GENERACIÓN DE CRISTAL… ¿O DE PAPEL?


Si se midieran las últimas generaciones por el grado de felicidad, podría decirse que, en el plano social y psicológico, las generaciones de la segunda mitad de los 90 para arriba tienen un nivel que va disminuyendo cada vez más. Y ahora que predomina la tecnología, parece como si los jóvenes dependieran de los dispositivos como un enfermo depende de un respirador artificial para sobrevivir. Además, desafortunadamente para ellos, están viviendo su niñez o adolescencia en una época donde se vive de las apariencias. A todos les interesa más lo que proyectan en el exterior que lo que proyectan en el interior. A los adolescentes y veinteañeros les importa más pertenecer que ser, pertenecer a un grupo que ser lo que son.
Retrocedamos a las décadas de los 80 y 90. Las personas que actualmente tenemos entre 29 y 40 y tantos años íbamos al colegio y jugábamos avión, piedra papel o tijera, Stop, etc.; nos burlábamos de los profesores; hacíamos nuestros juguetes con cualquier desecho; nos mojábamos en la lluvia, veíamos en la televisión El Chavo del Ocho, Candy Candy, Tom y Jerry, El Príncipe del Rap, Baywatch, Friends, etc. Escuchábamos en nuestros Walkman y Discman música de Queen, Backstreet Boys, ABBA, Bob Marley, Elvis Presley y bailábamos con rolas pegadísimas como La Macarena. Nos llenábamos de ilusión cuando en diciembre veíamos los comerciales de los nuevos juguetes y los incluíamos en la carta del Niño Dios; las niñas nos vestíamos con vestidos o conjuntos acordes a nuestra edad y que nos hacían vernos como princesitas. Solo pedíamos dinero para comprar las golosinas o los helados que veíamos en la tele. Cuando empezaron a evolucionar las computadoras, gozábamos haciendo garabatos en Paint y nos emocionábamos cuando veíamos volar las cartas del Solitario y jugando los juegos de nuestros sencillísimos teléfonos celulares. Hacíamos nuestras tareas manualmente con libros o enciclopedias digitales y obligados por nuestros padres. Estos nos ponían límites con firmeza y lo asumíamos. Nos enseñaron a no querer todo fácil.
Vayamos ahora a la época de 2010 en adelante. Los jóvenes cuyas edades rondan actualmente entre los 15 y 25 años van a la escuela o a la universidad como si fueran a una casa de citas, a ver con qué chico o chica se acuestan; si no tienen un Smartphone donde mostrar sus selfies, no se sienten completos. Les hace gracia cualquier video estúpido y banal de Tik Tok o Instagram y para ellos los juegos de mesa son obsoletos. Solo encienden la televisión para ver programas como The Walking Dead, Caso Cerrado o series de Netflix. Gozan escuchando y bailando canciones obscenas de reggaetón y los cantantes como Maluma y Bad Bunny son sus gurús. Ya no creen en el Niño Dios sino en que tienen que llorarles a sus padres para que les compren el último IPhone, y lo peor es que estos lo hacen sin méritos. Las chicas de entre 8 y 13 años ya quieren vestirse y maquillarse como las Kardashians. No se conforman con cualquier cosa que pueda hacerlos feliz, sino que quieren todo aquello que les dé status y les permita ser aceptados por un grupo social. Sufren si no tienen seguidores en Instagram, si los trolean, si Facebook les cierra la cuenta o si no logran pasar el videojuego de moda. Sus padres los dejan a su libre albedrío pues cualquier regaño o paliza los estaría condenando a la depresión o incluso al suicidio. Son cada vez más influenciables, si bien no son tan inocentes.
Ahora que este mundo se ha vuelto más superficial y banal que antes, a los jóvenes les interesa más ser admirados que felices, viven preocupándose por cualquier cosa como por ejemplo, que un dibujo animado simbolice racismo o acoso sexual, pero no se preocupan por que una pandemia casi acabó con el mundo. Creen que sus padres deben darles todo sin ganárselo y, si no es así, los marcarán de por vida. Prácticamente dominan a sus padres, no ven los miles de jóvenes que están sufriendo en guerras, pobreza extrema o padeciendo enfermedades crueles. Que los embarazos adolescentes van en aumento porque los jóvenes creen que tener relaciones sexuales es jugar al Kamasutra para principiantes y que tener un hijo es como tener un muñeco de peluche.
Quiero aclarar que no todos los jóvenes de esta era presentan estas características, pero sí se pueden ver en una gran parte. Tampoco estoy poniendo a las generaciones anteriores como “superiores”. Muchos jóvenes de estas generaciones también tuvimos algunos arranques. Sin embargo, no nos íbamos a suicidar porque nuestros padres nos castigaran sin ver la televisión o porque nos decomisaran los celulares. Me pregunto ¿De qué estarán hechas las próximas generaciones? ¿El cristal se convertirá en piedra o se terminará de romper hasta hacerse polvo? El tiempo lo dirá.