La cofradía.Por Marco Antonio Fuguett Toro.Publicado por la editorial el perro y la rana.ISBN. 9789801 402312

Capítulo 1

‘La llegada”

Los reverberos alumbraban el largo trayecto, gotitas de sudor, se dejaban deslizar suavemente por mí frente. Una reverencia cómo tímido saludo, mostraba a una dama detenida en su espacio, con un candor inmenso dibujado en su rostro, más adelante al correr mis pasos, observé a un hombre de cabello Cano, que fijó de manera fría sus ojos en mí, pero entre nosotros sólo hubo silencio, las palabras se perdieron en el solitario tiempo. No me detuve, seguí mi camino, me quiso cohibir el miedo a mí destino.

– ¿Qué buscas?

Me preguntó alguien de extraña apariencia.

– No sé.

Contesté, exiguo de palabras, algo incómodo, vacilante y frágil.

Con él avancé, marcha trivial la mía, pues la cachaza guiaba mis pasos; aunque algo extraño era, mis pensamientos viajaban en camadas, buscando entender, que era lo que hacía yo allí. Llegamos hasta una troja, que tenía en todo su frente a una mandrágora, la misma se veía hermosa, no así aquel granero, que parecía luchar contra el tiempo, para no morir en el olvido.

Más allá, observé a un mochuelo, que mostraba orgulloso su color pardo, sesgo a mí se hallaba, colocada en las ramas de un precioso árbol, que anunciaba la proximidad de una vivienda.

El hombre blondo que andaba conmigo, me señaló con su mano derecha aquella casa, un marcado estilo neoclásico se podía apreciar claramente en su exterior; un corral bastante amplio, se ubicaba en uno de sus ángulos y en el habían tres corseles. Pensamientos van, pensamientos vienen, todo era tan confuso, pluraridad de cosas y a la vez nada.

Ya en su interior, poseído tal vez por la magia, algo mastuerzo me sentía, extrañaba yo otros tiempos, cuando jocondo andaba por la vida. Pero mí estadía allí era obligada y cierto temor anidaba en mí alma, holgura había en aquel espacio, peripuesto de manera tal, que lo sagrado y lo obseno se unían en secretos ritos, que parecían señorearse de todo aquello, en protervos mensajes del tártaro.

Al llegar a una salita, que mostraba poca ostentación, fuí convidado a sentarme, mi asiento aunque algo melifuo, ofreció a mí cuerpo un poco de descanso.

Aquel extraño personaje, me sirvió una especie de bebida, no le preste mucha atención, ya que mis ojos estaban puestos sobre una pianola, que se hallaba exactamente a mí izquierda.

Pero lo pimpante allí no era eso, mí interés se centraba en una serpiente, de gran tamaño y mucho colorido, la cuál casi tocaba el techo y hablamos de más de tres metros de altura; ella desde su inmovilidad, sembraba en mí su perversidad.

Peyorativamente tomé el trago, heterodoxo era de todo aquello, que no tenía la apariencia de un interviú, más bien, ominoso a mis ojos era aquel ambiente que en su magnificencia, se mostraba imperativo, haciendo fenecer mis esperanzas.

Fin de capítulo 1

Capítulo 2

“Doña Luisa”

El tren se detuvo en San Pedro del Mosto, una dama de piel blanca, bastante alta y algo petulante, descendió del mismo con gran lentitud; con ella iba un hombre de conservador aspecto, tipo Europeo, específicamente Alemán. El mismo llevaba en su mano derecha un maletín, muy fino, de esos que ya no existen, tipo ejecutivo y de color negro. Dicho caballero al pisar tierra exclamó y con gran satisfacción.

– ¡Es bueno llegar!

Ella posó por unos instantes sus hermosos ojos azules en él, pero sólo fue algo breve, un impulso quizás; luego desvió la mirada e indicó.

– Comamos algo

Dicho lo anterior, encaminaron sus pasos hacia el interior de la estación. La cofradía llegaba desde todas partes para reunirse, formando así una cohesión humana, pocas veces vista, parte de su núcleo era ella, ‘Doña Luisa Pons de las Cruces”, dama de controvercial historia y de muy extraña procedencia. La acompañaba su amigo del alma, “Herver Von Brener” ; hombre de muchas luces y de un manejo soberbio del verbo.

Las manecillas del reloj, avanzaban implacablemente. En el ojo gris la comida no era muy buena, pero sí aceptable, ya terminada la misma. Herver expuso calmadamente.

– Señora mía, el tiempo se agota.

Ella probó su bebida, encendió un cigarrillo, observó fijamente a su amigo y expresó.

– Así es Herver, debemos partir de inmediato.

Un lujoso automóvil los esperaba, al frente del volante se hallaba José Glasco, un tipo alto, caucásico, algo misántropo, que llevaba mucho tiempo dentro de la organización.

Fin del capítulo 2 

Capítulo 3

“La extraña mujer”

Aquello era vino y muy bueno, seguramente de excelente cosecha. Mientras lo bebía observaba a mi extraño anfitrión, el cuál y por cierto, sé comportaba de manera alocada, seré más específico aún; caminaba de un extremo a otro, como si algo lo inquietara. Por fin, quizás cansado de dar tantos pasos sin objeto alguno, se detuvo en seco frente a mí.

– ¿Eres retráctil de espíritu?

Me preguntó, casi susurrando las palabras. Yo me sentía algo retraído, estar allí era cómo un reto y a la vez, como una obligación.

– ¿Quién es usted?

Pregunté desesperado y dispuesto a todo; una dama entró en ese momento, la misma lucía un elegante vestido azul, que le llegaba hasta las rodillas, yo la saludé Cortezmente, pero ella no me hizo el menor caso, en otras palabras, me ignoró. Caminó tan sólo unos cuantos pasos y se dirigió verbalmente a mí raro acompañante.

– Samuel ¿La noria se dañó?

¡Vaya! Por fin, alguien me dijo el nombre de mi anfitrión. El cuál y por cierto, se tardó unos minutos en contestar.

– No señora, la misma funciona perfectamente.

Ésto lo indicó, moviendo las manos de un lado para el otro.

– Entonces, busca dos sirvientes y haz que trabajen.

Ordenó de manera tajante, la imperativa mujer.

– Así será señora.

Expresó de manera sumisa Samuel, dejando de inmediato la habitación.

La dama en cuestión se desplazó hacia una pequeña butaca y arreglándose un poco el vestido, se sentó en la misma, fijando fríamente sus ojos en mí.

– Quisiera mitigar sus dudas y temores, señor Yolbert.

Me expresó y yo, pasándome la mano por mí rostro, esto dado que, el sudor me corría copiosamente, le respondí.

– Sí lo hace, le estaré eternamente agradecido.

Fin del capítulo 3

Capítulo 4

“Los Álvarez”

La casa de los Álvarez era pequeña, sí acaso la más humilde de San Pedro del Mosto. Doña Alicia Piquita de Álvarez, se encontraba en la acogedora sala de la misma, conversando con su único y amado hijo.

– No te quiero en la colina hijo, tú no.

Su voz sonaba cansada y dejaba al descubierto mucha preocupación; él tomó con cariño una de sus manos y le expresó con mucha ternura.

– No te preocupes mamá, sé cuidarme.

El ruido de un auto al frenar, apuró la partida.

– Está bien hijo, confío en ti.

Indicó ella y él salió; eran ya las 9 y 35 de la noche y aquel vehículo se perdía a lo lejos, ante los ojos de aquella preocupada madre.

Fin del capítulo 4

Capítulo 5

“La sentencia”

Un marinero sin mar, así me sentía; crisalidas son mis pensamientos, buscando su forma entre sueños perdidos. Un cuervo, de aspecto tétrico, se posó sobre la chimenea y clavó, sus oscuros ojos en mí, haciéndome recordar por un momento, muy breve quizás, la genial pluma de Edgar Alan Poe, pero la voz de aquella extraña dama, me trajo de nuevo a éste raro presente.

– Noche de chacales es ésta, así que no deseo chafar sus ideas.

Expresó, dejando ver cierta ironía en sus palabras.

– Pero lo está haciendo.

Le respondí con cierto enojo

– Oculto has estado entre candilejas, pero ha llegado el momento de dejar lo canijo.

Indicó ella, en su clásico tonito; yo tomé algo de aire, sentía que me faltaba y le dije.

– Le agradezco suprima las ofensas y me explique de una vez por todas. ¿Qué hago yo aquí?

La dama en cuestión, movió una especie de campanita; después de aquello, dos jovencitas aparecieron en escena, trajeadas cada una, con una bata larga, corrida y sin pliegues, de color blanco. Entonces ella, se dirigió nuevamente a mí, pero señalando a las muchachas.

– Dos hembras te bañaran, sacarán de tu cuerpo las sales del mar, purificaran tu piel. Los nictálopes te guiarán hasta la colina, dónde la cofradía hará su reunión.

Yo alcancé a decir: “Pero”

Solo eso pude agregar, mí tiempo de hablar, había terminado.

Fin del capítulo 5

Capítulo 6  (Final)

“El sacrificio”

La larga bata de color negro oscuro, identificaba a los guías. Herver verificaba los últimos detalles; una lujosa cinta fue colocada alrededor de su cintura, todos esperaban al óbolo. Un manuscrito fue puesto en las manos de Doña Luisa, quien alzó su vista al cielo, cómo pidiendo consejo.

Voluble estaba la noche, que lamía la tierra buscando a la muerte, vitores de un pasado perdido, bárbaros sembrando soledades, una luna lánguida, guiaba las vicisitudes de un hombre, que desconocía su sino; inverosímiles explicaciones, vergonzosas justificaciones. Vestuarios sacados de un infierno dantesco, cubrían senderos y abrían caminos.

– ¿Por qué subimos está colina?

Pregunté, inocente de lo que me esperaba, quien me contestó fue el hijo de Doña Piquita Álvarez.

– Es tú destino hombre, para eso cruzaste la mar.

No quería malvelsar palabras, mí diccionario se acortaba cada vez más. Un camino de luces se hacía evidentemente notorio, filas de creyentes alzando sus brazos, todos iluminando el sendero que conducía a mi fin. Montaje de cosas que lleva la vida, retrospectivos pensamientos que guarda el tiempo.

– ¿Qué hago aquí?

Pregunté y aquel rostro de candor inmenso me respondió.

– Eres el óbolo

Pero yo no le entendí que era eso, que me decía, no conocía aquella palabra, desgraciada palabra, que marcaría lapidariamente el término abrupto de mi existencia.

Molinos de llantos movían mordazas, modelos vacíos, corrompidas almas, cantos olvidados, todo era tan triste.

Nuevamente frente a mí, estaba aquél hombre de cabello cano.

– ¿Qué es óbolo?

Le pregunté a pocos pasos del altar sagrado, éste bajando la mirada y casi susurrando me indicó.

– Aquí es Sacrificio.

Entonces comprendí, porque mis manos se hallaban atadas, porque al nacer, me fue colocada en el cuello, aquella extraña medalla, porque mí madre siempre me repetía y con mucha insistencia;  primero que todo hijo mío, está la Cofradía y porque, en su última voluntad, me exigió de manera imperativa que yo, Yolbert de la Trinidad García, al cumplir los 21 años de edad, el día 22 de abril de 1998. Debía esperar en el puerto de Santa Cruz, un barco que me trasladaría a San Pedro del Mosto. Pensaba yo en herencias, lujos y derroches y aquí estoy, víctima de la ignorancia, de mitos, misterios y leyendas.

– ¡No quiero morir!

Grité y nadie me oyó, la única voz que allí reinaba, apagó la mía. El mimetismo de la noche me arropó, la muerte me hacía mimos y milenios enteros pasaron por mis ojos. Mestizos pensamientos y absurdos paisajes, fueron parte de mi final.

– Desde el milagro de tú nacimiento, miembro eres de ésta Cofradía, naciste para dar tu vida, por nuestro glorioso guía.

Indicó Doña Luisa, de manera lapidaria y tajante. 

– ¡Yo no quiero morir, ni me interesa su maldita cofradía!

Exclamé a viva voz, buscando con ésto salvar mi vida y fue lo último que pude expresar. José Glasco sin piedad alguna, arrancó de un sólo tajo mí lengua indicando.

– No ofendas lo sagrado, ni lo que no conoces.

Las lágrimas corrieron por mí rostro, la impotencia se apoderó de mí, mis palabras se convirtieron en aullidos y la conciencia calló.

Amenazas absurdas escuché, cantos, rezos, promesas, juramentos y nombres, desfilaron por mis atormentados oídos, una espada atravesó mí pecho, un aceite corrió por mí rostro, la herencia que recibía era la muerte y el derroche, la tristeza,.

Caí de rodillas, para luego irme de bruces y besar la tierra; coloquio de voces murmuraron mil cosas, los chacales salieron a comerse el cuerpo, todo terminó amigos, déjenme ahora cruzar mí desierto.

Fin.




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