El mariachi de Rosa

Comúnmente, las rosas florecen cuando bendecidas son por la primavera. Aunque yo conocí a una Rosa que atrajo la más fragante primavera a mi vida e hizo florecer en mí un centenar de canciones tan hermosas como los cantares que suceden al alba.

Sí, estoy hablando de una mujer, la mujer que convirtió cada uno de mis suspiros en un siglo de dichas. Aquella creatura que me hizo desear ser polvo, no más para morirme a sus pies cada que ella pasara por mi calle matinal.

Ah, cuánto la amaba. Y tanto la admiraba que, a veces, competía con la noche para ver quién de los dos tenía más tesoros: si la noche con sus brillantes estrellas o yo con mi rivera desbordante de enamoradas canciones. Mas, en realidad, eso nunca importó, pues yo me inspiraba en el cielo y éste en mis deleitosos insomnios.

Sin embargo, hasta entonces, no me había atrevido a cantarle ninguna de mis inspiraciones, me conformaba con decirle «Hola» y un devoto beso rezando su nombre, cada vez que se daba el milagro de encontrarnos.

Es que en una ocasión, cierto hombre me dijo que las palabras bellas a una mujer no eran más que eso si faltaba un corazón lleno y un estómago saciado. Yo ya contaba con el corazón y las palabras, pero no siempre tenía lo suficiente para compartir entre mi pobreza y yo, pues, en aquellos días, no tenía más que para un café para brindar con mi compañera, la soledad.

Necesitaba tanto dinero como tantas son las estrellas o, al menos, tanto como el número de mis composiciones, ya que, para más cargas al burro, el padre de Rosa, don Hipólito, era uno de los hombres más ricos del estado. Así que no podía despojarla de su vida acomoda a cambio de mi amor no más.

Pero, un día, encontrándome en el parque, sin vender una sola cantada, me topé con el cártel de una convocatoria para mariachis. El concurso sería en la capital, precisamente, en el Palacio del Artista. El premio me dio, al menos, ochenta mil razones para querer intentarlo. Y aunque sabía que sería casi imposible ganar, el delirio del amor me hizo acariciar lo intangible, mi anhelo de tomar de la mano a Rosa.

Así que no lo pensé más y partí a la capital con dinero prestado y mis siete mejores canciones, las más sentidas, las más… Bueno, usted me comprenderá. Tuve que esperar mi turno durante tres días. Luego de mi intervención, regresé destrozado a casa, pues los rostros de los jueces me acribillaron, como que si de mi ejecución se tratase.

Rosa florecía más que nunca, en lo imposible, a medida que mi anhelo marchitaba en mi realidad. Hasta que, un buen día, recibí un telegrama.

«Estimado músico: nos es grato informarle que es el ganador del certamen nacional de música vernácula. Le suplicamos presentarse a Palacio el 10/07 del presente año para ser premiado».

Llorando, sentí revivir, sentí acercarme, de nuevo, a Rosa. Así que partí de inmediato a la capital, pues la fecha señalada sería mañana. El condenado telegrama me había llegado con una semana de retraso. Por poco, me quedaba sin nada.

Gracias a Dios, llegué a tiempo. Aunque no me entregaron ochenta mil billetes, como yo me había figurado, sino que me entregaron una cuenta de banco con todo ese dinero. ¡Más feliz no podía estar! Quería volver a casa ya mismo para participarle a Rosa lo que había sucedido, pues, hasta el momento, no le había dicho nada acerca del concurso.

Pero antes de retirarme el hijo del Presidente me pidió que le cantara mi mejor canción a su prometida, cosa que, en un principio, no quise porque aquella era para Rosa. Mas el joven me pagó por adelantado e insistió tanto que debí aceptar. Claro, siempre pensando en mi porvenir junto a mi amada: le haría la casa más hermosa junto al río y también pondría un negocio para nuestro sustento.

En fin, llegamos a la fiesta y, enseguida, me pidió que comenzara a cantar, en lo que la novia se mostraba.

Qué envidia me da🎶

El que sólo tiene tu sonrisa🎶

Su pobreza sobrepasa toda riqueza🎶

Repito, esta canción era para mi amada, pero la culpa se me desbarató cuando vi a la novia sonreír. Sorprendida, Rosa recibía mi canción, como el campo se goza con la lluvia de mayo. Ella era la prometida del hijo del presidente.

Aquella noche, canté y lloré como nunca, porque estaba coronando a una princesa que no era mía. Y ese fue el fracaso que originó todos mis triunfos. Irónicamente, volé muy alto cuando me arrancaron las alas.

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Amunet
2 meses atrás

Me quede fría, justo ayer me dijeron que primero debo de verme yo, antes de ver a alguien más.

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