Historias del Infierno: Por Marco A. Fuguett Toro 

“El vacío”

Anabel despertó sorpresivamente, a su lado estaba Esteban, su inseparable y fiel esposo.

– Despierta cariño, despierta 

Le pide ella, tocandolo con cierta suavidad en su hombro derecho.

– ¿Dónde estamos amor? ¿Qué sitio es éste?

Interroga él, levantándose con mucha lentitud de aquel lecho.

– No lo sé Esteban, lo último que recuerdo, aunque no con claridad, era que estábamos en una fiesta.

Indica ella

– Así es Anabel, así es, celebrabamos el cumpleaños de Arthur, mí primo.

Aclara Esteban.

–  Todo ésto es muy extraño, mejor dejemos éste cuarto amor y así saldremos de dudas.

Expresó ella y ambos se encaminaron hasta la vieja y muy deteriorada puerta, que servía de entrada, a la fría y tétrica habitación; al abrir la misma, se encontraron con una escalera de madera, la cuál por su aspecto exterior, parecía muy, pero que muy antigua, sin duda alguna, parte obligada de un siglo ya extinto.

-¿Será seguro caminar por aquí? ¿Soportará ella nuestro peso?

Se pregunta Esteban en voz alta.

– No tenemos otra opción amor, no se ve otro camino.

Expone Anabel y ambos se desplazan, eso sí, con extremo cuidado; por aquella rudimentaria estructura, llegan de ese modo hasta un estrecho pasillo, el cuál los condujo finalmente hasta un viejo salón, amplio, sumamente espacioso, en donde resaltaba el cuadro de un hombre, de profusa y espesa barba, que aparentaba por su aspecto, cómo unos 54 años, tal vez menos, de cuerpo fornido, algo alópecico y que portaba una vestimenta, posiblemente del siglo 15 o del 16.

– Esto cada vez es más raro amor, nunca he estado en ésta casa, eso te lo aseguro y tú menos. Es más, me siento dentro de una época a la cuál no pertenecemos. No sé, no podría explicarte.

Acota él y ella le agrega.

– Yo siento lo mismo y te confieso algo Esteban, tengo miedo.

– Yo también poseo cierto temor, aunque es más bien cómo una incertidumbre. No se porque temo lo peor.

– Hablas extraño amor. ¿No será la influencia de ésta casa?

Expresó ella, en el preciso instante en que ambos ingresaban a un extraño comedor, que parecía salido del túnel del tiempo, de amplio tamaño, eso era evidente, en dónde tres comensales, todos hombres, degustaban una deliciosa comida. Uno de ellos, el que parecía ser su líder, ésto dado qué, ocupaba el puesto principal de la mesa (Ya que estaba a la cabeza de la misma)  Se dirige verbalmente a la sorprendida y muy inocente pareja.

– Tomen asiento, coman y beban; están en su casa.

Esteban y su esposa se ven las caras, en cierto modo, esperaban otro tipo de recibimiento; pero aceptan, claro está, con ciertas y determinadas reservas, aquella atípica invitación.

– Tienen pan, tocino ahumado, pasteles de carne de ternera y salchichas. Frente a sus platos está el vino y al lado de éste, el agua. Disfruten su alimento.

Indica aquel que raro anfitrión; mientras continúa su ejercicio gastronómico.

– Comamos Entonces Anabel, en verdad, tengo hambre.

Indicó él, tomando un poco de pan, ella lo ve y hace lo mismo, sin dejar de observar todo a su alrededor.

Las sillas que ocupaban los comensales, eran de cuero tallado, muy bien trabajadas, eso sí, los cubiertos parecían de plata y cada uno contaba con un lujoso vaso de vidrio, de cristal cortado, no había duda alguna de eso; diagonal a la mesa se hacía notar un amplio espejo, que mostraba un marco excepcional y al lado del mismo. Se hallaba una vieja y muy gastada rinconera.

– Tanto mí esposa cómo yo, le agradecemos su gentiliza, el hecho notorio de aceptarnos en su casa, pero deseamos saber, cómo, cuando y porque llegamos aquí.

Expuso Esteban antes de probar su comida.

– No tengo nada que decirles, sólo que coman y beban.

Expresó el hombre que fungía de líder y al que todos llamaban “Oxi”

– Eso no puede ser señor; creemos que fuimos traídos aquí contra nuestra voluntad y eso es un delito. Necesitamos en verdad una explicación.

Expuso Anabel y Ocrin, quien se encontraba al lado de Oxi, le responde de manera tajante.

– La comida está allí, siempre estará allí, al igual que la bebida, solo coman y beban; después de la comida mí hermano Oxi, interpretará en el piano “El nocturno de Chopin” 

– Ésta gente no nos dirá nada Anabel, sólo hablan incoherencias; ya perdí el apetito, salgamos sin perder más tiempo de está casa, pienso que es lo más sensato.

Expresó Esteban y Oxi sonriente le acota.

– Salir, salir de aquí y ¿Para dónde irían?

– Qué pregunta es esa, tenemos una vida, familia, nuestro propio hogar.

Aclara la joven y Ocrin le indica.

– Al fondo está la puerta principal, siempre está abierta, siempre, vayan sí ése es su deseo, pero no les servirá de nada.

La temerosa pareja; ésto lo digo, porque ambos estaban asustados, aunque no sabían propiamente de que, deja a un lado la suculenta y muy abundante comida, que de muy buena fé, les fue ofrecida,, ésto a pesar de tener un hambre atroz; estaba claro, más que claro, que ninguno de los dos, tenía deseos de continuar allí, compartiendo con gente extraña y totalmente ajena a su entorno; ambos estaban decididos a salir de aquella misteriosa vivienda, eso sí, lo más rápido posible.

Con ése fin llegaron hasta la entrada principal, para ellos, hipotéticamente hablando, era la salida a la libertad y efectivamente, la misma se hallaba sin llave.

– Salgamos ya de ésta casa Anabel, no la soporto, incluso, tengo un mal presentimiento.

Expresó Esteban, mientras tomaba sutilmente la mano derecha de su bella y muy encantadora esposa. Con mucha prisa, eso era evidente y gran incertidumbre, avanzaron sin mirar hacia atrás, tal como lo hizo Lot con su familia; de ése modo caminaron y caminaron, poniéndole ganas al desplazamiento, pero no avanzaban, por lo menos eso era lo que sentían, daban pasos en la nada, en el vacío, ya que todo aquel terreno se veía desierto, no habían animales, tampoco vegetación, ni siquiera agua, en resumen, sólo observaban en su duro transitar, mucho polvo y un calor extremo, verdaderamente infernal.

– Amor, hemos caminado sin parar y sin rumbo fijo, por más de 6 horas, pero siento que perdemos el tiempo.

– Lo sé Anabel, pero tenemos que luchar, insistir, no quiero que volvamos a esa casa.

Acotó él y siguieron aquella marcha forzada, para nada grata. Por fin y no muy lejos de donde se encontraban, divisaron una vivienda, bastante vieja por cierto, quizás muy antigua, ésto era obvio y se deducía de su aspecto exterior.

– Anabel, toquemos la puerta de esa casa y pidamos ayuda, ya no aguanto más y tú tampoco te ves bien.

– Tienes razón cariño, pidamos apoyo, no aguanto más los pies, me arden, me duelen.

Él tocó tres veces la puerta, lo hizo con fé, ya que la esperanza es lo último que sé pierde, pero nadie les abrió, por los menos un humano no. Extrañamente y al poco rato, aquella entrada se fue desplazando sola, por sus propios medios y sin la ayuda de nadie, dejándoles totalmente libre el acceso, a la sorprendida pareja.

– ¿Viste eso? La puerta se abrió sola.

Acota ella y él agrega.

– Ésto no es normal, algo sucede amor, algo que no sabemos. Pero pasemos al interior de ésta casa, no tenemos otra opción. Éste desierto podría convertirse en nuestra tumba. Si seguimos como vamos.

Ambos ingresaron silenciosamente en aquella solitaria  vivienda y se encontraron de repente, así por así, en la misma sala, que horas antes habían abandonado. Para emprender su inútil y nada grata caminata.

– ¡No puede ser mí amor, llegamos al mismo lugar!

Exclamó él

– Esto es algo diabólico.

Afirmó ella; en ése preciso instante, escuchan una voz, por cierto conocida, que le habla a sus espaldas.

– Se les advirtió, pero ustedes insistieron en salir.

Se trataba de Oxi. El extraño anfitrión; quién se encontraba en la sala de paso, ya que se dirigía a la biblioteca (La misma funcionaba en una amplia habitación, que tenían acondicionada para esos fines y en dónde se exhibían, más de tres mil quinientos textos) 

– Díganos la verdad. No siga callando. ¿Qué está pasando con nosotros?

Interrogó Esteban, mientras Anabel, fijaba sus hermosos ojos azules, en el peculiar personaje. Esperando de éste, una respuesta coherente.

– En 20 minutos interpretaré uno de los nocturnos de Frederick Chopin. El gran pianista Franco/Polaco. Están de antemano invitados.

Expresó el joven y Esteban le acotó

– No entiendo. ¿Ustedes son locos o qué?

Y Anabel agrega

– Sé les pregunta una cosa y responden otra.

– No se trata de estar loco o cuerdo. Esto es lo que hay y no quiero más preguntas. Tienen acceso a nuestra gigantesca biblioteca, con más de 3 mil libros, pueden admirar mis interpretaciones en el piano, allí escucharán lo más selecto de la música clásica. Por su parte Ocri, los honrará con un escogido repertorio de ópera, de la más alta calidad, allí apreciarán su excelente voz de soprano y Sim, mi hermano menor, les mostrará la obra de los poetas más selectos, que tocaron con su poesía, las anheladas puertas de la fama y les recitará claro está, con su peculiar y característico estilo, sus más exquisitos poemas. La comida estará siempre servida en la mesa y con gran variedad; eso es todo, no tengo más nada que decirles y los dejo ahora, tengo cosas que hacer.

– ¡Necesito un teléfono o una computadora, comunicarme con alguna plataforma de las redes sociales!

Exclama angustiada Anabel, tratando de que Oxi, antes de retirarse, diese en su contestación, alguna esperanza, algún rayo de luz; éste tan sólo se voltea y le expresa en forma tajante.

– En la casa no hay nada de eso, ya les indiqué lo que tenemos aquí, no poseemos más nada, me retiro entoces; nos vemos en unos minutos para el concierto.

Tanto Esteban cómo Anabel, se dejan caer en el viejo y deteriorado sofá, de aquella espaciosa y solitaria sala, verdaderamente estaban  agotados; se hallaban totalmente confundidos por aquella realidad, que no entendían, que no lograban descifrar y que  los atormentaba, acorralandolos sin duda alguna, en una horrible pesadilla, que no parecía tener fin.

– Me pregunto yo Anabel, dentro de tanta incertidumbre. ¿No estaremos muertos o algo así?

– Puede ser, quizás estemos en una especie de limbo o algo parecido, bueno, en verdad no sé.

Diciendo ésto los dos se abrazaron y caminaron hacia el interior de aquella misteriosa vivienda; ya el concierto había comenzado; ellos llegaron sin ningún tropiezo, hasta la lujosa salita, algo pequeña en verdad, pero muy bien decorada y tomaron asiento. Sonaba el nocturno de Chopin, opus 9, número 2. Una música en verdad maravillosa, allí se encontraban también, cómo era lógico, los hermanos menores de Oxi, disfrutando al máximo cada nota lograda.

Finalmente terminó la impecable interpretación y todos aplaudimos, verdaderamente complacidos. Luego fuimos a comer, lo hizo el grupo completo, debo reconocer que hambre había y bastante, debo acotar, que nos portamos lo más normal que podíamos, por lo cuál y dicho ésto, no quisimos insistir más, en eso de saber, sobre nuestra extraña situación, queríamos comer en paz y luego dormir, por lo menos, eso eran los planes, pero tanta calma no podía ser cierta y en plena comida, pasó lo inesperado, apareció de la nada el tipo ése del retrato; verdaderamente era corpulento el condenado, hipotéticamente hablando, pelear con él sería enfrentar a una pared, incluso y no exagero, inspiraba el desgraciado bastante miedo, llevaba para colmo de males,  una espada muy afilada en su mano derecha, con la misma cortó, sin piedad alguna y de un sólo golpe, la cabeza del pobre Oxi, la cuál y por cierto voló hasta mí plato, luego hizo lo mismo con Ocrin y con su hermano menor;  Anabel gritaba cómo loca, yo estaba paralizado por el terror, nada podía hacer. La masacre no se detuvo allí, siguió su curso y frente a mí estupefacto cuerpo, aquél engendro levantó a mí mujer, lo hizo cuál sí fuese un papelito y la picó sin la más mínima piedad, en dos partes iguales;  después me agarró a mí, me manipuló cómo sí fuese un muñeco, una especie de pelele y me quitó, sonriendo de oreja a oreja, un brazo, luego me cercenó el otro. Lanzándome después y con mucha fuerza contra la pared, que les puedo decir, reboté  de la misma, cómo lo haría una vulgar pelota y caí al suelo, sin fuerzas y desangrándome cómo un maldito, al lado de mi futuro cadáver, porque agonizaba pero aún vivía, estaba la parte superior de mi amada esposa, la cuál tenía por cierto, los ojos abiertos de par en par, es más, parecía mirarme, desde los umbrales de la misma muerte; por otro lado, mi sangre corría sin parar, lo hacía a chorros y una extraña paz, poco a poco, se apoderada de mí. Debo acotar que aquel despiadado asesino, sin duda alguna un hijo de puta,  culminada su “insigne” acción, se sentó cómo si nada en la mesa y empezó a comer con mucho apetito, al parecer estaba muerto de hambre. Ojalá te de diarrea, expresé en baja voz. Todavía el nocturno sé repetía en mis oídos,  tratando de darme algo de paz.

– Te amo Anabel.

Susurré resignado a morir y le tomé con cariño su mano.

Fin.

“El camino”

Iba cómo a 80 kilómetros por hora, la verdad sea dicha, nunca me gustó la velocidad extrema; deben ser cómo las 2, quizás las 3 de la madrugada, no estoy muy seguro. Viajo sólo y lo hago por negocios, siempre por eso, nunca por placer; encendí la radio, una musiquita no me caería mal; ésto dado qué, ésta carretera solitaria y triste, me está provocando bastante sueño. No logro captar ninguna señal, el dial muestra demasiada interferencia. Me detengo entonces a un lado del camino, era necesario hacerlo y me bajo del vehículo, con cierta y marcada lentitud, estiro un poco las piernas (Las tenía entumecidas)  Y orino (Ya no aguantaba más las ganas) Sobre unos maltratados matorrales; en eso, escucho un extraño ruido, como si algo o alguien se moviese entre la vegetación. La curiosidad mató al gato, eso lo decía mucho mi abuelita y por eso decido sin pensarlo dos veces, perderme de allí, cómo alma que lleva el diablo, no soy muy valiente que se diga y más vale un cobarde huyendo, que un valiente muriendo, debo reconocer eso; aclarado lo anterior y con los nervios algo alterados, por el bendito ruido, me desplazo hacia mí automóvil y arranco de ése lugar a toda velocidad, para ser más claro aún y hablando en lenguaje coloquial, “salí quemando caucho”

La radio sigue igual, no logro sintonizar nada y esta maldita carretera parece no tener fin, es más, no sé hacia donde me conduce, creo que ya perdí hasta el rumbo. Enciendo un cigarrillo, fumo mucho, desde muchacho lo hago. Veo la hora, cosa ésta inusual en mí, pues odio que el tiempo me domine. Qué extraño es todo esto, se los digo con sinceridad, todavía mí viejo reloj señala las tres de la mañana, es más, y ahora es que me doy cuenta de ése detalle, sé paró, no avanza, como tampoco lo hace el tiempo, parece detenido, inmóvil, aquí pasa algo que no sé, de eso estoy seguro,  cómo también lo estoy de que tarde o temprano sabré que sucede aquí, cómo puede ser  normal ésto. Ruedo y ruedo y no llego a ningún lado; que vaina tan rara. Respiro profundo, trato cómo sea de relajarme, de calmarme, no debo alarmarme, bajo ningún concepto debo hacerlo, entonces pienso en mí esposa, es un antiguo recurso que siempre utilizo y aunque eso me excita, se los digo porque está súper buena, les juro que es cierto, imaginarme ése cuerpecito me da paz.

Por el retrovisor veo a un vehículo, que no me da buena espina, éste me viene siguiendo o por lo menos, se mantiene detrás de mí y a una velocidad inferior a la mía. Aquello me parece sospechoso, le hago señas con mí mano izquierda para que me pase, pero no lo hace, se mantiene igual. Empiezo entonces a ponerme nervioso, un efecto de eso, es el sudor que me corre de manera copiosa y sin control por el rostro, cosa ésta que me molesta, les juro que sí, saco entonces y apresuradamente, un pañuelo de la cajuela de mí auto, lógicamente para secarme; también agarro y no me critiquen por eso, mí inseparable botella de whisky, no la pelo en estás situaciones y nunca salgo sin ella y no les digo la marca, porque a mí nadie me pagó por la publicidad. Coño de la madre, tengo palpitaciones. ¿Por qué seré tan cagón? Me pregunto ésto, mientras me bebo un trago, lo hago a piquito puro, cómo Juan charrasqueado, luego vino el otro y  ¿Por qué no? Otro más ¡Ahhh! Me siento mucho mejor, más seguro de mí mismo, ¡Quién dijo miedo Carajo! Me bebo otro palito, para equilibrar las energías y otro para el autocontrol, ustedes saben cómo es la vaina. Les aseguro algo, ya a éstas alturas del juego, Superman es un pendejo delante de mí; y no estoy exagerando ¿Quieres pelea marico?  Vas a conocer a tu padre desgraciado. 

Diciendo ésto y totalmente envalentonado, detengo el auto a un lado del camino, claro está que el otro vehículo lo hizo también o sea, se estacionó detrás de mí, pero ya no tenía tanto miedo, es más, estaba dispuesto a todo. Hago una respiración profunda, eso me ayuda mucho y me bajo de mí carro; lo hago con pleno y absoluto control de mi mismo, me dirijo entonces y sin perder más tiempo, hacia donde estaba el hijo de…… Ustedes saben de que (Ésto de venir sólo) Ubicado ya frente al extraño automóvil, toco varias veces y con mucha firmeza la puerta del conductor, claro está para que salga, hasta le grito al condenado bastardo, ésto para enfurecerlo y hacerlo dejar del vehículo ¡Sal desgraciado qué aquí está tu padre! Pero a pesar de todos mis esfuerzos, del empeño puesto, nadie se bajaba del maldito auto. ¡Nadie! Desesperado ya por aquella situación, por demás rara y totalmente anormal, tomo la ilógica decisión de abrir yo mismo la puerta, pero antes de hacerlo, cómo era de esperarse, me tomé otro palito, ustedes saben, para agarrar ánimo. Finalmente y poseído de nuevo por esa especie de super héroe, la abrí con rapidez y ¿Adivinen qué? No había nadie en el interior de aquel carro, estaba totalmente vacío y les garantizo que revisé bien, por todos lados, que les puedo decir, el valiente se fue y volvió el cagao, dicho ésto, me voy desplazando hacia mí vehículo, como quién no quiere la cosa y lo abordo con una tranquilidad que no era para nada real, ya cómodamente instalado en su interior; enciendo lentamente el motor, cierro herméticamente la puerta y arranco de allí, con mil cosas en la mente y sí, tienen razón, acertaron cómo siempre, el vehículo fantasma no deja de seguirme y lo hace a la misma velocidad.

La carretera se mantiene igual, sola, vacía y hasta triste, la hora es la misma, no avanza, el tiempo  permanece inmóvil y yo…..me siento atorado en ésta mierda. Ya va, abro los ojos. ¿Acaso los tenía cerrados? Con enorme satisfacción, eso se los juro, observo que estoy acostado en mí cómoda y muy confortable cama, eso tranquilizó mis nervios, para mejorar aún más lo expuesto, a mí lado se encontraba, ése enorme premio que me dió la vida, me refiero a mí bella y muy amada esposa.

– Coño Ana tuve una pesadilla horrible.

Le indico, todavía instalado sobre nuestro fogoso lecho y ella me observa, eso me asustó un poco, con una mirada, que en verdad no le conocía. Al poco rato y en completo silencio, se levanta del mismo y camina con lentitud hacia la peinadora 

– ¿Me oyes amor? Te estoy diciendo que tuve un sueño aterrador, estaba manejando por una extraña carretera y un carro fantasma me seguía. Qué bueno que ya desperté de ésa pesadilla y que estoy aquí, contigo a mí lado cariño, te juro que ya me siento mejor.

– Hay un problema amor 

Me expone entonces.

– ¿Cuál?

Le pregunté, sentándome en la cama.

– Que tú no estás aquí, no estás aquí, no estás, simplemente no estás.

– ¡Pero te volviste loca! ¡Claro que estoy aquí!

Exclamé a viva voz, golpeando con solidez el volante de mi automóvil.

– Maldita sea, ella tenía razón, sigo dentro de ésta pesadilla. ¡Coño!  Ésto no puede ser otra cosa que eso,  una absurda pesadilla.

Veo la hora, es la misma, llevo días y días manejando y no me canso, ni siquiera me da sueño esto no es normal, es un continuo transitar hacia la nada, ya va, hay una patrulla allí, cómo a 200 metros de mí, voy a pedir ayuda, ellos deben saber algo.

Estacioné mi carro frente a la unidad policial y caminé hacia la misma, la verdad sea dicha, estaba desesperado y sea cómo sea, aquello se veía cómo una esperanza. De allí salieron dos hombres, por cierto muy corpulentos, ambos portaban garrotes (Esos rolos que usan ellos, en su día a día) Se hallaban impecablemente uniformados y no se veían, nada amigables (Yo diría que hasta mal encarados). Debo acotar que los mismos, estaban dispuestos sin duda alguna, a causarme o generarme algún tipo de castigo físico. Eso era obvio. Les cuento, porque no tengo otra opción, que ésos desgraciados, no me dejaron ni hablar, empezaron eso sí, a golpearme sin parar, una y otra vez,  tanto que sangraba por todas partes, sobre todo por el rostro, les juro por mí mamacita, que me dolía hasta el alma; producto de aquel despiadado ataque, que parecía no cesar, sentía que las fuerzas me abandonaban, que venía el tan ansiado final “Que bueno que se acabó ésta mierda” expresé en mí agonía y resignado, cómo buen pendejo que  era, a mí extraño y cruel destino, cerrando eso sí, con la paz que brinda la muerte, mis muy maltratados ojos.

Al abrirlos de nuevo, estaba otra vez conduciendo, en aquella oscura y tétrica carretera, no presentaba daño alguno en mi cuerpo, el carro fantasma seguía acosandome y eran las 3 en punto de la mañana.

– ¡Qué maldita mierda es ésta!

Exclamé al borde de la locura, porque ya no sabía que hacer; traté eso sí, de controlarme, la desesperación no es buena consejera y detuve por un instante mí vehículo, respiré profundo, eso siempre me tranquiliza algo y tomé, cómo buen borracho, la botella de whisky, no lo hice para verla, no es objeto de adoración; por lo cuál y cómo es lógico, procedí a beberme un trago, un largo trago, luego reflexioné, debo acotar, que lo hice en voz alta.

– Y sí todo ésto es por el carro, me refiero a que puedo estar, dentro de una de maldición o algo así; o  será por ésta mal parida carretera; que es cómo una especie de limbo, un vacío entre el tiempo y el espacio, sé que suena raro, bueno a decir verdad todo es extraño aquí, sea cómo sea no seguiré más en éste auto, no quiero estar más aquí, voy a caminar, eso haré, ya lo decidí; pero no me iré por éste camino, no puedo, no confío en él, me meteré por el monte, mis pasos tienen que conducirme a otro destino, debe haber gente en algún lado, alguien debe saber algo.

Dejando mi carro orillado y sin equipaje alguno; me metí en la espesa vegetación, les juro que no tenía otra opción, me guiaba la desesperación. Sólo llevaba conmigo el licor, solo eso; demás está decirles, que el auto fantasma (Así le puse y así sé quedó) Permane allí, cómo una plasta de mierda, detrás del mío.

– Carajo. ¿No será que estoy muerto o a punto de morir? ¿Estaré acaso en coma o en estado vegetativo?

 Me pregunté, mientras me internaba en aquel espeso sendero. Qué les puedo contar, aquí no hay ni brisa, no sé vé ni un maldito bicho, nada que camine, que se mueva. ¡Qué respire!  Me tomo un trago, que otra cosa podía hacer y palpo por palpar una planta, todas son iguales en éste infierno; me refiero a su forma y aspecto, las mismas presentan un verde paliducho, que muestran una clorofila agonizante. Ya va, esperen un momento, veo cómo a 100 metros de mí, a un hombre. Lo diviso con claridad ¡Por fin un ser humano! Alguien con quién hablar, camino hacia él, estaba en verdad muy animado, al tenerlo cerca, lo toco levemente en el hombro, buscando con eso llamar su atención, ésto dado qué, estaba de espalda. Éste se voltea y me lanza un derechazo, que me dejó casi noqueado, cómo era de esperarse me desplomé a tierra y allí me quedé, bastante aturdido, confundido quizás y tratando de recuperar fuerzas, entonces recibo una patada, en toda la boca del estómago y otra más fuerte aún en la cara.

– ¡Ya basta!

Le grito, buscando calmar a la bestia, pero éste me sigue pateando y pateando, sin piedad alguna, cómo sí yo fuese un vulgar balón; les garantizo, eso se los juro, que ya no soportaba tanto dolor, tanto castigo, finalmente, entregado como estaba a la muerte, cierro los ojos esperando resignado, mí trágico final.

De repente los abrí y estaba de nuevo dónde mismo, esto es desesperante, ya no podía bajo ningún concepto, buscar una explicación lógica para ésta situación; no la había, no la tenía, de pronto me llegó a la memoria Albert Einstein, él Afirmaba que la realidad era una fantasía y qué el tiempo no como tal no existe. ¿No estaré yo encerrado dentro de algún portal. ¿Estaré condenado por siempre a ésto? ¿Éste será mí castigo perpetuo? Son muchas preguntas y todas sin respuestas. Mientras tanto yo sigo aquí, conduciendo éste auto qué odio, por ésta maldita carretera.

Fin.


 

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Festi
1 mes atrás

Un fragmento corto, pero con una gran calidad en la redacción 👏, saludos Marcos.

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