El patio encantado

Pasaba allí largas horas esperando que el destino viniera por mí y me dejara con aquello que me había consignado desde antes de nacer: una familia numerosa, una enfermedad congénita, un estigma de poeta en desuso, una fuerte pasión por avistar estrellas en el ocaso…Todo esto que estaba prefabricado en mí, evolucionó con las interminables visiones de las noches de invierno; por los deseos sin fin de perseguir amaneceres blancos y por los versos, que nunca pudieron nacer y se abortaron en mi boca, por la inacción de las palabras rotas.

Fue en el patio encantado, donde aprendí a conocer el mundo, donde di mis primeros pasos y tuve que hilar mis primeros balbuceos de infante…No tengo más recuerdos que un fogón, que congregaba a mis hermanos y unos olores a comida, a humo y un ruidoso tintineo de platos y cuchillos escandalosos, mientras las fabulas inherentes de los viejos que contaban las historias de cerros y comarcas que habían visto en sus anteriores vidas de campesinos y medieros de la galleta, el saco de porotos y el cuarto de tierra, que sembraron con la esperanza de una nueva vida.

No quería ir contra la corriente y en ese patio ensayaba en mi mente, distintos escenarios, donde caminaba, corría, reía y lloraba. En ese patio de tierra, tuve que ecualizar mis sensoriales instintitos para sobrevivir. Llegar a comer, ya era una odisea; trepar los árboles en busca de peumos y damascos, fue una habilidad que se desarrolló en mí; pero sobretodo, fue el caminar por el campo sembrado de sandias y melones o recorrer la ribera del río en busca de aventuras interminables, terminaron forjando, una imaginación -no acorde- con la realidad marginal de mi vida doméstica.

En ese patio, tuve que fraguar una fuerza que contrarrestara el devenir, que en ese tiempo era muy inestable, porque todo estaba teñido de un modo tan extraño, que fui refugiándome lentamente en la escuela, donde llegaba en la mañana y me iba en la tarde-tarde a mi casa, donde sólo el patio atendía mis necesidades de afectos y mis preguntas, que surgían como una hiedra, que fue copando lentamente mis silencios…

Era la contradicción de una infancia que pasó llena de juegos, de escondites y lecturas de revistas, que por casualidad caían a mis manos. Una infancia, que recorrí de la mano de otros como yo, que aprendimos el mundo desde el suelo, corriendo por el campo, contando estrellas y atrapados por el barro, que en invierno nos desafiaba a caminar sin apuros, entre caminos gredosos y grandes charcos de agua, donde se veía reflejada, una infancia, que viví a concho.

Era el patio de los ensayos, donde pasaba “piola”, porque no debía dar explicaciones a nadie… y cantaba y soñaba con un universo nuevo, donde se pudiera vivir con las contradicciones propias de un mundo emergente, lleno de luz y sombra.

Arrullado en los atardeceres tibios del verano, fui fraguando una visión de las cosas, que me llenaron de preguntas, que fui absorbiendo con el tiempo, de la mano de los poetas españoles o de las novelas latinoamericanas, que sembraron en mí, otras visiones, más amplias, situando mi patio encantado en una morada extinta por el advenimiento de una modernidad, que cercó los deslindes y pavimento el suelo, transformando mi patio encantado en otra pieza para dormir, porque la casa se ampliaba y mi imaginación se iba arrinconando hacia una nueva vida, sin las referencias infantiles. Fue el fin de una infancia y el inicio de una vida, donde desafíe las leyes de la física para mantener mi patio encantado con todos los rudimentos, que me vieron crecer.

Recuerdo que el patio era una locura cuerda. A veces, el fogón en el centro servía de cocina para un ejército de mendigos hambrientos y necesitados; otras, era el escenario de los juegos de infancia, lleno de imágenes y objetos que caían de las casas contiguas, pero la más de las veces, era todo onírico, puertas que caían; golpeteos en la frente de recuerdos imborrables; sutiles miradas de ancianos, que dormían en el vacío. Notas de una música que transportaba a la memoria por los pasatiempos de las silabas más estructuradas de mi lenguaje astral, de poeta sin destino.

Tiempo que recorría un patio inclemente, que ayudaba a mis instintos a sobrevivir… De ese patio, ya no queda nada. No está la luz de la mañana, los cantos de los pájaros, los ladridos de los perros y a lo lejos, la estridencia de los camiones de la carretera panamericana, que cada noche se colaba en mi pre sueño del atardecer.

El tiempo y su devastador efecto sobre las cosas y las personas van anulando todo. Solo un conjunto de recuerdos que se anidan para siempre en nuestra memoria, nos salvan de la muerte. Ese patio, que hoy solo existe en mi imaginación, es una ventana, por donde espero perpetuar la vida de la razón, que me vio nacer.

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