Hablándole a los horizontes

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Yin y Yang

Hermano o hermana = cuerpo unido.

Cuerpo unido, o yin y yang, o dos dragones, o infinito, este texto empieza con retarte.

Te voy a retar.

Ahí va.

Infinito, ¿cómo que te dejé solo?

¿cómo que te dejé sola?

Disculpá que no te quise hacer esta pregunta:

¿puede alguien que siempre estuvo solo dejarte solo, dejarte sola?

Y de todas tus respuestas, yo me pregunto:

¿la visión es ilimitada de parte de quién?

¿no será que no podía darlo todo, yo, ser solo?

¿y si tal vez no quise fue para que tus garfios tuvieran piedad de mí?

¿y si quería piedad será porque aquí no te espero?

¿y si tu empatía es ciega a mi simpática empatía?

¿y si mis culpas son el veneno que te da la chispa de la aventura para que sigas divirtiéndote?

Infinito solitario,

yo también traigo dentro de mí el alma del zafiro.

Ese mar también me deja callado y quieto y melancólico.

Ese mar me hace detenerme y estar solo, también.

Y ése mar me hace reír como nunca antes.

¿Te he dejado solo, sola, infinita orilla al otro lado del mar, con tus ojos brillosos como puentes pidiendo ser construidos, en mi humilde orilla que naufraga y no tiene asideros?

¿Qué te ha hecho este clavel del aire que saca y pone raíces como si pusiera flores?

Perdoná infinito, a éste sutil infinito, que también le duele su infinitud. Ni debería pedirte perdón si ya sabés tu nombre.

Río cuando tu necesidad de disculpas es la necesidad de tu niño para no sentirse culpable.

Vaya a jugar a la sombra, vaya infinito, apúrese, que la luz está comiéndose todo.

No se olvide, simplemente, de regresar a la hora de la cena.

Y cuando llegue, la mesa estará servida, mis ojos estarán ciegos, mi boca estará abierta, y yo no diré nada, solo seré un eco, el eco de “no es mi despedida” de Gilda.

Y ahora hago un quiebre en el texto.

Luego de este reto, que ni quería hacer,

que nunca hice sino jugando,

pero a cada cuál le llueve como le llueve,

viene lo que sí vine a decir.

El quiebre sigue al punto, reflexione, deje de pensar, sosiego en su alma, sosiego en su espíritu, respire profundo, luego no sé, haga una pausa, hágase un mate, fume algo, coma alguna cosa, mire por la ventana, recuerde el presente de cualquier manera y luego, ahí, después de este punto y de ese calmarse, léame.

En la tierra redificada por las redes sociales, todo estaba aburrido y lento.

Yo ahí paseaba mi dedo holgazán, pensando en no me quiero ir.

Finalmente me fui y me subí a una ciudad que vi en sueños.

Esa ciudad en sueños me recordó al Limbo que Odiseo le cuenta a Dante,

Una montaña en formación.

Para subirme a ella le puse un nombre cualquiera, uno rápido, fugaz, para no tardar demasiado en escalarla le puse Babel. Muchos estarían de acuerdo con ese nombre. Por las dudas, yo, le colgué el collar del pez de los primeros cristianos que le robé a Charly cuando lo vi casi muerto, súper vivo, sin ser cristiano. Y tiré todas las cruces desde su cima hacia el fondo del mar. Enterrado lo muerto me puse a mirar las paredes de la ciudad. Los cuadros de todos mis desconocidos estaban ahí, eran auténticos Dorian Grays, robados en no sé dónde, llevados allí por pura magia, esperando a ser destrozados y que el alma brotaste de ellos y se hicieran carne allí conmigo, en Babel.

No había nadie aún, en esa ciudad, estaba yo solo.

Es que la estaba soñando.

La ciudad flotaba arriba de la tierra, y ahí todos estarían viviendo algún día, abajo la tierra estaría libre, y los jaguares, esos hijos de los rayos del cielo, serían lindos gatitos que se comen a sus pares más pequeños, un espectáculo para ver, un paraíso al cual asomarse desde la ventana, esa protección de la fauna al fin lograda, para que los felinos fueran al fin libres otra vez.

Y allí, allí arriba, donde estaríamos todos, no había nadie.

Así que vi infinitos fantasmas, y los puse en uno solo para no estresarme, y lo llamé Rimbaud.

Lo puse a Rimbaud frente a mí y vi que también tenía facebook. Me dijo ¿qué te parece mi obra? Le dije, todo muy lindo pero, ¿otra vez te vas a ir a hacerte rico? Y se rio. Le dije, bueno sí es gracioso. Escuchá, yo me voy por un largo, largo rato. Te quiero decir una cosa, Rimbaud.

Entrecerró los ojos, sospechoso, le parecía que tal vez yo lo soñara a él y no él a mí, de todos modos, yo bien despierto, y sin rodeos les dije a Rimbaud, les digo ahora, a los Rimbaud de la red:

No jueguen más. Yo digo no al juego. No, basta. Háganse ricos, ricos, ricos. En serio, ricos. Y luego sigan jugando. Ni sistemas ni mierdas, ricos.

Quiebre.

Calma.

Háganse ricos o libres y sobrevivan.

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