“Historias sangrientas”

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Por: Marco Antonio Fuguett Toro

(Historia # 1)

“El túnel”

Era la primera vez que llegábamos a ése sendero; saqué mi cantimplora y tomé un sorbo de agua. Quedaba poca yá y no podía abusar de tan vital recurso, mí compañera me imita, también tenía sed. Carlos no, él sólo se limitó a sentarse sobre una roca, tratando así de descansar algo; estaba inquieto, buscaba al igual que nosotros una salida.

– ¿Estamos perdidos Luis?

Antes de responderle a mi bella compañera, doy un vistazo a mí alrededor, no quería alarmarla con mí respuesta, pero la verdad sea dicha, soy malo para mentir.

– No te asustes Carol, te noto nerviosa.

– Sólo contesta y deja los rodeos.

– Sí, estamos perdidos.

– ¿Ahora qué haremos?

Volvió a preguntar y los tres sé vieron las caras.

– No tengo idea, tan sólo se me ocurre qué deberíamos acampar aquí.

– No lo veo acertado.

Indica Carlos; moviendo la cabeza negativamente.

– ¡Estás loco Luis! Sigamos caminando a ver si encontramos la salida; así sea por casualidad. No me gusta para nada ésta soledad.

Expresa Eva sumamente nerviosa.

– ¿Por qué?

Interroga Luis; dibujando en sus labios, su típica sonrisa irónica.

– Éste bosque tiene algo sombrío. No es normal.

Aclara ella y Carlos la apoya en su apreciación.

– Caminemos entonces, me ganan por mayoría; eso sí, vamos a medir nuestra resistencia física, sin descansar y avanzando de la forma en qué lo estamos haciendo. ¿Cuánto podemos aguantar?

Los tres siguieron adelante, marchando al azar y sin un rumbo específico. Para colmo de males, la única brújula que tenían, sin causa alguna se había detenido; hacía yá cuestión de tres horas. De pronto, algo inesperado hizo el ambiente más tenso, ésto porque no muy lejos de donde sé encontraba el angustiado grupo, sé escucharon con mucha claridad unos aullidos, qué indicaban la presencia dé alguna manada de bestias; hecho éste qué implicaba un peligro inminente.

Los temerosos excursionistas, nuevamente se vieron las caras, pero ésta vez la preocupación en sus rostros era mayor, yá qué no venían preparados para defenderse de un ataque así, aquello de llegar a darse sería sin duda alguna una terrible masacre.

-¿Qué fué éso Luis?

Pregunta Eva

– Parecen Lobos, siempre atacan en grupo, debemos estar alertas.

Indicó él, viendo para todos lados.

– Té dije que trajeras la escopeta; ése cuchillo no nos será de gran utilidad frente a ésa jauría.

– Es verdad Eva, pero es lo qué hay; no discutamos eso por ahora, sólo síganme, tomemos esa vereda estrecha que sé vé allí y alejémonos de esas bestias salvajes; no podemos perder más tiempo.

Indicó el líder de aquella improvisada aventura, sin dar oportunidad alguna a ninguna observación; estaba yá cansado de tantas quejas y reclamos; el tramo señalado, mostraba un camino solitario, tétrico y con una vegetación seca, casi muerta.

– Mira ésa mata Luis, la de allí (Indica Eva señalando al suelo) Vé con cuidado su tallo.

Solicita la muchacha; con algo de nerviosismo y voz temblorosa; mientras qué los dos jóvenes se acercan al curioso espécimen vegetal.

– Qué rara es y en la raíz tiene algo rojo, parece espeso.

Acotó Luis; tomando un poco de ése pegajoso líquido con el dedo índice de su mano derecha, acercando éste a su nariz, para detallar con precisión su olor, al mismo tiempo que lo analizaba de cerca.

– No hay duda Eva, ésto es sangre.

Afirma él, sorprendiendo a sus compañeros, con tan cruda conclusión.

– Es verdad Eva, tiene todo el aspecto de serlo.

Expone Carlos, apoyando las palabras de Luis.

– ¡Sangre! ¿Estás seguro Luis?

– Sí, estoy seguro.

– Ésto es algo diabólico, no debí haber venido con ustedes.

Alega ella, claramente arrepentida,  de formar parte de toda aquella peligrosa aventura.

– Eso lo discutimos después, por ahora lo importante es alejarse de los Lobos.

Indicó Luis y los tres avanzaron; pero ésta vez más rápido, nadie  quería descansar o discutir, todos estaban de acuerdo en algo, había que salir de allí, en ése punto los tres coincidían; por otro lado estaba claro, que el miedo los impulsaba, éso sé apreciaba en sus miradas, en sus angustiados rostros. Sobre todo Eva se veía bastante preocupada; nunca había visto algo así, en toda su corta vida.

Pero éso no era nada, comparado con lo qué el destino les deparaba; visitar al infierno, tiene sus consecuencias, no sé le puede pedir luz a la oscuridad, ni paz a la guerra. Por eso en su andar, en ése transitar tortuoso, observaron con terror, me atrevería a decir qué con verdadero horror; restos humanos esparcidos por todas partes: un fémur, uno que otro cráneo, el esqueleto de una mano, varios huesos de costillas. El factor común en todo ése dantesco material, generaba por sí mismo gran nerviosismo, ésto porque cada una de las muestras allí expuestas, presentaban múltiples mordeduras, las cuales por el desgaste realizado a cada pieza, indicaban con precisión absoluta el accionar de fuertes dientes, incluso, sé deduce por la fuerza del ataque aplicado, la intervención de poderosos y afilados colmillos.

– No tengo duda alguna, éstos huesos fueron roídos por bestias; pueden ser tanto lobos cómo chacales.

Expone Luis; estudiando con curiosidad el fémur; qué tenía en su mano derecha; cómo antropólogo él tenía su propia perspectiva ante aquellos macabros hallazgos, visión qué no compartía Eva, quién no contaba con un nivel profesional, ni con mayores estudios; menos aún Carlos, que limitaba su preparación al esquema teológico, ambos sé hallaban estupefactos, claramente impactados; ésto porque aquél funesto escenario no prometía nada bueno y el temor, el miedo y la desesperación, poco a poco se apoderaban de ellos, al punto de convertirse esos nefastos elementos, en integrantes, obligados de aquella mortal aventura.

– ¿Estás seguro?

Preguntan los dos al mismo tiempo.

– Es lo qué creo, pero sigamos adelante, hay que salir de aquí y rápido.

Indica Luis y los tres avanzan en silencio; recorrieron así un corto trecho, por decir algo 800 metros, quizás un poco más, tal vez menos y en una pequeña pendiente, al lado de un arbusto bastante seco, encuentran a un hombre moribundo, prácticamente en agonía, aparentaba éste unos 44 años de edad, de piel blanca, muy moreteada, bastante castigada y con síntomas evidentes de haber sufrido algún tipo de tortura; pero lo que más impresionó al grupo de jóvenes, ésto por lo crudo de la escena, fué verlo arrastrarse por la tierra, cuál si fuese un animal.

Ésto lo hacía porque no podía caminar, debido a la mutilación de sus pies, los cuales le fueron cercenados y por lo qué se podía apreciar a simple vista, sin piedad alguna, por esa terrible causa sangraba mucho; dejando a su patético paso una estela sangrienta.

– Vean eso, hay alguien allí. ¡Tenemos que auxiliarlo yá!

Manifiesta Luis acercándose de inmediato al infeliz sujeto. Mientras sus compañeros mantienen una distancia prudencial, claro está qué por precaución.

– ¿Qué le pasó amigo?

Le pregunta el joven al herido y éste levanta su empolvado rostro, posando sus ojos inyectados de sangre y repletos de dolor, en él.

– ¡Somos la comida!

Exclama aquél despojo humano con voz lastimosa; sembrando en en ellos gran incertidumbre.

– ¿Qué quiere decir ése tipo con éso Luis?

– No sé Eva, sólo déjame auxiliarlo (Responde él, dirigiendo luego su atención al hombre) Tenga amigo, tome algo de agua, vamos a tratar dé ayudarlo.

– No quiero nada, sólo déjenme morir, pero corran, corran. ¡Huyan de aquí! ¡Somos la comida!

Grita de nuevo el extraño sujeto, verdaderamente alarmado y Luis le hace una pregunta, claro está qué obligado por las circunstancias, en verdad nunca fué impresionable, sé podría afirmar que él era algo escéptico; difícil de convencer; siempre lo fué, por otro lado no comprendía bien sus palabras, aunque justificaba las mismas, me explico mejor, las veía normales, por los efectos de algún tipo de delirio, qué podía ser generado por: el fuerte sol, la terrible el hambre, la implacable sed, el duro castigo físico y hasta el psicológico, éste último se hacía más que evidente, en el terror qué mostraban sus ojos, en su maltrecha elocuencia y en su muy estropeada humanidad.

-¿Por qué dice éso?

– Los van a torturar, jugarán un poco con sus cuerpos, luego serán mutilados y los dejarán aquí, en medio de la nada, para qué las bestias se alimenten. ¡Somos su comida! Traten de encontrar el túnel, no tienen otra salida.

 Aquél hombre expiró; después de expresar sus lapidarias palabras, descansó al fin de tanto sufrimiento, de tanto dolor.

Luis, al verlo muerto, soltó lentamente su cabeza, la había levantado para darle un poco de agua y la colocó con mucho cuidado en el suelo.

– ¡Por Dios Luis! Nos cazarán cómo animales y después de hacer lo que les dé la gana con nuestros cuerpos, nos abandonaran a nuestra negra suerte, totalmente inutilizados, mutilados cómo éste infeliz. ¡Para que nos devore algún chacal!

Exclamó Eva angustiada 

– Al parecer existe una salida, él la nombró y tenemos que hallarla. Pero antes, debemos orar por su alma.

Sugirió Carlos

– No hay tiempo para oraciones; hay que ubicar el túnel qué él citó. ¿Dónde estará? (Se Preguntó en voz alta Luis, luego expuso) Dé ésa repuesta dependen nuestras vidas.

Después de aquella afirmación, qué en verdad era cierta; se levantó rápidamente del suelo, dió un breve vistazo a su alrededor y sacudió con lentitud el polvo de su ropa; en ese preciso instante, los inquietantes aullidos sé hicieron de nuevo sentir; pero ésta vez con más intensidad.

– Otra vez esos Coyotes aullando, lo más seguro es qué nos capten con su olfato, para ellos es como una especie de radar, incluso,  deben saber que estamos aquí. ¡Movámonos yá!

Ordenó él y los demás, sin decir una sola sílaba lo siguieron. No había tiempo para hablar, para opinar, la muerte los perseguía, los acosaba, los acorralaba.

En una cuesta, bastante pronunciada por cierto; divisaron 2 casas, ambas de mediano tamaño y construidas de manera rudimentaria, las mismas por su aspecto exterior, se veían muy antiguas.

– ¿Qué opinan? ¿Pedimos ayuda a ésta gente?. Alguien debe vivir allí.

Sugiere Luis

– Por tú culpa vine a ésta excursión, no obedeci los consejos de mí padre, para seguir los tuyos. ¡Sácame viva de ésto Luis!;  No quiero morir.

Expone Eva evidentemente asustada.

– Y yo, qué té puedo decir, dejé la paz de mi seminario para sumarme a ésta locura.

Afirma Carlos.

– Yá dejen dé acusarme, nada ganamos con eso; yo dirijo ésto, soy el experto aquí, el qué los puede sacar de éste embrollo. Admito qué la cosa sé nos complicó un poco, pero debemos seguir, no tenemos otra opción. Ahora vengan conmigo y toquemos algunas puertas, quizás alguna sé nos abra 

Expone Luis avanzando a paso seguro. Eva también lo hacía, pero algo recelosa y Carlos caminaba enojado consigo mismo. Los tres llegaron hasta la entrada de la primera vivienda.

Antes de tocar y como siempre lo hacían, el trío sé vé las caras; finalmente, después de meditar unos instantes, Luis toma la palabra y lo hace para indicar, que se dispone a llamar a la puerta.

Un hombre bastante mayor les abre la misma, cómo de unos 86 años de edad, no muy alto, algo encorvado y de piel blanca.

Su aspecto en verdad no generaba miedo alguno, más bien inspiraba confianza a simple vista, un abuelo no era alguien de temer y éso les gustó, fué del agrado de ellos, yá qué esperaban otra cosa.¡Qué sé yo! Un asesino con la cara cortada, una mujer diabólica, portando un cuchillo qué escurría sangre, etcétera.

– ¿Qué desean los jóvenes?

Pregunta el octagenario, muy educadamente y Luis le explica con lujo de detalles toda la situación. Éso sí; sin omitir absolutamente nada.

El anciano lo escucha detenidamente; sin agregar nada a sus palabras. finalmente y yá concluida su extensa exposición le expresa.

– Qué imaginación tienen ustedes muchachos, es sorprendente. Pero pasen a mí casa por favor; no sé queden afuera.

Sus palabras mostraban cordialidad y despejaban cualquier sombra de duda; Luis fué el primero en ingresar, detrás de él avanzó Eva y de último cómo ya era costumbre, el cobarde de Carlos.

La sala que los recibe era bastante amplia; ésto hablando del espacio cómo tal y en sus paredes sé podían apreciar diversos cuadros, qué captaron de inmediato la atención del grupo; sobre todo uno de ellos, uno en especial, los atrajo grandemente, nos referimos al que estaba ubicado en la pared principal; el cuál deexhibía a una mujer, no tan joven yá, de unos 43 años, pocos más, pocos menos; con el rostro salpicado de sangre, la misma sé veía bastante maltratada, éso era evidente, pues presentaba diversos golpes  y moretones;  aquella infeliz sé arrastraba por una especie de túnel, muy pequeño por cierto, hecho éste que hacía difícil el desplazamiento de la pobre mujer;  en verdad era impresionante la angustia qué mostraban sus ojos, verlos helaba la sangre.

Por eso Eva no le quitaba la vista de encima a la tétrica pintura, estaba verdaderamente aterrada.

– Cálmate por favor; es sólo es un cuadro, no exageres.

Le indica Luis, mientras le echaba un rápido vistazo a toda la sala; éso era una regla en él; pocas cosas detalla en la misma: un tinajero en una de sus esquinas, un viejo juego de muebles en todo su centro, bastante antiguo por cierto y una pequeña mesita de madera, muy desgastada por el paso del tiempo; qué se hallaba cómo apartada en un oscuro rincón.

– Siéntense por favor, deben de estar agotados; mis hijos les traerán algo de beber.

Indica el viejo y sé retira lentamente hacia el interior de la vivienda.

Ellos obedecieron de mala gana al extraño anfitrión y tomaron asiento; aunque no sabían por qué, todos presentían qué algo malo estaba por suceder; ésto porque el miedo sé podía respirar, sé percibía, estaba presente en el ambiente.

– No sé muchachos; algo no está bien aquí, ése viejo oculta cosas, no confío en él, debemos salír yá de ésta casa, antes de que sea demasiado tarde.

Expone Luis a sus amigos verdaderamente preocupado y los tres intentan llegar a la puerta, pero todo quedó en eso, en el puro intento, de allí no pasaron; yá qué por ésta ingresan tres hombres armados.

– Es una falta de respeto irse así y  sin despedirse del viejo.

(Indica uno de ellos; en tono burlón)

 En vano; Luis busca dialogar con el peligroso trío, tratando de que éstos comprendiesen de alguna manera, de alguna forma su situación; pero nada logra, ésto porque con ésa tipología la lógica no aplica; tampoco se da cuenta (Ni él ni sus amigos, ya que estaban distraídos) Dé que a sus espaldas, cuatro hombres mal encarados se situaban en forma amenazante, rodeando por completo a su grupo.

– Estamos perdidos Luis.

Expresa Eva llorando, al lado del miedoso seminarista, el cuál y por cierto, sentía su cuerpo vibrar cómo una gelatina, ésto motivado por el terror que lo embargaba; no sucedía así con Luis, quién trataba de aparentar cierta tranquilidad, algo de aplomo, cómo haciendo ver a todos un control de la situación qué no poseía; pero quién verdaderamente tenía la razón, era la angustiada muchacha, yá qué los tres fueron conducidos a un frío y tétrico sótano, en donde habían tres viejos camastros, en el central colocaron a Eva y en los laterales a los dos desdichados jóvenes.

– ¡Déjenme ir! ¡Por Dios!

Súplica ella; mientras la amarran a la lapidaria cama; sujetandole  firmemente las muñecas, con los brazos abiertos en forma de “V”; de igual forma proceden con sus piernas, quedando la pobre e infeliz mujer, totalmente inutilizada y a merced de ellos.

Luego dé aquel cruel accionar; presa yá del pánico y con inmenso horror, observa impotente, con los ojos abiertos hasta más no poder, cómo aquellos depravados la despojaban de su ropa, de manera violenta y brutal, dejándola totalmente desnuda, prácticamente tal cuál cómo vino al mundo.

Se dió cuenta en ése instante, en ése preciso instante; qué era un ser frágil, nunca fué fuerte, nunca lo fué, tampoco cómo ella creía, podía vencer todos los obstáculos; hacer lo imposible, posible, todo aquello era falso, era una inmensa mentira; su realidad estaba allí, ante ella, era evidente y la mostraba tal cuál cómo era: Un trozo de carne, una basofia, un despojo humano, una piel desnuda, indefensa e inerte; colocada sobre un despreciable camastro y dispuesta al placer de unos seres absurdos, salidos del mismo infierno.

 La hacía suya el miedo, el más puro terror, el más despreciable asco; sentía repulsión, ganas de vomitar; más aún cuando uno de ellos, el más alto de todos, con enferma y obscena morbosidad, paseaba su sucia lengua por sus hermosos senos, mientras otro depravado hacía lo propio en su vagina.

Eva cerró sus ojos, nada más podía hacer, ésto mientras su respiración sé aceleraba, al igual qué lo hacía su pulso; quería la hermosa muchacha, morir de una vez y yá, para evitar de ése modo el sufrimiento que estaba en pleno desarrollo.

Luis cerró sus ojos también, en nada podía ayudar; el gran experto estaba sometido, impotente, acabado, entregado a la más cruel de las desgracias; por su parte Carlos oraba en silencio, su blandengue fé sé había fortalecido en aquella prueba.

– No la maten a ella Saba.

Pidió el más joven de ellos; un muchacho cómo de unos 18 años de edad, quizás hasta un poco menos, bastante alto, muy delgado, de piel blanca y voz ronca. Saba, el líder de aquel grupo de psicópatas, sé colocó frente a él y le preguntó con mucha seriedad.

– Y eso. ¿Por qué me pides tal cosa?

– No tengo hembra, déjala para mí; estoy cansado de estar sólo.

Súplica éste.

– Qué vaina hermanito, pero no puedo fallarte, soy tú hermano mayor.

Indica Saba en tono paternal y ordena de inmediato, qué vistan a la mujer, qué nadie la toque más y qué sé la entreguen en sus manos a su hermano menor.

Él le sonríe a Eva y lo hace con ternura, sembrando en la atemorizada damita, un poco de calma, algo de paz; con paciencia la ayuda a levantarse, mientras ella observa de reojo a sus desdichados compañeros, los vé desnudos, indefensos, entregados por un destino injusto, a la peor de las muertes. Luis guardaba silencio y mantenía los ojos cerrados, quizás así evadía aquella realidad tan dantesca. Carlos por su parte lloraba cómo un niño, mientras un filoso cuchillo recorría su pene.

– Vámonos princesa, té mostraré nuestro cuarto.

Expresó el jóven con infinita dulzura, tomándola suavemente de la mano.

Sus amigos la vieron partir con él.  “Por lo menos Eva se salvó”; pensó Luis. 

Pero para ellos no había salida alguna, ni salvación qué valga, ni opciones de ningún tipo, los dos deberían ser parte obligada de aquella tragedia, actores dramáticos de su propio fin. Ambos tenían forzosamente que transitar ése camino qué la vida les imponía, así debía ser, así estaba dispuesto, así estaba escrito y el guión sé respeta. Sin embargo todo tiene su lado positivo, nada es 100% malo, ésto lo digo porque ellos (Los psicópatas) Acostumbraban a extender las torturas por horas, con el objeto de hacer la agonía de sus víctimas más dolorosa, más larga, ésto para llevarlos al máximo nivel de sufrimiento; pero hoy por cuestiones de tiempo, factor qué no perdona, el martirio suministrado a los muchachos duró bastante poco, fué corto, había que terminar pronto la labor, no debía extenderse la misma, yá qué los lobos tenían hambre y no podían esperar, por eso tanto Carlos cómo Luis, fueron mutilados de inmediato, sus pies le fueron cercenados sin piedad alguna y con precisión absoluta; el trabajo lo ejecutó el terrible y sanguinario Pedro Castelar, un joven con mucha experiencia en esa área, éste también extrajo sus lenguas y  a cada uno les vació un ojo.

– Quedaron bonitos muchachos.

(Expresó aquél sádico personaje irónicamente y con una sonrisa dé oreja a oreja)

 Rápidamente y con máxima premura; los dos fueron trasladados hasta la tétrica colina y allí los soltaron, dicho de otro modo, los dejaron libres, bueno, ésto es discutible.

– Familia, yá cumplimos con nuestro deber; los lobos tienen lista su comida y pronto vendrán por ella. ¡Vámonos a casa!

Indicó aquél jóven;  completamente satisfecho con la labor realizada y todos sé retiraron en completo silencio; dejando en aquél maldito lugar y totalmente abandonados a su triste y nefasta suerte, a los desgraciados e infortunados excursionistas.

 Luis comenzó en ése instante su patético desplazamiento, arrastrándose cómo una sucia serpiente; por aquella tierra áspera y seca, buscando una salida qué no existía, aferrado todavía a una falsa esperanza. Carlos optó por lo más radical, quiso quedarse en ése lugar, inmóvil, impávido, con la serenidad de quién espera a la muerte, resignado a su fin. 

Perder la vida era en ése caso un premio, qué las bestias traerian en sus colmillos y tenía razón aquél hombre, cuando en su agonía les pidió: “Sólo déjenme morir”

(Historia# 2)

“El manicomio”

Una patada en el estómago, me hizo retorcerme como un animal, desesperado levanté mi rostro para detallar a mis atacantes; sé qué éso suena estúpido, pero lo hice y me sorprendieron con un fuerte puñetazo en la cara, qué me dejó sin sentido.

No sé cuánto tiempo estuve así; uno pierde la noción del tiempo en éste sitio, es cómo ser parte de la  nada; permanecí inconsciente, inmóvil, pero no ausente de mí entorno, eso sé los aseguro, pues aunque les parezca extraño, hasta raro, escuchaba todo a mí alrededor, las voces, los ruidos, incluso sentí con claridad, el orine qué caía en mi rostro, qué mojaba mi cuerpo y hasta entraba a mí boca, pero no podía abrir mis ojos, estaba sumergido en una especie de letargo, quizás bajo los efectos de alguna droga, de algún fármaco; uno de ellos me llamó basura, estiércol, éso lo escuché perfectamente, el otro sé expresó en plural, no hablaba sólo dé mí; Indicó qué los locos no teníamos derecho a nada, qué ellos podían hacer con nosotros lo que les diese la gana, porque aquello era “El manicomio”

Desperté lentamente,  poco a poco fuí reaccionando; la vista me dolía bastante, debe ser por los golpes recibidos, aquí los golpes son gratis, por ello no veía con mucha claridad, les puedo asegurar que todo, absolutamente todo, por lo menos para mí, estaba algo nublado, sin embargo a pesar de esa dificultad, pude observar, cómo lo haría cualquier cegaton, quizás guiado por la bendita curiosidad, qué nunca abandona a uno, a mis infelices compañeros de desgracia. Diagonal a mí estaba, el popular Jaimito, quién llegó aquí alegando qué era “Iván el Terrible”; hoy en día y después de tantos coñazos, parece ser más bien un personaje de “los Miserables”; no sé sí la han leído, les hablo de la famosa novela de “Victor Hugo”, a su lado sé encontraba Arnaldo, a quien por cariño le decimos “El cuchi”, éste afirmaba ser “Felipe II”, hasta me lo llegó a jurar y sé la pasaba todo el día buscando el Escorial, hoy en día y producto de tanta violación, se cree “Juana la Loca”, coño, incluso sé parece un poquito a ella y por último, yá para dar termino a ésta breve descripción, les diré que a mí lado  sé encontraba una hermosa muchacha, todavía su maltratado cuerpo, mantenía firme su antigua belleza; porque de qué era bella, lo era, recuerdo muy bien que cuando aquella fémina ingresó, a nuestro detestable manicomio, la bautizamos cómo “Juana de Arco”; así se quedó y así la llamamos, aparentaba 20 años de edad, quizás menos, sé hallaba totalmente desnuda, muy, pero que muy golpeada, bueno, así estábamos todos; ahora voy al grano y sin tanto rodeo, la loquita sé estaba comiendo algo, en éste punto debo de ser sincero con ustedes, tenía hambre. ¡Mucha hambre! No sé cuánto llevaba sin probar alimento, sin meter un bocado a la boca, qué les puedo decir, hasta mí estómago chillaba cómo un animal herido, buscando comida en un desierto; por esa noble causa, sólo por eso, me acerqué hasta donde sé encontraba la sensual damisela;  la saludé cordialmente, siempre el respeto por delante, loco y todo sigo siendo educado; la ví masticando con gusto, con ese placer qué brinda el poder comer, algo bueno y sabroso y éso abrió aún más mí desbocado apetito, lo elevó a niveles inimaginables, por ello sin pena ni vergüenza, le pedí un poquito del manjar que degustaba, no mucho porque no soy abusador, mí abuela siempre me decía qué había que compartir, éso esperaba de mí  nueva compañera y no me puedo quejar, se portó muy bien conmigo, me dió un pedazo muy generoso de ésa cosa qué comía y aunque mis ojos todavía nublados, no me permitían ver muy bien de qué alimento se trataba, me refiero a qué no sabía sí era: carne, pollo, pescado, queso u otra variedad, confié plenamente en la buena mujer y me llevé aquél bocado a la boca, el mismo estaba pastoso, olía mal, sabía peor ¡Por Dios!. No puede ser. ¡era mierda! ¡Comí pupú! . Debo decirles amigos, qué mí reacción fué inmediata; escupí desesperado lo que todavía masticaba, hasta una cagarruta bailaba a sus anchas en mí castigada lengua, les juro que quería vomitar, gritar. ¡Huir de allí! Pero ella sé reía, lo hacía feliz, dichosa y contenta, yo no lo podía creer, me observaba con una sonrisa de oreja a oreja, el colmo de los colmos fue, qué me preguntó, quizás hasta con cierta inocencia. 

¿Te gustó la comida? 

Debo decirles con toda franqueza, que no estaba enojado con la infeliz muchacha, lo que sentía era lastima por ella, incluso hasta por mí.

– Come tú.

Le dije y me fuí a un rincón apartado de la sucia y apestosa habitación. Allí me dí cuenta de un detalle, de uno pequeño no más, al igual que la pobre loca, yo también estaba desnudo, es más, sentía algo pegajoso en el recto, el cuál y por cierto me dolía mucho. ¿Será que tengo hemorroides? Me pregunté a mi mismo, cómo buen pendejo, mientras observaba qué por las piernas me chorreaba un líquido, qué no definía muy bien, en otras palabras, no sabía que cosa era, por eso y para salir de dudas, tomé una muestra de eso con el dedo índice de mi mano derecha, tan sólo un poco, ésto lo hice para olerlo, no piensen mal, sólo quería saber exactamente de qué se trataba y me sorprendió el hallazgo, les juro que sí, aquello era semen, lo que indicaba claramente que me habían violado, no hacía falta ser “Sherlock Holmes” para deducir éso, además, por la cantidad de esperma qué había en mí sufrido culo, el cuál y utilizando un término coloquial, estaba totalmente  enchumbado; diría qué fueron varios, hasta cola harían los desgraciados para llegar a mí trasero, pero un pedazo de pan no te dan, son unos ¡Hijos de puta!

Creo qué estoy alucinando o algo así, estoy viendo espíritus pasar, de aquí para allá, de allá para acá; uno de ellos me habló, quiere ser mí amigo. ¿Por qué no? Me hace falta hablar con alguien.

– ¿Cómo te llamas?

Le pregunté

– Sólo llámame Xenón

Me respondió con una voz ronca, lejana y profunda.

– ¿Eres un alma en pena?

– No, soy un Ente.

– ¿Qué es eso?

– Un demonio.

Me indicó y les aseguro que no me asusté. ¿Qué puede ser peor que ésto?

– ¿Por qué estás aquí?

– Por tí

– No entiendo

Le respondo; en ése instante, siento que abren la reja del cuarto, el ruido que hacía la misma al ser desplazada era fuerte, estaba cómo oxidada, vieja; por ésta ingresan dos enfermeros del manicomio, dos de los peores y lo hacían portando en sus manos una manguera industrial de presión, de esas qué usan los bomberos para sofocar incendios, lo demás sé lo deben imaginar o por lo menos lo pueden presumir, esos desgraciados nos bañaron, lo hicieron sin piedad alguna y el agua estaba tan helada, qué nos congeló la sangre; hasta los pelos del culo los tenía, cómo el propio puerco espin ante un ataque;  lo que más me indigna, es qué aquellos perros se reían hasta más no poder. ¡A carcajada suelta! Dé su innoble gracia y es qué para esos engendros, nosotros no éramos más que animales y de la peor especie; debo decir con sinceridad, yá les dije que no sé mentir, qué la fuerza con que salió aquél líquido, nos causó serios daños físicos, por demás irreversibles.

– ¡Huelen a mierda malditos locos!

Gritó el psicótico dé Roberto y con marcado odio, porque eso era evidente ¡Nos detestaba! Cosa que no me explico; yá qué nosotros no le hemos hecho absolutamente nada a ninguno de ellos; bueno , la cosa es, que aquél despiadado martirio, duró más o menos cómo cinco minutos, tiempo éste que se hizo muy largo; luego salieron los dos, cómo sí nada hubiese pasado, cerrando varias veces el cerrojo de la reja.

– Coño ¿Té mojaron ente?

Pregunto preocupado a Xenón.

– No, a mí no me pueden mojar, no tengo materia física.

Me contesta mí nuevo amigo, mientras me sacudo el agua, tal cuál cómo lo hacen los canes, les recuerdo que aquí no hay paños, ni nada, ya les dije que ando desnudo; al igual que mis amigos; luego me acosté a dormir, qué más podía hacer, estaba hambriento y cansado de ésa vida que llevaba, por cierto, yá  Xenón sé había ido.

Al despertar, no sé porque siempre despierta uno, me hallaba vestido; era agradable sentirse así. Frente a mí estaba Helenita, una buena y piadosa enfermera, que en verdad nos cuidaba; Ella nos condujo (Hablo en plural por los demás) Con mucho amor y paciencia hasta el comedor. ¡Por fin pudimos desayunar!  Y con mucho gusto, luego nos llevó al patio, nos dejó caminar, pudimos charlar, mejorar en algo nuestra realidad y bajo un espléndido sol, qué buena falta nos hacía.

Pero ella solo trabajaba 12 por 24; éso para nosotros era preocupante, porque cuándo nuestra amiga entregaba guardia, los psicópatas, más que eso, yo los llamaría los depravados, tomaban el control de todo y hacían desastres con los pacientes. Les aseguro algo, ellos están más locos que nosotros.

Hoy nos desnudaron y nos sacaron al patio; allí nós pusieron a caminar en fila india, uno detrás de otro. Todo marchaba normal, dentro de lo que sé puede, hasta qué de repente, fuimos todos sorprendidos por un grito, eso nos alarmó, sé trataba de Anita, una antigua residente de nuestro diabólico club, ya sesentona, más golpeada qué taza de esquizofrénico; a la cuál las nalgas le colgaban como dos cueritos arrugados, qué se veían muy graciosos, la misma estaba alterada, ésto porque el gordo qué tenía al frente, estaba un poco enfermo del estomago y se le había escapado un gas, muy pero que muy largo, qué sonó como un silbido apretadito y qué estaba bastante hediondo, luego vino lo peor. ¡Sé le salió el caldito! Bañando por completo de excremento, mierda qué estaba entre pastosa y líquida;  a la pobre y angustiada mujer.

– Sé volvió a cagar el gordo.

Dijo entre risas, el enfermero Luis.

– ¡Gordo, tienes el rabo esfondado! ¡Le han dado más palo qué una piñata!

Expresó el depravado dé Roberto; en su típico tono burlón. Yo en verdad no les estaba prestando mucha atención; ya que Xenón iba a mí lado y los dos conversábamos amenamente.

– Roberto, mira a ése loco hablando sólo. ¿Con quién conversas pedazo de desquiciado?

Me preguntó Luis; dirigiéndose directamente a mí, ésto mientras me señalaba con su mano derecha.

– No estoy hablando sólo señor, conmigo está Xenón.

Le respondí dé inmediato y seguí mi plática; ya que estaba interesante; ésto mientras los dos enfermeros se veían las caras, extrañados y confusos.

– ¿Quién es Xenón?

Me preguntó el más alto de los dos.

– Es un Ente, un demonio.

Contesté con toda sinceridad, sí lo creían o no, era su problema;  ya les dije que no sé mentir.

– Coño Roberto, con esas vergas no me meto  yo; vamos a  guardar en sus cuartos a éstos locos y por hoy, por lo menos por hoy;  los dejaremos en paz.

– Tú si eres gallina Luis, mira lo que le grito al loquito ése y aprende. ¡Oye loco, dile a Xenón, que me lo paso por mí palomon!

Yo ví la cara que puso mi amigo, después de escuchar aquellas palabras ofensivas. Algo era obvio, estaba furioso.

– Enfermero, pídale perdón a mí amigo Xenón. Antes de que sea muy tarde.

Le advertí, buscando ayudar en algo, al qué ya estaba sentenciado.

– Házlo Roberto, tengo  un mal presentimiento.

Suplica su amigo, algo temeroso.

– ¿Qué té pasa Luis? Sólo se trata de un loco hablando sus locuras. Escúchame de nuevo y no seas gafo ¡Xenón, Xenón toma mí palomon!

No debería tener lastima por seres tan malvados, suena hasta absurdo, eso se los confieso;  sin embargo, algo de compasión sentí por esos engendros.

– Sé los dije, culpa mía no es.

Después de expresar lo anterior; el fulano Roberto, el mismo que ofendió a mí amigo, lanzó un grito desesperado, claramente angustiado.

-¡Algo me sujeta los genitales! Me los prensa, me los quieren arrancar. ¡Ayudame Luis!

– Es un demonio, te lo dije Roberto. ¡Té jodiste!

Indicó éste, corriendo hacia el interior del manicomio, buscando a toda costa dejar el patio.

– ¡Aaaaaaaa! ¡Piedad, piedad!

Suplicaba el pobre desgraciado, mientras veía con horror, con verdadero terror; cómo su pene se desprendía dé su cuerpo, para introducirse en su boca, la cuál y producto de la misma fuerza, se encontraba abierta de par en par.

Finalmente, cayó de rodillas sobre un enorme charco de sangre. ¡De su propia sangre! Con los ojos abiertos puestos en la nada.

– Bueno Roberto, tu le pediste a mi amigo que tomara tú palomon y eso hizo, no te quejes.

Le dije al infortunado enfermero, el cuál y por cierto, ya no se veía tan violento; claro está que después de aquella exhibición de justicia divina, todos entramos calmadamente al manicomio. Allí encontramos a Luis, estaba muy cambiado, hasta buena gente parecía el condenado, eso sí, lo vimos más cagado qué una poceta, sé encontraba nervioso, asustado. ¡Nos pidió perdón de rodillas! Nos trajo ropita para que nos vistiesemos  y nos llevó al comedor, sé mostró muy servil, servicial, hasta bondadoso diría yo.

La policía vino, sé llevó el cadáver de Roberto, no pudieron por más que lo intentaron, sacarle el pene de su boca, fue totalmente imposible, estaba cómo pegado.

Por otro lado y ya para terminar;  debo decir con gran alegría, que para nosotros la vida cambió, en aquél dantesco lugar y para bien; ya que en aquél centro dé salud mental, no se dieron más abusos, más violaciones, ni arbitrariedades, incluso, nos trataban con respeto, hasta con cierto miedo; cómo decía mi abuela, la culebra se mata por la cabeza y muerto el perro, se acabó la rabia.

(Historia # 3)

“Llegó el fin”

Eran las cinco en punto o no, más bien serían cómo las seis, o sí no; no sé mejor ni me pregunten, es difícil en estás circunstancias saber nada. Me tomé un poco de café, eso sí cómo a mí me gusta, muy cargado y sin azúcar. Me senté después en el mueble principal y me entró algo de nostalgia; no era fácil despedirse de todo, más aún cuando cada cosa, cada objeto, incluso hasta el más insignificante, tiene una importancia real para ti, un recuerdo difícil de dejar atrás.

El atardecer llegaba, sin duda sería el último, un cielo agonizante mostraba un rojo intenso, similar al color de la sangre. Me detuve un instante, algo interrumpió mis intensas reflexiones, sucede que  extrañamente alguien tocaba a mí puerta y eso me distrajo un poco.

– ¿Quién será?

Me pregunté, verdaderamente intrigado, caminando con mucha lentitud hacía la entrada; abrí con suavidad la misma. Un hombre viejo, como de unos 80 años, quizás hasta más, se hallaba en todo el umbral.


El mismo sin autorización alguna, es más, creo que ni me vió, ingresó tranquilamente a mí sala y sentó en el mueble principal, no me lo van a creer, lo hizo de lo más cómodo.

¿Quién es usted?

Le pregunté intrigado, aunque en verdad, ya ése tipo de cosas no me preocupaba tanto.

– Ya sé observa el color rojo del cielo, imagino que la temperatura debe estar elevándose.

Me indicó a modo de información. No le respondí al momento. Tan sólo me acomodé en otro de los muebles del amplio recibidor, eso sí, sin quitarle la vista un segundo a mi peculiar visitante, el cuál tampoco dejaba de observarme; luego de esto encendí un cigarrillo, lo hice sin apuro y con marcada lentitud, después respiré profundo y le contesté, con evidente desgano, eso sé apreciaba a simple vista, a mí improvisada visita.

– Ya sabemos eso,  hay que esperar con tranquilidad el final.

– La calle es un caos, asaltos, violaciones, abusos.

– Es de esperar, nada detiene Ahora la verdadera razón de ser del humano, que no es otra cosa que la maldad.

En ése instante vuelven a tocar a mí puerta.

– ¿Quién será? Lo menos que quiero ahora, es otra visita.

Expreso con cierto enojo, cuál sería mí sorpresa que al abrir la misma, me encuentro con un niño, de aproximadamente cómo de 6 añitos; el pobre temblaba de miedo, más bien de terror y lloraba mucho; me compadeci de él, era lo más lógico y lo ingresé a mi hogar.

Lo senté en el mueble pequeño, no sentaba en años a nadie allí y le hablé con ternura.

– Tranquilo pequeño, estás en mí casa, aquí estarás seguro.

El me miró a los ojos y no lo puedo negar, aquella mirada atravesó mí alma.

-No quiero morir

Me expresó, abrazándome con fuerza. Yo me sorprendí ante aquella muestra de cariño, pero correspondi a la misma, abrazándolo también.

– No le de falsas esperanzas al muchacho, su muerte será horrible.

Indica él cruel octagenario y yo le grito, verdaderamente indignado.

– ¡Cállese! Lo está poniendo más nervioso.

Diciendo esto, veo que mi puerta sale volando hacia nosotros, es más, casi nos pega; luego de esto, nos quitamos la ropa, lo hicimos porque todo ardía, el calor se elevaba cada vez más, era extremo. Afuera todo era un caos, gritos, alaridos, dolor, mucho dolor. La gente arrastraba su pellejo, buscando con desesperación la piedad de su creador.

Yo estaba angustiado, el infierno se mostraba ante mis ojos y no estaba preparado para eso, en eso veo que el anciano, al que hacía cuestión de minutos, había regañado con severidad, sé desploma sin vida frente a mí, ésto mientras el niño, al cuál cargaba en mis brazos, se desmayaba sin fuerzas; finalmente y sin poder evitarlo, caigo de rodillas, para luego irme de bruces. Mi conciencia me abandonaba y sé entregaba al vacío.

El planeta se acercaba cada vez más al sol, la temperatura llegaba a los 90 grados centígrados, quizás hasta más. Era el final, la última página de una historia, que nunca debió escribirse. Todo acabó.

Fin.

Historias de éste tomo

1- El túnel

2- El manicomio

3- Llegó el fin.

Autor: Marco Antonio Fuguett Toro

Sacven: 2.708

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