preguntó y la abrazó con ternura.

– Murió nuestra niña, un carro salió de la nada y la mató…

Alberto sintió que su mundo se desplomaba.

Aquel ser maligno, cobró su deuda; y le quitaba lo que más amaba.

Todo se hizo rápido y en silencio; el vehículo causante de la tragedia, nunca apareció.

Celeste era la razón de ser de ese hogar, lo que los mantenía unidos cómo pareja; muerta ella todo acabó.

Por eso ya nada le importaba; al pobre industrial, su mujer, ahora alcohólica, andaba de hombre en hombre y se los pasaba por la cara.

Ya no asistía a su oficina, estaba horas y horas encerrado en su estudio. Allí recibió al padre Rodríguez Franco; ellos hablaron.

-Te escuché hijo y quiero que sepas que nada es más fuerte que Dios.

– Ese día padre ¡yo negué a Dios!…

No había consuelo para él; ni la iglesia, ni su esposa, que incluso lo dejó , le pudieron ayudar. Perdió su empresa, su mansión, todas sus propiedades. Fue victima de manejos y trampas, cayó en el abandono; ahora se le ve por el cerro El Taparo, ahí tiene un rancho donde pasa las borracheras sólo, completamente sólo. Se le escucha llamar a la hija, a la esposa y habla de una deuda con el Diablo, pero.

– Sabemos muy bien que solo se trata de un pobre loco, que dice locuras; Porque el Diablo no existe ¿verdad? Ja, ja, ja, ja…

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