Home, sweet home
Kathleen:
No he conocido a nadie que se alegre de cambiarse de casa, excepto yo. Aquí, en Othonoí, una pequeña isla jónica en Grecia; podría comenzar de cero, adiós burlas, adiós bicho raro, ratón de biblioteca, nerd… todo se iría a la mierda.
– Kat, ¿has visto a yuyi? –la voz de mi pequeña hermana de seis años me hace volver la vista.
– Debe estar en la caja de tus juguetes –digo mientras abro otra caja, con esta me quedaban cuatro.
– No, yo la traía conmigo –dice haciendo un mohín, era bastante adorable, a veces.
– ¿La buscaste en la bolsa de mamá? –pregunto con paciencia, amo a mi hermana, de verdad que lo hago, pero a veces eres un poco complicada, sobre todo cuando comenzaba con sus pequeños dramas por cosas que eran fáciles de solucionar, o en este caso, de encontrar.
– No, voy a buscarla, gracias Kat, te amo –dice mientras corre a la planta baja como si nada hubiese pasado, gracias al cielo, o esto habría sido un campo de batalla lleno de gritos y cosas volando de aquí para allá, lo peor es que serían las mías. Sonrío, a pesar de todo, quiero a esa enana.
Me agacho y subo la caja que contiene mi ropa, la depósito en la cama para, acto seguido, vaciar el contenido en ella.
Comienzo a guardar la ropa en el closet y los cajones de la cómoda. Sólo me quedan por desempacar mis libros, mis discos y mi reproductor, junto con otras cosas.
A eso de las ocho termino de acomodar todo, mi laptop, mi móvil y mi iPod, descansan en mi escritorio, junto con mi cuaderno de dibujo y mis carbones. Me dejo caer en la cama, agotada, aunque siendo sincera, este cansancio era reconfortante, porque significaba el inicio de algo maravilloso, también era aterrador, apenas y conocía el idioma, la ciudad o la escuela a donde iba, pero seguro que sería diferente.
– Katty, baja a cenar –grita mi madre desde la primera planta, me levanto cual resorte y bajo las escaleras corriendo.
– Huele delicioso, ¿qué hay para cenar? –pregunto emocionada, mi estómago gruñía.
– Macarrones con queso y salchichón –dice colocando el refractario en medio de la mesa–. ¿Te has lavado las manos? –me mira alzando una ceja, sonrío mostrando los dientes.
– Ahora regreso –digo corriendo al baño de la entrada. Me lavo las manos con rapidez, me seco y vuelvo a la mesa.
Cuando llego, los platos estaban servidos, así que tomo asiento y me sirvo ensalada César.
– Bueno, ¿qué les ha parecido la casa? –pregunta papá al tiempo que termina lo último de su ensalada.
– Me gusta mi cuarto, es muy grande –digo picando un trozo de lechuga.
– A mí también, es bonita y rosa, me gusta el rosa –dice Dánae dando pequeños saltitos en su silla.
– Bueno, esta vez podemos decir que este es nuestro hogar, para siempre –dice mi padre.
– Hogar, dulce hogar –dice mi madre antes de ponerse de pie–. Katty, me ayudas a traer el postre.
– ¡Postre! –grita Dánae, mientras aplaude. Sigo a mi madre a la cocina.
– Vamos a tomar helado napolitano, ¿me pasas las copas? –asiento mirando a mi madre sacar el helado de la nevera.
– Claro –digo tras darme cuenta que no me vio; me acerco a la alacena, saco cuatro copas y se las paso.
– ¿En verdad te gusta? –pregunta nerviosa, estaba segura que ella creía que extrañaría la vieja casa y mi vieja escuela, jamás había querido decirle lo mal que la pasaba, y menos decirle que no era capaz de defenderme por temor a lastimarlos en serio y que todo hubiese sido peor de lo que fue, quizás algún día podría decirle.
– Sí mami, me da gusto el cambio –digo sincera, le sonrío de manera.
– Menos mal, pensé que no les gustaría –suspira aliviada, no tengo idea porque pensaría una cosa como esa.
– Tranquila, no es tan malo, digo, pasamos gran parte de nuestras vidas en todos lados, un lugar estable es algo bueno, así que no lo pienses mucho, ¿sí? –digo cogiendo dos de las copas, ella asiente sonriendo, puedo ver que esta más tranquila. Salimos de la cocina riendo de cosas triviales.
– Mañana empieza la escuela, ¿están listas? –pregunta mi padre mientras le doy una copa de helado.
– Sí –dice Dánae al tiempo que comienza a comer su helado.
– Sí –digo sentándome, esa palabra no se acercaba a lo emocionada que estaba por el hecho, de verdad esperaba hacer amigos de verdad, porque me había tocado la mala suerte de confiar en idiotas, rogaba porque aquí fuese diferente.
– Kitty, tu madre y yo pensamos que ya tienes edad para una motoneta –alzo la vista y les miro con sorpresa, no puedo evitar la estúpida sonrisa que se forma en mis labios, por mucho tiempo había querido un medio de transporte, pero como casi siempre nos estábamos moviendo, era más práctico el transporte escolar, público y a veces un chófer, así que oir eso me convencía de que esto sería permanente, esta vez nos quedaríamos.
– ¿En serio? –pregunto soltando la cuchara, dejo la copa y les miro atenta, no podía dejar de sonreír, justo ahora quería dar pequeños saltos en mi silla y hacer un baile feliz, pero me limitaría a sonreír extasiada.
– Sí, mañana después de la escuela iremos a comprarla –mi padre sonríe al tiempo que mi madre asiente, los había visto intercambiar una mirada cómplice, eso era una buena señal, casi siempre eran buenas noticias, aunque en 2 ocasiones habían fallado mis suposiciones y no había sido tan buena la noticia, como el último lugar donde vivíamos.
– Gracias –digo con una enorme sonrisa, mañana sin duda sería genial, no podía esperar a que pasara la noche, estaba casi segura que no podría dormir, y al final, mi sueño fue interrumpido por un tipo hermoso y frío.